De conversaciones, espejos y ética

Rosario Castellanos. Materia que arde

Sara Uribe, Verónica Gerber Bicecci

Lumen

Ciudad de México, 2023, 278 pp.

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Tal vez no haya una sola escritora mexicana que no se sienta hermana de Rosario Castellanos. ¿Por qué la sentimos tan cercana, tan compañera, y a la vez tan capaz de ser guía de nuestra mirada sobre el mundo? En su nuevo libro, con rigor y pasión, Sara Uribe ha vuelto investigación, reflexión y creación, la respuesta a esa pregunta.

En estas páginas Castellanos es “materia que arde”: con sus búsquedas, sus miedos, sus incertidumbres, sus duelos, sus inseguridades, sus deseos. Su vida y su escritura se van entretejiendo en un recorrido que la trae a la actualidad como a esa hermana mayor cuya mirada admiramos y necesitamos. Sara Uribe ha construido un puente entre ella y sus lectoras y lectores; pero también entre ella y aquellas que aún no saben que serán sus lectoras, pero que tendrán enorme curiosidad por conocerla mejor apenas se asomen a esta obra.

Rosario Castellanos. Materia que arde tiene una investigación detenida sobre un personaje, una pluma ágil y entretenida, que no deja por ello de ser profunda, un diseño cuidado, creativo, de espacios generosos. Es a la vez un ejemplo de rigurosa construcción feminista de una biografía intelectual. Yo diría que es una mezcla de biografía intelectual y cartografía amorosa. ¿Y por qué digo “feminista”? No solo porque habla de una de las pioneras del feminismo en México, sino porque pone en palabras aquello que surgió como una de las primeras reivindicaciones de los movimientos de mujeres: que lo personal es político. Así, en estas páginas vida y obra se van acompañando, como se fueron acompañando en los libros de la propia Castellanos.

La familia, las características de la madre y del padre, la conformación de la sociedad chiapaneca, los relatos y el amor de su nana, la muerte del hermano, el verdor del paisaje de infancia, la llegada a la Ciudad de México, la Facultad de Filosofía y Letras, el amor, el cuerpo, las opresiones, el deseo: deseo de escritura, deseo de saber –la joven Rosario lee, lee, lee, devora con ansia ideas, conversaciones con sus maestros, con sus compañeros, con los libros–, pero también deseo de amar, de sentir. Más adelante el trabajo en el Instituto Nacional Indigenista, los proyectos en su tierra, la fe en la transformación de un orden injusto a través de la educación y la cultura, los cargos en la universidad, los viajes, las presentaciones, las conferencias. La docencia, siempre. El matrimonio, la maternidad. El servicio exterior. Y sus páginas se van sumando: poesía, novela, cuento, ensayo, columnas de periódico. La vida alimenta la obra. La obra va determinando la vida. Lo personal –lo íntimo– es siempre político, vuelvo a decirlo: es una postura ética ante el mundo y ante el propio trabajo creativo.

Ya Sara Uribe nos había mostrado, con su imprescindible Antígona González (2012), tanto su capacidad de empatía con las situaciones más dolorosas de nuestra realidad actual, como su búsqueda estética para hacer del texto literario en sí mismo un objeto ético. En aquella obra, las diversas voces tomadas de la sociedad, fundamentalmente a partir de periódicos, revistas, portales de noticias, más las voces de la tradición literaria, formaban una suerte de coro alrededor del personaje principal. Los murmullos rulfianos se oían ahora en voz alta, siendo tan desgarrados y aterradores como los que poblaban Comala. En este nuevo libro, las voces múltiples vuelven a estar presentes, pero todas ellas son de la propia Rosario Castellanos, entretejidas por el relato de Uribe. Hay un solo momento entre todos los fragmentos” en que la narradora/autora (Uribe) se queda sola y clama por la presencia de su interlocutora. Es allí cuando, en apenas un párrafo, dialoga abiertamente con Castellanos, le habla de tú, y le hace las preguntas que le permitirán entenderla cada vez mejor y sentirla más próxima, preguntas que también nosotras quisiéramos hacerle. Y, de alguna manera, la Rosario de este libro parece en parte responder y en parte compartir sus (nuestras) incertidumbres.

Leer a Rosario es acompañarla a mirar el mundo (allí están los retratos de muy diversos mujeres y hombres, de situaciones y conflictos –tanto íntimos como colectivos y sociales–, reflexiones sobre la identidad, el ser, las circunstancias, los vínculos), y al mismo tiempo acompañarla a mirarse a sí misma. El espejo aparece como uno de los símbolos recurrentes de su obra, desde el poema “Entrevista de prensa”, en el que escribe: “Pregunta el reportero, con la sagacidad / que le da la destreza de su oficio: / –¿por qué y para qué escribe? […] / Escribo porque yo, un día, adolescente, / me incliné ante un espejo y no había nadie. / ¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los / otros chorreaban importancia”, hasta la reflexión en torno a la necesidad de que las mujeres nos despojemos, en un ejercicio de libertad, de “los falsos espejos y las falsas imágenes” que nos ha impuesto históricamente la cultura patriarcal, pasando por tantas de sus protagonistas intentando encontrarse a sí mismas para dejar de ser “identidades difuminadas”.

Pienso, por ejemplo, en Cecilia Rojas de Rito de iniciación quien, “ante el riesgo de quedar totalmente deshabitada, se dice: soy, y esa autodeterminación la lleva a cuestionar el ser que enuncia, a dudar de la imagen en el espejo, a querer hacerla trizas con una piedra: en el mismo sitio donde antes estuvo Cecilia Rojas ahora estaba nadie”. O en Emelina, protagonista del relato “Los convidados de agosto”, perteneciente al libro del mismo título, que “frente al espejo […] observa su cuerpo que no ha podido hallar la satisfacción de su deseo sexual y se sabe sin llamado ni destino, y lo que contempla es una máscara del vacío”.

Recientemente la actriz británica Emma Thompson se paró frente a un espejo en una bellísima escena de la película Good luck to you, Leo Grande intentando –como Emelina, como Cecilia, como la Rosario adolescente, como lo hemos intentado cada una de nosotras en algún momento de la vida– saber quién es, buscando a esa “alguien” que nos han hecho creer que es “nadie”.

“Solo acércate a un espejo sin moverte, quítate la ropa y no te muevas. Acéptate, acéptate y no te juzgues. Es lo más difícil que he tenido que hacer nunca”, declaró la actriz

{{ Véase “Emma Thompson: A las mujeres nos han lavado el cerebro para que odiemos nuestros cuerpos”, en El País, 15 de febrero de 2022. }}

sesenta años y varias décadas de movimiento feminista después de la publicación de Los convidados de agosto (1964). Imposible no pensar en la conciencia que tenía Rosario sobre la invisibilización de las mujeres, de sus cuerpos, de sus derechos, de sus deseos. No olvidemos que también el placer es político.

En Materia que arde, merecen una mención especial las ilustraciones de Verónica Gerber Bicecci. No solo porque Verónica es otra de las mujeres creadoras que, como Sara Uribe, nos sorprende, nos invita, nos interpela, en cada uno de sus proyectos, sino porque sus propuestas son parte ineludible del libro.

Como explican la escritora y la ilustradora en la nota inicial: “También decidimos contraponer su historia con otros sistemas de escritura: es así que los dibujos se enredan, colisionan o conversan con el texto en español a través de los diseños de las bordadoras de Chiapas y de la escritura maya.” Son lámparas, llaves, piedras que juegan con las nociones de vida, muerte y renacimiento, en un ciclo que no se cierra nunca.

Con esta propuesta sugerente, profunda y poco convencional, Sara Uribe y Verónica Gerber Bicecci crean una Rosario Castellanos cercana, alejada de las lecturas rígidas que tanto la crítica literaria más tradicional como un cierto feminismo han hecho sobre ella. Una Rosario Castellanos cuya obra dialoga sobre todo con las nuevas generaciones para compartir con ellas su deseo de encontrar “otro modo de ser humano y libre, otro modo de ser”.

{{ Rosario Castellanos, “Meditación en el umbral”. }}

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escritora y docente universitaria, reside en México desde 1976. Su último texto es Herida Fecunda (Páginas de Espuma, 2024) con el cual obtuvo el XV Premio Málaga de Ensayo.


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