Mucha gente cree que la inteligencia es hermana siamesa de la neurosis, porque sus arduos trabajos generan conflictos psicolรณgicos equiparables a las lesiones fรญsicas de los atletas. Nadie podrรญa sostener, en cambio, que la neurosis conlleva forzosamente un alto grado de inteligencia, pues millones de neurรณticos imbรฉciles lo desmienten a diario. La popular creencia en el matrimonio del intelecto con la neurosis descansa, pues, en un sofisma fรกcil de refutar, pero de cualquier modo tiende a revestir de prestigio los trastornos mentales de los genios atormentados y crea en el pรบblico la impresiรณn de que su incapacidad para la vida prรกctica, o para la vida a secas, es un mal necesario: el precio que la naturaleza cobra a los iluminados, a cambio de concederles una intuiciรณn prodigiosa.
La posibilidad de ingresar a una exclusiva secta de locos tocados por el fuego divino seduce a muchos escritores novicios, sobre todo a los poetas, pues si bien es difรญcil alcanzar la inspiraciรณn arrebatada de Rimbaud, con tres mezcales encima cualquiera se siente capaz de lograrlo. Cuando era joven yo tambiรฉn creรญa que la salud mental era una baratija sobrevalorada por la gente comรบn. Apoyado en la autoridad de Blake, Nietzsche y Baudelaire, pensaba que nadie puede conocer a fondo su alma, ni las ajenas, sin entrever los abismos de la locura. Debรญa, por lo tanto, exacerbar mi desorden psรญquico al mรกximo, aunque me muriera de congestiรณn etรญlica a los treinta aรฑos. Pasar de una fuerte catarsis a otra era mi ideal de vida y nada me repugnaba tanto como la idea de โsentar cabezaโ. Nadie vence del todo a sus demonios (cuando mucho podemos neutralizarlos) pero despuรฉs de golpearme contra muchas paredes lleguรฉ a entender que la capacidad de comunicar ideas o emociones, o de ver mรกs allรก de las apariencias, no es un subproducto de la neurosis sino una victoria sobre ella.
En una reciente charla con el pionero mexicano de la terapia conductual cognitiva, le dije que me encantarรญa estar escondido detrรกs de un biombo mientras รฉl escucha a sus pacientes, para satisfacer mi voyerismo psicolรณgico, insaciable como el de todos los escritores. โTe aburrirรญas mucho โme advirtiรณโ, no hay nada mรกs repetitivo y monรณtono que la neurosis.โ Su respuesta me recordรณ el balde de agua helada que recibรญ en mi primera terapia, cuando el psiquiatra, despuรฉs de escuchar mi largo repertorio de culpas, traumas, angustias y complejos, que yo creรญa รบnico en el mundo, me hizo notar que la contrahechura de mi carรกcter no tenรญa nada de excepcional. Era yo un neurรณtico del montรณn, no la exรณtica planta de invernadero que creรญa haber cultivado en dรฉcadas de bohemia autodestructiva. Todos los escritores deben a la parte sana de su carรกcter (curiosidad, empatรญa, ingenio, espรญritu lรบdico) la pequeรฑa cuota de singularidad que les ha correspondido en la vida, pero si su vocaciรณn de sufrimiento prevaleciera sobre lo que Freud llamaba โel principio del placerโ, jamรกs podrรญan objetivarla en una obra legible. La neurosis paraliza la voluntad, embota el entendimiento, adultera las emociones y, por desgracia, engloba a la mayorรญa de sus vรญctimas en un cuadro clรญnico bastante ordinario. Entre la neurosis y la inteligencia existe una enemistad profunda porque nadie busca racionalmente su propia ruina. Otras fuerzas nos empujan a esa trรกgica elecciรณn. Su enigmรกtico poder intriga a todos los escritores, pero solo puede retratarlas con acierto quien las observa desde un reducto distanciado y lรบcido. De lo contrario, ni siquiera podrรญa manipular ese material radioactivo.
Compartimos con millones de seres los componentes neurรณticos del carรกcter: sin embargo, nada nos parece tan personal como ellos. Tal vez el orgullo desempeรฑe un papel importante en ese autoengaรฑo. Nos encariรฑamos tanto con nuestro ego martirizado que uno se siente casi desvalido al dejar de compadecerlo. Detrรกs de ese sentimiento acecha la tentaciรณn de soltar el timรณn de la propia vida. Que tire la primera piedra quien no haya sentido ganas de abandonarlo todo y dejarse caer en un pantano de fatalidades artificiales. Pero esa claudicaciรณn en ningรบn caso puede ser la apoteosis de un destino individual: mรกs bien es una voluntad de anonadarse, de ceder a la inercia colectiva, como bien saben los teporochos, que en este renglรณn aventajan en sabidurรญa y humildad a los neurรณticos engreรญdos por los andrajos de su talento. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย