Anatomía de un fallo periodístico

Sobre la urgencia de cuestionar las decisiones editoriales que permiten pasar por alto lecciones básicas del periodismo. 
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En noviembre pasado, Rolling Stone publicó en sus páginas un largo reportaje de Sabrina Rubin Erdely sobre la presunta violación sufrida por una estudiante a manos de siete hombres de una fraternidad en la Universidad de Virginia, en el cual se acusaba también a las autoridades universitarias de tolerar una cultura de violencia contra las mujeres, mostrándose menos preocupadas por proteger a los estudiantes que por salvaguardar su propia reputación para evitar el escándalo.

Durante los primeros días de diciembre, y después de que medios como The Washington Post hicieran un seguimiento noticioso del caso y empezaran a encontrar fallos en la construcción del trabajo periodístico e inconsistencias en la versión de la víctima, la revista emitió una disculpa a sus lectores, reconociendo que en la firme creencia de que el relato de la víctima era cierto, no buscaron a los supuestos agresores para tener su versión.

La controversia siguió su curso y tomó nueva vida esta semana. A los cuestionamientos sobre el deficiente trabajo de Rolling Stone en la supervisión editorial y el nulo esfuerzo por cotejar la información proporcionada por la víctima, se sumaron las conclusiones de las autoridades policiacas, quienes no encontraron evidencia que soportara la versión que la revista publicó sobre la violación. Así, los editores pusieron toda su investigación en manos de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, que ha dado a conocer un largo informe que la propia publicación reconoce como “la anatomía de un fracaso periodístico”.

El documento señala claramente fallos básicos en prácticas periodísticas que deberían ser de rutina; los editores no solo pusieron en riesgo la reputación de la revista basándose en una sola fuente, sino que ninguna de las acusaciones fue corroborada, pues no se buscó la versión de los acusados ni de los tres amigos que estuvieron con la víctima la noche en que habría ocurrido el abuso.

Tampoco se pidió a la reportera llenar los vacíos que había en su reportaje, lo que revela la incapacidad o la nula voluntad de periodistas con décadas de experiencia conjunta para detectar o señalar deficiencias graves en el trabajo de una colega y discutirlas con ella.

Por su parte, la Dirección de Rolling Stone ha determinado no despedir a nadie en virtud de que las fallas encontradas en la redacción del reportaje no indican la intención de dañar a nadie. Pero para Chris Cillizza, analista del Post, este caso no puede ser tratado de la misma manera en que se juzga la falta de juicio en que a menudo incurren los periodistas en el mundo de Twitter; en su opinión, aquí hay negligencia periodística que erosiona lo único que periodista tiene en este negocio: su credibilidad.

Nada de lo anterior significa que el ataque sexual del que habla el trabajo periodístico de Sabrina Rubin Erdely no haya existido en lo absoluto; significa que la investigación presentada es lo suficientemente endeble como para poner en duda lo que hay en ella. Como explica el equipo de la Universidad de Columbia: reportera y editores esperaban que su investigación sonaría la alarma sobre esta problemática y obligaría a las universidades a tomar más serio las acusaciones; en su lugar, la revista quizá haya contribuido a generalizar la idea de que muchas mujeres inventan acusaciones de violación.

El caso aporta varias lecciones valiosas, aunque quizá el aspecto más relevante de este episodio es el saludable debate que se ha generado en los medios sobre cómo se pasan por alto deficiencias graves en la investigación, así como la nula verificación de versiones que ponen bajo duda reputaciones de personas. Rolling Stone no ha podido evadir ese hecho; la decisión ha sido disculparse, pero no de una manera vergonzante que implicase sepultar el error periodístico y eliminar todo rastro de él, sino que han actuado de la única manera responsable que creen tener a la mano: pedir a alguien de fuera evaluar su trabajo y elaborar una pieza de periodismo sobre el fracaso de su periodismo.

El juicio más duro sobre el trabajo de la reportera lo ha hecho uno de los amigos de la chica señalada como víctima, quien concluye que ella simplemente "estaba buscando una historia y no le importó si era verdadera o falsa". Para los investigadores de Columbia es entendible que en el proceso de construcción de la noticia no siempre pueda llegarse a todas las fuentes que se desearía, de ahí que lo ético sea ser transparente con los lectores acerca de lo que se tiene certeza y lo que desconoce al momento de publicar, así como con los cruces de información que se hicieron para verificar su validez.

Hanna Rosin reafirma también, en un texto en Slate.com, algo que parecería obvio: los cargos por violación son un asunto muy serio que debe ser manejado con el mayor cuidado posible, así que es necesario explicar a las víctimas que para informar adecuadamente se tienen que buscar todas las versiones posibles, porque contrastar los testimonios es una cuestión de justicia con los acusados, pero también porque pueden salir a la luz nuevos hechos importantes.

Will Dana, director de Rolling Stone comete un último fallo al asegurar que no es necesaria una reforma interna que modifique la forma de hacer las cosas; que "solo hay que hacer lo que siempre hemos hecho y asegurarse de no cometer este error otra vez". Los hechos muestran lo contrario: la urgencia de cuestionar las decisiones editoriales que permiten pasar por alto lecciones básicas del periodismo, de entender que cada caso tiene múltiples narrativas y que la construcción noticiosa requiere de búsqueda de documentos, de evidencia y de entrevistas con el mayor número de personas involucradas que sea posible. Hay que hacer más que buscar una historia rompedora y controversial; hay que trabajar para que además sea útil.

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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