Una pistola para Penny

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Lorenza Mazzetti

¿Puede prestarme su pistola, por favor?

Traducción de Natalia Zarco

Cáceres, Periférica, 2019, 144 pp.

Penny, a quien conocimos en El cielo se cae y Con rabia (también en Periférica), acaba de matar al padre… “O quizá fue ayer. Tuvo que ser ayer.” Esta frase, a lo Camus, da el pistoletazo de salida a esta novela que, aunque fue escrita en 1969, no ha perdido en absoluto su vigencia. Lorenza Mazzetti retoma aquí algunos de los temas que había tratado anteriormente: la hipocresía de la sociedad burguesa, la asfixiante moral católica, el lugar de la mujer en la Italia de los años sesenta. Pero lo hace desde un registro distinto. Si Con rabia tenía la fuerza y visceralidad de un diario adolescente, aquí nos encontramos con una especie de cuento para adultos.

Para liberarse de sus ataduras, Penny emprende un viaje en tren en una línea subterránea que, más que alejarla de la ciudad donde vive, se va adentrando en las profundidades de su cabeza. Pronto se da cuenta de que, por mucho que se cambie de compartimento, sus compañeros de viaje tienen un parecido razonable con su padre, su madre, sus abuelos, antiguos profesores. A medida que la novela avanza, y como ella misma reconoce, se irá metiendo en situaciones cada vez más embrolladas para demostrar, o más bien, demostrarse, que es una “mujer libre”.

Haciendo alarde de ironía, y de perspicacia psicoanalítica, Mazzetti pone el foco en una serie de frases hechas y se pregunta qué significa exactamente “matar al padre”, “ser una misma” o “ser libre”, y, lo que es más importante, si tales cosas son posibles: “¿Basta con matar al padre para liberarse? ¿O es necesario matar también a la madre y a los abuelos y los tíos, y a los amigos de los tíos y a los vecinos y a la criada y al sirviente y al buey y a la mula y a no sé quién más?” Por supuesto, además de tender a infinito, se trata de una tarea estéril. Como dice Penny: “Los padres muertos continuarán persiguiéndome mucho más de muertos que de vivos.”

Al igual que ocurre en los cuentos, los distintos personajes (el comisario, el cura, el revisor…) son meros arquetipos. Se nos dice que Penny se hace más y más pequeña ante el comisario o el cura, como la Alicia de Lewis Carroll. De hecho, se podría decir que ¿Puede prestarme…? es un cruce entre Edipo rey y Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas: “¡Desvergonzada!, exclama la reina, que es mi madre, viéndome en la cama con el rey, su marido. Y presa de un ataque de furia brama: ¡Decapitadla, decapitadla!” Esta conjunción de compañeros de cama puede parecer extraña, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que algunos años más tarde, en 1976, el psicoanalista Bruno Bettelheim ahondó en esta cuestión en Psicoanálisis de los cuentos de hadas.

A Mazzetti tampoco se le escapa que los cuentos pueden ser un medio privilegiado para transmitir principios morales de generación en generación, y la moral (tanto la del catolicismo tradicional como la de la sociedad de consumo) es el enemigo al que pretende desenmascarar. Para Penny, el catolicismo era básicamente un generador de culpa y la incipiente sociedad de consumo promovía valores igualmente perjudiciales: “Toda la moral no es más que un comercio, un equilibrio entre oferta y demanda, entre una adulación ilusoria (dar la razón al padre) y un premio (afecto o caramelos), o incluso una confusión entre un malestar físico (castigo) y un bienestar espiritual.” El libro está plagado de afirmaciones de este tipo –sesgadas o no será algo que tenga que decidir cada lector.

La ideología de la autora se transparenta más en esta novela que en las anteriores (no hay que olvidar que, al igual que Pier Paolo Pasolini, durante años tuvo una columna en Vie Nuove, semanario ligado al Partido Comunista Italiano). Sin embargo, este “manualito revolucionario”, como, irónicamente, llama la propia Penny al cuaderno que lleva siempre encima, no es en absoluto un panfleto. Mazzetti no teme mostrar las contradicciones de aquellos que, como ella, quieren romper con todo lo que les han enseñado: Penny se define como atea de día, pero no de noche; dice ser una mujer totalmente emancipada, pero no duda en pedir a las relaciones un poco de amor. Y lo hace tirando de un humor que a veces recuerda al de Renata Adler. Las líneas dedicadas al potencial antibélico del orgasmo –un recurso no suficientemente explotado, al parecer– o la escena en que el señor cura le pregunta la lección, además de divertidas, dan que pensar.

Es cierto que las comparaciones son odiosas, pero también que son inevitables. Es posible que a los lectores les resulte más fácil empatizar con la niña que contaba el asesinato de su familia judía a manos de las ss (El cielo se cae), incluso con la adolescente difícil que trataba de sobrevivir a dichas muertes (Con rabia), que con la Penny adulta que pretende “dinamitar esta sociedad de mierda”. Por muy rabiosa que estuviera Penny en su pubertad, su ira contenía, sobre todo, tristeza (al fin y al cabo, estaba pasando un duelo). En esta ocasión sus quebraderos de cabeza no están ligados a una parte tan traumática de su historia personal, más bien guardan relación con su posicionamiento ante la sociedad (especialmente, en lo que respecta a la lucha contra la desigualdad de género y de clases). En ese sentido, lo que propone aquí Mazzetti es más arriesgado. Y si sale airosa es por la elección del tono –más irónico que iracundo– y por la honestidad de su protagonista. Al hacerse mayor, Penny parece haber aprendido que no se puede poner en entredicho todo lo que nos han inculcado nuestros padres sin que los cimientos de nuestra identidad se tambaleen. También, que no es posible mostrar las contradicciones de la sociedad sin destapar a la vez las propias. ~

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es periodista y escritora. Su novela más reciente es Las siete vidas del cangrejo (Editorial Alegoría, 2016)


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