27 de diciembre de 2020.
Mamá:
Espero que estéis todos bien.
Me ha dado pena no haber podido ir a casa este año… Sé que te costará creerlo, a lo mejor papá y tú os reís, y no digamos Alberto y Laura, pero es la verdad. Gracias por las fotos y por los regalos. Joaquín Costa, Barack Obama y Clarice Lispector: cómo me conocéis… Seguro que lo de Lispector ha sido idea de Laura.
¿Hace cuánto que no te escribía una carta? Igual fue cuando la granja escuela de Caspe. Cuando me fui de Erasmus ya había e-mail, me acuerdo también del IT Centre en la Universidad, os escribía en el teclado ese que no tenía eñe. Lo de la granja escuela ahora parece premonitorio. La burra, me acuerdo, se llamaba Julieta.
Parece premonitorio, pero ¿quién me iba a decir que la situación habría cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Quién te lo iba a decir a ti? Hace solo unos meses vivía en La Latina, no había una pandemia mundial, la Joy Eslava estaba abierta. Ahora todo ha cambiado. La situación es difícil para todos y presenta una carga adicional para las personas que tienen responsabilidades.
Ya sé que te cuesta creerlo, mamá, pero yo soy una de ellas.
A mí también se me hace raro.
La Covid-19 nos ha devuelto a la Edad Media y, qué quieres que te diga, en eso en Teruel jugamos con ventaja. Estamos acostumbrados. Estos días todos tenemos algo de esperanza por la victoria de Joe Biden y Kamala Harris, aunque naturalmente sabemos que no van a acabar con los problemas de Estados Unidos: el racismo, la plutocracia, la violencia, las franquicias de superhéroes; qué te voy a contar. Pero bueno, abre un resquicio. Te escribo ahora enfrente de la ventana. El cielo está azul y en el cabezo se ven las primeras nieves.
¿Cómo afectará el multilateralismo –o, como yo prefiero llamarlo, el poliamor de la geopolítica– a La Cañada? Es difícil saberlo… No quiero pecar de optimista, pero creo que hay muchas cosas en las que podemos ayudarnos el uno al otro. Si te fijas, Biden tiene mucha experiencia pero no ha tenido responsabilidad ejecutiva, y ahí yo puedo darle inputs, como decía mi amigo David el de Cs. Pero, además de esos proyectos a largo plazo, hay otras cuestiones que resolver, asuntos cotidianos, como la lucha contra la pandemia, el cierre de la central térmica de Andorra y mi proyecto de cambiar el nombre de la Navidad a Fiesta del Solsticio de Invierno. Sé que algunos piensan que no es algo urgente, que se puede posponer. ¡En un momento como este, y preocuparte por eso! Pero, claro, muchas veces es así. No se intenta resistir al progreso con argumentos sino con razones de oportunidad. (Tengo que darle más vueltas a eso.)
Luego, la verdad es que ha sido una época complicada. Uno de los primeros problemas era ver cómo afectarían las restricciones en La Cañada. Para empezar, estaba la cuestión de las reuniones de personas. Como sabes, la ciencia había dicho que seis es el número mágico (en España). Consulté con Leonardo Gascón, historiador local y redactor jefe de El Peirón, el periódico de La Cañada, y al parecer la última vez que había habido una reunión de más de siete personas no convivientes en La Cañada de Azcón en un día laborable de otoño/invierno fue el 7 de marzo de 1983, cuando Juan el Garroso y Lucas el Mesonero se enzarzaron en una pelea sobre una linde en La Costera, la típica disputa fronteriza que degeneró en un episodio de violencia colectiva y que hizo que Jaime el Monreal adquiriese el sobrenombre capacista de Desorejau. La crónica no explicaba la razón del cambio de nombre y cuando le pregunté a Leonardo me dijo que había varias hipótesis al respecto.
Intenté fomentar el empleo a distancia con un Plan Estratégico de Teletrabajo y Resiliencia. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que muchas actividades del pueblo no se podían trasladar fácilmente. Por ejemplo, teletrabajar en la serrería planteaba problemas logísticos que no habíamos imaginado, y Mohamed insistía en que muchas actividades del pastor no podían hacerse a distancia. Pensamos que lo mejor era hacer la misa por Zoom y vimos que la ermita de Santa Ana tiene mucha mejor cobertura que la iglesia. Mosen Alejandro de todas formas no quiso, dijo que Dios está en todas partes y que en cambio a él le cuesta mucho subir la cuesta de la ermita.
Más o menos las cosas iban bien, con algún que otro contratiempo. Por ejemplo, vino una pareja… No aclararon de dónde venían pero enseguida empezó a correr el rumor de que eran de Madrid. Yo notaba la típica confusión entre el dativo y el acusativo ya presente en el latín vulgar (Historia de la lengua, I), y otros vieron el folleto con la dirección de La Realidad, en Malasaña. Ya ves, de La Realidad a La Cañada. Decían que ella, Virginia, descendía del pueblo, pero aquí no la había visto nadie antes. El chico se llama Javier o Jesús o José, se hace llamar Jota, como el de Los Planetas, dice que es deejay. Deejay Jota. En fin, te tienes que reír. El caso es que los tienes ahí en la casa esta de debajo del Planico.
A mí no me parece mal que vengan, solo faltaría, con el problema de la despoblación, el envejecimiento y todo eso. Pero al principio hubo cierta inquietud. Justo estamos preocupados, siguiendo las normas, cuidándonos y llegan estos, de Madrid nada menos. Por ejemplo vinieron a la tienda y empezaron a pedir cosas un poco fuera de sitio… Que quién era la última y si había un grupo de consumo: pues claro, soy yo y somos todo el pueblo, dijo Enriqueta. Empezaron a cuchichear que seguro que no habría hamburguesas de soja, y es mentira: desde hace unos meses hay y aunque son un poco más caras y saben algo peor, uno puede sentirse tranquilo por no maltratar animales. (Hay que reconocer que en un pueblo donde la ganadería sigue siendo uno de los principales medios de vida esto genera problemas: los bienes son incompatibles no solo en la práctica sino en la teoría, ya lo decía Berlin, aunque me moleste darle la razón. Por eso yo por ejemplo como ternasco a la brasa y jamón, hay que contribuir a la economía local aunque eso exija sacrificios.) El tal Jota se plantó en la terraza del bar de Lourdes un día y preguntó si había cerveza artesana.
-Aquí todos bebemos Ambar de botellín -dijo Ramiro, que estaba en la mesa de al lado-. La artesana solo se la damos a los de fuera, que son medio gilipollas.
Lo he visto más veces: es un rápido test de integración. Uno puede pedir un botellín y ya, o aceptar el reto y pedir una cerveza artesana. En ese caso pueden respetarte: te has mantenido en tu sitio. A mí me costó al principio, es verdad, pero me ayudó haber visto tantas películas del oeste con el abuelo de pequeño. Es verdad que eran imperialistas y racistas, cargadas de masculinidad tóxica y diseminadoras de una falsificación histórica que profundizaba estereotipos y lanzaban una visión homogénea de la sociedad estadounidense, pero a mí me han enseñado a manejarme en el Maestrazgo, así que gracias, John Ford. Claramente el abuelo de Jota no le ponía películas del oeste, porque Jota se quedó dubitativo, como si a Pedro Sánchez le hicieran deletrear su nombre de atrás hacia delante. Para ayudarle, Lourdes le dijo que tenía cerveza artesana Javalambre, pero no estaba fría. Entonces el forastero pidió una cerveza sin alcohol. Eso es no entender nada…
Una mañana Virginia vino al ayuntamiento para quejarse de que la conexión por wifi era mala y no podía seguir bien su curso, que por cierto no nos enteramos de qué iba. Yo le dije que es un problema grave y que la digitalización nos preocupa mucho, y que estamos trabajando en ello, pensamos en colocar un repetidor. Allí ella empezó a decir que los repetidores nos espiaban, que daban cáncer, que la prensa ocultaba sus efectos pero ella había visto en RT que eran muy peligrosos. Decía además que La Cañada es un pueblo con muchas cuestas. Yo le dije que convertirlo en llano no entra en mis prioridades de transformación.
En fin, por supuesto que simpatizo con sus preocupaciones pero es cierto que a veces la gente llega de la ciudad y quiere imponer su manera de ver las cosas. Un día aparcaron en la plaza de la iglesia, sin tener en cuenta que por ahí tiene que pasar luego el tío Ratón con la mula mecánica y el pobre que no podía girar luego, que una cosa es que haya una señal de dirección prohibida y otra no respetar las costumbres. Aquí todos somos muy abiertos, pero no se puede ir por ahí avasallando, y del mismo modo que nosotros no podemos imponer nuestra forma de vida a los que llegan, los que llegan tienen que mostrar un poco de tacto y empatía con la idiosincrasia local. Pero, vamos, qué te voy a contar, son los problemas clásicos de las democracias multiculturales.
También me preocupaba la orden que prohibía estar en el interior de los bares. Qué distinto, imagínate, el pueblo sin los tapetes esos verdes y las mesas de conglomerado marrón oscuro del bar de Roberto, con las tapas que llevan en la barra por lo menos desde la época en que pensábamos que Fukuyama tenía razón y Fermín Cacho ganaba medallas de oro. Qué imagen de desolación. El bar de Lourdes lo tiene algo mejor, con la terraza esa, que está más resguardada, pero Roberto saca dos mesas de promoción de Ambar de esas rojas y las pone ahí enfrente del callejón, que llega todo el viento.
Yo voy a los dos bares, porque me preocupan las dinámicas de polarización y hago todo lo posible para detenerlas. Ya sabes cómo soy, mamá. En realidad, te lo debo. Tú me lo enseñaste. Como cuando me dijiste que invitase al cumpleaños a Toño el Fanegas, el repetidor que nos pegaba a todos, y la mitad de los chicos y todas las chicas menos una dijeron que no venían porque no les dejaban sus padres si venía el Fanegas, y al final el Fanegas dijo que tampoco venía y en la fiesta solo estuvimos tres, pero qué orgullosa estabas de mí, que es lo que cuenta.
Una de esas tardes estaba precisamente charlando con el tío Rafael en la terraza del bar de Roberto. Rafa me empezó a contar que en semana santa, en Melero, hacen una recreación de la pasión y que hace unos años todo el mundo estaba admirado por lo bien que lo hacía el chico que hacía de Jesucristo. Míralo, míralo, me decía Cristóbal que decían, pero mira este Jesucristo, qué bueno que es, qué cara de sufrimiento, hasta parece que tenga morados los labios y todo. Y al final, me dijo Cristóbal, casi se muere el pobre zagal. Hacía frío y el pobre ahí desnudo atado a un palo en lo alto del monte había pillado una hipotermia que casi no la cuenta.
-¿Y por qué te has acordado de esa historia?
-Por la cara que se le ha puesto ahí a Luis, que está igualico que el que hacía de Cristo en Melero.
Lo dijo tranquilamente, con una combinación de somardería y Schadenfreude. ¡No me extraña que a Schopenhauer le gustara Gracián! Borges creía que era porque en las traducciones se perdía el juego de palabras pero es porque se conservaba lo somarda. Al tío Luis lo conseguimos salvar, con unas mantas y una botella de coñac. Pero aunque en el pueblo hemos tenido a raya la Covid-19, ha habido dos pulmonías. Es verdad que no son de Teruel Teruel, la madre de Luis parece que era de Valencia y quieras que no eso se nota. En todo caso esto me hizo pensar en algo obvio, pero que muchas veces olvidamos. Las cosas son complejas, no conocemos el virus, las medidas pueden tener efectos inesperados. Para que la gente lo tuviera en cuenta, pedí que se emitiera un bando con una reflexión que leí en un periódico y me pareció muy oportuna:
Atención. Se hace saber que, por orden del señor alcalde, debemos pensar en términos de complejidad sistémica y transformar nuestras instituciones para gobernar los sistemas complejos y sus dinámicas, especialmente cuando nos enfrentamos a riesgos encadenados.
Ese pregón aclaró muchas cosas a la gente del pueblo y tranquilizó los ánimos. Trajo un espíritu de entereza y calma. Es uno de los pregones de los que estoy más orgulloso y creo que tuvo efectos positivos. Por ejemplo, un par de días más tarde el periódico decía que una variante del coronavirus surgida en Aragón representa el 80% de los contagios europeos. Leyó la noticia Ramiro en voz alta, y ahí en la terraza del bar de Lourdes todos nos pusimos a aplaudir, qué momentazo.
Luego Ramiro dijo:
-Ya verás cómo vienen los catalanes a decir que la variante es suya.
Hemos puesto unas estufas en las terrazas de los bares y quedan muy bonitas. No sé si será un cambio coyuntural o estructural, como tantas cosas. Pero están preciosas y me gustaría que las vieras. No quiero exagerar, pero a veces por la tarde La Cañada tiene un aire casi parisino…
De todas formas, la idea de la que estoy más orgulloso se me ocurrió unos días más tarde, mientras leía a Judith Butler en el Barranco Pistolo. Fue un descubrimiento gradual y de hecho en un primer momento no me di cuenta de que fuera así. Eso pasa muchas veces.
Bueno, mañana sigo, es tarde.
Esta mañana hemos estado paseando con Yanis y Lourdes por la Fuente del Gaire. Ya hay nieve en Majalinos, era un momento apacible, de verdadera calma, me sentí en paz conmigo mismo. Luego Yanis se ha echado a correr detrás de la mastina de la granja de Ovidio, me ha llevado un rato alcanzarlo, y me he caído por un terraplén pero lo he conseguido aunque era demasiado tarde. Estaban los dos perros enganchados por los culos, cada uno mirando a un sitio distinto, y mientras esperaba que se despegaran y Lourdes se reía, le he hablado a Yanis de su masculinidad tóxica, le he leído un par de artículos de El Diario que tengo guardados en el móvil.
Te decía anoche que era tarde y es curioso porque ese es el asunto. El toque de queda no era muy complicado cumplirlo pero daba pena apurar y cerrar a las ocho, especialmente algún día señalado, y a mí me preocupaban los problemas del sector de la hostelería. Fue ahí cuando, hablando de broma con Lourdes, se me ocurrió que podíamos hacer un cambio de hora. Cuando fueran a ser las ocho de la tarde, cambiaríamos la hora de La Cañada a las 19. Luego podíamos recuperar la hora. Parecía una solución sencilla y clara. Podía tener consecuencias económicas -estaba claro que encontrarnos en la misma zona horaria que La Valredonda y que Melero era una ventaja competitiva- y no estaba seguro de que fuera legal.
Unos días estuvimos haciendo eso, y luego a las 21 decíamos que eran otra vez las 20. El viernes, que había un poco más de animación y tres bajaron a la plaza, cambiamos la hora un par de veces, y luego a las 20 cambiamos a las 22.
El sábado repetimos y alargamos un poco más. Poco antes de que dieran las 20, que pensábamos cambiar a las 23 en cuanto saliéramos, vimos que se acercaba el coche de la guardia civil. Dijeron que si se podían tomar un pacharán y qué hacíamos abiertos. Les contamos que habíamos cambiado la hora, ellos se quedaron pensativos. Nos conocemos bien, eran Manuel y Guillermo, juegan en el equipo de fútbol sala de La Valredonda en el torneo de verano (aunque este año no se ha podido celebrar).
-Pero ¿eso lo puede hacer un pueblo? -dijo Manolo.
-Para mí que no.
-Mecagüendiósqueno -dijo el tío Rafa-. Pues si en la guerra el pueblo emitía su propia moneda, ¿no vamos a tener la hora que nos salga de los cojones ahora, que hay democracia?
Eso los dejó pensativos. Era un argumento de difícil contestación.
Mientras, expresé en voz alta una idea a la que le daba vueltas desde hacía unos días: quizá algunos vecinos no se habían enterado del cambio de hora. Los de la Costera, por ejemplo. O Enriqueta, que vivía cerca del lavadero y se acostaba pronto. Ese cambio era irrelevante para ella. A unos les venía bien (por ejemplo, los empresarios hosteleros), ella no lo necesitaba. Podría darse el caso, incluso, de alguien para el que esa modificación supusiera un perjuicio: todo cambio genera ganadores y perdedores. ¿Por qué hacerle cambiar de hora? Y entonces fue cuando me acordé de Judith Butler. Mi teoría era sencilla: si aceptamos la autodeterminación de género, si sabemos que el género es una mecanismo de construcción determinado por la estructura social y realizado a través del lenguaje y que hay un potencial emancipatorio en escapar a su asfixiante binarismo, un potencial que ya adquiere reconocimiento legal en algunas democracias avanzadas, ¿no debería ser todavía más urgente y sencillo buscar esa emancipación en términos temporales, cuando la cronología y, digamos, el huso horario constituyen otra herramienta de control social? La medición del tiempo, obviamente, tiene un componente físico, pero incluye un elemento decisivo de arbitrariedad. Modificarla presenta efectos menos invasivos que la medición de una persona en el espectro sexo/género, también en cierto modo arbitraria. ¿Por qué no se podría aplicar, con mucho más sentido, esa reflexión emancipadora al tiempo? ¿Por qué no podía haber una autodeterminación temporal?
-No entiendo -dijo Manolo.
-Que podéis tomar otro pacharán, son las siete otra vez -dijo Lourdes.
Fueron unos días de excelente armonía. Cada persona del pueblo elegía la hora en la que estaba, la que le venía mejor, la que le permitía ser más él mismo. Hay que decir que mucha gente se quedó en la hora inicial, coincidente con la de la Puerta del Sol. Pero, por ejemplo, por la mañana, había personas que decidían adoptar la hora de Canarias. Otros decidieron, estar a las 11:33 en vez de las 12 o las 11. Poco a poco empezaron a surgir algunos imprevistos. Con horarios diferentes, era difícil quedar a hacer las cosas. Había armonía, como digo, pero surgían confusiones. Por ejemplo, un día Adoración tenía cita con doña Carmen (recetas), la médica, a las 10. La consulta abría a las 9:30 (hora de la consulta, coincidente con el Central European Time), y Adoración acudió a sus 10, pero ella, que siempre había sido anglófila (de hecho, era una de las más firmes defensoras del Brexit en la comarca de Sierra de Arcos), había decidido adoptar el Greenwich Mean Time, lo que en términos prácticos significa que llegó a la consulta a las 11 del Central European Time. Normalmente no habría pasado nada, pero precisamente a esa hora tenía cita Dolores, que se quejaba de migrañas crónicas y además quería pedir unas recetas para la tensión de su marido, y entre las dos había cierto resquemor desde que una vez, en fiestas, Adoración le dijo a Dolores: Parece que te has engordado un poco. (Según otra versión, la expresión literal fue: Parece que estamos de buen año.) Se generó una situación un poco incómoda, un ejemplo de colisión de derechos. No fue el único caso similar. Así, en algunas parejas se quejaron de que el marido o la mujer utilizaba la diferencia horaria para decir que llegaba antes a casa, y Lucía dijo que era una discriminación que la hora de la novela no respetase su preferencia (15 minutos más tarde, que era el rato que le gustaba quedarse más en la cama por la mañana). Los forasteros Jota y Virginia, a quienes en el pueblo llamábamos afectuosamente los madrileños de los cojones, también protestaron: la autodeterminación temporal les producía incertidumbre y vacilaciones. ¿Quién podría haber pensado que se generarían estos problemas? Me recordaba un poco al 15-M, y al experimento de la democracia directa. ¿Cómo íbamos a saber que la democracia directa presenta todos esos problemas? ¿Cómo íbamos a imaginar que llevar todos la misma hora podría resultar útil en algunos casos? Son desafíos nuevos, hay que afrontarlos poco a poco.
Con cierta melancolía, al cabo de un par de semanas, decidí limitar parcialmente la autodeterminación horaria. Cada uno llevaría en su interior, en su reloj particular, la hora que quisiera, la hora íntima. En cambio, en la esfera social, consideramos que llevaríamos el Central European Time, la hora de la Puerta del Sol (GMT+1). A veces me parece que el problema estriba en que no fuimos lo bastante radicales. Pero estoy relativamente satisfecho con esta solución de compromiso.
Para no perjudicar a la hostelería, declaramos casas particulares a los dos bares del pueblo. El puticlub que hay en la carretera de La Valderonda, el Shanghái, tiene más espacios acondicionados para trabajar y me pareció el lugar idóneo para las eventuales reuniones del comité científico de La Cañada.
Seguimos con los preparativos, los proyectos, la vida… Y uno de esos días, ya casi en navidades, me llamó Lara. Ya te habrás imaginado que fue ella, seguro. Te acuerdas, ¿no? Al principio no te caía muy bien, decías que era una metomentodo, pero luego le cogiste cariño. Me dijo que ahora trabaja en Aragón Televisión.
-Te he llamado porque tengo que pedirte un favor.
Eso es una cosa curiosa que he descubierto con el tiempo: es más frecuente que la gente te llame por teléfono para pedirte un favor que para ofrecértelo. No sé bien a qué obedece y puede que sea mi experiencia anecdótica, pero creo que hay una tendencia.
-Pues mira, que el 24 vamos a emitir la nochebuena en directo desde un pueblo, como todos los años. Y he pensado que La Cañada puede ser el sitio perfecto para el programa.
-¿Tú crees?
-Es una navidad muy especial. Un año tan difícil, tan duro.
-¿Y qué hay que hacer?
-Nada, queremos contar cómo se vive la navidad en el pueblo.
-Este año lo llamaremos Solsticio.
-¿Solsticio?
-Bueno, de entrada será Fiesta del Solsticio/Navidad. Quiero que sea inclusivo y gradual. Combinar lo nuevo y lo antiguo, lo cristiano y lo pagano. Aunque, claro, hay una confusión recurrente, a veces la gente entiende lo pagano como laico y es casi lo contrario, de hecho podría decirse que la religión monoteísta es un paso en el camino que lleva al desencantamiento del mundo. Claro, ese desencantamiento del mundo es imperfecto, transitorio, no solo deja unas heridas y una sensación de incompletitud, también convive con formas de espiritualidad, a veces una especie de brotes… -la estaba perdiendo, me di cuenta.
-Bueno, lo que queremos es ver cómo se prepara, cómo cambian las restricciones nuestra experiencia de la navidad, qué hacen los niños…
-Hay tres.
-Luego, grabar la recreación, el belén viviente. Que además lo bueno que tiene es que es estático, no tiene que cambiar mucho. Yo creo que puede quedar muy bien. Preguntamos a la gente del pueblo, que cante alguien una jota, sales tú aprovechando que ahora eres famoso.
-¿Famoso?
-Claro, con el libro.
-¿Qué libro?
-El del hipster, hombre. Pues anda que no nos hemos reído. Mira que yo soy periodista y ya sabes que los libros se me hacen largos. Pero aquí como es todo tan real. Es que te imaginaba ahí con esa cara que tienes, esos ojillos de despiste que todo el mundo pensaba que estabas siempre emporrado… Mi hermana: ¿y de verdad salías con este? Pero ¿cómo se puede ser tan empanado?
-Hombre…
-Ya le dije yo eso. Que tampoco es para tanto, que parece más de lo que es.
-Gracias.
-Eso que sale en el libro de que montas un taller de nuevas masculinidades. Seguro que es una exageración. Menuda idea de bombero.
-No era tan mala idea…
-Ahí solo con las tres mujeres del pueblo en la cochera de la tía.
-Pues, mira, yo creo que hay hombres que están a punto de venir…
-Y cuando te dan la pedrada y crees que es el viento. Jaja. Mi padre se descojonaba. ¿Y con ese te querías ir?, decía. Semejante esgarramantas.
-…
-Bueno, ya sabes que lo dice con cariño. El caso es que hemos pensado en emitir en directo desde La Cañada el día 24. Necesitamos que preparéis lo del Belén y tal, y ya iremos hablando.
La verdad es que no entendí a qué se refería con lo del libro y tampoco gran parte de lo que quería decir, pero en este tema siempre me dejo guiar por el consejo de Gore Vidal: nunca hay que rechazar una invitación a tener sexo o salir en la tele. Como alcalde, debía decir que sí a la oportunidad de que La Cañada saliera. Hubo algún momento de vacilación… Por ejemplo, en el bar me dijeron que en el pueblo hacía años que no se celebraba ningún Belén viviente. Entonces les dije que en ese caso sería mejor decirles que ya habría otra ocasión, y que emitieran desde Melero o La Valredonda del Molino, donde sí había tradición recreacionista.
-¡Los cojones!
-¡Ni de coña!
-¡Ni muerto!
-¡Antes prendo fuego a la tele!
-¡Mis cojones!
Fue un momento unánime, solidario y emocionante, el preludio de una serie de lo que podríamos llamar afanosos preparativos: decidimos que el portal sería en el Trinquete. Así la DSNG de la tele podía aparcar bien en la plaza, en la parte que no estaba cubierta de hielo. Hicimos un casting entre los tres niños del pueblo para ver quién podía hacer mejor de Cristo. Al final elegimos a Agustín el de Jesusa, porque aunque si te pones quisquilloso puede parecer algo mayor para hacer de recién nacido, los rizos quedaban muy bonitos. Convencimos a Jesusa de que le quitara la pelusilla del bigote. De Virgen se decidió que hiciera la que ayuda a Teresa en la tienda. Para escoger los animales seguimos las indicaciones de Lara. Nos había dicho que la audiencia funcionaba mejor con ovejas que con vacas, al menos en la comunidad autónoma de Aragón. Probablemente había un elemento de nostalgia rural: gente mayor que veía la tele y recordaba los animales de su niñez, un componente proustiano. En Asturias, Cantabria y Galicia es al revés, y las vacas tienen más audiencia que las ovejas. En Aragón hasta las gallinas tienen más audiencia que las vacas. España es un país diverso, le pese a quien le pese. Eso sí, a todo el mundo en todas partes le gusta la nieve.
Preparamos unas jotas para que parecieran espontáneas. La tía decidió preparar para los de la tele también un hueco en la cena. La retransmisión empezaba a las 18:30, terminaba a las 20. Les dijo a Lara y al equipo que podían ir a cenar a su casa, con Lourdes y conmigo, cardo y ternasco, pero ellos dijeron que preferían irse, se hacía tarde y, teníanhabía que conducir bastante., etc.
La retransmisión, ya lo habrás visto, empezó bien. Tomando los arcos, el trinquete del ayuntamiento parecía un portal. Era un poco raro que Agustín, el hijo de Jesusa, se empeñara tanto en simular que mamaba, mucha energía para un recién nacido, pero está claro que estaba metido en el papel. Y, como dijo la tía cuando la entrevistaron ahí preparando la cena, fue un acierto que Mohamed hiciera de pastor. Me dio un poco de pena que dijese “Con el moro queda la mar de multicultural”, porque en cierto modo se diluía el mensaje de integración, pero tampoco tiene demasiada importancia.
Todo iba saliendo bien: un belén viviente modélico en términos sanitarios. Andaba algo escaso de público, pero con lo de la distancia social se disimulaba. Lara comentaba, guiaba el programa, la verdad es que lo hace muy bien. Salieron las terrazas, y las tiendas, los chicos y de pronto empezó a nevar con fuerza, y todo el mundo, empezando por los de la tele, estaba entusiasmado. En cuanto a mí, me gustaba pero había algo falto de autenticidad, algo que me incomodaba. No sabía si era la incongruencia de celebrar en una serranía del Maestrazgo el nacimiento de un niño palestino con un elevado sentido de su propia importancia hace dos mil años, o el hecho de que fuéramos cambiando las chaquetas de los niños para que pareciese que había más, aprovechando las mascarillas. Quizá fuera mi complicidad con la televisión, que ha producido a Silvio Berlusconi, a Donald Trump. O quizá fueran las responsabilidades, todos los retos que debíamos asumir y que mientras los demás se divertían yo sabía que seguirían allí enfrente después de la fiesta.
Fue entonces cuando sucedió. Lo viví con esa sensación de incredulidad que experimentas cuando te das un golpe tonto con el coche y parece que todo va más lento, y ves la catástrofe inverosímil e inevitable como Seaman cuando Nayim le metió el gol. Vi a doña Carmen, la médica, bajando por la cuesta sin la menor precaución.
-Nos vamos pitando -dijo.
-¿Qué pasa?
-Virginia se ha puesto de parto, tenemos que salir ya.
La verdad es que era la primera noticia que tenía de que Virginia estaba embarazada. Me había parecido que estaba más bien fuerte, pero como sabes soy un firme partidario de la diversidad volumétrica e intento evitar juzgar a la gente por la distribución de su masa corporal. En ese momento entendí sus quejas por la fatiga de las cuestas, más tarde supimos que el curso que no podía ver bien a causa de la mala conexión de internet era una serie de vídeos de una doula de San Francisco. Fue un golpe para mi opinión sobre mi capacidad de observación, pero me repuse pronto.
-También es mala suerte, con esta nieve y ahora que van a cantar las jotas.
Me habría gustado escucharlas, sobre todo porque habíamos introducido unos elementos feministas e inclusivos que mejoraban mucho las letras, pero mi deber era acompañar a la parturienta y a la médica. No teníamos ambulancia pero Ramiro apareció con el todoterreno que usa para cazar.
La médica y yo subimos hasta la casa de los madrileños. Dejamos a Virginia en el asiento trasero.
-¡Que venga también el tío Garroso! -dijo Lourdes.
Al parecer, el tío es un experto criador de ganado y tiene buena conversación, y según Lourdes cualquiera de las dos habilidades puede resultarnos útil.
El tío Garroso llegó con el cigarro, miró a Virginia y dijo:
-Chico, viene de nalgas.
Apagó el cigarrillo y se subió al coche.
Mientras arrancábamos, se oía cantar la primera jota:
La Virgen iba a Belén
por una montaña oscura
al vuelo de la perdiz
se le ha escapado la mula.
Qué enigmático ese vuelo de la perdiz, le decía a Ramiro, que conducía en la montaña oscura: me hacía pensar en la lechuza de Minerva, lo que son las cosas. Mientras, en el asiento trasero Carmen asistía a Virginia y Deejay Jota se quejaba de mareos. La nieve estaba cuajando ya en partes de la carretera. Llevábamos unos pocos kilómetros pero se nos hacían largos, yo oía que Carmen intentaba tranquilizar a Virginia, pero percibía cierta angustia.
-No llegamos a Alcañiz -me dijo.
Entonces Ramiro, campeón de tiro al blanco de la comarca de Sierra de Arcos los años impares, miembro fundador de la Asociación de Cazadores, minero retirado, dio un volantazo y se dirigió hacia una casa en la que se veía una luz encendida.
El Shanghái.
Lo demás imagino que ya te lo habrá contado la tía. Llegamos y Silvina Domingo, la madame, preparó rápidamente una habitación, con la eficiencia que la caracteriza. Hasta me dijo que la noche sería larga y que lo mejor era que pidiéramos a alguien del pueblo que trajera un barril de cerveza, que quedaba poca. Ella y una de sus compañeras se fueron con Virginia, la médica y el tío Garroso, y el Deejay Jota. Molestaba bastante, pero no me pareció mal chaval.
-Qué guantazo tiene -decía Ramiro, que se quedó conmigo en la planta baja, bebiendo y hablando de Margaret Atwood con Marta, la camarera del Shanghái (Marta es muy fan).
Estuvimos un buen rato. Al cabo de un tiempo se oyó el llanto de un bebé, un poco más suave del que he oído en las películas, aunque el cine europeo es algo más realista, se ve que hay otro concepto de la mímesis. Nos quedamos los tres en silencio.
Subí las escaleras hacia el piso de arriba y vi a la doctora Carmen, a Silvina y a Juan el Garroso. Juan le había liado a la doctora uno de sus cigarrillos, los dos fumaban junto a la ventana abierta. Por la puerta entornada miré un segundo a Virginia y Jota y a Lucía. Luego Leandro Gascón me dijo que era el primer nacimiento en el término municipal de La Cañada en 50 años.
Bajé y salí. En el descampado de delante del puticlub había aparcado un coche de la guardia civil. Manuel y Guillermo bajaron, entraron cuando yo salía. Vi que llegaba Mohamed, con la camioneta. “Hay que celebrar, traigo birra”, dijo. De pronto me pregunté si lo de los Reyes Magos era un malentendido de traducción, ¿para qué servía la mirra?
Había dejado de nevar. Me acordé de la canción que nos ponías de pequeños: Mi tierra no es de azúcar ni tiene mariposas en invierno. A lo lejos se veían las luces de La Cañada, bajo un cielo cubierto de estrellas, y te juro que en ese momento vi una mariposa. Brilló un segundo sobre la nieve y luego desapareció en la oscuridad. A fin de cuentas, es la noche más mágica del año.
Os quiere,
Enrique
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).