A principios de este aรฑo estaba de vacaciones en Cรณrcega y, paseando, acabรฉ por entrar en la iglesia de una pequeรฑa aldea en las colinas, donde encontrรฉ un monumento conmemorativo a los muertos de la Primera Guerra Mundial. De una poblaciรณn que no pudo ser de mรกs de ciento cincuenta personas, ocho jรณvenes, entre los cuales solo habรญa tres apellidos distintos, habรญan muerto en el conflicto. Listas asรญ pueden encontrarse en toda Europa, en grandes ciudades y pequeรฑos pueblos. Hay homenajes parecidos en el resto del mundo, porque la Gran Guerra, como fue conocida hasta 1940, tambiรฉn arrastrรณ a soldados asiรกticos, africanos y norteamericanos.
La Primera Guerra Mundial aรบn nos persigue, en parte por la inmensa escala de la matanza: diez millones de combatientes murieron y muchos mรกs resultaron heridos. Un nรบmero incontable de civiles perdiรณ tambiรฉn la vida, fuera en acciones militares, por hambre o por enfermedad. Se destruyeron imperios y se arrasaron sociedades enteras.
Pero hay otra razรณn por la que la guerra sigue persiguiรฉndonos: todavรญa no nos hemos puesto de acuerdo en por quรฉ tuvo lugar. ¿La provocaron las arrogantes ambiciones de algunos de los hombres que detentaban el poder entonces? El kรกiser Guillermo II y sus ministros, por ejemplo, querรญan una Alemania mรกs grande y con alcance global, y para ello retaron la supremacรญa naval de Gran Bretaรฑa. ¿O reside la explicaciรณn, mรกs bien, en la competiciรณn entre ideologรญas? ¿Rivalidades nacionales? ¿O en el puro y aparentemente imparable impulso del militarismo? Mientras la carrera armamentรญstica se aceleraba, los generales y almirantes hacรญan planes que se tornaban mรกs agresivos y mรกs rรญgidos. ¿Hizo eso inevitable la conflagraciรณn?
¿O no habrรญa tenido lugar si un acontecimiento azaroso en un atrasado lugar del Imperio austrohรบngaro no hubiera prendido la mecha? En el segundo aรฑo del conflicto que abarcรณ la mayor parte de Europa circulaba un chiste: “¿Has visto el titular de hoy? ‘Encuentran con vida al archiduque: la guerra fue un error’.” Esa es la explicaciรณn mรกs desalentadora de todas: que la guerra fue simplemente una metedura de pata que podrรญa haberse evitado.
La bรบsqueda de explicaciones empezรณ casi tan pronto como las armas abrieron fuego en el verano de 1914 y no se ha detenido desde entonces. Los acadรฉmicos han peinado archivos de Belgrado a Berlรญn en busca de las causas. Solo en inglรฉs, se han publicado unos 32 mil artรญculos, tratados y libros sobre la Primera Guerra Mundial. De modo que cuando un editor britรกnico me invitรณ a comer un maravilloso dรญa de primavera en Oxford hace cinco aรฑos y me preguntรณ si me atreverรญa a probar suerte con uno de los mayores rompecabezas de la historia, mi primera reacciรณn fue un firme no. Pero luego no podรญa dejar de pensar en esta pregunta que ha perseguido a tantos. Al final, sucumbรญ. El resultado es un libro mรกs: 1914. De la paz a la guerra, mi esfuerzo por entender quรฉ pasรณ hace un siglo y por quรฉ.
Lo que me motivรณ no fue solo la curiosidad acadรฉmica, sino tambiรฉn una sensaciรณn de urgencia. Si no podemos determinar cรณmo sucediรณ uno de los conflictos mรกs trascendentales de la historia, ¿cรณmo podemos tener la esperanza de evitar una catรกstrofe parecida en el futuro?
Echemos un vistazo a los conflictos existentes y potenciales que dominan las noticias hoy. Oriente Medio, compuesto en buena medida por paรญses que obtuvieron sus fronteras presentes como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, es una de las muchas zonas del mundo que se encuentra en un estado de agitaciรณn, y hace dรฉcadas que lo estรก. Ahora hay una guerra civil en Siria, que ha despertado el espectro de un conflicto mayor en la regiรณn y, ademรกs, ha perjudicado las relaciones entre las grandes potencias y puesto a prueba sus habilidades diplomรกticas. La utilizaciรณn por parte del rรฉgimen de Bashar al-Asad de gas venenoso –un arma que se utilizรณ por primera vez en la guerra de trincheras de 1914 y luego fue prohibida porque la opiniรณn mundial la consideraba bรกrbara– casi precipitรณ la intervenciรณn aรฉrea estadounidense. El comentario a estos acontecimientos ha estado repleto de referencias a las armas de ese lejano agosto. Del mismo modo que los legisladores descubrieron entonces que habรญan iniciado algo que no podรญan parar, el verano pasado nos temimos que esos ataques aรฉreos pudieran llevar a un conflicto mรกs amplio y duradero de lo que nadie en el gobierno del presidente Barack Obama podรญa prever.
El centenario de 1914 deberรญa hacernos reflexionar de nuevo sobre nuestra vulnerabilidad al error humano, las catรกstrofes repentinas y el simple accidente. Asรญ que tenemos buenas razones para echar un vistazo a nuestra espalda incluso cuando miramos hacia adelante. La historia, dijo Mark Twain, nunca se repite, pero rima. El pasado no puede proporcionarnos planes para saber cรณmo actuar, porque ofrece tal multitud de lecciones que tenemos la opciรณn de escoger aquellas que encajan con nuestras inclinaciones polรญticas e ideolรณgicas. Con todo, si podemos ver mรกs allรก de nuestras anteojeras y tomar nota de los reveladores paralelos entre entonces y ahora, las formas en las que nuestro mundo se parece al de hace cien aรฑos, la historia nos da valiosas advertencias.
Las promesas y los peligros de la globalizaciรณn, entonces y ahora
Aunque la era inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial, con su iluminaciรณn a gas y sus carruajes tirados por caballos, nos parece muy lejana y pintoresca, es similar en muchos sentidos –con frecuencia de una manera inquietante– a la nuestra, como revela una mirada bajo la superficie. Las dรฉcadas que llevaron a 1914 fueron, como nuestro tiempo, un periodo de grandes cambios y trastornos que quienes los vivieron consideraron inรฉditos en velocidad y escala. El uso de electricidad para iluminar las calles y las casas se habรญa extendido; Einstein estaba desarrollando su teorรญa general de la relatividad; nuevas ideas radicales como el psicoanรกlisis empezaban a ganar aceptaciรณn, y se afianzaban las raรญces de ideologรญas depredadoras como el fascismo y el comunismo soviรฉtico.
La globalizaciรณn –en la que tendemos a pensar como un fenรณmeno moderno creado por la generalizaciรณn de los negocios y las inversiones internacionales, el crecimiento de internet y la amplia migraciรณn de personas– era tambiรฉn caracterรญstica de esa era. Hecha posible por los muchos cambios que estaban teniendo lugar en ese momento, significaba que incluso partes remotas del mundo estaban siendo conectadas por medios nuevos de transporte, de los ferrocarriles a los barcos de vapor, y por nuevos medios de comunicaciรณn, incluidos el telรฉfono, el telรฉgrafo y la radio. Entonces, como ahora, se estaba produciendo una inmensa expansiรณn del comercio y la inversiรณn globales. Y entonces como ahora nuevas oleadas de inmigrantes llegaban a paรญses extranjeros: indios en el Caribe y รfrica, japoneses y chinos en Norteamรฉrica y millones de europeos en el Nuevo Mundo y las antรญpodas.
Tomados en su conjunto, todos estos cambios eran ampliamente considerados, especialmente en Europa y Amรฉrica, una clara prueba del progreso de la humanidad. Y sugerรญan a muchos que al menos los europeos estaban suficientemente interconectados y eran demasiado civilizados para recurrir a la guerra como sistema para solventar disputas. El crecimiento de la ley internacional, las conferencias de desarme de La Haya de 1899 y 1907 y el creciente uso del arbitraje entre naciones (de los trescientos arbitrajes entre 1794 y 1914, mรกs de la mitad tuvieron lugar despuรฉs de 1890) tranquilizaron a los europeos con la reconfortante creencia de que habรญan dejado atrรกs la barbarie.
El hecho de que se hubiera producido un extraordinario periodo de paz general desde 1815, con el fin de las guerras napoleรณnicas, reforzaba aรบn mรกs esta ilusiรณn, al igual que la idea de que la interdependencia de los paรญses del mundo era de tal magnitud que no podrรญan permitirse volver a recurrir a la guerra. Este era el argumento de Norman Angell, un inglรฉs menudo, frรกgil e intenso que habรญa vagado por el mundo como criador de cerdos y vaquero en el Oeste estadounidense antes de encontrar la vocaciรณn como periodista popular. Las economรญas estaban tan estrechamente vinculadas entre sรญ, afirmรณ en su libro La grande ilusiรณn, que la guerra no solo no beneficiarรญa a nadie, sino que arruinarรญa a todo el mundo. Ademรกs, segรบn una opiniรณn ampliamente compartida por banqueros y economistas de la รฉpoca, una guerra a gran escala no podrรญa durar demasiado porque no habrรญa forma de pagarla (aunque ahora sabemos que las sociedades tienen, cuando lo deciden, inmensos recursos que pueden utilizar para fines destructivos). El libro se publicรณ en Gran Bretaรฑa en 1909 y en Estados Unidos el aรฑo siguiente, y se convirtiรณ en un sensacional รฉxito de ventas. Su tรญtulo –que querรญa resaltar la idea de que creer que se podรญa sacar algรบn provecho de recurrir a las armas no era mรกs que una ilusiรณn– resultรณ ser una cruel e involuntaria paradoja solo unos pocos aรฑos mรกs tarde.
Lo que Angell y otros no advertรญan era el lado malo de la interdependencia. En Europa, hace cien aรฑos, las clases terratenientes veรญan cรณmo su prosperidad era socavada por importaciones agrรญcolas del extranjero y su dominio sobre buena parte de la sociedad se veรญa limitado por una creciente clase media y una nueva plutocracia urbana. En consecuencia, buena parte de las viejas clases altas se arrojaron en brazos de movimientos polรญticos conservadores, incluso reaccionarios. En las ciudades, artesanos y pequeรฑos tenderos cuyos servicios ya no eran necesarios se vieron tambiรฉn atraรญdos por movimientos de derecha radical. El antisemitismo floreciรณ y los judรญos fueron el chivo expiatorio de la marcha del capitalismo y el mundo moderno.
El mundo contempla hoy inquietantes paralelos. En toda Europa y Amรฉrica del Norte, movimientos radicales como el Partido Nacional Britรกnico y el Tea Party ofrecen vรญas de salida a la frustraciรณn y los miedos que muchos sienten mientras el mundo cambia a su alrededor y desaparecen los empleos y la seguridad que habรญan dado por sentados. En algunas comunidades se presenta a ciertos inmigrantes (por ejemplo, los musulmanes) como el enemigo.
La globalizaciรณn tambiรฉn puede tener el efecto paradรณjico de alentar un intenso localismo y nativismo, atemorizar a gente para que se refugie en la comodidad de pequeรฑos grupos de mentalidad parecida. Uno de los resultados inesperados de internet, por ejemplo, es hasta quรฉ punto puede estrechar horizontes de tal modo que los usuarios busquen solo a aquellos cuyas opiniones son iguales que las suyas y eviten pรกginas web que puedan poner en duda sus ideas.
La globalizaciรณn tambiรฉn hace posible la generalizada transmisiรณn de ideologรญas radicales y la reuniรณn de fanรกticos que no se detendrรกn ante nada en su bรบsqueda de la sociedad perfecta. En el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, anarquistas y socialistas revolucionarios en toda Europa y Amรฉrica del Norte leรญan las mismas obras y tenรญan el mismo objetivo: derrocar el orden social existente. Los jรณvenes serbios que asesinaron al archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo se inspiraban en Nietzsche y Bakunin, al igual que sus equivalentes rusos y franceses. Terroristas de Calcuta a Bรบfalo se imitaban unos a otros al arrojar bombas por los suelos de las bolsas de valores, hacer volar lรญneas de ferrocarril y apuรฑalar y disparar a quienes consideraban sus opresores, fueran la emperatriz Isabel del Imperio austrohรบngaro o el presidente de Estados Unidos William McKinley. Hoy, nuevas tecnologรญas y plataformas de medios sociales procuran nuevos pรบlpitos a los fanรกticos y les permiten extender sus mensajes con una rapidez aรบn mayor y a audiencias aรบn mรกs grandes en todo el mundo. Con frecuencia afirman tener inspiraciรณn divina. Todas las grandes religiones del mundo –budismo, hinduismo, judaรญsmo, cristianismo e islam– han producido terroristas dispuestos a cometer asesinatos y destrucciรณn en su nombre. Asรญ, vemos a jรณvenes descendientes de padres paquistanรญes y bangladesรญes, incluso los nacidos o crecidos en el Reino Unido y Amรฉrica del Norte, que van a hacer causa comรบn con los rebeldes sirios, los talibanes en Afganistรกn y una de las ramas de Al Qaeda en el norte de รfrica o Yemen a pesar de no compartir casi nada –cultural o รฉtnicamente– con aquellos cuya causa han abrazado.
A nivel nacional, la globalizaciรณn puede aumentar rivalidades y miedos entre paรญses que, por lo demรกs, uno esperarรญa que fueran amigos. Hace cien aรฑos, en vรญsperas de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaรฑa, el mayor poder naval del mundo, y Alemania, el mayor poder terrestre, eran el mayor socio comercial uno del otro. Los niรฑos britรกnicos jugaban con juguetes –incluidos soldaditos de plomo– hechos en Alemania, y en Covent Garden resonaban las voces de cantantes alemanes que interpretaban รณperas alemanas. Ademรกs, las dos naciones compartรญan una religiรณn –la mayorรญa en ambas era protestante– y vรญnculos familiares, hasta entre sus respectivos monarcas. Pero todo esto no se tradujo en amistad. Al contrario. Alemania se introducรญa en mercados tradicionalmente britรกnicos, competรญa por colonias y poder, y los britรกnicos se sentรญan amenazados. Ya en 1896, un panfleto britรกnico de gran รฉxito, Made in Germany, presentaba un panorama siniestro: “Estรก alzรกndose un inmenso estado comercial para amenazar nuestra prosperidad y competir con nosotros por el comercio del mundo.”
Muchos alemanes tenรญan ideas similares. Alemania, decรญan, merecรญa su lugar bajo el sol –y un imperio en el que el sol nunca se pusiera– pero Gran Bretaรฑa y la armada britรกnica se lo impedรญan. Cuando el kรกiser Guillermo y su secretario naval el almirante Alfred von Tirpitz decidieron construir una armada de submarinos para retar la supremacรญa naval britรกnica, la inquietud britรกnica ante el creciente poder comercial y militar de Alemania se convirtiรณ en algo cercano al pรกnico.
El enigma de las arenas, un bestseller de Erskine Childers publicado en 1903, describรญa el plan alemรกn de invasiรณn y agitaba los miedos britรกnicos por su falta de preparaciรณn militar. Circularon rumores, alentados por los nuevos periรณdicos de circulaciรณn masiva, de que habรญa armas alemanas enterradas debajo de Londres en preparaciรณn para la guerra, y que 50 mil camareros de restaurantes britรกnicos eran en realidad soldados alemanes. Por su parte, el gobierno alemรกn temรญa profundamente un ataque preventivo de la armada britรกnica a su flota, y la sociedad alemana tenรญa tambiรฉn su buena dosis de miedo a la invasiรณn. Antes de 1914, en varias ocasiones, padres de una localidad costera decidieron que sus hijos no fueran a la escuela y se quedaran en casa previendo un inminente desembarco de marinos britรกnicos.
Las cabezas mรกs frรญas de ambos bandos esperaban que se desinflara la cada vez mรกs cara carrera naval. Pero en ambos paรญses, la opiniรณn pรบblica, entonces un factor nuevo e imponderable en las decisiones polรญticas, presionaba en direcciรณn a la hostilidad y no a la amistad. Se podรญa creer que los vรญnculos de sangre entre las familias reales alemana y britรกnica suavizarรญan estas antipatรญas mutas, pero hicieron todo lo contrario. El kรกiser Guillermo, un gobernante extraรฑo y errรกtico, odiaba a su tรญo el rey Eduardo VII, “el archiintrigante y vรกndalo de Europa” que, a su vez, despreciaba a su sobrino por bravucรณn y jactancioso.
Es tentador –y aleccionador– comparar las relaciones actuales entre China y Estados Unidos con las que mantenรญan Alemania e Inglaterra hace un siglo. Ahora, como entonces, la marcha de la globalizaciรณn nos ha sosegado con una falsa sensaciรณn de seguridad. Los paรญses en los que hay McDonald’s, nos dicen, nunca hacen la guerra entre sรญ. O como afirmรณ el presidente George W. Bush cuando lanzรณ su Estrategia Nacional de Seguridad en 2002: la expansiรณn de la democracia y el libre mercado en el mundo es la mejor garantรญa de estabilidad y paz internacionales.
Pero el extraordinario crecimiento en el comercio y la inversiรณn entre China y Estados Unidos desde los aรฑos ochenta no ha servido para apaciguar suspicacias mutuas. Ni mucho menos. A medida que la inversiรณn china en Estados Unidos aumenta, especialmente en sectores sensibles como la electrรณnica y la biotecnologรญa, tambiรฉn crece en la sociedad la sospecha de que los chinos estรกn adquiriendo informaciรณn para colocarse en posiciรณn de amenazar la seguridad estadounidense. Por su parte, los chinos se quejan de que Estados Unidos les trata como una potencia de segunda fila y, mientras objetan el continuado apoyo estadounidense a Taiwรกn, parecen decididos a apoyar a Corea del Norte, por grandes que sean las provocaciones del Estado rebelde. En un momento en que los dos paรญses compiten por mercados, recursos e influencia desde el Caribe hasta el Asia Central, China cada vez estรก mรกs dispuesta a traducir su fortaleza econรณmica en poder militar. El aumentado gasto militar chino y la mejora de su capacidad naval sugieren a muchos estrategas estadounidenses que China pretende retar a Estados Unidos como potencia en el Pacรญfico, y ahora mismo estamos viendo una carrera armamentรญstica de los dos paรญses en la regiรณn. El Wall Street Journal ha publicado informaciones acreditadas de que el Pentรกgono estรก preparando planes de guerra contra China. Por si acaso.
¿Podrรก el sentimiento popular, alimentado e inflamado por los medios de comunicaciรณn de la misma manera en que lo hizo en los primeros aรฑos del siglo XX, hacer que estas hostilidades sean aรบn mรกs difรญciles de controlar? Hoy en dรญa la velocidad de las comunicaciones pone mรกs presiรณn que nunca a los gobiernos para que respondan ante las crisis, y para que lo hagan rรกpido, con frecuencia antes de que tengan tiempo de formular una respuesta mesurada.
La creciente oleada de nacionalismo y sectarismo
Estamos siendo testigos, en la misma medida que en el mundo de 1914, de cambios en la estructura de poder internacional. Poderes emergentes retan a los establecidos. Si rivalidades nacionales condujeron a suspicacias mutuas entre Gran Bretaรฑa y la ascendente Alemania antes de 1914, lo mismo estรก sucediendo ahora entre Estados Unidos y China, y tambiรฉn entre China y Japรณn. Y ahora como entonces, la opiniรณn pรบblica estรก dificultando a los hombres de Estado maniobrar y apaciguar las hostilidades. Aunque a los lรญderes polรญticos les gusta pensar que pueden utilizar el sentimiento popular para sus propios fines, con frecuencia descubren que es impredecible. En los aรฑos noventa del siglo pasado, el Partido Comunista chino lanzรณ lo que llamรณ la Campaรฑa de Educaciรณn Patriรณtica para inculcar en los jรณvenes sentimientos nacionalistas, pero los lรญderes perdieron el control de sus seguidores.
Una campaรฑa de propaganda contra Japรณn inspirรณ a muchedumbres a saquear negocios y oficinas japoneses. Por su parte, los japoneses, que han intentado bajar la temperatura alguna vez –disculpรกndose por los crรญmenes de Japรณn en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo–, estรกn menos dispuestos a hacerlo hoy. El primer ministro, Shinzล Abe, juguetea con un creciente y vociferante nacionalismo japonรฉs. Ha anunciado que pretende revisar la Constituciรณn para poder incrementar el gasto militar del paรญs y, durante su campaรฑa de 2013, afirmรณ que visitarรญa una de las desconocidas y en buena medida deshabitadas islas que Japรณn se disputa con China en el mar de la China oriental. Como resultado del alejamiento y de los ocasionales ejercicios navales allรญ y en el mar de la China meridional, las actitudes en ambos paรญses se endurecen y limitan las opciones de sus lรญderes. Y existen conflictos potenciales entre China y otros dos de sus vecinos: Vietnam y Malasia.
Una vez que se trazan lรญneas entre naciones puede ser difรญcil cruzarlas. Estados Unidos e Irรกn han tenido una relaciรณn difรญcil desde que el sha fue derrocado en 1979 (y ciertamente no fue fรกcil durante su reinado). Los acontecimientos de los aรฑos siguientes –incluida la toma de rehenes, el derribo de un aviรณn iranรญ por parte de Estados Unidos, los esfuerzos por conseguir la bomba por parte de Irรกn, el intento de Estados Unidos de impedirlo, todo acompaรฑado de mucha retรณrica airada– los han mantenido separados. Cuando un lado produce ruidos reconciliadores, como ha hecho recientemente el nuevo presidente iranรญ Hasรกn Rouhanรญ, los recuerdos de errores pasados perpetรบan sospechas sobre las intenciones presentes y complican esos intentos.
Malinterpretaciones y manipulaciones de la historia tambiรฉn pueden alimentar resentimientos nacionales y acercar la posibilidad de una guerra. En la Europa de hace cien aรฑos el auge del sentimiento nacionalista –alentado desde arriba pero creciendo desde abajo, donde historiadores, lingรผistas y folcloristas no dejaban de crear historias de enemistades viejas y eternas– contribuyรณ en gran medida a causar recelos entre naciones que, de otra forma, podrรญan haber sido amigas. Los teutones siempre habรญan estado amenazados por los eslavos, o eso aseguraban sabios profesores alemanes ante sus audiencias antes de 1914, y por lo tanto la paz entre Alemania y Rusia debรญa ser imposible. En los Balcanes, nacionalismos en competiciรณn, cada uno con su propia historia de triunfos y derrotas, alejaron a pueblos como los serbios, los albaneses y los bรบlgaros, que habรญan vivido en relativa armonรญa durante siglos. Y siguen alejรกndolos.
A menudo, como en las familias, las peleas sectarias mรกs amargas se producen entre los que mรกs se parecen entre sรญ. Pensemos en las guerras religiosas y รฉtnicas de la antigua Yugoslavia, o en las guerras civiles que se extienden por Oriente Prรณximo, y en el mundo islรกmico en general, donde las diferencias doctrinales entre los sunรญes y los chiรญes se endurecen en forma de conflicto ideolรณgico y cultural. Lo que Freud llamรณ “el narcisismo de la pequeรฑa diferencia” puede llevar a la violencia y la muerte: un peligro que se amplifica si las grandes potencias deciden intervenir para proteger a grupos que viven fuera de sus fronteras y comparten con ellas una identidad religiosa o รฉtnica. Aquรญ tambiรฉn vemos paralelos siniestros entre el presente y el pasado. Antes de la Primera Guerra Mundial, Serbia financiรณ y armรณ a los serbios que vivรญan en el Imperio austrohรบngaro, mientras que Rusia y la monarquรญa dual agitaban a los pueblos que vivรญan al otro lado de la frontera. Y todos sabemos que Hitler usรณ la existencia de minorรญas alemanas en Polonia y Checoslovaquia para desmembrar esos paรญses. En la actualidad Arabia Saudรญ apoya a los sunรญes –y los Estados de mayorรญa sunรญ– en todo el mundo, mientras que Irรกn se ha convertido en protector de los chiรญes y financia movimientos radicales como Hezbolรก.
Las tentaciones del Estado cliente
La enemistad entre potencias menores puede tener consecuencias inesperadas y de amplio alcance cuando las potencias exteriores eligen bandos para promover sus propios intereses. En los aรฑos previos a la Primera Guerra Mundial, Rusia decidiรณ convertirse en protectora de Serbia, en nombre del paneslavismo y tambiรฉn para extender su influencia hasta Estambul y los estrechos que constituyen la salida del mar Negro. Cuando el Imperio austrohรบngaro declarรณ la guerra a Serbia, Alemania pensรณ que debรญa apoyar al Imperio austrohรบngaro y declarรณ la guerra a Rusia, aun a riesgo de provocar una conflagraciรณn mundial. A causa de alianzas y amistades desarrolladas en las dรฉcadas anteriores, Francia y luego Gran Bretaรฑa se vieron arrastradas a combatir junto a Rusia. De ese modo, la guerra se convirtiรณ casi de inmediato en un conflicto mรกs amplio.
Aunque la historia no se repite de forma precisa, el Oriente Medio de la actualidad presenta un preocupante parecido con los Balcanes de esa รฉpoca. Una mezcla similar de nacionalismos tรณxicos amenaza con arrastrar a potencias exteriores; Estados Unidos, Turquรญa, Rusia e Irรกn intentan proteger sus intereses y sus clientes. ¿Pensarรก Rusia que debe apoyar a Siria del mismo modo que pensรณ que debรญa proteger a su cliente Serbia y Alemania pensaba que debรญa apoyar al Imperio austrohรบngaro? Tenemos que esperar que el control de Rusia sobre el gobierno de Damasco sea superior al que tenรญa sobre Serbia en 1914. Pero hasta ahora la implicaciรณn de Rusia en la supervivencia del rรฉgimen de Asad frente a la amenaza de la acciรณn militar estadounidense ha complicado los esfuerzos internacionales por desactivar la crisis siria.
A menudo las grandes potencias afrontan el dilema de que su apoyo a potencias mรกs pequeรฑas anime a sus clientes a ser temerarios. Y con frecuencia los clientes escapan a los hilos con los que sus patrocinadores pretendรญan dirigirlos. Estados Unidos ha dado enormes cantidades de dinero y equipamiento a Israel y Pakistรกn, como ha hecho China con Corea del Norte, pero eso no ha otorgado a los estadounidenses o los chinos una influencia proporcional en la polรญtica de esos paรญses. Aunque Israel tiene una gigantesca dependencia con respecto a Estados Unidos, a veces ha intentado hacer que Washington emprenda acciones militares preventivas. Y Pakistรกn ofreciรณ refugio al enemigo nรบmero uno de Estados Unidos, Osama bin Laden.
Ademรกs, las alianzas y las amistades forjadas por razones defensivas o ventajas mutuas pueden parecer bastante distintas desde otras perspectivas. Antes de 1914 los hombres de Estado alemanes asumรญan que el pacto militar entre Francia y Rusia estaba destinado a destruir Alemania. En la actualidad, Pakistรกn se siente amenazado por los vรญnculos entre la India y Afganistรกn, mientras que Estados Unidos tiende a ver un desafรญo en la creciente influencia que China tiene en Asia Central, รfrica y Amรฉrica Latina.
Para empeorar las cosas, los paรญses patrocinadores son reacios a abandonar a sus clientes, por mucho que se hayan desbocado y por muchos peligros a los que ellos mismos se vean dirigidos, porque hacerlo supone arriesgarse a que la gran potencia parezca dรฉbil e indecisa. Antes de 1914 las grandes potencias hablaban de honor. En la actualidad, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, habla de la credibilidad y el prestigio de su paรญs. Al final es prรกcticamente lo mismo.
La complacencia de la paz
Como nuestros predecesores de hace un siglo, asumimos que la guerra total y a gran escala es algo que hemos dejado de practicar. Sin duda, somos conscientes de que hay gente que sigue muriendo en conflictos en todo el mundo, muchos de ellos civiles, รฉtnicos o religiosos, como en Siria e Iraq. Pero desde 1945 el mundo ha visto muchas menos guerras entre Estados y ha sobrevivido a docenas de conflictos relativamente menores, desde Corea hasta el Congo, donde el nรบmero de vรญctimas resulta pequeรฑo en comparaciรณn con el causado por las dos guerras mundiales. La guerra entre Irรกn e Iraq de la dรฉcada de 1980, donde murieron unas quinientas mil personas, y la prolongada guerra en la regiรณn de los Grandes Lagos de รfrica destacan como las mayores excepciones de los รบltimos aรฑos.
En pocas palabras, nos hemos acostumbrado a la paz como el estado normal de las cosas. Esperamos que la comunidad internacional afronte los conflictos cuando se produzcan, y que esos conflictos sean breves y fรกciles de contener. Pero eso no es necesariamente cierto. El lรญder socialista Jean Jaurรจs, un hombre de gran sensatez que intentรณ sin รฉxito detener el ascenso del militarismo en Francia en los primeros aรฑos del siglo XX, lo comprendiรณ muy bien: “Europa ha sufrido tantas crisis durante tanto tiempo –dijo en vรญsperas de la Primera Guerra Mundial– y ha sido puesta a prueba tantas veces sin que estallara la guerra que casi ha dejado de creer en la amenaza, y observa el desarrollo del interminable conflicto balcรกnico con una atenciรณn disminuida y una menor intranquilidad.”
La comunidad internacional en conjunto ha creado instituciones dedicadas a desactivar los conflictos y a obligar a que los agresores den un paso atrรกs. Pueden ser efectivas durante largos periodos de tiempo. El Concierto europeo, esa colecciรณn de grandes potencias, mantuvo la paz durante buena parte del siglo despuรฉs de 1815. Pero deberรญamos tener en cuenta que no durรณ para siempre. Las instituciones, como las personas, envejecen y se fatigan. Aunque fingรญan hacerle caso, al final las grandes potencias dejaron de creer en la idea de una acciรณn efectiva y concertada para evitar el conflicto y el orden mundial empezรณ a desmoronarse, con consecuencias desastrosas.
En 1908, cuando el Imperio austrohรบngaro indignรณ a Serbia al anexionar Bosnia, donde aproximadamente el 44% de la poblaciรณn era serbia, Alemania obligรณ a Rusia, protectora de Serbia, a dar un paso atrรกs. El zar Nicolรกs II escribiรณ a su madre: “Es cierto que las formas y los mรฉtodos de la acciรณn alemana –quiero decir hacia nosotros– han sido sencillamente brutales y no los olvidaremos.” No lo hizo. Y, cuando estallรณ la crisis de 1914, el zar Nicolรกs, un hombre dรฉbil que hasta entonces habรญa preferido la paz a la guerra, decidiรณ, como la mayorรญa de sus ministros, que en esa ocasiรณn Rusia no cederรญa a la presiรณn de Alemania o de su aliado, el Imperio austrohรบngaro. En 1911 Italia desafiรณ un acuerdo tรกcito entre las potencias sobre el mantenimiento de la integridad del Imperio otomano y tomรณ Trรญpoli y la Cirenaica, las dos provincias norteafricanas que mรกs tarde se convertirรญan en Libia. Las potencias emitieron ruidos de desaprobaciรณn pero no hicieron nada. En las guerras de los Balcanes de 1912 y 1913 las potencias consiguieron imponer una suerte de acuerdo, pero, con creciente frecuencia, se encontraban en posiciones enfrentadas. Cuando se produjo la crisis de 1914, el kรกiser y sus ministros recibieron con desdรฉn las propuestas britรกnicas favorables a que las grandes potencias trabajasen juntas para alcanzar una soluciรณn pacรญfica.
¿Estamos viendo un debilitamiento similar del orden internacional? La Organizaciรณn de las Naciones Unidas, que se podrรญa considerar el sucesor del Concierto europeo, han intervenido a veces con รฉxito para mantener la paz, o para restituirla tras el comienzo de una guerra. Pero, en el Consejo de Seguridad actual, Rusia y China votan habitualmente contra las intervenciones de las Naciones Unidas, que ven como una tapadera para promover intereses occidentales. En el caso de Siria, hasta ahora Asad ha podido desafiar la opiniรณn internacional y matar a su propio pueblo porque tiene a los rusos y a los iranรญes de su lado. El presidente Vladimir Putin y su ministro de Exteriores rechazaron como “absurdas” las acusaciones que decรญan que Asad habรญa usado gas venenoso.
El รบltimo freno y otros espejismos
La carrera armamentรญstica anterior a la guerra era en realidad algo bueno, le dijo el diplomรกtico inglรฉs sir Francis Bertie al rey Jorge V: “La mejor garantรญa de la paz entre las grandes potencias es que se tengan miedo unas a otras.” Sin embargo, se equivocรณ al confiar en esa versiรณn temprana de la teorรญa de la destrucciรณn mutua asegurada. Demasiados de quienes dirigรญan los ejรฉrcitos europeos estaban muy dispuestos a ir a la guerra, porque pensaban que el momento era propicio o porque creรญan que podรญan ganar. Pero en la Guerra Frรญa, cuando Estados Unidos y la Uniรณn Soviรฉtica poseรญan casi todas las armas nucleares del mundo, la amenaza de destrucciรณn mutua asegurada funcionaba. Ambas partes reconocรญan que las bombas atรณmicas y de hidrรณgeno eran tan destructivas que se habรญa vuelto imposible de emplearlas. Si los dos paรญses hubieran emprendido una guerra total, el Armagedรณn termonuclear no habrรญa dejado ganadores en ningรบn lugar del globo, solo perdedores. ¿Podemos asumir que la disuasiรณn seguirรญa funcionando en el mundo de hoy?
Hemos entrado en una era nueva y potencialmente peligrosa. Hay nueve paรญses con arsenales nucleares, entre los que se encuentran Pakistรกn, un Estado dรญscolo si no fallido, y Corea del Norte, que se ha mostrado tan imprudente como represivo. Si Irรกn consigue la bomba, es probable que muchos otros Estados –entre los que se encuentra quizรก Japรณn– ejerzan sus propias opciones nucleares. Eso crearรญa un mundo muy peligroso, lo que podrรญa llevar a la recreaciรณn del tipo de polvorรญn que explotรณ en los Balcanes hace cien aรฑos, solo que ahora con hongos nucleares.
Pero, aunque todos los paรญses estuvieran de acuerdo en que la bomba nuclear, sencillamente, es absurda, las guerras donde se emplean armas convencionales presentan inconvenientes y peligros que muchos de nuestros lรญderes militares no comprenden. Como el mundo de 1914, estamos viviendo cambios en la naturaleza de la guerra cuyo significado solo ahora empezamos a entender.
Hace cien aรฑos, la mayorรญa de los estrategas militares y los gobiernos civiles que observaban desde el margen malinterpretaron de forma catastrรณfica la naturaleza de la guerra que se acercaba. Los grandes avances de la ciencia y la tecnologรญa en Europa y la creciente producciรณn de sus fรกbricas durante el largo periodo de paz habรญan hecho que el ataque fuera mucho mรกs costoso para la vida humana. La killing zone –el รกrea mortรญfera que los soldados atacantes debรญan atravesar frente a fuego enemigo– se habรญa expandido enormemente: desde unos cien metros en las guerras napoleรณnicas a mรกs de mil en 1914. Y los rifles, las ametralladoras y la artillerรญa disparaban mรกs deprisa, con mรกs precisiรณn y explosivos mรกs letales. Las guerras mรกs pequeรฑas anteriores a 1914 –la Guerra de Secesiรณn, la guerra franco-prusiana de 1870-71 y la guerra ruso-japonesa de 1904-05– habรญan aportado muchas pruebas de lo que eso significarรญa en el campo de batalla. Los soldados atacantes, por valientes que fueran, sufrirรญan pรฉrdidas terribles, mientras que los defensores permanecerรญan en la seguridad relativa de sus trincheras, resguardados tras bolsas de arena y alambradas de espino. Pero los mejores cerebros de los Estados Mayores de Europa se negaron a afrontar esa nueva realidad, justificando o ignorando los hechos incรณmodos, como muchos deciden ignorar hoy las abrumadoras pruebas cientรญficas del calentamiento global. Las potencias europeas fueron a la guerra en 1914 con planes que, sin excepciรณn, partรญan de una estrategia ofensiva. Como dijo en 1914 un general de divisiรณn del Reino Unido: “El defensivo nunca es un papel aceptable para el britรกnico, y por eso no lo estudia.” Los britรกnicos –y los soldados de muchas otras naciones– pagaron un precio elevado por esa obstinada ceguera.
Una falacia comparable de nuestra รฉpoca es que, gracias a nuestra tecnologรญa avanzada, podemos realizar acciones rรกpidas, limitadas y poderosas –“ataques quirรบrgicos”, “shock y pavor”– que producen conflictos cortos y de impacto limitado, y victorias decisivas. En contradicciรณn con la confianza en que esas victorias a bajo costo sean posibles, el general de divisiรณn H. R. McMaster, oficial al mando en Fort Benning, Georgia, y una suerte de iconoclasta, escribiรณ hace poco en el New York Times que muchos de los supuestos que guiaron al ejรฉrcito estadounidense antes del 11-S y durante los primeros aรฑos de las guerras de Iraq y Afganistรกn obedecรญan a un pensamiento regido por el deseo. Ver las “operaciones militares de รฉxito como fines en sรญ mismos, en vez de un mero instrumento de poder que debe coordinarse con otros para obtener, y mantener, objetivos polรญticos” es, a su juicio, un error. Las guerras de Iraq y Afganistรกn, decรญa, no solo eran cuestiones de fuerza militar sino “lucha de voluntades”. Combatir en ellas sin comprender los factores sociales, econรณmicos e histรณricos nos condenaba al “sueรฑo imposible de una guerra fรกcil”, como decรญa el tรญtulo de su texto.
Y, en realidad, no parece que existan las guerras fรกciles. Cada vez vemos mรกs guerras asimรฉtricas entre fuerzas bien armadas y organizadas por un lado e insurgencias de bajo nivel por el otro, que pueden extenderse por una regiรณn, un continente e incluso por todo el globo, y donde no hay un enemigo sino una cambiante coaliciรณn de seรฑores de la guerra locales, combatientes religiosos y otros grupos interesados. Pensemos en Afganistรกn o Siria, donde los actores locales e internacionales se mezclan y es difรญcil definir lo que constituye una victoria. En esas guerras los que ordenan las acciones militares no solo deben tener en cuenta a los combatientes sobre el terreno, sino tambiรฉn el factor elusivo pero crรญtico de la opiniรณn pรบblica. Gracias a los medios sociales, cada ataque aรฉreo, cada obรบs y cada nube de gas venenoso que caen sobre objetivos civiles se graban y tuitean por todo el mundo.
En รบltimo tรฉrmino, el objetivo de la acciรณn militar debe ser alcanzar fines polรญticos: conquistar la opiniรณn local aportando seguridad, llevar a facciones rivales a la mesa de negociaciรณn o convencer al mundo en general de la rectitud de sus acciones. Los que creen en “golpes de precisiรณn” y su capacidad de otorgar victorias significativas deben entenderlo o seguiremos combatiendo en el tipo equivocado de batallas, como quienes nos precedieron hace cien aรฑos.
Fracasos en la cima
Con unos lรญderes distintos la Primera Guerra Mundial podrรญa haberse evitado. En 1914 Europa necesitaba un Bismarck o un Churchill, con la fuerza de carรกcter necesaria para soportar la presiรณn y la capacidad de tener una perspectiva estratรฉgica mรกs amplia. En vez de eso, las potencias claves tenรญan lรญderes dรฉbiles, divididos o distraรญdos. El kรกiser Guillermo se habรญa decantado por opciones pacรญficas en crisis anteriores, pero sabรญa que los oficiales de su amado ejรฉrcito lo llamaban con desdรฉn Guillermo el Tรญmido. Asรญ, en 1914, cuando sus generales le decรญan que habรญa llegado el momento de una guerra preventiva con Rusia, temรญa parecer dรฉbil. Justo despuรฉs del asesinato del heredero al trono en Sarajevo, cuando Alemania emitiรณ el cรฉlebre “cheque en blanco” que prometรญa apoyar al Imperio austrohรบngaro pasara lo que pasara, Guillermo dijo –en repetidas ocasiones– a un amigo รญntimo: “Esta vez no voy a ceder.” Su canciller, Theobald von Bethmann Hollweg, destrozado por la reciente muerte de su esposa, aceptรณ la perspectiva de la guerra con taciturna resignaciรณn. Y en el propio Imperio austrohรบngaro, el sector partidario de la guerra que encabezaban los generales llevaba ventaja porque, paradรณjicamente, el asesinato del archiduque habรญa eliminado al รบnico hombre que podรญa haber resistido la deriva hacia la guerra. En esas circunstancias, el emperador Francisco Josรฉ I, viejo y enfermo, tuvo que enfrentarse en solitario a los halcones.
En el otro lado, Rusia, como Alemania, tenรญa un gobernante dรฉbil con demasiado poder y un miedo excesivo a parecer dรฉbil. El zar Nicolรกs dudรณ pero al final cediรณ ante el sector belicista y ordenรณ la movilizaciรณn general que hacรญa inevitable la guerra con Alemania. El argumento determinante, al parecer, vino de uno de sus ministros, que le dijo que no podrรญa salvar el trono o la vida de su familia si no mostraba su resoluciรณn contra los enemigos de Rusia.
Al gobierno britรกnico, que podrรญa haber actuado al principio de la crisis de forma lo bastante decisiva como para disuadir a Alemania, lo intranquilizaba la posibilidad de una guerra civil por Irlanda. Y el primer ministro, Herbert Asquith, tambiรฉn distraรญdo por un nuevo romance, permitiรณ que la inercia hacia la guerra ganara fuerza, incluso cuando sir Edward Grey, el ministro de Exteriores, presentaba propuestas ineficaces para las negociaciones. En Washington, el presidente Woodrow Wilson observaba consternado los acontecimientos, junto al lecho de muerte de su mujer, pero al principio no veรญa razรณn para que Estados Unidos interviniese en una disputa europea.
Contrastemos el comportamiento de los hombres que ocupaban el poder en 1914 con el de John F. Kennedy casi cinco decenios despuรฉs, durante las crisis de los misiles en Cuba, cuando el mundo afrontรณ una amenaza todavรญa mayor. Prรกcticamente todo el liderazgo militar y buena parte de los civiles de la administraciรณn urgรญan al presidente de Estados Unidos, joven y relativamente inexperto, a enfrentarse de forma vigorosa con la Uniรณn Soviรฉtica, hasta el punto de invadir Cuba y por tanto arriesgarse a una guerra nuclear total. Kennedy les plantรณ cara, decidiรณ negociar con Moscรบ y al final preservรณ la paz. Quizรก fuera una suerte que acabara de leer Los caรฑones de agosto de Barbara Tuchman y fuera consciente de las maneras en que los paรญses podรญan equivocarse y acabar en guerra.
En la actualidad, el presidente de Estados Unidos se enfrenta a un grupo de polรญticos chinos que, como los de Alemania hace un siglo, estรกn profundamente preocupados porque se tome en serio a su paรญs. En Putin tiene a un nacionalista ruso que es mรกs artero y mรกs obstinado que el desdichado zar Nicolรกs. Barack Obama, como Woodrow Wilson, es un gran orador, capaz de exponer su visiรณn del mundo y de inspirar a los estadounidenses. Pero, como Wilson al final de la guerra de 1914 a 1918, Obama tiene que tratar con un Congreso partidista y poco cooperativo. De forma quizรก mรกs preocupante: se puede encontrar en una posiciรณn similar a la de Asquith en 1914, presidiendo un paรญs tan dividido internamente que carece de la voluntad o la capacidad de desempeรฑar un papel activo y constructivo en el mundo.
Se busca: un policรญa del mundo
Para Gran Bretaรฑa, que tuvo un papel de liderazgo internacional durante el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, al final las exigencias resultaron demasiado grandes y los costos demasiado altos. Despuรฉs de la Segunda Guerra Mundial, los britรกnicos ya no deseaban mantener ese papel y la economรญa britรกnica tampoco era capaz de sostenerlo.
Hasta ahora, Estados Unidos ha estado dispuesto a actuar como garante de la estabilidad internacional, pero quizรก no quiera –o no pueda– hacerlo de forma indefinida. Hace mรกs de un siglo, en la รฉpoca en que el paรญs estaba firmemente implicado en su ascenso al estatus de potencia mundial y en el proceso de traducir su enorme y creciente fortaleza econรณmica en importancia militar y relevancia internacional, empezรณ a asumir el liderazgo. Aunque eran dos hombres muy diferentes, Teddy Roosevelt y Woodrow Wilson pensaban que tenรญan una obligaciรณn moral con respecto al mundo. “Nos hemos convertido en una gran naciรณn –dijo Roosevelt– y debemos comportarnos como corresponde a un pueblo con esas responsabilidades.” Desde entonces, ha habido momentos en que los sentimientos aislacionistas han amenazado ese compromiso, pero por regla general Estados Unidos ha permanecido profundamente implicado en los asuntos mundiales, desde la Segunda Guerra Mundial hasta el esfuerzo por contener la agresiรณn soviรฉtica durante la Guerra Frรญa y la actual guerra global contra el terrorismo. Tras el colapso de la Uniรณn Soviรฉtica y su imperio a finales de la dรฉcada de 1980, y quizรก de forma irreflexiva, Estados Unidos siguiรณ actuando como la potencia hegemรณnica mundial, asumiendo responsabilidades que iban desde estabilizar la economรญa internacional hasta garantizar la seguridad. La larga agonรญa de Bosnia terminรณ cuando en 1995 la presiรณn estadounidense, combinada con la acciรณn militar de la OTAN, convenciรณ a los serbios de entrar en los Acuerdos de Dayton. Y, aunque indudablemente la actuaciรณn estadounidense en Iraq y Libia no recibiรณ una aclamaciรณn universal, ni siquiera en Estados Unidos, Sadam Husein y Muamar el Gadafi tenรญan pocos amigos y muchos enemigos cuando encontraron su final como consecuencia de la intervenciรณn estadounidense.
Hoy, sin embargo, aunque Estados Unidos sigue siendo el paรญs mรกs poderoso del mundo, no es tan poderoso como fue. Ha sufrido reveses militares en Iraq y Afganistรกn, y ha tenido dificultades para encontrar aliados que lo avalen, como demuestra la crisis actual en Siria. Conscientes, de manera incรณmoda, de que tienen pocos amigos fiables y muchos enemigos potenciales, los estadounidenses piensan en un regreso a una polรญtica mรกs aislacionista.
¿Estados Unidos se acerca al final de su tiempo, como hizo antes el Reino Unido? Si retrocede, aunque sea parcialmente, con respecto a su papel global, ¿quรฉ potencias dominarรกn el orden internacional y quรฉ significarรก eso para el futuro de la paz en el mundo?
Es difรญcil adivinar quรฉ puede ocurrir a continuaciรณn. Rusia puede soรฑar con su pasado soviรฉtico, cuando era una superpotencia, pero con una economรญa caรณtica y una poblaciรณn decreciente sus ambiciones superan con mucho a sus capacidades. China es una potencia en ascenso, pero es probable que sus preocupaciones se concentren en Asia. Mรกs adelante se dedicarรก, como ya hace en la actualidad, a asegurar los recursos que necesita para su economรญa, y acaso serรก reacia a intervenir en conflictos lejanos donde se juegue poco. La Uniรณn Europea habla de un papel mundial, pero hasta ahora se ha mostrado poco inclinada a desarrollar sus recursos militares, y sus divisiones internas hacen cada vez mรกs difรญcil que alcance un acuerdo en polรญtica exterior. Los paรญses del grupo de los BRICS –Brasil, Rusia, la India, China y Sudรกfrica– estรกn mรกs unidos en la teorรญa que en la realidad. La esperanza de que exista una coaliciรณn de democracias, de Asia a Amรฉrica, dispuestas a intervenir en nombre del humanitarismo o la estabilidad internacional, me recuerda la vieja historia de los ratones y el gato: ¿quiรฉn le pondrรก el cascabel? En cuanto a la opiniรณn pรบblica, la ciudadanรญa de los paรญses individuales, preocupada por los asuntos domรฉsticos, estรก cada vez menos dispuesta a participar en aventuras en el exterior.
Quizรก sea necesario un momento de verdadero peligro para que las potencias importantes de este nuevo orden mundial se unan en coaliciones capaces y dispuestas a actuar. La acciรณn, si se produce, puede ser mรญnima y puede llegar demasiado tarde, y el precio que paguemos por esa demora puede ser alto. En vez de ir tirando de una crisis a otra, es el momento de reflexionar sobre las terribles lecciones de hace un siglo, con la esperanza de que nuestros lรญderes, con nuestro estรญmulo, piensen en cรณmo pueden trabajar juntos para construir un orden internacional estable. ~
Traducciรณn de Daniel Gascรณn y Ramรณn Gonzรกlez Fรฉrriz.
© The Brookings Institution.
(Toronto 1943) es catedrรกtica de la Universidad de Oxford y una de las voces mรกs autorizadas en la Primera Guerra Mundial, a la que ha dedicado 20 aรฑos de estudio.