Busco un país inocente
Giuseppe Ungaretti
Ese poeta tenía el orgullo
de no haber odiado a nadie.
Buscaba un país inocente.
Yo busco un país sin ruido.
¿En qué mundo vivías, Giuseppe?
¿Oíste alguna vez cómo retumba
un bajo eléctrico, cómo atraviesa
las capas de cemento y de ladrillo?
No hay países que valgan la pena,
Giuseppe, desde que existe
la rueda del volumen
que dispara el jolgorio.
Un leve giro a la derecha
condena a la angustia
a diez familias, ocho gatos,
cuatro perros y tres pericos.
Te estremecían en la trinchera
los cañonazos de la artillería enemiga.
A mí, que vivo en otra época,
el tum tum tum de las bocinas.
¡El momento en que al fin
sobreviene la calma
y me quedo en suspenso, temiendo
que empiece todo otra vez
y me digo cobarde
por no haber ido a partirle la madre
al amo y señor de mis paredes,
que son las paredes de ambos!
Siempre dejo, iluso de mí,
un resquicio de arreglo,
creo que siempre es posible
encontrar al final
a un hermano, a un sujeto
que puedo mirar a los ojos,
porque el asunto en el fondo
no es tanto el ruido
sino el alma del otro,
en saber si la tiene o si está desprovisto;
no son los decibeles,
sino el ser imbécil o no serlo.
Está el estupro entre las piernas
y está el estupro de los muros,
el bajo eléctrico que incide
en el diafragma del estómago,
igual que se traspasa un himen.
Una mujer que violan,
cuando al final del día se acuesta,
descubre una vez más
que la violaron en los párpados,
no en medio de las piernas,
y la dejaron como las estatuas,
sin poder cerrarlos,
y así se queda en vela preguntándose
si algo le queda de virginidad,
al menos en la piel y en la mirada,
en cómo se mueve y en cómo habla.
Perdemos la virginidad
todos los días, pero el estupro
es otra cosa: se corta el hilo
que te unía a tu risa,
tu risa se enrolla y se guarda
como alfombra en un sótano,
hundida en su misterio
como los párpados de las estatuas,
y para que sepas, Giuseppe,
por dónde andamos,
te suelto esta: ya no hay trincheras,
esas donde nació tu poesía,
porque no hay donde guarecerse
ya, donde esconderse
y solo queda correr y correr
como un rebaño de cebras. ~