No habré de agregar más a los comentarios sobre la poesía de Ida Vitale, una poesía tan de veras: el escrutinio del alma guiado por el lenguaje cuya “indescriptible exactitud nos borra”, como escribió en algún poema.
Anticipo que he gozado de su voluble escritura y de su dulce amistad una tercera parte de su diluviana vida, que equivale a la mitad de la mía. Años de antemesas y sobremesas que produjeron rituales satisfactorios: el momento de convocar a Selma Lagerlöf, evocar a José Bergamín o vocalizar a Gerardo Diego:
Yo extraeré para ti la presuntuosa
raíz de la columna vespertina
Yo en fiel teorema de volumen rosa
te expondré el caso de la mandolina
Yo peces te traeré –entre crisantemos–
tan diminutos que los dos lloremos…
Seguía entonar (verbo, en el caso de Ida, excesivo), suspendida de gozo, una canción con estas líneas que ama, “El cantar tiene sentido, entendimiento y razón. / La buena pronunciación, el instrumento al oído”, pues encontraba sorprendente que un aire popular abrigase con tanta nitidez el correcto breviario sobre qué es y cómo se hace poesía.
Después de comer se paseaba por las calles aledañas, no solo por espíritu digestivo, sino para que ella comprobase las regionales flora y fauna. Y ahora se extasiaba ante “el jacarandá” o el pajarito cualquiera, diciendo “¡Pero si es un dendrocuco!” o algo similar. Era divertido responderle con aplomo, por ejemplo: “¡Qué curioso, en Monterrey le decimos dodopío!” y verla estudiar el tono y el gesto para saber si era juego u ornitología.
De ese amor a las cosas De plantas y animales nació un raro libro suyo a cuya lectura convoco. Publicado en 2003 (y por desgracia casi inencontrable), es evidencia de una prosa tan alta como su poesía, como fue manifiesto desde Léxico de afinidades, que publicó en la Editorial Vuelta en 1994 y luego recirculó el fce (o lo que quede de él). Quizás ahora, por los tantos que en la testa de Ida caen laureles, sea De plantas y animales menos fugitivo y logre nuevas presas.
Esta “peregrinación por un decoroso paraíso del que solo excluiré a Adán y Eva, esos imprudentes”, está poblada por medio centenar de breves ensayos que suman su mirada de poeta a sus dones de naturalista innata, su humor de filósofa escéptica y su erudición de nueve décadas de lectura, una que nada debe a la prótesis de la Wikipedia.
Lo caminan gatos, moscas y otras bestias de largo pedigrí poético, pero también las aprendices cabras, las urracas y muchos otros animales “que no son para entre gentes”, como las tías o los escritores. Y como todo en Ida, con los giros inauditos de un orden mental cismático: “La morsa es un mamífero marino, ajeno a la anguila, pez de vida movidísima.” La curiosidad en ella no es tanto una virtud como un modo de vida, una configuración del alma, la naturaleza inquisitiva que le permite decir en el prólogo: “Voy hacia mi límite sin modificar el hábito infantil del asombro ante el mundo.”
Ladera hermosa en el libro es la que trenza su amor a la botánica y la zoología con el amor al lenguaje de la superior poeta y traductora, ese templo común de vivos pilares que levantan las criaturas y sus nombres:
En español, chauchas y judías, porotos y frijoles, arvejas y chícharos, por ejemplo, complican la labor de una parte mínima de los terrestres, los traductores y los escritores traslaticios. Los diccionarios no siempre ayudan a entendernos. Sus confusiones serían divertidas si no nos envolviesen al intentar resolver, por ejemplo, qué es exactamente una jusbarba (Iovis barba, barba de Júpiter), o los helechos como el Adiantum capillus veneris, que francés, inglés, italiano, traducen gentilmente como “cabellera de Venus” y cuyo feo nombre en español es culantrillo…
Ojalá que un editor avezado lo reedite en la España que otorga el Premio Cervantes y que llegue a muchos, para que aprendamos de nuevo “que la naturaleza está ahí y cobra un único peaje para llegar a ella: tener los ojos abiertos, sobre todo los del espíritu”. ~
Palabras por el Premio fil de Literatura en Lenguas Romances 2018.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.