[La Habana, Cuba, 2 de marzo de 1937]
Hoy hace veintiún años que nos casamos, estamos de nuevo en este lado del mar, pero tan lejos de casa. Hace siete meses la visión de nuestra vida presente me hubiera parecido un sueño inalcanzable. Este maravilloso cielo claro, este mar de azul intenso, coronado de blanco por las olas y, sobre todo, esta libertad, todo lo que imaginé como “los Campos Elíseos del mundo externo” para siempre inalcanzables, son nuestros. Cuántos millones de personas en España se sentirán ahora como yo me sentí entonces. Y el futuro es ahora para mí tan inescrutable como lo que en aquel entonces el presente.
[La Habana, 6 de marzo de 1937]
Mi primera clase de cocina fue esta mañana. Me gustaría poder arreglármelas sola. Si alguna vez vuelvo a Madrid, quiero una casa de precio módico con estufa de gas y un presupuesto bien reducido sin deshacerme de Luisa y Teodora. ¿Qué le estará pasando en este momento a Luisa con la gran ofensiva que se anunció para hoy? Nada me habría hecho partir si se hubiera tratado solamente de evitar la guerrade afuera, pero desde la primera vez que me enteré de los atroces asesinatos secretos estaba loca por irme. Y el miedo de verme obligada a consentir cualquier cosa que después fuera a convertirse en una horrible memoria. El mero hecho de no luchar para evitar un crimen es consentimiento tácito. Cuando me dijeron ayer que un amigo joven estaba de guardia durante el asesinato en la cárcel me pregunté cómo podría enfrentarse a la vida de nuevo.
[La Habana, jueves 11 de marzo de 1937]
Descanso al mediodía, después de una mañana de tanto escribir a máquina. Juan Ramón está tan feliz después que trabajamos juntos. Esta mañana dijo: “Esto es lo único que vale la pena, este trabajo que hacemos juntos”, y parecía muy contento. Qué bendición tenerlo suficientemente aislado como para que no piense en esta terrible tragedia que nos llena a los dos de inquietud. Él está acostumbrado a trabajar sobre el manuscrito primero y luego coge la copia inicial a máquina, vuelve sobre ella y a menudo dicta una tercera vez; ya que las páginas a máquina son más claras, y es más fácil repasarlas, aunque el manuscrito se ve mucho más atractivo desde un punto de vista estético. Me gustaría conservar estos manuscritos. Es muy interesante estudiar las etapas progresivas de su trabajo, pero mientras va dictando tacha las palabras una a una, o, al final, rompe el papel en pedacitos con deleite, como si fuera un trabajador quitando el andamio. […]
[La Habana, viernes 14 de mayo de 1937]
Sin lugar a dudas no nací para revolucionaria. Prefiero sacar provecho de las circunstancias existentes mejorándolas en vez de virarlo todo al revés, corriendo el riesgo de que funcione o no el nuevo experimento. El problema es que soy escéptica en cuanto a todos estos rimbombantes programas políticos para redimir a la humanidad. Y, sin embargo, supongo que si no hubiese algunos reformadores tercos para espolearnos no progresaríamos mucho. He estado trabajando todo el día corrigiendo pruebas y me gustaría dejarme hundir holgazanamente en un hueco. No, definitivamente, el mundo no progresaría mucho si tuviera que depender de mí, pero por otra parte no soy un estorbo, por estar muy ocupada con mis propios asuntos.
[La Habana, martes 25 de mayo de 1937]
El único consuelo de mi visita al banco fue un obrero gordo gallego que me miraba con ojos bondadosos. “Sí”, interrumpió, “eso es lo que estoy tratando de hacer, mandar dinero a Valencia. En cuanto al otro lado…”. “Nunca llega a su destino”, dijimos los dos al mismo tiempo y los dos nos reímos. Los dos le habíamos enviado dinero a nuestras familias en territorio rebelde. J. R. no se sentía suficientemente bien como para aceptar la invitación del alcalde, por telégrafo, al concierto en la Feria del Libro. Me habría gustado que le hablara al alcalde sobre sus planes de traer a diez niños de España. Los niños de las escuelas públicas contribuirán con un centavo para pagar el pasaje… Me devolvieron por correo aéreo desde Puerto Rico una carta mía enviada el pasado noviembre a la familia en Moguer. La carta fue devuelta marcada “Censura de la República Española”, sin los $50 que iban en ella.
[Miami, lunes 27 de febrero de 1939]
[…] J. R. acababa de dictarme un llamamiento para comenzar una suscripción en La Prensaa favor de los intelectuales españoles que sufren en los campos de concentración de Francia, cuando al abrir el periódico dejó caer la cabeza con pena al enterarse de la muerte de Antonio Machado. Con lo que había intentado que lo invitaran a la Universidad de La Habana, pero los más jóvenes, Gaos en particular, que fue el primero en beneficiarse, no querían tener nada que ver con los mayores (solamente con los de su generación) y prevaleció su opinión sobre la de J. R. Ahora era más grande su dolor por no haber podido ayudarle. Quizá se hubiera salvado. Pero como dice J. R.: “Ha sido una muerte noble, acorde con su vida –sobre todo física– esforzada y lastimosa.” Me parece que, a ratos, había algo de envidia en los pensamientos de J. R. en cuanto a su muerte. Lo más probable es que J. R. estuviera muerto o completamente loco de haber seguido su suerte, pero el día en que unió su destino al mío, cambió ese fin. Después de todo, yo soy en parte dueña de mi propia vida y J. R. no puedevivir la suya aparte de la mía. Y yo no acabo de ver ningún ideal por el que valga la pena dar la vida, pese a todo lo que se proclama. En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho.
[Miami, martes 12 de marzo de 1940]
Hoy fue un mal día para mí. Empecé con ganas de escribir un cuento y escribí una página y media con gran estilo y concentración hasta que vino J. R. con una larga diatriba sobre el comer fuera, echarse a perder el estómago y envenenarse el organismo durante una semana. Las ideas se me esfumaron, así es que me puse el sombrero y me fui al mercado. Cuando regresé, no pude continuar ni concentrarme con la tensión de que en cualquier momento me pudiera llamar para escribir a máquina. Por la tarde, fuimos a dar una vuelta en el coche para explorar los alrededores, pero sin ningún resultado, pues el día era cálido y no había muchos árboles. Regresamos, y J. R. empezó a quejarse constantemente del ruido que se oía cada vez que yo trataba de volver la página del periódico, lo que hacía con el mayor cuidado. Luego, cuando estábamos escribiendo a máquina, Mrs. Lowe vino un momento para invitarnos a un concierto y J. R. estuvo a punto de ponerse furioso por la interrupción. Después de escribir a máquina, mencioné que quería oír a Kalterborn y J. R. dijo: “¿Ahora?” Esto fue el colmo; así es que me monté en el coche y me fui a un lugar tranquilo donde pudiera pensar en un plan para no pasarme toda la vida como si estuviera en la sala de espera de una estación: esperando a cocinar o escribir a máquina para J. R. Desayuno a las 8 a. m. Máquina a las 10. Almuerzo a la 1. Máquina a las 3:30. Cena a las 7:30, lo que no me deja tiempo entre medias para hacer siquiera un viaje a Miami, por no hablar de citarme con alguna amiga. También la traducción está atrasada, porque no hay una hora al día en que pueda escribir a máquina sin molestar a J. R.
[Miami, 8 de diciembre de 1940]
Me encanta la mañana del domingo. Tan tranquila. No hay que levantarse dispuesta a hacerle frente a lo de afuera –las diligencias, las compras, etc.–. Los domingos me quedo en bata hasta la hora del almuerzo y hago perezosamente lo que puedo. No son ni las 10:30 siquiera, pero esta mañana he estado muy contenta. J. R. y yo desayunamos juntos y empezamos a hablar sobre un libro en conjunto. Ante mis preguntas empezó a hablar y se dio de lleno a la conversación. Escribía yo esto cuando pasó a mi lado y me dijo: “Me encantan estas confidencias matinales.” Estaba tan entusiasmado antes de levantarse de la mesa que hora y media después me llamó para enseñarme los progresos del libro completo. Naturalmente, como escribo a máquina todos los días de cinco a diez poemas que él me dicta, tenía idea del adelanto pero él quería enseñarme la “arquitectura” del libro, la clasificación y la construcción en general. Compone sus libros con un gozo y un gusto tan visibles que es un placer verle desatar el cordón y quitar los cartones de la cubierta, siempre en armonía de colores –la cinta y el cartón–, y empezar a volver las páginas, explicándome. Primero me enseñó su propia copia, con marcas y sugerencias para él mismo, después la copia del editor, con las indicaciones lo más precisas posible y solo con las correcciones necesarias para escribirla en un teclado de lengua inglesa adaptado al español.
[Hospital de Massachusetts, 30 de diciembre de 1951]
[…] ¡Cuánta alegría me ha dado en la vida la hermosura! ¡Gracias a Dios que las cosas mejores no cuestan nada! ¡Qué lástima que el pobre Henry [Shattuck], si viene hoy, tenga que verme con este tubo metido en la nariz! ¡Vaya un recuerdo de mi único amigo de toda la vida que nada ha hecho por él nunca! […]
Para quererte, al destino
le he puesto mi corazón.
La eternidad serena y sin salida
camina a todas partes
conmigo, siempre idéntica y divina.
Las señales en los libros de J. R. no tienen que ver con nada. Solo indican la poesía que es un mensaje más directo para mí.
¡Vamos a ver si después de mañana puedo seguir hablando!
[Puerto Rico, 2 de marzo de 1952]
¡36 años! Ojalá fueran 36 más, unidos, lo que nos esperara. Anoche eran más de las 12 cuando J. R. me dio las buenas noches. Y me dijo: “Ya es hoy el día dos”, y me dormí con esa caricia fervorosa que me hizo. Dios mío, ¿por qué tenernos que separar nunca? ¿Y qué será lo mejor que podamos decidir para el porvenir cuando yo termine mi curso y adquiera mi ciudadanía en mayo? Tal vez lo mejor es vivir en marcha y no pensar en acomodarse en ningún lado esperando la muerte. Pero no debo olvidar la primera alerta y tener la congoja de pensar al irme que no he dejado a J. R. en el mejor lugar para que lo acompañen quienes más lo quieran. España no solo me ahoga a mí sino a él también. Juntos en cualquier parte.
[14 de diciembre de 1954]
Aquí estoy junto a la cama de J. R. Él me tiene la mano izquierda entre las suyas y se entreduerme con los efectos de la última inyección de “Thorazine”. ¡Ojalá sea la última! Yo me desespero viendo a J. R. en este estado… Me pidió que no siguiera escribiendo. No veo el momento de que se disminuya la droga y de poder volver a leerle a J. R. su correspondencia y consultarle lo que quiere que conteste. Hoy le he leído mi tarjeta a Plateroacompañando los $5 que él les quiso mandar las Navidades y cuyo giro le saqué ayer, aunque no sea más que una cosa insignificante como esta, me consuela un poco poder hacer algo que le dé gusto. Hay muchos ratos en que los nervios pueden más que yo y que no puedo pensar serenamente lo que conviene más. Además, tengo que estar haciendo algo constantemente. El estarme quieta es mi sufrimiento, y lo que más me gusta es hacer cosas mecánicas como repasar las cuentas de los bancos, copiar algo a máquina… es decir, hacer algo sin tener que pensar, como si tuviese una inmensa pereza de usar la inteligencia.
[Miércoles 18 de abril de 1956]
Ayer trabajé por primera vez de nuevo en la Tercera antolojía, lo que me dio una enorme satisfacción. Puse los originales en los cartapacios que señalo: “Poemas revividos”, “En el otro costado”, “Una colina meridiana”, “Dios deseado y deseante” y “De ríos que se van”. Me manché una manga con tinta porque la ordenación, metida en cama, resultaba bastante complicada. Anoté el libro y procedencia del poema en los que se había pasado por alto. Me quedó por deslindar un residuo muy pequeño. J. R., como siempre, me ayudó con su asombrosa memoria y muy buena voluntad. Me pareció que reanudaba la vida.
[3 de julio de 1956]
El Dr. Meigs estuvo y contestó con honradez a mis preguntas. Parece que tengo pocas oportunidades de escapar esta vez. Me alegro de saber las cosas para arreglar mi horario, por decirlo así, y ya hoy (esto se escribe anochecido) he escrito a Ruiz Castillo, a Paco [Hernández-Pinzón] y a Graciela Nemes para salir del libro [Tercera antolojía] lo más pronto posible. En cuanto eso marche me dedicaré a la Sala. Me alegro de haber salido del diploma honoris causa de Méjico y de la medalla de la Hispánica para la casa de Moguer. He hablado con las niñas de su herencia de plata, de encajes, y demás. Lo del pobre Juan [Ramón] no sé si lo lograré. ~
De Diario 1. Cuba (1937-1939), Diario 2. Estados Unidos (1939-1950), y Diario 3. Puerto Rico (1951-1956) (Alianza/Universidad de Puerto Rico, 2006).