En los días posteriores al ataque del 7 de octubre de Hamás contra Israel, los campus universitarios se distinguieron inmediatamente como lugares apartados del resto de la sociedad estadounidense, zonas en las que se aplicaban reglas morales diferentes. Incluso antes de que Israel iniciara su respuesta militar, las voces que más se oían en los campus no eran las de los líderes universitarios que condenaban los ataques y prometían solidaridad con sus estudiantes judíos e israelíes. Por el contrario, el mundo vio a miembros del profesorado y de organizaciones estudiantiles celebrando los atentados.
El comentarista político y autor de The Atlantic David Frum resumió la singularidad moral de la academia en este tuit, cuatro días después del ataque: “No encuentras a muchos antisemitas asesinos en puestos importantes del mundo empresarial. No encuentras muchos en las agencias de seguridad nacional. Quizá alguien de la academia debería preguntarse por qué su sector de la vida pública es tan susceptible a una plaga tan infrecuente en todos los demás sitios.”
Desde entonces, se han producido cientos de incidentes antisemitas en las universidades: entre ellos, vandalismo contra lugares judíos, intimidación física, agresiones físicas y amenazas de muerte contra estudiantes judíos, con frecuencia por parte de otros estudiantes. La respuesta de los administradores universitarios ha sido a menudo lenta, débil o totalmente ausente.
¿Por qué la cultura de la enseñanza superior de élite es tan fértil para el antisemitismo y por qué nuestras defensas contra él son tan débiles? ¿No tenemos los conceptos académicos y las innovaciones burocráticas más avanzadas del mundo para identificar el odio de todo tipo, incluso expresiones de odio tan pequeñas, veladas e inconscientes que las llamamos “microagresiones” y “prejuicios implícitos”?
Sí, así es, pero resulta que no se aplican cuando los judíos son el blanco,1 y esta fue la escandalosa hipocresía que se exhibió en la audiencia del Congreso el 5 de diciembre. La congresista Elise Stefanik preguntó a la rectora de la Universidad de Pensilvania: “¿Llamar al genocidio de los judíos viola las normas o el código de conducta de Penn, sí o no?” La presidenta Magill fue incapaz de responder afirmativamente. Cuando se formuló la pregunta de diversas maneras a las tres rectoras, ninguna pudo decir que sí. Todas respondieron con variaciones de “depende del contexto”.
Como psicólogo social que estudia el juicio moral, estoy totalmente a favor del contexto. Técnicamente, las rectoras tenían razón al decir que los alumnos que cantaban “del río al mar” podían o no abogar por matar a todos los judíos de Israel. Los que corean “globalizar la intifada” pueden o no estar pidiendo ataques terroristas contra lugares regentados por judíos de todo el mundo. Y aunque así fuera, ese discurso político está protegido por la Primera Enmienda a menos que se haga en un contexto que pueda incitar a la violencia real, constituya una “amenaza real” o se eleve al nivel de acoso discriminatorio. Las tres rectoras podrían haber dicho que sus universidades son bastiones de la libertad de expresión donde todo el mundo vive y muere por la Primera Enmienda.
De hecho, intentaron decirlo, y por eso fueron tan vilipendiadas por hipócritas. Como la mayoría de las universidades de élite, Harvard, Penn y el mit se han pasado los últimos diez años castigando a profesores por los resultados de sus investigaciones y cancelando invitaciones a ponentes que cuestionaban el valor de la dei (Diversidad, Equidad e Inclusión). (En el libro que publiqué con Greg Lukianoff en 2019, La transformación de la mente moderna, se mencionan docenas de ejemplos.) Como se ha informado ampliamente, Harvard y Penn son las dos principales universidades de Estados Unidos que más han contribuido a crear un clima espantoso para la libertad de expresión, según la Fundación para los Derechos Individuales y la Libertad de Expresión.
¿Qué demonios le ha ocurrido a la academia? Como se preguntaba recientemente Fareed Zakaria: ¿cómo han pasado las universidades de élite de Estados Unidos de ser “el tipo de activos que el mundo mira con admiración y envidia”, hace tan solo ocho años, a convertirse hoy en objeto de burla? ¿Cómo hemos hecho las cosas tan mal?
Greg Lukianoff y yo escribimos un libro que intentaba responder a esa pregunta en 2018, mientras sucedía.
La transformación de la mente moderna cuenta la historia de cómo las universidades estadounidenses perdieron sus mentes colectivas, más o menos a partir de 2014, cuando las demandas de los estudiantes que pedían protección contra determinados discursos parecían surgir de la nada, incluidas las solicitudes de trigger warnings, espacios seguros, equipos de respuesta al sesgo y cursos de lenguaje inclusivo. Los estudiantes contaron con el apoyo de algunos miembros del profesorado y de algunos administradores, y su fuerza combinada presionó a muchos líderes universitarios para que accedieran a sus demandas, aunque, en privado, muchos tuvieran recelos.2
La nueva moral que impulsaba estas reformas era contraria a las virtudes tradicionales de la vida académica: veracidad, libre investigación, persuasión mediante argumentos razonados, igualdad de oportunidades, juicio por méritos y búsqueda de la excelencia. Un subgrupo de estudiantes había aprendido esta nueva moral en algunas de sus asignaturas, que les enseñaban a dividir el mundo entre opresores y víctimas. Se les enseñó a utilizar la identidad como la lente principal a través de la cual hay que entenderlo todo, no solo en sus asignaturas, sino también en su vida personal y política. Cuando se enseña a los estudiantes a utilizar una única lente para todo, señalábamos, su educación les perjudica, en lugar de mejorar su capacidad para pensar de forma crítica.
Esta nueva moral, argumentábamos, es lo que ha llevado a las universidades a un precipicio. Durante un tiempo, el descenso fue gradual, pero en Halloween de 2015, en un patio de Yale, comenzó la caída libre. Estudiantes y administradores que defendían la nueva moral exigieron reformas en Yale y, en los meses siguientes, en docenas de otras universidades. Con pocas excepciones, los dirigentes universitarios no se enfrentaron a la nueva moral, no criticaron sus deficiencias intelectuales ni dijeron no a las exigencias y ultimátums.
Se puede ver la caída de la enseñanza superior en los datos de Gallup. El siguiente gráfico muestra que en 2015 la mayoría de los demócratas e incluso la mayoría de los republicanos tenían una gran confianza en la educación superior como institución. (Los independientes estaban divididos por igual.) Apenas ocho años después, la educación superior había alienado no solo a los republicanos, sino también a los independientes. La tendencia de los demócratas también era a la baja. La encuesta se realizó en junio de 2023, mucho antes del desastre actual.
La buena noticia es que la caída libre de la academia ha terminado. La educación superior estadounidense tocó fondo el 5 de diciembre de 2023 en esa sala del Congreso. Cualquiera que desee que las universidades se recuperen y recobren la confianza del pueblo estadounidense debe entender esa nueva moralidad y asegurarse de que nunca vuelva a imponerse en los campus.
El capítulo clave del libro para entender la nueva moral es el 3. Hace poco lo releí y pensé que sería de ayuda para quienes luchan por comprender la enormidad del cambio cultural en tantos campus desde 2015. Greg y yo explicamos la transformación como el triunfo de una distorsión cognitiva –el pensamiento binario– de tal manera que los estudiantes aprenden a encuadrar a todo el mundo en una de las dos casillas: opresor o víctima.3 Esta mentalidad es la base psicológica de una de las “tres grandes falsedades” que vimos florecer en los campus universitarios en la década de 2010: la vida es una batalla entre gente buena y gente mala.4 Decíamos que era una enseñanza terrible para los estudiantes, y explicábamos por qué la salud mental de los que abrazaban esta falsedad acabaría dañada. (Investigaciones posteriores han confirmado esta predicción.)
La parte central del capítulo describe dos tipos diferentes de políticas de la identidad, una de las cuales es buena porque realmente consigue lo que dice que intenta conseguir y porque aporta justicia y, a la larga, mejores relaciones dentro del grupo. La llamamos “política de la identidad de la humanidad común”. Es lo que hicieron Martin Luther King y Nelson Mandela cuando humanizaban a sus oponentes y dibujaban círculos más amplios que apelaban a historias e identidades compartidas. A la otra forma la llamamos “política de la identidad del enemigo común”. Enseña a los alumnos a desarrollar la mentalidad opresor/víctima y luego a cambiar sus sociedades uniendo a grupos dispares contra un grupo específico de opresores. Esta mentalidad se extiende fácil y rápidamente porque las mentes humanas evolucionaron para adaptarse al tribalismo. Esta mentalidad se hiperactiva en las redes sociales, que recompensan el contenido simple, moralista y sensacionalista con un rápido intercambio y una gran visibilidad.5 Esta mentalidad ha sido evidente durante mucho tiempo en el antisemitismo que emana de la extrema derecha. En los últimos años, impulsa cada vez más el antisemitismo en la izquierda.
La política de la identidad del enemigo común es posiblemente la peor forma de pensar que se puede enseñar a los jóvenes en una democracia multiétnica como Estados Unidos. Es, por supuesto, el impulso ideológico que está detrás de la mayoría de los genocidios. En un plano más mundano, en teoría puede utilizarse para crear cohesión de grupo en equipos y organizaciones, y sin embargo su versión académica actual sume a las organizaciones en conflictos y disfunciones eternas. Mientras esta forma de pensar se enseñe en las universidades, el odio identitario encontrará un terreno fértil.
Después de describir en nuestro libro la psicología social del tribalismo y las ideas sobre el poder (de Marx, Marcuse, Foucault y Crenshaw), analizamos un texto interseccional en el que la autora (Kathryn Pauly Morgan) afirmaba que, debido a que los hombres crearon los sistemas educativos, las niñas y las mujeres de esos sistemas son hoy esencialmente una “población colonizada”.
He aquí nuestra respuesta:
Morgan tiene razón, sin duda, en que fueron mayoritariamente hombres blancos quienes crearon el sistema educativo y fundaron casi todas las universidades de Estados Unidos. La mayoría de esas universidades excluyeron en su día a las mujeres y a la gente de color. Pero ¿significa eso que las mujeres y la gente de color deben considerarse hoy “poblaciones colonizadas”? ¿Les daría más poder o fomentaría un control externo? ¿Les haría más o menos propensos a comprometerse con sus profesores y lecturas, a trabajar duro y a beneficiarse de su tiempo en la escuela? En términos más generales, ¿qué ocurrirá con la forma de pensar de los estudiantes que han sido formados para verlo todo en términos de ejes bipolares que se cruzan y en los que un extremo de cada eje está marcado como “privilegio” y el otro como “opresión”? Dado que el “privilegio” se define como el “poder de dominar” y causar “opresión”, estos ejes son dimensiones inherentemente morales. Los de arriba son malos y los de abajo son buenos. Parece probable que este tipo de enseñanza codifique la falsedad del Nosotros contra Ellos directamente en los esquemas cognitivos de los alumnos: la vida es una batalla entre buenos y malos. Además, no se puede evitar la conclusión de quiénes son los malos. Los principales ejes de la opresión suelen apuntar a una dirección interseccional: los hombres blancos heterosexuales. […]
En resumen, como resultado de nuestra larga evolución para la competición tribal, la mente humana se presta fácilmente al pensamiento binario, al Nosotros contra Ellos. Si queremos crear comunidades acogedoras e inclusivas, deberíamos hacer todo lo posible para reducir el tribalismo y aumentar el sentido de humanidad común. En cambio, algunos enfoques teóricos que se utilizan en las universidades pueden estar hiperactivando nuestras antiguas tendencias tribales, aunque esa no fuera la intención del profesor. Por supuesto, algunos individuos son realmente racistas, sexistas y homófobos, y algunas instituciones también lo son, incluso cuando las personas que las dirigen tienen buenas intenciones, si acaban siendo menos acogedoras para los miembros de algunos grupos. Estamos a favor de enseñar a los alumnos a reconocer diversos tipos de intolerancia y prejuicios como paso esencial para reducirlos. La interseccionalidad puede enseñarse con habilidad, como hace Crenshaw en su charla ted. Puede utilizarse para promover la compasión y revelar injusticias que no se habían visto antes. Sin embargo, muchos estudiantes universitarios de hoy parecen adoptar una versión diferente del pensamiento interseccional y están abrazando la falsedad del Nosotros contra Ellos.
Entonces, ¿en qué medida nuestro análisis de 2018 se mantiene en 2023? ¿Nos ayuda el capítulo 3 a entender la reciente explosión de antisemitismo en los campus?
Por desgracia, el análisis funciona perfectamente. Muchos estudiantes hablan hoy de Israel como una nación “colonialista”.6 Es una terminología que reproduce directamente la dicotomía opresor/víctima, tomada del pensador poscolonial Frantz Fanon. Trata a Israel como si los judíos de la diáspora fueran ingleses o franceses del siglo XIX que envían colonos para apoderarse de una sociedad existente, motivados por la codicia monetaria. Una vez que se aplica este marco, las mentes de los alumnos se cierran a cualquier otra visión de una situación complicada, como ante la idea de que los judíos son los habitantes originales (o indígenas) de la tierra, que tuvieron una presencia continua allí durante 3.000 años, y cuyas poblaciones exiliadas (muchas en tierras árabes) no tenían adónde ir después de haber sido diezmadas por la versión de Hitler de la política de la identidad del enemigo común.7 Los franceses de Argelia podrían volver a Francia, pero si estos alumnos consiguen su deseo y Hamás se hace con el control de todo el territorio “del río al mar”, no está claro adónde irían siete millones de judíos, si no es al mar.8
A mediados de diciembre se publicaron pruebas directas de la relación entre la mentalidad opresor/víctima y el antisemitismo en una encuesta del Centro de Estudios Políticos Estadounidenses de Harvard y Harris Poll. La encuesta se realizó los días 13 y 14 de diciembre.9 En ella se preguntaba sobre las creencias de los estadounidenses no solo acerca Israel, sino también acerca de los judíos en Estados Unidos y en las universidades. Resumiré algunos de los puntos, que pueden consultarse en el informe, y me extenderé sobre tres en particular, que documentan el amplio alcance de la mentalidad opresor/víctima y su papel a la hora de hacer que los jóvenes abracen el antisemitismo.
La encuesta de Harvard-Harris reveló que los estadounidenses están firmemente del lado de Israel frente a Hamás en el conflicto actual, excepto la Generación Z (aquí engloba el grupo de edad de 18-24 años),10 que está dividida en partes iguales entre el apoyo a Israel y a Hamás. (Véase la p. 47 del informe.)
Debo señalar que algunos han criticado con razón la encuesta de Harvard-Harris por motivos metodológicos, especialmente por obligar a los encuestados a elegir entre dos opciones, en lugar de ofrecer la opción “no sabe” o “indeciso”. Cuando se ofrecen esas opciones mucha gente las elige, a veces más de la mitad, por lo que las cifras que verán a continuación probablemente exageran la prevalencia del antisemitismo, en términos absolutos. Zach Rausch y yo hemos recopilado en un documento de Google todas las encuestas recientes que hemos podido encontrar sobre las actitudes hacia el conflicto de Gaza. Muchas otras encuestas han confirmado que existe un apoyo sustancialmente mayor a Hamás entre la Generación Z que entre las generaciones anteriores, aunque algunos estudios concluyen que la Generación Z sigue inclinándose ligeramente hacia Israel. Me baso en el patrón de respuestas a través de preguntas y generaciones, más que en las cifras absolutas.
La encuesta revela que la Generación Z no difiere mucho de las generaciones mayores en cuanto a que 1. El antisemitismo prevalece en las universidades (p. 50), 2. Los estudiantes judíos sufren acoso en las universidades (p. 50), 3. Los llamamientos al “genocidio de los judíos” son incitaciones al odio (p. 51), y 4. Los llamamientos al “genocidio de los judíos” son acoso (p. 52).
Sin embargo, a pesar de estar de acuerdo con otras generaciones en que el antisemitismo prevalece en las universidades, en que los judíos son acosados en las universidades y en que los llamamientos al genocidio son tanto incitación al odio como acoso, la Generación Z está dividida a partes iguales en cuanto a si los manifestantes del campus tienen derecho a pedir el genocidio de los judíos. Puede verse la pregunta exacta debajo de la tabla en la Figura 2. Como se puede ver a continuación, todas las generaciones mayores están a favor de la aplicación de medidas disciplinarias contra los estudiantes que piden públicamente el asesinato masivo de judíos. Solo la Generación Z no lo hace.
¿Por qué la Generación Z es tan tolerante con los discursos de odio y el acoso verbal a los judíos, cuando muestra la tolerancia más baja con los discursos de este tipo contra otros grupos? Los tres ítems siguientes muestran que la mentalidad opresor/víctima y la política de la identidad del enemigo común operan en el asunto, pero solo para la Generación Z. Uno de los ítems preguntaba: “¿Cree que la política de la identidad basada en la raza ha llegado a dominar en nuestras universidades de élite, o estas funcionan principalmente sobre la base del mérito y los logros sin tener en cuenta la raza?” (p. 55). Todas las generaciones están de acuerdo en que la política de la identidad basada en la raza es ahora dominante, pero la Generación Z, que es la que tiene más experiencia con la cultura universitaria actual, está más de acuerdo (69%, empatada con los mayores de 65 años).
La gran diferencia entre generaciones es que solo la Generación Z apoya este tipo de política identitaria. Uno de los puntos de la encuesta preguntaba: “Existe una ideología según la cual los blancos son opresores y los no blancos y las personas de ciertos grupos han sido oprimidos y, como resultado, deberían ser favorecidos hoy en día en las universidades y para el empleo. ¿Apoya o se opone a esta ideología?” (p. 56).
La Generación Z, y solo la Generación Z, está de acuerdo con la “ideología de que los blancos son opresores”. La línea directa que vincula esta forma explícita de política de la identidad del enemigo común con el antisemitismo se encuentra en las respuestas al siguiente punto: “¿Cree que los judíos como clase son opresores y deben ser tratados como tales o se trata de una ideología falsa?”
La Generación Z, y solo la Generación Z, está de acuerdo. Como he dicho antes, las cifras absolutas serían más bajas si se presentara una opción neutra o “no sabe”, por lo que no creo que dos de cada tres estadounidenses en ese rango de edad crean realmente que los judíos son opresores. Pero aunque la mitad de los encuestados eligieran una tercera opción, el equilibrio entre los que lo creen y los que lo rechazan seguiría inclinándose hacia los “opresores”, y con más fuerza que para cualquier generación anterior.
Dicho de otro modo: mientras que todas las generaciones están de acuerdo en que la política de la identidad basada en la raza domina ahora en los campus, solo la Generación Z se inclina hacia (en lugar de alejarse de) apoyar esa política, aplicarla a los judíos y estar de acuerdo en que deberíamos tratar a los judíos como opresores, es decir, tratarlos mal y no protegerlos del odio y el acoso porque se merecen lo que les pase.
Debo hacer algunas aclaraciones.
En primer lugar, es comprensible que exista un gradiente de edad, con generaciones mayores fuertemente proisraelíes y generaciones más jóvenes cada vez más partidarias de la causa palestina. Las generaciones mayores fueron criadas por padres que recordaban el Holocausto y comprendían el contexto en el que se creó el Estado de Israel. Las generaciones mayores recuerdan los frecuentes ataques contra un Israel vulnerable en sus primeros años. Las generaciones más jóvenes, en cambio, solo han conocido un Israel fuerte que ocupaba el territorio palestino (al menos en Cisjordania). Hay dos bandos en esta cuestión. Yo estoy de un lado, pero entiendo que haya buenas razones para ponerse del otro. Oponerse a Israel u odiar al gobierno israelí no es automáticamente antisemitismo. Lo que me preocupa es que el sentimiento antiisraelí parece estar cada vez más estrechamente vinculado al odio a los judíos y a los ataques físicos contra judíos y lugares judíos. Esos ataques pueden parecer moralmente justificados, incluso virtuosos, para quienes creen que los judíos son “opresores”.
En segundo lugar, la respuesta militar israelí no ha sido “quirúrgica”; su campaña de bombardeos ha matado a miles de palestinos que no son miembros de Hamás. Los jóvenes, la mayoría de los cuales están en TikTok, están probablemente más expuestos que la gente de más edad a los vídeos del horrible sufrimiento de los gazatíes. Así que, de nuevo, no critico a nadie por protestar contra Israel o la guerra, y espero que las universidades respeten los derechos de los estudiantes propalestinos a expresarse y protestar amparados por la Primera Enmienda. Pero las muestras de apoyo a Hamás comenzaron antes de que Israel hubiera respondido, y parte de lo que resultó tan chocante en la primera semana tras el ataque del 7 de octubre fueron las expresiones relativamente apagadas y tardías de preocupación por parte de los líderes universitarios y las organizaciones de los campus. Cualquiera que sea la causa del antisemitismo universitario actual, ya estaba presente antes de que comenzara la respuesta militar de Israel.
En tercer lugar, no puedo decir en qué medida el antisemitismo actual procede de las aulas universitarias (y también de las aulas de los colegios) y en qué medida está impulsado por las redes sociales, en particular TikTok. La rápida transición a la “infancia basada en el teléfono” que ocurrió alrededor de 2012 es una parte crucial de la historia, que Greg y yo discutimos en La transformación de la mente moderna. Como he argumentado en otros lugares, las redes sociales han introducido nuevas y peligrosas dinámicas en la sociedad, como la viralidad explosiva y la fragmentación de los entendimientos compartidos (es decir, el colapso de la Torre de Babel). Pero dado que el antisemitismo universitario actual está tan estrechamente vinculado a la mentalidad opresor/víctima, y dado que Greg y yo (y muchos otros) llevamos advirtiendo de los peligros de enseñar esta mentalidad desde antes de que se creara TikTok, estoy seguro de que la educación superior estadounidense tiene una parte sustancial de la culpa.
No creo que las tres rectoras que testificaron ante el Congreso fueran antisemitas de corazón. Pero con sus respuestas despiadadas y cobardes a una pregunta sobre cuándo viola las normas de sus campus que los estudiantes llamen al genocidio contra los judíos, las tres validaron el antisemitismo universitario ahora prevalente. Las tres rectoras esencialmente dijeron: los judíos no cuentan, está bien pedir su muerte, siempre y cuando no se “pase a la acción”.
Según quienes abrazan la política de la identidad del enemigo común y su mentalidad de opresor/víctima, todos los miembros de los grupos de víctimas tienen una justificacións para “dar puñetazos”, derribar a los opresores, destrozar sus edificios y símbolos, y quizás incluso violar a sus mujeres y matar a sus hijos. Al menos, esa es la implicación de los tuits de varios profesores que elogiaron el ataque de Hamás, con variaciones de “de eso trata la descolonización”.
Conclusión
En el tuit que he citado al comienzo de este ensayo, David Frum señalaba que las universidades de élite se han alejado del resto del país. Frum urgía a aquellos de nosotros que estamos en la academia a reflexionar sobre por qué los campus universitarios están tan llenos de antisemitismo, en un país que, según los datos de la opinión pública, tiene una opinión muy positiva de sus conciudadanos judíos. He intentado hacerlo en este ensayo, y he llegado a la conclusión de que es culpa nuestra por abrazar e institucionalizar malas ideas, en vez de desafiarlas. He mostrado una conexión directa entre la mentalidad opresor/víctima y la voluntad de muchos de los miembros de la generación actual de estudiantes de suscribir creencias abiertamente antisemitas (aunque no se trata de una convicción realmente mayoritaria).
Ahora la educación superior estadounidense está en una situación de código rojo. No se trata solo de los donantes judíos y los exalumnos que retiran su apoyo. Como se ve en la Figura 1, una mayoría de estadounidenses tenía una baja confianza en la educación superior antes del 7 de octubre. Tras la audiencia del Congreso del 5 de diciembre, ahora es sin duda una supermayoría, que quizá incluya también a la mayor parte de los demócratas. Los esfuerzos de las cámaras legislativas en estados republicanos por constreñir, controlar o quitar fondos a la educación superior encontrarán mucho más apoyo público de lo que se podía imaginar antes de 2015.
Si pretenden recuperar la confianza del público, los líderes universitarios tendrán que entender la mentalidad víctima/opresor y cómo nuestras instituciones la alimentan. Luego tendrán que tomar decisiones audaces y hacer cambios profundos. No puedes limitarte a plantar un nuevo centro para el estudio del antisemitismo en un terreno ideal para el crecimiento del antisemitsmo. Tienes que cambiar el terreno, la cultura y las políticas de la institución.
Greg y yo tenemos un capítulo entero (el 13) sobre cómo hacerlo, cómo crear “universidades más inteligentes” salvaguardando la investigación libre, cambiando los criterios utilizados para contratar profesores y admitir alumnos, y luego orientando a los alumnos para el desacuerdo productivo. Una universidad más inteligente haría que los alumnos fueran menos susceptibles a la mentalidad opresor/víctima aunque estén expuestos a ella en algunas clases.
Cierro este ensayo con la cita que abre el tercer capítulo de La transformación de la mente moderna, del rabino Jonathan Sacks, uno de los hombres más sabios que he tenido la suerte de conocer.: “Hay un dualismo moral que ve el bien y el mal como instintos en nuestro interior entre los que debemos elegir. Pero también hay lo que llamaría un dualismo patológico que ve a la humanidad radicalmente… dividida entre el bien inapelable y el bien irredimible. Eres uno u otro.” Las universidades pueden y deben liberar a los alumnos del dualismo patológico.~
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en el Substack del autor.
es profesor en la Stern School of Business de la New York University. Es autor de La hipótesis de la felicidad (Gedisa, 2006) y The righteous mind (Penguin, 2012).