El neurocientífico inglés Anil Seth anuncia que ha creado una nueva ciencia de la conciencia. Sostiene que la conciencia emerge de la manera en que el cerebro predice y controla el estado interno del cuerpo. A partir de esta afirmación concluye que la esencia de la identidad personal no está en la mente racional ni en un alma inmaterial. Cree que es un proceso corporal biológico que sostiene la sensación de estar vivo y que este proceso es la base de las experiencias del yo (self). Para Seth “ser tú” (being you: el título original del libro) es literalmente algo acerca de tu cuerpo. La conciencia es un conjunto de predicciones basadas en el cerebro, definidas como “alucinaciones controladas”. La conciencia, por lo tanto, no depende del comportamiento hacia el exterior del cuerpo ni tiene relación con el lenguaje o la inteligencia, asegura el autor. Si la conciencia dependiera del lenguaje, los bebés y los animales no humanos no la tendrían (como ciertamente no la tienen en el sentido de una conciencia de ser conscientes).
Seth cree que las percepciones que sentimos no vienen del exterior, no entran en el interior de los órganos sensoriales, ni son el resultado de que esas sensaciones “suban” al cerebro. Por el contrario, las experiencias “bajan”, pues provienen del interior y del cerebro. En este proceso la experiencia se construye a partir de las predicciones que hace el cerebro sobre las causas de las señales sensoriales que recibe. De esta idea Seth deriva su propuesta central: la percepción es una alucinación controlada, un concepto que atribuye al psicólogo inglés Chris Frith, quien desarrolló la idea de que el cerebro genera predicciones sobre las sensaciones, y que la similitud entre estas predicciones y las sensaciones reales que recibe provocan la sensación de que somos actores (agentes) que controlamos lo que hacemos.
Esta es la tesis que retoma Seth para desarrollar su definición de la conciencia como una alucinación controlada, que presenta como una especie de revolución copernicana. Pone el ejemplo de los colores, que no son una propiedad de las cosas en sí mismas. Así, el color rojo no es algo que está afuera y que se traslada al interior del cerebro. La experiencia de percibir el rojo es enteramente una fantasía neuronal atada al proceso continuo de hacer predicciones, es decir, del cerebro que provoca alucinaciones controladas. El error de Seth es suponer que, si el rojo no existe en el mundo real externo, entonces es el producto de una alucinación controlada por el cerebro. Desde luego que los colores no existen como tales en el mundo físico, son el fruto de una clasificación cultural y lingüística que genera las categorías que circulan en la sociedad. En este sentido, yo creo que el color sí proviene del exterior, pero no del objeto que vemos como rojo sino de los códigos simbólicos generados culturalmente y que no son los mismos en las diferentes sociedades. No se trata, como dice Seth, de una buena “conjetura perceptiva” sino de una realidad cultural plasmada por el habla en la palabra rojo. Con base en esta suposición Seth concluye que la percepción es un acto creativo y generativo que ocurre a partir de predicciones cerebrales. En realidad, el acto creativo ocurre fuera del cuerpo, en las redes sociales y simbólicas que nos rodean. Por supuesto, Seth no cree que no existan cosas en el mundo exterior, sino que la alucinación controlada por el cerebro crea un mundo perceptual que no es para nada una ventana transparente abierta a la realidad exterior. Se trata, dice Seth, de un “tremendamente complejo ejercicio gimnástico neural”. En realidad, ese mundo interior de alucinaciones controladas, que genera sensaciones e ideas en la mente, es el bagaje simbólico y cultural de lo que yo llamo el exocerebro, el conjunto de prótesis que forman un sistema simbólico de sustitución, una idea que he expuesto extensamente en mi libro Antropología del cerebro (2014).
Según Seth el yo es también una alucinación controlada. Lo equipara a la idea de lo rojo, ya que supone que la sensación de ser una identidad única no significa que exista un yo real. Cree que hay varios egos: el de la sensación de estar vivos, el yo en perspectiva, el yo volitivo, el yo narrativo y el yo social. El problema que no percibe es que si dividimos la identidad dejamos de entender el problema del yo y de la conciencia. El problema que es necesario resolver es el de la unidad del yo. Seth cree que el cerebro es una máquina predictiva de tipo bayesiano (que hace inferencias estadísticas) que genera las mejores conjeturas posibles sobre, por ejemplo, los estados mentales de los otros. Así se construyen, según él, las relaciones sociales. Me parece que Seth hace una reducción escalofriante de lo social a una máquina biológica predictiva de los estados mentales de los otros humanos que nos rodean. Como todo esto ocurre por medio y a causa de nuestros cuerpos, es decir, de nuestra constitución animal, concluye que la conciencia humana es un “animal-máquina”. Pareciera que es una máquina que no está sintiendo sino calculando, y que genera una alucinación controlada. Pero no se sabe quién o qué la controla. Por supuesto, considera que el libre albedrío es también una percepción, una ilusión controlada o controladora.
La reducción del funcionamiento de la conciencia al nivel de la biología (de la animalidad) es presumida por Seth como la destrucción del último bastión del excepcionalismo humano, que pretende que nuestra conciencia es algo especial y no algo inscrito en los amplios patrones de la naturaleza. Ha reducido la conciencia a la percepción y a esta en una especie de alucinación que no se sabe si es controlada o controladora. Al destruir la excepcionalidad humana para dejarnos solo inmersos en la naturaleza biológica, ha eliminado del panorama la cultura, el lenguaje, la música, el arte, las redes simbólicas y la sociedad. Esa parte de la conciencia humana que ciertamente es excepcional y que se encuentra en el mundo en el que transcurre nuestra vida cotidiana. Ha enterrado el misterio de la conciencia en el cuerpo animal, aunque al final de La creación del yo parece pensar que, a fin de cuentas, no es tan malo que se mantenga un pequeño misterio. Pero en el libro ha hecho todo lo posible por proyectar los intensos reflectores de la ciencia biológica en lo que le parece la oscuridad en la que se ha sumido el problema de la conciencia. Al desechar el nivel social y cultural de la vida humana no ha logrado otra cosa sino enturbiar la investigación y la reflexión sobre el misterio de la conciencia. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.