Celebro la publicación en la revista Emeequis de esta semana del artículo de mi amigo Jacinto Rodríguez Munguía sobre la renuncia de Octavio Paz a la embajada de México en la India en octubre de 1968, luego de la matanza de Tlatelolco. Deploro la alharaca del balazo y el encabezado, “La trampa de Octavio Paz. Nunca renunció y cobró salario durante cinco años”, pero entiendo que se trata de un proceder común del periodismo comercial.
Celebro que la historia sea un quehacer colectivo sujeto al acceso a las fuentes y los archivos que, en un país tenebroso, ganamos poco a poco entre todos, laboriosamente. Jacinto es un investigador honrado y tenaz: hemos discutido mucho sobre este y otros asuntos que derivan de sus recompensadas pesquisas en el Archivo General de la Nación. No siempre estamos de acuerdo, que es otra cosa que celebro. Esta entrega sobre Paz es apenas la antesala de otras inquisiciones sobre la (digamos) moral de ciertos intelectuales en esos sexenios ambiguos, los de Díaz Ordaz y Luis Echeverría, que Jacinto trabaja hace años. Paz es el mejor librado.
La gran “trampa” de Paz se reduce a la terminología de Relaciones Exteriores: “renunciar” o “quedar en disponibilidad”, y a que Paz haya cosechado o no los beneficios que se desprendían de su antigüedad laboral (un legítimo derecho, parece, de la clase trabajadora mexicana).
Mientras escribo esto me llaman para decirme que “Aristegui Noticias” pone hoy en su noticiero el encabezado “Calumnia, sostener que Paz no renunció a su cargo en 1968: Sheridan”. Es gracioso: una noticia de última hora que ya fue a su baile de quince años. Porque sí, en 1998, en la revista Proceso, escribí que Paz había renunciado, no que había pedido la disponibilidad. En 2005 —noticia de hace diez años— en mi libro Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, ya reconocí que Paz solicitó ser puesto en disponibilidad y dediqué diez páginas a analizar el asunto. (Pero diez páginas son nada frente a un encabezado amarillento). En un nuevo libro mío sobre Paz, que aparecerá en un par de meses en Ediciones ERA, reconozco el error, ofrezco disculpas y abundo en el tema con nuevos documentos. Por ejemplo una carta de Paz a Carlos Fuentes escrita a fines de octubre de 1968: “Respondí a los telegramas de Carrillo Flores reiterando que mi decisión era irrevocable. La respuesta no se hizo esperar: se aceptaba mi renuncia (en realidad: puesta en disponibilidad)”.
Hay errores porque la biografía de Paz está en proceso de elaboración. Escribir sobre sucesos recientes supone escollos y exige tiento: ya no son noticia, pero aún no son historia. Muchos estamos atareados en la elaboración de esa biografía, cada quien por su lado, con sus personales enfoques y su propio sentido de la responsabilidad: todos con aciertos y todos con errores. El mío no fue decir lo que creo; fue desconocer algo entonces incognoscible. Hasta 2001, en el expediente “Octavio Paz” de la SRE que se me permitió leer no obraban los documentos que ahora encontró Jacinto, y así se lo dije en su momento. Las cartas con Fuentes —y con muchos otros— apenas comienzan a conocerse: hay ocasiones en que una sola línea en una carta puede modificar todo un episodio de vida. Por eso celebro algo que en México es lamentablemente inusitado: que se abran archivos. En un mar de tantas mentiras e interpretaciones interesadas, los archivos son una isla imprescindible (siempre y cuando no sean como los archivos de Egipto que describe Leonardo Sciascia…).
Sigo pensando que Paz, para todo efecto, renunció en 1968 a servir al gobierno mexicano. Un non serviam contundente en el escenario mundial al que seguirían sus denuncias de la matanza y sus análisis. Un non serviam en unos tiempos en que afrentar al presidente conllevaba unos riesgos hoy impensables. El gobierno mexicano lo declaró cesado en octubre de 1968 y, a partir de noviembre lo asedió y lo espió y lo calumnió. Pero, ¿alguien leerá los detalles en el capítulo 9 de Octavio Paz en su siglo, la biografía de Christopher Domínguez Michael? ¿O el capítulo XII del ensayo de Enrique Krauze sobre Paz en Redentores? No, porque redactar encabezados con capirote es más fácil y, sobre todo, mucho más redituable.
En Poeta con paisaje narré la renuncia en las páginas 485-495. Creo que son legibles en Google Books. En una de ellas razoné que Paz eligió la superioridad de su ser individuo sobre la sumisión al pacto social. Una decisión del dilema que, desde Tomás de Aquino, rige el conflicto entre Justicia y Bien Común: la persona está sujeta a la sociedad política y debe someterse a ella, salvo si opta por colocar su calidad de “persona” por encima de su calidad de “ciudadano”. Y eso es lo que hizo Octavio Paz. Y a casi cincuenta años de distancia eso sigue siendo insoportable (en especial para los eméritos cobrantes a prueba de renuncias).
Lo que me lleva a pensar en que sería interesante que las revistas y periódicos y ponentes y abajofirmantes que suelen horrorizarse por la renuncia de Paz, practicasen un ejercicio periodístico inaudito: ¿Quiénes no renunciaron a sus cargos al servicio del gobierno en 1968? ¿Por qué? ¿Qué fue de ellos? ¿En qué partido militan ahora? Dudo que ocurra: en México hasta la amnesia es selectiva.
Ha hecho bien Jacinto al iniciar la difusión de sus hallazgos con el tema de Paz: le aporta a él y a la revista Emeequis un correcto crédito de objetividad. Lo va a necesitar cuando venga lo más fuerte (como se dice ahora) y los traten de reaccionarios. Van a ser interesantes los futuros encabezados y balazos. Y será divertido ver cómo lo difunde (si lo difunde) la prensa que monopoliza la verdad.
Y nadie va a renunciar…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.