La conciencia crítica de la Generación X
Pertenezco a una generación de activistas de izquierda que se politizó a raíz del levantamiento del EZLN en 1994. Incluso los compañeros que ya portaban el carnet de militancia renovaron significativamente su perspectiva política a través del prisma zapatista. Con el Subcomandante Marcos nuestra generación no solo aprendió a combinar el campesino “pues” con el españolísimo “vale” (póngase atención en el habla de los compas de entre 35 y 45 años), sino que también completó la transición entre una forma de activismo en la que las llamadas luchas sectoriales (género, ambientalismo, etcétera) se subsumían en un proyecto emancipador universal bajo el paradigma de la lucha de clases, hacia otro modelo basado en la autonomía y vinculación horizontal de las diversas expresiones de la política “identitaria”. No más revoluciones totalizadoras, sino una multitud de “emancipaciones” (indígenas, mujeres, personas LGBT, etcétera) coordinadas entre sí.
En la postdata de un comunicado fechado el 28 de mayo de 1994, el “sup” esbozó esta modalidad de construcción de la identidad política sobre la que luego teorizarían a profundidad los filósofos agonistas como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Después de enlistar a los oprimidos (“Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica…”) el “sup” resumía:
"Marcos es todas las minorías intoleradas (sic), oprimidas, resistiendo, explotando, diciendo "¡Ya basta!". Todas las minorías a la hora de hablar y mayorías a la hora de callar y aguantar. Todos los intolerados (sic) buscando una palabra, su palabra, lo que devuelva la mayoría a los eternos fragmentados, nosotros. Todo lo que incomoda al poder y a las buenas conciencias, eso es Marcos."
Marcos era el “significante vacío” que podía representar la voz de todos y cada uno de los excluidos, mientras que el núcleo de las demandas del movimiento, la autonomía indígena, se constituía como el elemento hegemónico, el cemento que mantenía unida a la cadena de exigencias de todos los representados. Por ello, de manera muy natural, nuestra generación adoptó el lema “Todos somos Marcos” cuando, en febrero de 1995, el gobierno federal identificó al “sup” como Rafael Sebastián Guillén Vicente y le giró una orden de aprehensión.
Armados de un esquema general de acción política y una fuerte carga afectiva por el zapatismo y su vocero, los activistas jóvenes de la segunda mitad de los años 90 nos embarcamos en varias movilizaciones, algunas directamente vinculadas al EZLN, como las caravanas de solidaridad y el Frente Zapatista; otras independientes, como todo el rollo del “altermundialismo” y la huelga de la UNAM, pero inspiradas por el ejemplo de los indígenas chiapanecos. Sobre los logros y fracasos de esa oleada de activismo de fin de siglo habrá miles de evaluaciones diferentes, pero a mí me parece que la crítica de ese periodo debiera ser también la crítica del legado zapatista, tanto en su origen como en nuestra interpretación.
Creo que hay dos aspectos que merecen particular atención. Por el lado teórico, el zapatismo abrevó de una generalizada confusión conceptual sobre la sociedad civil. A diferencia de las teorías clásicas que entienden a la sociedad civil como un espacio de acción social, ya sea de satisfacción y conflicto de intereses, como en la versión liberal/marxista, o de cooperación voluntaria y práctica democrática, como en la versión tocquevilliana, las teorías de la transición democrática empezaron a ver a la sociedad civil como un actor en el proceso de democratización, no solo diferente del Estado sin intrínsecamente opuesto a él y, por ello, le atribuyeron motivos, objetivos y albedrío. El zapatismo es el paroxismo de esa confusión. Recordemos los llamados personalizados del “sup” a la “señora sociedad civil”[1] y la presunción de que ésta era una entidad homogénea lista para responder a los llamados a la movilización. Muy explicablemente, el zapatismo se quedó sentado esperando cada vez que citó a la distinguida “señora”.
El segundo aspecto a destacar es menos responsabilidad del movimiento indígena y más de sus seguidores. Nuestra generación hizo un fetiche del “mandar obedeciendo”. En vez de entenderlo como una sana rendición de cuentas de los representantes a los representados, nosotros lo interpretamos como un manifiesto contra la representación en sí misma y un llamado a boicotear toda forma de liderazgo. El típico ejemplo es el Consejo General de Huelga de la UNAM, un adefesio organizativo entrampado en sus interminables asambleas y carente de toda estructura funcional. Así, la “sociedad civil” convocada por el zapatismo nunca fue un espacio de intercambio y coordinación horizontal, mucho menos el taller de aprendizaje democrático cuyo ejemplo impulsaría la transición a la democracia en México, como se predecía en las declaraciones de la selva Lacandona.
La teoría del “todos somos Marcos/Marcos es todos” empezó a ser abandonada desde 2003, con el repliegue de los zapatistas a sus municipios autónomos, y recibió el tiro de gracia en 2005, con "La Otra Campaña", cuando Marcos se hartó de apelar a la sociedad civil y decidió juntarse solo con “la mera izquierda”. El cambio de paradigma del EZLN es perfectamente explicable a la luz del fracaso de su política de frente amplio. Lo que no es tan explicable es la virulencia con la que el “sup” ha atacado a sus antiguos compañeros de viaje.
Como era de esperarse, el contingente “Todos somos Marcos” se dispersó por el mundo: en las organizaciones de derechos humanos, en el movimiento sindical, la academia, la esfera privada, los partidos políticos y hasta en el Congreso de la Unión. Cada quien hará su recuento de los años 90 y aplicará los aprendizajes como bien le sirva. No hay truco ni traición en ello, tan solo evolución. Todos fuimos Marcos y ahora somos, afortunadamente, tan solo nosotros. Todavía podemos escuchar lo que tiene que decir el zapatismo en esta nueva vuelta, pero ya no podemos prometer atención acrítica.
[1]Al respecto la excelente tesis doctoral de David Pavón Cuéllar, Construcción y movilización de la sociedad civil en el discurso del EZLN (U. de Santiago de Compostela, 2009).
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.