Operación Che: la polémica está servida

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Como era de esperar, la publicación de nuestro reportaje sobre los falsos huesos del Che Guevara, en el número de febrero de Letras Libres (65), ha desatado la ira de las “congregaciones y sectas” encargadas de defender los dogmas de la revolución cubana. Así describía el director de la revista boliviana Pulso, Fernando Molina, a ese “mundillo que se enfurece con trabajos como éste y sus inconvenientes preguntas: ‘¿Son santos los santos?’, ‘qué estupenda la reliquia, ¿por qué no la someten a una prueba de ADN?’” En esa investigación, aportábamos las pruebas de que la exhumación en Bolivia de la osamenta atribuida al Che y su posterior traslado al mausoleo de Santa Clara (Cuba), en 1997, había sido un montaje tramado por Fidel Castro para distraer al pueblo de sus apremiantes penurias y “relanzar la mística revolucionaria”.

Una de las primeras reacciones de peso llegó de La Habana, cuando el general Harry Villegas, “Pombo”, aseguró que “la autenticidad de los restos [del Che] se definió científicamente con todas las pruebas de ADN”. Las agencias de prensa se hicieron eco de las afirmaciones del ex compañero del Che en sus andanzas bolivianas, sin contrastarlas con los documentos y declaraciones oficiales que las desmienten categóricamente. El entonces director del Instituto de Medicina Legal de La Habana, el doctor Jorge González, que encabezó el equipo científico en la búsqueda de los restos del guerrillero de origen argentino, no cumplió con su promesa de practicar esas pruebas genéticas. En eso recibió el apoyo de los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que habían supervisado el proceso de exhumación e identificación del Che y de los otros seis guerrilleros encontrados en la misma fosa, cerca del aeropuerto de Vallegrande, en el oriente boliviano. En su informe, publicado más de un año después del hallazgo de los restos, el EAAF justifica en estos términos la decisión de no someter a un análisis de ADN la osamenta atribuida al Che: “La abundancia aplastante de información pre-mortem volvió la aplicación de otras técnicas de identificación, como los test genéticos, no necesarias”. Con eso, querían decir que, si la dentadura del esqueleto y las características morfológicas del cráneo coincidían con los informes que se tenían del Che en vida, entonces no era necesario verificar el ADN.

Tres miembros del EAAF fueron invitados por el gobierno cubano a asistir a un congreso internacional de ciencia forense, en octubre de 1997 en La Habana, donde presentaron los resultados de su trabajo en Bolivia. Hablaron también los expertos cubanos, en particular el doctor González. La agencia oficial Prensa Latina, en un despacho del 12 de octubre de ese año, hizo un balance de las “pruebas irrefutables” de la identificación del Che: “El grupo de peritos llegó a la conclusión entonces de que, con todas las evidencias anatómicas y circunstanciales disponibles, se podía prescindir de realizar la prueba de ADN”.

“Hubo preguntas y una de ellas era el por qué no se había hecho el ADN, y la respuesta fue que la identificación por carta dental y los demás medios de estudio eran completamente confiables y certeros para ese caso”, nos dijo el profesor Máximo Duque, director general del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Colombia, que fue uno de los más de quinientos participantes en ese congreso. “Yo caigo ahora en cuenta de una cosa. Si le hicieron la autopsia en 1967, el cuerpo fue desvestido. ¿Cómo fue que apareció vestido en la fosa? Una duda sobre esa identificación podría resolverse fácilmente exhumando los restos y estudiándolos de nuevo, pero lograr que se autorice eso debe ser muy complicado y además sería igualmente difícil conseguir un equipo forense independiente que haga los estudios fuera de Cuba”. 

El mismo artículo de Prensa Latina señalaba la vestimenta como una prueba más de que se trataba del Che: “Los antropólogos encontraron, en el lugar del enterramiento, pertenencias personales de Ernesto Guevara, como el cinto, la hebilla y la chaqueta, la misma que se aprecia en las fotos de la época cuando el cadáver estaba expuesto en la lavandería del hospital de Vallegrande”. Pues no, no es la misma y no se le parece en nada: la chamarra que apareció en la fosa era de plástico y con botones, mientras la que llevaba puesta el Che en el momento de su muerte era de tela y con cierre metálico. Además, la verdadera chamarra se la había llevado el médico boliviano que hizo la autopsia al cuerpo del Che y le amputó las manos.

No terminan aquí las múltiples inconsistencias que nos han llevado a concluir que el esqueleto hallado en la fosa común no podía pertenecer al Che. Hemos podido comparar las dos autopsias practicadas al cadáver: no coinciden. La primera, realizada en Vallegrande por el doctor Abraham Baptista, en 1967, contabilizaba nueve heridas de bala. La segunda, hecha treinta años más tarde en el hospital Japonés de la vecina ciudad de Santa Cruz, menciona sólo “cuatro proyectiles de arma de fuego”, y las fracturas óseas tampoco concuerdan. En cuanto a la dentadura, al Che le faltaba “el premolar inferior izquierdo” en 1967. En 1997, los cubanos que exhumaron el cuerpo aseguraron que le faltaba “el premolar superior izquierdo”. Esos “pequeños” detalles echan por tierra el proceso de identificación.

Sin embargo, a pesar de todas esas incongruencias, La Habana logró hacer creer a todo el mundo que habían encontrado los restos del “guerrillero heroico”, como lo llaman en Cuba. En realidad, la hazaña no fue el hallazgo del esqueleto, sino el engaño. Y el “héroe” ha sido el doctor González, que fue premiado con el cargo de rector de la Facultad de Medicina de La Habana después de falsear las pruebas en su afán por cumplir la misión encomendada por Fidel Castro. ¿Cómo lo hizo? El esqueleto encontrado en la fosa parece coincidir con la documentación pre-mortem presentada por los cubanos, pero todo indica que ni los restos ni la documentación corresponden al Che, sino a otro individuo con características físicas similares. Los cubanos tuvieron el control técnico de la tumba durante tres días, antes de que llegaran los argentinos para participar en el proceso de identificación. ¿Podrían haber manipulado la fosa?

Hicimos la pregunta a Luis Fondebri-der, que presidía entonces el grupo de antropólogos forenses argentinos. “Es muy difícil agregar un esqueleto y es imposible que no nos hubiéramos dado cuenta. Además, los restos de tierra hubieran delatado la introducción de un elemento ajeno a la fosa. Y si hubiera ocurrido, lo hubiera denunciado en su momento. No hubiéramos aceptado hacer la identificación del Che sin estar seguros. No tenemos compromiso con nadie”.

Y sin embargo, algo ocurrió para que la fosa contuviera siete osamentas, en lugar de las seis anunciadas por el general boliviano Mario Vargas, cuyo testimonio había servido a los cubanos para lanzar la operación de búsqueda de los huesos. En una entrevista a The New York Times en 1995, el general Vargas aseguró que había sepultado “los cadáveres de seis guerrilleros, incluyendo a Guevara”. ¿Cómo explicar entonces que el doctor González eancontrara siete osamentas en esa misma fosa?

El periodista estadounidense Jon Lee Anderson, que hizo esa entrevista, no duda en atribuirse el mérito de haber contribuido a la ubicación de los restos del Che, pero se cuida mucho de hablar de la contradicción sobre la cantidad de esqueletos encontrados en la tumba. Además, a pesar de las declaraciones de los propios forenses cubanos y argentinos, insiste en que sí “se hicieron pruebas de ADN […]. Ese era el Che. Me llamaron y fui a Bolivia. Me dejaron ver los restos antes de hacerlo público. Las manos estaban cercenadas quirúrgicamente… Era el Che,” aseguró el periodista hace pocos días a dos medios colombianos.

Además de ingenuo ante sus fuentes cubanas, Anderson es agresivo y recurre al juego deshonesto de las descalificaciones personales cuando se le lleva la contraria. “Yo sé que esta pareja de gente andan desmintiéndolo ahora,” dice de nosotros a raíz de la publicación de nuestro reportaje, “Operación Che. Historia de una mentira de Estado”. “Esta pareja de periodistas que se dedican a desmentir cosas o a calumniar a la gente. Primero lo hicieron con el Subcomandante Marcos […] Y ahora están con que no era el cuerpo del Che. Por favor…” El afán de protagonismo del más oficialista de los biógrafos de Guevara no tiene límite y, por eso, se queja de que no le hayamos consultado. “Vale preguntarles por qué no me entrevistaron a mí. Yo estaba íntimamente involucrado en la búsqueda [de los restos].” Como si el periodismo consistiera en entrevistar a colegas.

El propio Anderson ha declarado en varias oportunidades que había decidido sacar una nueva edición de su biografía del Che porque, en la primera, salida en 1997, le habían colado “como reales algunas anécdotas que no eran ciertas”, cuenta el diario argentino Clarín. Le había fallado el proceso de verificación de datos, que su medio, The New Yorker, aplica férreamente a todos los artículos que publican sus colaboradores. En el caso de la osamenta del Che, el fact checker, como lo llaman en Estados Unidos, fracasó estrepitosamente. ~

– Maite Rico y Bertrand de la Grange

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