[Atento aviso: Aunque en la siguiente entrada se hable sobre un libro de ensayos, el autor se ha reservado el derecho de citar la famosa frase de Alfonso Reyes sobre los centauros y los géneros. Lamentamos cualquier molestia que eso pueda causar. Por su atención, gracias.]
Por momentos da la impresión de que en el ambiente literario mexicano haber leído libros de crítica o teoría literaria es raro; haberlos entendido es sospechoso; pero citarlos o hablar favorablemente sobre ellos es motivo suficiente de escarnio. En este mundo torcido, las buenas conciencias quizá toleren que te guste el escritor de moda –creo que ahora mismo es Murakami–, pero no te perdonan que cites a Derrida, Butler, Deleuze o Rancière, en lo que parece el equivalente moderno a cuando la gente suponía que una cámara fotográfica te robaba el alma. Incluso contra la realidad más aparente e inmediata de cada vez más escritores que trabajan en la universidad, el lugar común indica que la creación literaria y la academia no se llevan.
Este es el primer prejuicio de muchos otros que no se reproduce ni se alienta en Los muertos indóciles de Cristina Rivera Garza, un ensayo anclado sin miedo, pero también sin presunción, en debates teóricos y críticos sobre el estado actual de los conceptos de literatura y escritura en el contexto digital. Una buena manera de presentar el libro es recordar algunas ideas que CRG puso a discusión en tuiter bajo el hashtag #escriturascontraelpoder en julio de 2012:
“¿Dices que el pasado se instauró en el poder pero sigues hablando de la originalidad como baluarte literario?”
“¿Te preocupa el estado de las cosas pero cuando escribes crees que la estética no va con la ética?”
“¿Quieres trastocarlo todo peor te parece que el texto publicado es intocable?”
“¿Cuestionas la autoridad pero te inclinas ante la autoría?”
“¿Crees que escribir es actuar y viceversa?”
“¿Estás contra el estado de las cosas pero sigues escribiendo como si en la página no pasara nada?”
Estas preguntas conforman la idea central del libro, el análisis de lo que se propone como la poética de la desapropiación, que “pone en duda la circulación de la escritura dentro del dominio de lo propio”. Que el lenguaje no es nuestro, sino que lo tomamos prestado para reutilizarlo, que la escritura es la forma más radical de leer, que el texto se piensa como un formato amplio en el que sucede la creación, que la escritura se piensa desde un lugar comunal y no privado, son algunas de las ideas que hay en el libro.
Hay razones suficientes para considerar este libro como una de esas ideas excepcionales o maneras de leer que nombran, con éxito, una época, tal y como en su momento lo hicieron, por ejemplo, los estudios de Margo Glantz con la literatura de la onda, o los de Wigberto Jiménez Moreno con la generación de medio siglo. Una de ellas es que el libro da noticia de un corpus extenso de textos ajeno al que proponen las maneras canónicas y tradicionales de pensar el texto y la escritura. Este corpus es una guía de lectura para entender de dónde viene, y hacia dónde va, la idea de la desapropiación.
Para restringir la antología únicamente a la escritura en México, algunos nombres son: Hugo García Manríquez, Anti-Humbolt; Luis Felipe Fabre, Leyendo agujeros: Ensayos sobre desescritura, antiescritura y no escritura; María Rivera, Los muertos; Mónica Nepote, Hechos diversos; Dolores Dorantes, Querida fábrica; Gerardo Villanueva, Transterra; Alberto Chimal, El viajero del tiempo; Román Luján, Instrucciones para hacerse el valiente. Pero el libro, fiel a su propuesta, amplía los márgenes de la escritura para incluir también proyectos en tuiter, como los de @diamandina, @viajerovertical, @hiperkarma, @mutante, @javier_raya, @cruzarzabal, @harmodio, entre muchos, muchos otros.
Pero la mención de estos nombres, su estudio, no sería suficiente sin la certeza clara de que a toda nueva idea de escritura corresponde una nueva manera de pensar y de leer. El libro es la articulación de esas nuevas maneras, que puede explicarse con uno de los motivos recurrentes en el ensayo:
"Si, como dijo Gertrude Stein, la única obligación del escritor es producirse como contemporáneo de su época, explorar las distintas formas de composición de una era es más una vocación crítica que una opción basada en el mero gusto personal."
El libro es la explicación de cómo las nuevas escrituras se presentan como contemporáneas a la era digital, pero también es el guión y la puesta en escena de cómo es posible leerlas y ensayarlas desde el análisis y la crítica. Una de las entradas del “Tractatus logico-tuiterus” incluido en el libro lo explica así: “un tuit no cuenta lo que pasó, constata que algo sucede”, y todo eso que está sucediendo ahora mismo en relación con la escritura está presente aquí. De haberlo leído hace unos meses, lo que desarticuladamente propuse como “La otra crítica literaria” habría muy bien podido llamarse, con elocuencia, Cristina Rivera Garza.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.