El factor grotesco

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El Museo Picasso Málaga dedica una excelente muestra al concepto estético de lo grotesco, desde prácticamente sus orígenes, asociados al descubrimiento renacentista de los grutescos romanos, hasta el arte actual. Se ha reunido una inmensa nómina de artistas y obras para mostrar la conjunción de los muchos factores que dan como resultado lo grotesco, una idea que destaca por su carácter escurridizo incluso en el contexto de las categorías estéticas, minado de nociones difíciles de definir con nitidez. Montar una exposición en torno a una idea estética, en lugar de dejarse llevar por la comodidad del “nombre propio”, entraña embarcarse en una aventura no exenta de riesgos; y eso es lo que han hecho José Lebrero (comisario de la exposición, y director del museo) y Luis Puelles (profesor de estética en la Universidad de Málaga).

 

En El factor grotesco se traza un recorrido que se remonta a finales del siglo XV, el momento del hallazgo de los grutescos que componen la decoración en estuco y pintura mural de la arquitectura romana, y alcanza hasta las manifestaciones de lo grotesco en el arte de nuestros días. A lo largo de esos siglos el grutesco, en principio sinónimo de arabesco, de lo ornamental por excelencia, dotado de elegancia, encanto y gusto, desemboca con el tiempo precisamente en todo lo contrario: lo opuesto a la gracia. Y es que entre esos motivos decorativos que los artistas renacentistas encontraron desperdigados por las ruinas romanas había algunos “monstruitos”, así como elementos que, por lo general, faltaban a las estrictas reglas de los órdenes clásicos. A la postre, será bajo la forma de lo deforme, burlesco, ridículo o exagerado como se configurará lo grotesco en la historia del arte occidental. Como una constante, se sitúa, en realidad, en la intersección de un sinfín de ámbitos, pues habría que añadir su parentesco con lo cómico, lo caricaturesco, lo fantasioso, lo extravagante, lo grosero, lo falso, lo feo, patético, curioso, pintoresco, su acepción de accidente que nos descompone, nos desbarata y muestra ridículos…

 

Lo grotesco es una categoría referida a lo heterogéneo y híbrido (como los propios orígenes de su sufijo, –esco). Dentro de la cultura occidental, lo dotado de gracia siempre se parece, mientras que las cosas o gentes grotescas dependen del tiempo y del lugar, lo son cada una a su manera, como las familias tristes. Esto complica aún más la capacidad de mantener en pie una exposición y un discurso teórico convincentes sobre esta categoría. Y por eso, parece muy acertado que, aquí, el discurso sobre lo grotesco se haya planteado a modo de ensayo o hipótesis: ese es el carácter que se ha dado tanto a la propia exposición –sus obras y sus itinerarios– como al libro que la acompaña, que con sus nueve capítulos a cargo de reconocidos especialistas en la materia funciona, más que como un catálogo, como una prolongación de esa reflexión teórica que tiene lugar también en las salas del museo.

 

Bichos, monos escultores, mujeres barbudas, máscaras, risas dentadas, monstruos de diverso pelaje, animales, caricaturas, rostros desencajados, ojos desorbitados, carnes que se desbordan, cabezas con forma de huevo, seres híbridos, personajes barrigudos, borrachos que vomitan, freaks, estípites, hermes, roleos y hojas de acanto, payasos temibles –como todos lo payasos–, muecas burdas y de mal gusto han venido a poblar, en alegre algarabía, las salas del Museo Picasso, desafiando al buen gusto, a la norma y a la medida, en suma, a la belleza que durante largos siglos (demasiados, parecen opinar todos estos personajes y motivos) se había adueñado injustamente del discurso estético occidental. La expresión parece ir de la mano de lo grotesco en todo momento, así como la risa que descoyunta literalmente a los enigmáticos personajes de Juan Muñoz.

 

Intentando poner un orden a una categoría que se ramifica de modo tan frenético, los responsables de esta exposición han ideado un itinerario con tres recorridos o linajes: lo grotesco ornamental (el correspondiente a su origen –y el propio libro, con sus márgenes ornamentados, hace un guiño a este linaje), lo grotesco abismático (que conduce de Brueghel a los simbolistas y los dadaístas, mostrando el vacío o la nada que nos da sustento), y lo grotesco cómico (en el que se despliegan la risa y burla sociales y morales, donde se puede advertir cómo se intenta combatir con risas la propia necedad de lo humano). Todo ello bajo la idea de que el desenlace, nuestro siglo XXI, es de por sí, y ante todo, grotesco.

 

De hecho, esos tres ejes se cruzan en el montaje de la exposición con el cronológico o histórico, que conduce así de los antecedentes helenísticos a las caricaturas de Leonardo, y a la Europa septentrional, a la moral y el vicio, al Bosco y Brueghel, al barroco español con sus enanos y prodigios “naturales”; y a la burguesía del XVIII, esa clase en sí misma caricaturesca o ridícula en sus pretensiones sociales, o a Goya, un punto de inflexión, según Valeriano Bozal, porque en su disparate ridículo ya no sitúa lo grotesco en lo excepcional, sino que aprecia que lo monstruoso ha invadido el ámbito de lo cotidiano. Y de aquí pasa al romanticismo, al simbolismo y a las vanguardias del siglo XX: expresionismo, surrealismo y dadá (Magritte, Grosz, Hanna Höch, Schwitters, Otto Dix, Dalí, Meret Oppenheim, etc.), en cuyo arte lo grotesco se acomoda de una forma tan natural que no puede dejar de inquietar sobre nuestra condición; da la impresión de ser solo el preámbulo del imperio de lo abyecto que se dará a partir de los noventa (están presentes Cindy Sherman o Bruce Nauman en esta exposición), y que, con su recurso a fluidos corporales, configurará ese retorno de lo real al que se refería Hal Foster: retorno de lo real como trauma, asentado en cuerpos que no están separados del resto del mundo, sino que salen fuera de sí; el final de siglo parece una especie de paraíso de lo grotesco. Toda esta evolución casi como para demostrar que la realidad actual es el retrato mismo de lo grotesco; algo fácil de deducir si tenemos en cuenta el gusto de nuestra época por lo cutre y lo lumpen, o bien que, como afirma Puelles en su texto, es grotesco el desacuerdo entre nuestros deseos y nuestras realidades.

 

La intención de esta exposición era, afirma su comisario, propiciar el debate, trazar una red de cuestiones y problemas, que se van engarzando en múltiples relatos. Y así se cumple.

 

En una de sus salas, y en la portada del libro, se puede contemplar la Brígida del Río de Sánchez Cotán (1590), retrato de la mujer barbuda de Peñaranda. En realidad, cuando uno se para a pensarlo, lo que está viendo en este cuadro parece más bien un pequeño hombre con barba y con atuendo femenino. Una mujer con barba podría ser motivo de risa y, sin embargo, este personaje nos sostiene la mirada con un gesto de tanta indefensión que más bien mueve a una especie de compasión. Bozal habla de la confusión de emociones a la que nos enfrenta lo grotesco. Así que lo que en teoría debería ser cómico acaba evocándome el verso de Szymborska, “de cada cien personas, /[…] / las dignas de compasión: / noventa y nueve, / las mortales: / cien de cien”, y convierte la experiencia de lo grotesco en compasión por todo lo que ha de morir. ~

 

 

La exposición puede visitarse hasta el 10 de febrero

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(Jaén, 1964) es profesora de historia del arte contemporáneo en la Universidad de Málaga. En 2008 publicó en Siruela Camuflaje.


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