Una curiosidad insaciable

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Me resultan simpáticos los polímatas, aquellos pensadores o creadores que no se limitan a una disciplina sino que cultivan varias. A veces no producen en diversas materias, pero su curiosidad sí que va más allá de su especialidad. Me vienen a la cabeza varios ejemplos cercanos. Por ejemplo, Alberto Penadés, un estupendo sociólogo experto en demoscopia que también sabe muchísimo de literatura filipina. O Manuel Arias Maldonado, un filósofo político experto en ecologismo y democracia liberal que es también un gran experto en las screwball comedies de los años treinta o en el cine western o noir.

En una época de guetificación o segmentación cultural (sabemos mucho de unas pocas cosas, algo a lo que han contribuido las culturas de nicho de internet y los algoritmos), resulta algo refrescante. Esta cultura segmentada promueve también la incomunicación entre las artes. Se ve mucho en plataformas como Goodreads o Letterboxd, donde los fanáticos de la lectura o el cine puntúan y comentan sus obras favoritas. Raramente comparten usuarios. Conozco muchos casos de individuos que saben mucho de cine y que, sin embargo, no tienen apenas curiosidad por la literatura; lectores con gusto literario exquisito que a la hora de escuchar música se contentan con el Top 50 Global de Spotify, que no tardará en ser música hecha por la ia y pocos se enterarán; conozco muchos músicos con un paladar sofisticado que no han conseguido terminarse un libro en su vida, y su cultura cinematográfica se limita a la última serie de Netflix. Es una visión muy limitada del arte, como si la literatura, el cine, la música, el teatro, la pintura fueran incomunicables entre sí, y no lenguajes distintos para expresar lo mismo. Stay in your lane, es decir, permanece en tu carril: es el cáncer de la especialización en las artes.

Entiendo esa especialización en disciplinas que lo necesitan: no puedo ser un médico solo un poco interesado en la medicina. Pero me resulta incomprensible en las artes. Igual que antes del siglo XX la división entre ciencia y cultura era inexistente (Descartes es uno de los grandes filósofos de la historia y era también matemático y físico; Kant hizo descubrimientos sobre el sistema solar y su Crítica de la razón pura reflexionaba sobre la mecánica newtoniana), la división contemporánea en las artes me parece una estupidez. Es cierto que no se puede ver/leer/escuchar todo; qué triste me parece, sin embargo, no querer intentarlo.

Hay pensadores que sí lo intentan. Manuel Arias Maldonado es uno de ellos. Como mencionaba antes, su especialidad académica es el ecologismo visto desde la teoría política; también ha escrito mucho sobre la democracia liberal y sus descontentos. Pero en todo lo que escribe hay una contaminación de disciplinas. Cuando escribe sobre el fenómeno Me Too, en su libro (Fe)Male Gaze, utiliza el cine y la literatura (de la serie 30 Rock a Desgracia de J. M. Coetzee); cuando habla de literatura acaba haciendo reflexiones políticas. Y cuando escribe de cine, es sociólogo, politólogo, crítico cultural e historiador.

Aunque tiene ya varios libros, solo recientemente ha empezado a publicar de cine. En 2024 salió Ficción fatal, sobre la película Vértigo de Hitchcock. Y ahora acaba de publicar Forever cinema. Ensayos sobre el cine y su espectador (Confluencias Editorial), donde agrupa muchos de los textos que ha publicado sobre el tema en varias publicaciones, incluida esta revista. Es una obra rigurosa y sistemática, y se nota la impronta de un académico. Pero siempre es consciente de que no hay “criterios indiscutibles a partir de los cuales juzgar la calidad de una obra artística”. En ella aborda el cine desde la filosofía: reflexiona sobre el realismo, sobre la ontología del cine, sobre la relación entre las imágenes, la realidad y la política (“el cine reforzaría nuestras falacias retrospectivas y nuestra tendencia a sustituir la correlación por la causación, por no hablar de nuestra propensión a adjudicar los papeles de buenos y malos en los distintos procesos políticos y sociales”). Lo aborda también desde la sociología: por ejemplo, trata el eterno debate sobre la muerte del cine y de las salas. Hace historia de géneros, como cuando explora en qué consiste exactamente el noir o el western, y también historia de la industria, como cuando habla de los Óscars. Debate los varios cánones y listas, especialmente la célebre de Sight & Sound. Y hace, sobre todo, crítica de cine. Sus ensayos centrados en una sola película son quizá lo mejor del volumen. Defiende El largo adiós (el propio Arias lleva una cuenta en Instagram de títulos de créditos de películas que se llama genialmente The Longest Goodbye) de célebres críticos como Jonathan Rosenbaum, que sostienen que su director, Robert Altman, no tiene muy claro el tono y el mensaje de su filme (¿puede una reformulación de un género, en este caso el noir, ser también uno de sus mejores representantes?). En su ensayo sobre Johnny Guitar, de Nicholas Ray, aborda una cuestión parecida: la película es un western a pesar de que su director quería saltarse todas las reglas del género. Ray, por cierto, antes de cineasta fue arquitecto y tuvo una gran faceta de etnomusicólogo desde un programa de radio de música folk (y tanto en la película de Altman como en la de Ray actúa Sterling Hayden, uno de los mejores actores del siglo XX y otro antiespecialista: no le gustaba mucho actuar y usaba el dinero del cine para financiar su verdadera pasión, la navegación).

Quizá uno de los capítulos más interesantes es una larga digresión sobre el cine del Holocausto donde debate la dificultad de su representación (el cliché de que no se puede escribir poesía tras Auschwitz) a partir de obras como Shoah, El hijo de Saúl o La zona de interés. En esos textos hay un equilibrio perfecto entre la crítica cultural, la historia y la reflexión política.

Arias Maldonado es un gran defensor de Hollywood y del cine estadounidense. Es una posición que parece contradictoria en alguien que disfruta del cine de autor. Pero la visión de Arias Maldonado es parecida a la de los críticos fundadores de Cahiers du Cinéma, que supieron ver más allá de los engranajes industriales de Hollywood y reivindicaron a autores estadounidenses como Howard Hawks, Alfred Hitchcock, Samuel Fuller, Nicholas Ray, John Ford. Aunque trabajaban en el núcleo del sistema de estudios, su visión era personalísima. La nouvelle vague francesa no existiría sin ellos.

En Forever cinema, Manuel Arias Maldonado despliega una curiosidad insaciable que atempera con un método riguroso. Porque esta pasión es algo muy serio. ~


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