Ilustraciรณn: Fernando del Villar

Solo un apocalipsis puede salvarnos ahora

La polรญtica de la nostalgia supone que el pasado puede dividirse en edades y que es posible volver a un momento anterior. En un mundo que no es como deberรญa ser, hay cierto solaz en esperar un nuevo giro, un acontecimiento que ponga las cosas en orden.
Aร‘ADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

No digas: โ€œยฟCรณmo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente?โ€ Pues no es de sabios preguntar sobre ello.

Eclesiastรฉs 7, 10

No mucho despuรฉs de salir a correr sus primeras aventuras, don Quijote es invitado a compartir una comida frugal con un grupo de cabreros. Un poco de guiso de carne y mucho vino. Cuando terminan, los cabreros sacan queso duro y una gran cantidad de bellotas, todos empiezan a abrirlas para tomarlas como postre. Todos salvo don Quijote, que toma un puรฑado con la mano, perdido en sus pensamientos. Se aclara la garganta. โ€œDichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de doradosโ€, dice a los campesinos que mastican. Era una edad en la que el fruto de la naturaleza estaba listo para ser recogido. No habรญa tuyo ni mรญo, ni granjas, ni fabricantes de herramientas. Simples zagalas ataviadas con sencillez recorrรญan las colinas sin ser molestadas, y solo se detenรญan para escuchar la poesรญa espontรกnea y sencilla de sus castos amantes. No se promulgaban leyes porque no eran necesarias.

Esa era terminรณ. ยฟPor quรฉ? Los cabreros no preguntan y don Quijote no los abruma con su conocimiento esotรฉrico. Solo les recuerda lo que ya saben: que ahora ni las damas ni aun los huรฉrfanos estรกn a salvo de los predadores. Cuando terminรณ la Edad Dorada, las leyes se volvieron necesarias, pero como no quedaron corazones puros que pudieran hacerlas respetar, los fuertes y los feroces eran libres de aterrorizar a los dรฉbiles y los buenos. Por eso se creรณ la orden de los caballeros andantes en la Edad Media, y por eso don Quijote ha decidido resucitarla en los tiempos modernos. Los cabreros escuchan โ€œembobados y suspensosโ€ a este hombre con su bacรญa por yelmo. Sancho Panza, acostumbrando a las arengas de su amo, sigue bebiendo.

Don Quijote, como Emma Bovary, ha leรญdo demasiado. Ambos son mรกrtires de la revoluciรณn de Gutenberg. El Caballero de la Triste Figura ha absorbido tantas historias de deseo sublimado y proezas que ya no distingue lo que le rodea; Emma lee sobre fortunas ganadas y perdidas, sobre damas arrancadas de la oscuridad por condes galantes, sobre una vida como una fiesta sin fin. โ€œAnhelaba viajar; anhelaba regresar al convento. Querรญa morir. Y querรญa vivir en Parรญs.โ€ Ambos sufren, como todos nosotros, porque el mundo no es como deberรญa ser.

Sin embargo, Mary McCarthy se equivocรณ al escribir que โ€œmadame Bovary es don Quijote con faldasโ€. El sufrimiento de Emma es platรณnico; busca, en todos los lugares equivocados y con toda la gente equivocada, un ideal que solo es imaginario. Hasta el final cree que obtendrรก el amor y el reconocimiento que merece. El sufrimiento de don Quijote es cristiano: se ha convencido de que en el pasado el mundo era realmente lo que debรญa ser, de que el ideal se hizo carne y luego se desvaneciรณ. Como ha probado un anticipo del paraรญso, su sufrimiento es mรกs agudo que el de Emma, que anhela lo improbable pero no lo imposible. Don Quijote aguarda la Segunda Venida. Su bรบsqueda estรก condenada desde el principio porque se rebela contra la naturaleza del tiempo, que es irreversible e inconquistable. Lo pasado, pasado estรก; esa es la idea que no puede soportar. Las novelas de caballerรญas le han robado la ironรญa, la armadura de los lรบcidos. La ironรญa puede definirse como la capacidad de reconocer la distancia entre lo real y lo ideal sin violentar ninguno de los dos. Don Quijote es presa de la ilusiรณn de que la distancia que percibe es producto de una catรกstrofe histรณrica, no que sencillamente tiene su raรญz en la vida. Es un mesรญas tragicรณmico, que vaga en el desierto de su propia imaginaciรณn.

La fantasรญa de don Quijote se sustenta en una suposiciรณn sobre la historia: que el pasado estรก previamente dividido en eras discretas y coherentes. Una โ€œeraโ€, por supuesto, no es otra cosa que un espacio entre dos puntos que seรฑalamos en la lรญnea del tiempo para que la historia nos resulte legible. Hacemos lo mismo tallando โ€œacontecimientosโ€ a partir del caos de la experiencia, como descubriรณ el Fabrizio del Dongo de Stendhal en su fรบtil bรบsqueda de la batalla de Waterloo. Para poner algo de orden en nuestros pensamientos, debemos imponer un orden improvisado en el pasado. Hablamos metafรณricamente del โ€œamanecer de una eraโ€ o del โ€œfin de una eraโ€, sin pensar que en cierto momento cruzamos una frontera. Cuando el pasado es remoto somos especialmente conscientes de lo que estamos haciendo y nada parece particularmente en peligro si, digamos, trasladamos las fronteras del Pleistoceno o de la Edad de Piedra un milenio para adelante o para atrรกs. Las distinciones estรกn para ayudarnos, y cuando no lo hacen las revisamos o las ignoramos. En principio la cronologรญa debรญa ser para la historia lo que la taxonomรญa es para la biologรญa.

Pero cuanto mรกs nos acercamos al presente, y cuanto mรกs se acercan nuestras distinciones a la sociedad, mรกs cargada estรก la cronologรญa. Esto tambiรฉn ocurre con la taxonomรญa. El concepto de โ€œrazaโ€ tiene unas connotaciones cuando lo aplicamos a las plantas y otras cuando lo aplicamos a los seres humanos. El peligro en el รบltimo caso es la cosificaciรณn, algo que ocurre cuando, para comprender la realidad, desarrollamos un concepto que distingue cosas (como el grupo lingรผรญstico โ€œarioโ€, por ejemplo). Estamos aprendiendo a no hacerlo con la raza, pero cuando se trata de entender la historia todavรญa somos criaturas incorregiblemente cosificadoras.

El impulso de dividir el tiempo en eras parece inscrito en nuestra imaginaciรณn. Vemos que las estrellas y las estaciones siguen ciclos regulares y que la vida humana sigue un arco de la nada a la madurez y luego de regreso a la nada. Este movimiento de la naturaleza aportรณ irresistibles metรกforas para describir el cambio cosmolรณgico, sagrado y polรญtico de civilizaciones antiguas y modernas. Pero a medida que las metรกforas envejecen y migran de la imaginaciรณn poรฉtica al mito social, se solidifican en certidumbres. No hace falta haber leรญdo a Kierkegaard o Heidegger para conocer la ansiedad que acompaรฑa a la conciencia histรณrica, ese calambre interior que llega cuando el tiempo se lanza hacia delante y nos sentimos catapultados hacia el futuro. Para relajar ese calambre nos decimos que sabemos en verdad cรณmo una era ha seguido a otra desde el principio. Esta mentira piadosa nos da esperanzas de alterar el curso futuro de los acontecimientos, o al menos aprender a adaptarnos a ellos. Parece incluso que proporciona cierto solaz pensar que estamos atrapados en una historia predeterminada de decadencia, mientras podamos esperar un nuevo giro de la rueda, o un acontecimiento escatolรณgico que nos lleve mรกs allรก del tiempo.

El pensamiento que divide el tiempo en รฉpocas es pensamiento mรกgico. Hasta las mejores mentes sucumben a รฉl. Para Hesรญodo y Ovidio las โ€œedades del hombreโ€ eran una alegorรญa, pero para el autor del Libro de Daniel los cuatro reinos destinados a gobernar el mundo eran una certeza profรฉtica. Los apologistas cristianos, de Eusebio a Bossuet, vieron que la mano providencial de Dios daba forma a distintas eras que marcaban la preparaciรณn, la revelaciรณn y la diseminaciรณn del Evangelio. Ibn Jaldรบn, Maquiavelo y Vico pensaban que habรญan descubierto el mecanismo por el cual las naciones surgen de toscos comienzos antes de alcanzar su cรบspide y decaer en la lujuria y la literatura, para despuรฉs regresar cรญclicamente a sus orรญgenes. Hegel dividรญa la historia de prรกcticamente todas las empresas humanas โ€“polรญtica, religiรณn, arte, filosofรญaโ€“ en una serpenteante red temporal de trรญadas dentro de trรญadas. Heidegger hablaba elรญpticamente de โ€œรฉpocas en la historia del Serโ€ que abren y cierran un destino que escapa a la comprensiรณn humana (aunque a veces dejan seรฑales, como la esvรกstica). Ni siquiera nuestros profetas acadรฉmicos menores del posmodernismo, al utilizar el prefijo pos-, parecen superar la compulsiรณn de separar una era de otra. O de considerar culminante la suya, en la que descubrimos que realmente todos los gatos son pardos.

Los relatos del progreso, el retroceso y los ciclos dan por sentado un mecanismo por el que ocurre el cambio histรณrico. Pueden ser las leyes naturales del cosmos, la voluntad de Dios, el desarrollo dialรฉctico de la mente humana o de fuerzas econรณmicas. Una vez que entendemos el mecanismo, estamos seguros de comprender lo que ocurriรณ de verdad y lo que estรก por venir. Pero ยฟy si no existe ese mecanismo? ยฟY si la historia estรก sujeta a repentinas erupciones que no se pueden explicar por medio de ninguna ciencia de la tectรณnica temporal? Esas son las preguntas que surgen frente a los cataclismos para los que ninguna racionalizaciรณn parece adecuada y ningรบn consuelo parece posible. En respuesta, se desarrolla una visiรณn apocalรญptica de la historia que ve una corriente en el tiempo que se ensancha cada aรฑo que pasa, distanciรกndonos de una รฉpoca que era dorada, heroica o simplemente normal. En esta visiรณn, en realidad, solo hay un acontecimiento en la historia, el kairรณs que separa el mundo que nos correspondรญa del mundo en el que debemos vivir. Esto es todo lo que podemos y debemos saber del pasado.

La historia apocalรญptica tambiรฉn tiene una historia, que constituye un registro de la desesperaciรณn humana. La expulsiรณn del Edรฉn, la destrucciรณn del primero y el segundo templos, la crucifixiรณn de Jesucristo, el saqueo de Roma, los asesinatos de Husรฉin y Alรญ, las cruzadas, la caรญda de Jerusalรฉn, la Reforma, la caรญda de Constantinopla, las guerras civiles inglesas, la Revoluciรณn francesa, la guerra de Secesiรณn, la Primera Guerra Mundial, la Revoluciรณn rusa, la aboliciรณn del califato, la Shoah, la Nakba palestina, โ€œlos sesentaโ€, el 11-s; todos estos acontecimientos estรกn inscritos en las memorias colectivas como rupturas definitivas de la historia. Para la imaginaciรณn apocalรญptica, el presente, no el pasado, es un paรญs extranjero. Por eso se siente tan inclinada a soรฑar con un segundo acontecimiento que abra las puertas del paraรญso. Su atenciรณn se centra en el horizonte que aguarda al Mesรญas, a la Revoluciรณn, al Lรญder, al fin del tiempo en sรญ. Solo un apocalipsis puede salvarnos ahora; frente a la catรกstrofe, esta convicciรณn morbosa puede parecer simple sentido comรบn. Pero a lo largo de la historia tambiรฉn ha suscitado esperanzas exageradas que se vieron inevitablemente frustradas, dejando a aquellos que las tenรญan todavรญa mรกs desolados. Las puertas del Reino permanecen cerradas, y todo lo que quedaba era el recuerdo de la derrota, la destrucciรณn y el exilio. Y fantasรญas del mundo que hemos perdido.

Para quienes nunca han experimentado la derrota, la destrucciรณn o el exilio, la pรฉrdida posee un encanto innegable. Una agencia de viajes alternativa de Rumania ofrece lo que llama โ€œTour Hermosa Decadenciaโ€ de Bucarest, que ofrece al visitante una visiรณn del paisaje urbano poscomunista: edificios llenos de escombros y cristales rotos, fรกbricas abandonadas invadidas por la hierba… ese tipo de cosas. Los comentarios en internet son efusivos. Jรณvenes artistas estadounidenses, que se sienten ignorados en la gentrificada Nueva York, se trasladan a Detroit, el Bucarest de Estados Unidos, para apretar de nuevo los dientes. Caballeros ingleses sucumbieron a algo similar en el siglo XIX, y compraban abadรญas y casas de campo desiertas donde temblaban de frรญo los fines de semana. Para los nostรกlgicos, la decadencia del ideal es el ideal.

La nostalgie de la boue es ajena a las vรญctimas de la historia. Situadas al otro lado de la fractura que separa el pasado y el presente, algunas reconocen su pรฉrdida y miran hacia el futuro, con esperanza o sin ella; el superviviente del campo que nunca menciona el nรบmero que lleva tatuado en el brazo mientras juega con sus nietos un domingo por la tarde. Otras permanecen al borde de la fractura y observan cรณmo retroceden las luces en el otro lado, noche tras noche, mientras sus mentes rebotan entre la ira y la resignaciรณn: los viejos rusos blancos sentados en torno a un samovar en una chambre de bonne, con las gruesas cortinas corridas y los ojos hรบmedos mientras cantan sus viejas canciones. Algunos, sin embargo, se vuelven idรณlatras de ese cisma. Se obsesionan con vengarse del demiurgo que hizo que se abriera. Su nostalgia es revolucionaria. Puesto que la continuidad del tiempo ya se ha roto, empiezan a soรฑar con producir una segunda ruptura y escapar del presente. Pero ยฟen quรฉ direcciรณn? ยฟDeberรญamos encontrar el camino de regreso al pasado y ejercer nuestro derecho de retorno? ยฟO deberรญamos movernos hacia delante, en direcciรณn a una nueva era inspirada por la edad dorada? ยฟReconstruir el Templo o fundar un kibutz?

La polรญtica de la nostalgia solo trata de estas cuestiones. Tras la Revoluciรณn francesa, los aristรณcratas desposeรญdos y el clero acampaban al otro lado de la frontera francesa, confiados en que regresarรญan pronto y volverรญan a ponerlo todo en su sitio. Tuvieron que esperar un cuarto de siglo, y para entonces Francia ya no era lo que habรญa sido. La Restauraciรณn no fue tal. Pero el monarquismo catรณlico nostรกlgico siguiรณ siendo una corriente fuerte en la polรญtica francesa hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando movimientos como Action Franรงaise cayeron finalmente en desgracia por colaborar con Vichy. Todavรญa existen pequeรฑos grupos de simpatizantes, y el periรณdico Lโ€™Action Franรงaise 2000 sigue llegando a los quioscos, como un espectro, cada dos semanas. La derrota de los alemanes en la Primera Guerra Mundial impulsรณ a Adolf Hitler en direcciรณn opuesta. Podrรญa haber proyectado la imagen de una vieja Alemania restaurada de pueblos conservadores en valles bรกvaros, poblada de Hans Sachses que sabรญan cantar y luchar. En vez de eso hablaba de una Alemania inspirada por las tribus antiguas y las legiones romanas, ahora a bordo de tanques Panzer que desataban tormentas de acero y gobernaban una Europa industrial hipermoderna limpia de judรญos y bolcheviques. Adelante hacia el pasado.

La historiografรญa apocalรญptica nunca pasa de moda. Los conservadores estadounidenses de la actualidad han perfeccionado un mito popular sobre cรณmo la naciรณn saliรณ de la Segunda Guerra Mundial fuerte y virtuosa, solo para convertirse en una sociedad licenciosa gobernada por un amenazador Estado laico tras la Nakba de los aรฑos sesenta. Estรกn divididos sobre la respuesta correcta. Algunos quieren regresar a un pasado tradicional idealizado; otros sueรฑan con un futuro libertario donde las virtudes de la frontera nacerรกn de nuevo y la velocidad de internet serรก tremenda. La situaciรณn es mรกs grave en Europa, sobre todo en el este, donde viejos mapas de la Gran Serbia guardados desde 1914 fueron sacados y publicados en internet poco despuรฉs de la caรญda del Muro de Berlรญn, y donde los hรบngaros han empezado a contar viejas historias sobre lo mucho mejor que era la vida cuando no habรญa tantos judรญos y gitanos. La situaciรณn es crรญtica en Rusia, donde ahora todos los problemas se atribuyen a la catastrรณfica desintegraciรณn de la Uniรณn Soviรฉtica, lo cual permite que Vladรญmir Putin venda sueรฑos de un imperio restaurado bendecido por la Iglesia ortodoxa y sostenido por el pillaje y el vodka.

Pero es en el mundo musulmรกn donde esa creencia en una Edad Dorada perdida es mรกs poderosa y relevante. Cuanta mรกs literatura del islamismo radical lee uno, mรกs aprecia el atractivo del mito. Es mรกs o menos asรญ: antes de la llegada del Profeta el mundo se encontraba en una era de ignorancia, la jahiliyya. Los grandes imperios estaban sumidos en la inmoralidad pagana, el cristianismo habรญa desarrollado un monasticismo que negaba la vida y los รกrabes eran bebedores y jugadores supersticiosos. Mahoma fue elegido como el vehรญculo de la revelaciรณn final de Dios, que elevarรญa a todos los individuos y pueblos que lo aceptaran. Los compaรฑeros del Profeta y los primeros califas eran impecables portadores del mensaje y empezaron a construir una nueva sociedad basada en la ley divina. Pero pronto, asombrosamente pronto, se perdiรณ el impulso de esta generaciรณn fundadora. Y nunca se ha recuperado. En las tierras รกrabes, los conquistadores iban y venรญan: omeyas, abasรญes, cruzados cristianos, mongoles, turcos… Cuando los creyentes eran fieles al Corรกn habรญa cierta apariencia de justicia y virtud, y hubo unos siglos en que las artes y las ciencias progresaron. Pero el รฉxito siempre traรญa lujo, y el lujo engendraba vicio y estancamiento. La voluntad de imponer la soberanรญa de Dios muriรณ.

Al principio, la llegada de las potencias coloniales en el siglo XIX parecรญa ser solo otra cruzada occidental. Pero presentรณ un desafรญo totalmente nuevo y mucho mรกs grande para el islam. Los cruzados medievales querรญan conquistar militarmente a los musulmanes y forzarlos a convertirse. La estrategia de los colonizadores modernos era debilitar a los musulmanes alejรกndolos de la religiรณn e imponiendo un orden laico inmoral. En vez de enfrentarse a guerreros sagrados en el campo de batalla, los nuevos cruzados simplemente exponรญan los principios de la ciencia y la tecnologรญa modernas y cautivaban a sus enemigos. โ€œSi abandonas a Dios y usurpas su legรญtimo gobierno sobre ti โ€“ronroneabanโ€“, todo esto serรก tuyo.โ€ Muy pronto, el talismรกn de la modernidad laica surtiรณ efecto, y las รฉlites musulmanas se volvieron fanรกticas del โ€œdesarrolloโ€ y enviaron a sus hijos โ€“chicas incluidasโ€“ a escuelas y universidades laicas, con los resultados previsibles. Los animaron los tiranos que los gobernaban con el apoyo de Occidente y que siguiendo sus รณrdenes oprimรญan a los fieles.

Todas estas fuerzas โ€“laicismo, individualismo, materialismo, indiferencia moral, tiranรญaโ€“ se han combinado para producir una nueva jahiliyya que todo musulmรกn fiel debe combatir, como el Profeta en las postrimerรญas del siglo vii. ร‰l no hizo concesiones, no liberalizรณ, no democratizรณ, no persiguiรณ el desarrollo. Divulgรณ la palabra de Dios e instituyรณ su Ley, y debemos seguir su ejemplo sagrado. Una vez que hayamos conseguido eso, la era gloriosa del Profeta y sus compaรฑeros regresarรก para siempre. Inshallah.

Hay poco que sea exclusivamente musulmรกn en este mito. Incluso su รฉxito a la hora de movilizar a los fieles y de inspirar actos de violencia extraordinaria tiene precedentes en las cruzadas y en los esfuerzos nazis por regresar a Roma pasando por el Valhalla. Cuando la Edad Dorada se encuentra con el Apocalipsis, la Tierra empieza a temblar.

Lo que resulta llamativo en la actualidad es la poca cantidad de anticuerpos que el pensamiento islรกmico contemporรกneo tiene contra este mito, por razones histรณricas y teolรณgicas. Entre las joyas de sabidurรญa y poesรญa del Corรกn tambiรฉn aparece un elemento de inseguridad, inusual en textos sagrados, sobre el lugar que le corresponde al islam en la historia. Desde las primeras suras se nos invita a compartir la frustraciรณn de Mahoma por el rechazo de los judรญos y cristianos, cuyo legado profรฉtico รฉl iba a cumplir y no abolir. En cuanto el Profeta empieza su misiรณn, la historia se aparta un poco de su rumbo y se debe hacer un ajuste para las โ€œgentes del Libroโ€, ciegas al tesoro que les pone ante los ojos. San Pablo afrontรณ un desafรญo similar en sus epรญstolas, en las que aconsejรณ una coexistencia pacรญfica con los cristianos paganos, los cristianos judรญos y los judรญos no cristianos. Algunos versรญculos del Corรกn son generosos y tolerantes sobre la resistencia al Profeta. Muchos otros no lo son. El Corรกn muestra un resentimiento inconfundible por haber llegado tarde, y quienes estรกn resentidos con el presente pueden explotarlo con facilidad. Lectores sin preparaciรณn e ignorantes de las profundas tradiciones intelectuales de la interpretaciรณn corรกnica, que por la razรณn que sea pueden sentirse enfadados por sus condiciones de vida, son presa fรกcil de quienes utilizan el Corรกn para enseรฑar que los rencores histรณricos son sagrados. A partir de ahรญ no se necesita mucho para empezar a pensar que la venganza histรณrica tambiรฉn es sagrada.

En cuanto termine la carnicerรญa, como al final ocurrirรก, por agotamiento o por derrota, el pathos del islamismo polรญtico merecerรก tanta reflexiรณn como su monstruosidad. Uno casi se ruboriza al pensar en la ignorancia histรณrica, la piedad mal dirigida, el exagerado sentido del honor, la impotente pose adolescente, la ceguera ante la realidad, y el miedo a esta, que hay tras esta fiebre asesina. El pathos de don Quijote es bastante distinto. El Caballero de la Triste Figura es absurdo pero noble, un santo que sufre, varado en el presente, que deja a quienes encuentra mejorados aunque levemente magullados. Es un fanรกtico flexible, que de vez en cuando le guiรฑa el ojo a Sancho Panza como si quisiera decir: โ€œNo te preocupes. Me controlo.โ€ Y sabe cuรกndo parar. Tras ser derrotado en un combate simulado por sus amigos, renuncia a la caballerรญa, enferma y nunca se recupera. Sancho intenta resucitarlo proponiendo que se retiren al campo y vivan juntos como sencillos pastores, como en la Edad Dorada. Pero no sirve de nada; afronta su muerte con humildad. Un don Quijote triunfal y vengativo es impensable.

La literatura del islamismo radical es una versiรณn de pesadilla de la novela de Cervantes. Quienes la escriben se sienten tambiรฉn incรณmodos en el presente, pero tienen la garantรญa divina de que lo que se perdiรณ en el tiempo puede encontrarse en el tiempo. Para Dios, el pasado nunca es pasado. La sociedad ideal siempre es posible, porque existiรณ una y no hay condiciones sociales necesarias para su realizaciรณn; lo que ha sido y debe ser puede ser. Lo รบnico que hace falta es fe y voluntad. El adversario no es el tiempo en sรญ, sino aquellos que en todas las รฉpocas histรณricas han obstaculizado el camino de Dios. Esta idea poderosa no es nueva. Al analizar las reacciones conservadoras a las revoluciones de 1848, Marx escribiรณ que en รฉpocas de crisis revolucionarias โ€œconjuramos ansiosamente el espรญritu del pasadoโ€ para tranquilizarnos frente a lo desconocido. Confiaba, sin embargo, en que esas reacciones fueran temporales y en que la conciencia humana estaba destinada a alcanzar lo que ya ocurrรญa en el mundo material. Hoy, cuando los cuentos infantiles polรญticos parecen mรกs poderosos que las fuerzas econรณmicas, es difรญcil compartir su confianza. Somos demasiado conscientes de que los eslรณganes revolucionarios de nuestra รฉpoca empiezan diciendo: โ€œร‰rase una vez…โ€ ~

____________________

Traducciรณn del inglรฉs de Daniel Gascรณn.

Fragmento de La mente naufragada. Reacciรณn polรญtica y nostalgia moderna, que Debate pondrรก en circulaciรณn este mes.

+ posts

(Detroit, 1956), renombrado ensayista, historiador de las ideas y profesor de la Universidad de Columbia, es colaborador frecuente de The New York Review of Books y The New York Times. Su libro mรกs reciente es El regreso liberal. Mรกs allรก de la polรญtica de la identidad (Debate, 2018).


    ×

    Selecciona el paรญs o regiรณn donde quieres recibir tu revista: