En La lengua salvada (Galaxia Gutenberg, traducciĆ³n de Genoveva Dieterich), Elias Canetti recuerda algunos episodios de su infancia que ponen de manifiesto una sensibilidad muy contemporĆ”nea respecto al sufrimiento animal. Al parecer, la madre de Canetti era una gourmet tan apasionada que se regodeaba en describir al detalle el modo en que las criadas cebaban a los gansos, empujando por sus gargantas con el pulgar cantidades enormes de papilla de maĆz mientras les forzaban a mantener el pico abierto. La crueldad de este proceso ārelatado, ni siquiera vistoā horrorizĆ³ al niƱo Canetti hasta el punto de que se convirtiĆ³ en una pesadilla recurrente: Ć©l mismo, convertido en ganso, era cebado a la fuerza hasta que se despertaba gritando. Este mecanismo de empatĆa, de identificaciĆ³n, se produjo tambiĆ©n el dĆa de una visita escolar al matadero. El profesor que acompaƱaba a los niƱos, consciente del impacto que podĆa causarles la excursiĆ³n, se empeĆ±Ć³ en explicarles razonadamente lo que veĆan, ācomo un cura que intentara reconciliar a alguien con la muerteā. Asqueado por todo aquello, Canetti describe las frases de su profesor como āuntuosasā, a pesar de ser consciente de que su fin era protegerlos del horror. Sin embargo, llega un momento en que ni las palabras valen: cuando contemplan a una joven oveja embarazada reciĆ©n sacrificada y abierta en canal. āEn su bolsa amniĆ³tica flotaba un cordero diminuto, del tamaƱo de medio pulgar, la cabeza y las patas eran perfectamente reconociblesā¦ā, rememora Canetti. Al contemplar la escena, espantado, casi en estado de trance, el niƱo pronuncia una sentencia: āasesinatoā. La visita acabĆ³ justo entonces.
En sus reflexiones al respecto, Canetti menciona la compasiĆ³n como el sentimiento que acerca al ser humano al sufrimiento de los animales. Es consciente de que esta compasiĆ³n puede ser, con facilidad, objeto de burla. Su misma madre, molesta cuando Ć©l se negaba a comer carne, se vengĆ³ un dĆa asegurĆ”ndole que la mostaza que acababa de tomar se hacĆa con sangre de gallina. Canetti no era vegetariano, su negativa a comer carne era episĆ³dica, fruto del impacto reciente de ver, por ejemplo, a una ternera siendo arrastrada al matadero. No era, por tanto, una decisiĆ³n meditada y razonada, sino una reacciĆ³n sentimental, de vĆsceras. Una reacciĆ³n, por asĆ decirlo, compasiva.
Otra situaciĆ³n que en principio podrĆa sonarnos contradictoria e incluso absurda, pero que tiene mucho que ver con la compasiĆ³n, es la que relata E. B. White con su habitual elegancia y humor en el artĆculo āLa muerte de un cerdoā recogido en E. B. White: Ensayos (CapitĆ”n Swing, traducciĆ³n de MartĆn Schifino). En este caso, el autor se dedicĆ³ con esmero āy desesperaciĆ³nā a cuidar de un cerdo enfermo cuyo destino era ser sacrificado meses despuĆ©s. Es decir: trataba de evitar la muerte de un animal para matarlo tal como estaba programado. La experiencia se convirtiĆ³ en un episodio tan doloroso que llegĆ³ a afectar a White de un modo personal. āEl asesinato, al premeditarse, es en primer grado, pero rĆ”pido y habilidoso, y la panceta ahumada y el jamĆ³n proporcionan un final ceremonial cuya idoneidad rara vez se cuestiona [ā¦]. La estructura clĆ”sica de la tragedia se habĆa perdido. De pronto me vi desempeƱando el papel del amigo y mĆ©dico del cerdo [ā¦]. Ya en la primera tarde tuve el presentimiento de que la obra nunca recobrarĆa el equilibrio y de que mi compasiĆ³n se volcarĆa por completo hacia el cerdo.ā
Y asĆ es: la compasiĆ³n es un sentimiento que se activa solo cuando se rompe el guion tradicional de la tragedia, el guion original. Que un animal criado para el consumo humano muera no es dramĆ”tico, no genera compasiĆ³n, porque es, para White, ley de vida. Pero que el animal enferme, sufra y muera sin haber llegado a su fin previsto sĆ es dramĆ”tico. En este punto, el animal y el humano se hermanan, saltĆ”ndose la lĆ³gica de la utilidad: āLa pĆ©rdida que sentĆa no era la pĆ©rdida de un jamĆ³n, sino la pĆ©rdida de un cerdo.ā
El relato de White destila humor absurdo āpor ejemplo, cuando se ve forzado a ponerle enemas al cerdoā, pero precisamente es esto lo que revela el sinsentido āo el sentido poco prĆ”cticoā de la compasiĆ³n. Noches sin dormir, llamadas intempestivas al veterinario y un sufrimiento compartido: la descripciĆ³n de la muerte del cerdo es emotiva, humanizada y, ante su rostro ya sin vida, White se mete en la cama y llora āpara sus adentros: profundas lĆ”grimas interiores hemorrĆ”gicasā. El relato del entierro es lĆrico, incluso simbĆ³lico, y refleja la profunda transformaciĆ³n que ha supuesto para el narrador esta experiencia. Pero no es Ć©l solamente quien percibe lo anormal de esta muerte. TambiĆ©n recibe solemnes condolencias de amigos y vecinos, porque la comunidad rural comprende que la muerte de un cerdo mĆ”s allĆ” del calendario de matanzas equivale a una pequeƱa tragedia, no por la carne que se pierde, sino por el sufrimiento del animal en sĆ.
La granja de E. B. White era, lĆ³gicamente, una granja familiar, de pequeƱas dimensiones. No mucho mayor fue la que visitĆ³ Jenny Diski en Lo que no sĆ© de los animales (Seix Barral, traducciĆ³n de ĆƱigo F. Lomana), cuyo propĆ³sito era, en principio, ver parir a las ovejas en un entorno amable. Partos complicados, corderos enfermos o rechazados por sus madres, amamantamientos artificialesā¦ la experiencia que describe Diski es bastante mĆ”s dura de lo que hubiĆ©semos creĆdo en una visiĆ³n idĆlica de la vida rural. La dueƱa de la granja dedica horas y horas cada dĆa a salvar corderos que de otro modo morirĆan al poco de nacer, sacrifica sus noches, sus fuerzas y su paciencia para sacarlos adelante, y lo hace no solo con dedicaciĆ³n, sino tambiĆ©n con ternura y, ah, la palabra: con compasiĆ³n. La paradoja de que estos corderos, en torno a los seis meses de edad, sean sacrificados es la misma que la del cerdo de White: Āæpor quĆ© compadecerse ante la pĆ©rdida de un cordero que de todos modos va a morir? ĀæPor quĆ© dedicar tantos esfuerzos a la tarea de mantenerlo con vida? La misma granjera admite que, desde un punto de vista financiero, no resulta rentable. Su razĆ³n es mucho mĆ”s sencilla: āNo me gusta dejar morir a un cordero si puedo mantenerlo con vida.ā Como explica Diski, no querer perder a un cordero no siempre es lo mismo que no querer perder dinero, es decir, hay algo mĆ”s que alienta estos cuidados, esta especie de sufrimiento compartido.
Aunque Diski sabe que, desde la perspectiva del cordero, la condena es horrible āpor mucho que los primeros meses de su vida discurran entre placidez y se le procure el mĆ”ximo bienestarā, afirma que nadie podrĆa reprochar nada moralmente a la granjera. No al menos a ella, propietaria de una pequeƱa granja familiar en la que el trato directo con el animal existe todavĆa. La situaciĆ³n es completamente diferente en las grandes explotaciones ganaderas, en las que, si un cerdo enferma o un cordero nace cojo, nadie dedicarĆ” un segundo a salvarlos de su eliminaciĆ³n inmediata. La compasiĆ³n parece entonces tener que ver con la cercanĆa, como se desprende de la misma etimologĆa del tĆ©rmino: āpadecer con, al lado deā.
De ganaderĆa industrial habla tambiĆ©n Michel Houellebecq en su Ćŗltima novela, Serotonina (Anagrama, traducciĆ³n de Jaime Zulaika), y no precisamente en buenos tĆ©rminos. No es anecdĆ³tico en la obra del francĆ©s que una granja de gallinas aparezca como representaciĆ³n del horror, un horror que se asemeja, de algĆŗn modo, al que padecen muchas personas bajo una organizaciĆ³n social deshumanizada y sin referentes. Pero Āæpor quĆ© Houellebecq, conocido por su frialdad narrativa, su cinismo y su aparente falta de empatĆa, aquĆ toma partido tan claramente por las gallinas? La descripciĆ³n que hace de la granja es implacable: gallinas hacinadas en hangares bajo potentes focos halĆ³genos, desplumadas, enfermas e infestadas de piojos, rodeadas de cadĆ”veres en descomposiciĆ³n, pollos con vida echados a puƱados a las trituradoras y, sobre todo, un cacareo de horror incesante, āaquella mirada de pĆ”nico permanente que te lanzaban las gallinas, la mirada de pĆ”nico y de incomprensiĆ³n, no pedĆan piedad, no eran capaces, pero no entendĆan, no entendĆan las condiciones en las que estaban obligadas a vivirā. Que los veterinarios sean los primeros en aceptar estas prĆ”cticas no le resulta sorprendente, ya que tambiĆ©n, dice, en los campos de exterminio nazis los mĆ©dicos torturaban. Sin embargo, aunque al narrador le repugnan estas prĆ”cticas, no se muestra hostil ante la idea de la caza, āque deja a los animales en su hĆ”bitat natural, les permite correr y volar libremente hasta que los mata un depredador situado mĆ”s arriba en la cadena trĆ³ficaā.
J. M. Coetzee, apologeta extremo del vegetarianismo, calificarĆa esta distinciĆ³n de hipĆ³crita. Los derechos de los animales centran cada vez mĆ”s las apariciones pĆŗblicas del nobel sudafricano y se exponen repetidamente en sus libros, sobre todo a travĆ©s de su Ć”lter ego Elizabeth Costello, una anciana escritora australiana que a menudo hace uso del argumento de la compasiĆ³n. En Lo que no sĆ© de los animales, Jenny Diski se enfrenta a lo que considera una posiciĆ³n intransigente y moralista, que es bĆ”sicamente una posiciĆ³n moral, de salvaciĆ³n del alma, como la misma Costello reconoce. Lo que mĆ”s cuestiona Diski es precisamente esta arrogancia de tipo moral, no el contenido de los argumentos que la escritora despliega, incluido el que asemeja el exterminio de animales por la industria ganadera con el Holocausto nazi ācomparaciĆ³n que, como ya se ha visto, tambiĆ©n recoge Houellebecq en Serotonina.
Es muy interesante la paradoja que Diski seƱala, contradicciĆ³n a la que se ha llegado tras miles y miles de aƱos de explotaciĆ³n animal: puede que lo que los humanos han hecho a los animales sea terrible, un exterminio en toda regla, pero la situaciĆ³n ahora no es tan sencilla de deshacer. No pueden devolverse a la naturaleza millones y millones de ejemplares de gallinas, vacas, ovejas y cerdos que no tienen ya un lugar propio en ella, conduciĆ©ndolos a un exterminio de otra clase. ĀæLavarĆa esto nuestras conciencias, dado que al menos no nos los comemos? ĀæO es preferible lavarla con la exigencia de mejores condiciones en la industria ganadera? La compasiĆ³n no es extensible a todas las especies animales āĀæpor quĆ© no la sentimos por las ratas o por las cucarachas?ā, ni todas las personas la experimentan por igual. Por absurdo que resulte, cuidar de los animales cercanos āincluso de aquellos que estĆ”n destinados a ser comidosā es el resultado de un impulso difĆcilmente eludible. Alimentamos gatos callejeros con tarrinas de comida que se fabrican con desechos cĆ”rnicos obtenidos con prĆ”cticas mĆ”s que cuestionables. Y, sin embargo, ĀædejarĆamos morir de hambre a un gatito por ello? La gran mayorĆa de nosotros no. E. B. White desvelado por el sufrimiento de su cerdo es representaciĆ³n de algo que entendemos muy bien. ~
Es escritora. Entre sus libros recientes estƔn Cicatriz (2015), Mala letra (2016) y Un incendio invisible (2011, 2017), todos ellos bajo el sello de Anagrama.