#ElLibroPrestado Dirección única

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i.

Hay distintas maneras de amar los libros. Algunos se acercan a ellos con amor cortés, como queriendo mantenerlos ajenos al paso del tiempo: si acaso dejan un asterisco pequeño, siempre en lápiz, o marcan las páginas con un impoluto papelito. Mi familia en cambio pertenece al grupo de los que profesan por los libros un amor carnal. Subrayamos y anotamos con la pluma que haya a la mano, trazamos corchetes, paréntesis, flechas, signos de exclamación y garabatos, improvisamos separadores con tickets del súper o recibos del gas. Como Antonio Machado, que según Juan Ramón Jiménez masticaba los libros hasta que quedaban reducidos a algo como una mariposa de alas redondeadas.

Lo que dije antes: son variaciones del amor.

 

ii.

Desmembrar la biblioteca de mamá fue la verdadera cremación de su cuerpo. Mis hermanos y yo compramos estampitas de colores y nos reunimos durante varias tardes a pegarlas en los lomos de los libros que queríamos conservar. Después invitamos amigos a escoger alguno como recuerdo, con la condicion de que por ningún motivo devolvieran aquello que encontraran entre sus páginas: la vida privada de cada libro debía permanecer contenida en los papeles, notas y recortes que había en él. Fue así que agregué a mi biblioteca un centenar de libros venturosamente repletos de anotaciones al margen.

 

iii.

En los ocho años que han estado conmigo, he encontrado en los libros de mamá evidencia de varias facetas suyas como lectora. Conservo por ejemplo Infancia en Berlín hacia 1900, de Walter Benjamin, luminoso ejemplar de una colección de Alfaguara que dejó de existir: pequeños libros empastados en gris y morado con grandes letras verdes en la portada.

Sé que mamá amaba estas páginas porque unió en ellas a autores que llevaba enlazados en la imaginación. El ensayo Juego de letras, por ejemplo, empieza ferozmente:

Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizá esté bien así. El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia. De otra manera lo comprendemos, y tanto mejor, cuanto más profundamente yace en nosotros lo olvidado.

La página está separada con una banderita y hay una anotación al margen con las siguientes palabras de Nietzsche: He dado nombre a mi dolor y lo he llamado “perro”. Imposible conocer a fondo los mecanismos que la llevaron de un punto a otro, pero quiero pensar que algo comprendí cuando, años después, completé su nota con una línea de Mi vida con la perra, de Francisco Hernández:

Tauro: La felicidad es un saco que me queda grande.

 

iv.

Originalmente, había en casa un libro hermano de Infancia en Berlín hacia 1900: su nombre era Dirección única y reunía textos y aforismos publicados por Benjamin en 1928. No puedo decir mucho de él porque no volví a verlo después de que mamá murió, pero recuerdo vagamente la tarde en que se lo prestó a una mujer con la que estaba tomando café. En internet dice que los ensayos ahí contenidos son pequeños pasajes inclasificables y que sus principales temas son la catastrófica situación económica de Alemania, la rememoración de la infancia y la ciudad de parís (el segundo de estos temas daría lugar más adelante a Infancia en Berlín hacia el 1900).

Pienso a menudo en el destino de Dirección única, pero no he querido comprar otra edición o leer el pdf que encontré en línea porque guardo la esperanza, absurda como todas, de que vuelva a mis manos.

Sin saberlo, aquella tarde mamá prestó un libro que me pertenecía.

 

v.

Así como en mi biblioteca quedó el hueco de aquel libro de Benjamin, conservo volúmenes prestados que mamá no tuvo tiempo de devolver. Entiendo la biblioteca que heredé como una colección de objetos que son, como todo lo que tenemos, prestados y pasajeros. Estoy a punto de escribir que los libros no son de nadie o son de todos, pero me detendré a tiempo. Diré solamente que no sé si la persona que tiene Dirección única se quedó con mi libro o si yo, que tengo Infancia en Berlín hacia el 1900 en mi cabecera, me quedé con el suyo.

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(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).


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