Entrevista con Juan Villoro
Cuando Juan Villoro arranca a hablar y, sobre todo, cuando habla de temas que le apasionan sus ojos brillan, sus manos giran por el aire y parece que todo lo que dice ha sido pensado, razonado y estructurado durante meses. Desde el pasado 8 de octubre tiene una razón inmejorable para explayarse: la exposición La maleta mexicana exhibe por primera vez en México las fotografías perdidas que Robert Capa, Gerda Taro y “Chim” tomaron en la Guerra Civil española. Sus negativos se extraviaron en Francia e hicieron el mismo recorrido que los veinte mil exiliados españoles, llegaron a México y permanecieron ocultos durante setenta años. El Antiguo Colegio de San Ildefonso es el escenario de esta historia que regresa a México en forma de exposición. Villoro conoce a la perfección el misterioso devenir de los negativos. Participó en el hallazgo de las fotografías, contribuyó a su identificación y escribió un texto explicativo que luce en la pared de la exposición para reivindicar “no solo el valor de las fotografías, sino la historia que rodea a la maleta mexicana”.
¿Qué significa esta exposición para el público mexicano?
Significa mucho y en muchos niveles. Primero, son fotografías de extraordinaria calidad de tres de los más grandes fotógrafos de guerra y casi, podríamos decir, de los fundadores del fotoperiodismo con conciencia social. Capa inicialmente no estaba muy comprometido con la causa. Fue su amante, Gerda Taro, quien le impulsó a politizarse, fue ella quien lo sensibilizó y le acercó a los comités obreros, quien le enseñó a asociar la fotografía con las injusticias y con las víctimas de la guerra. Ella murió en España en 1937 y Capa la extrañó por siempre. Quedó anclado a ese sentido fecundo y creativo, a esa misión que ella le encomendó: fotografiar a las víctimas de las guerras. A eso se dedicó, en parte porque era un aventurero psicológicamente muy capacitado para esto, pero también porque entendió que la fotografía puede alertar en contra de las injusticias del mundo. Tenemos así el legado de tres grandes fotógrafos muertos en combate. Tres fotógrafos judíos cuya obra se perdió en su propio exilio, en su propia diáspora, en la odisea del siglo xx que es testimonio del destierro y la represión. Finalmente, creo que la Guerra Civil española es algo muy significativo para México, porque fue el único país junto a la urss que brindó un apoyo decidido a la República. El presidente Lázaro Cárdenas apoyó valientemente a un país democrático y muy cercano culturalmente. Y México se benefició mucho. La im- pronta de los exiliados españoles cambió para siempre la vida científica, médica, cultural, educativa y artística del país. El país mejoró mucho gracias a ellos.
En esta exposición no se habla demasiado de ese contexto.
Lamento la actitud de los responsables de esta exposición que son el Centro Internacional de Fotografía (icp), de Nueva York. Tienen una habilidad técnica para recuperar negativos ejemplar. Son intachables técnicamente. Pero les falta, y eso no deja de sorprenderme, interés por la historia y el contexto. Pasa inadvertida la historia de estos negativos. Ellos solo se centran en las superestrellas de la fotografía, y esto se explica por la visión colonial de la cultura tan propia en Estados Unidos.
Desde 1995 se sabía que estas fotos estaban en México. ¿Por qué el icp tardó tanto en conseguirlas y exponerlas?
Por el mismo motivo. Ben Tarver había recibido los negativos del general Francisco Aguilar (embajador de México en Francia) y los tenía en su casa de México sin darse cuenta de su importancia. Solo en 1995, viendo una exposición sobre la Guerra Civil, se percató de que tenía imágenes muy parecidas. Se puso en contacto con gente del icp Nueva York y empezó a recibir cartas intimidatorias para que entregase los negativos: “Usted tiene propiedad que no le pertenece, el derecho internacional nos ampara.” Una actitud muy americana. Eso lo paralizó y lo llevó a desconfiar. Pasaron diez años y no pasó nada hasta que una amiga mía, la curadora británica Trisha Ziff, destapó todo esto con su enorme entrega. Ella fue la intermediaria entre Ben y el icp. Gracias a Ziff las fotos llegaron a Nueva York y Ben Tarver adquirió los derechos para hacer una película que finalmente rodó ella.
¿Cómo fue el momento en el que vio las fotos por primera vez?
Yo soy amigo de Trisha desde hace mucho. Ella necesitaba un confidente, ella era Sherlock Holmes y yo Watson. Quería un testigo que conociera la vida cultural mexicana. Me contó que estaba buscando esos negativos y que estaba segura de que los tenía alguien en México. Me ofrecí a ayudarla en su búsqueda pero, la verdad, no le di la importancia que tenía, lo confieso. Pensaba que era una más de sus locuras, de sus grandes expectativas, de su enorme entusiasmo. Pensé: quizá conseguimos alguna fotografía de la guerra. Pero jamás pude imaginar el alcance que esto tenía. Fue extraordinario. Cuando fuimos a casa de Ben y vimos las fotos fue emocionantísimo. Empezamos a extender esos negativos y vimos al líder catalanista Lluís Companys, a la Pasionaria, a Lorca… ¡Fue un delirio! Solo faltó que aparecieran los negativos de la foto del miliciano abatido de Capa.
Ella se alegra de que no apareciera esa foto. Dice que habría eclipsado la historia.
Y tiene razón, esa foto habría desvirtuado todo y habría convertido esta obra en un acta acusatoria contra Robert Capa. Todo indica que la foto del miliciano fue un montaje, el tema está muy estudiado. Pero eso no le quita fuerza. Es cierto que Capa reivindicaba la cercanía y la veracidad absoluta. Y sí, quizás es un elemento cuestionable en su obra. Pero su valentía está más que probada: él estuvo en Normandía y en la evacuación de Dunkerque, estuvo en los momentos más arriesgados de la Segunda Guerra Mundial, donde casi nadie llegaba. Hay una hipótesis psicológica para explicar ese comportamiento temerario: dicen que se arrepintió de preparar esa foto del miliciano y que por ello quiso mostrar su arrojo hasta el final, cortejando el peligro has- ta que murió por una mina en Vietnam. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué culpa tenía que pagar? Nadie lo sabe con certeza. Por otra parte, Capa era un gran embustero. Él se construyó un personaje. Como gran jugador, apostador y mujeriego era muy mentiroso, su propio nombre es mentira. Pero los mentirosos dicen grandes verdades.
En la Guerra Civil los grandes periodistas eran militantes comprometidos con una causa. ¿Ello resta valor a su obra?
Lo que ha cambiado mucho hoy en día es que no hay causas absolutamente buenas. En tiempos de Capa había buenos y malos, la esperanza era inocente. Pero hoy todo es escepticismo, nada es completamente positivo: ni Obama, ni la causa palestina, ni Cuba… Todo tiene matices. La esperanza política ha caducado. Un militante hoy es forzosamente dogmático, es alguien que no ve los matices de la realidad, y eso en el periodismo es fatal.
¿Hay un Robert Capa en el periodismo mexicano actual?
En cierto sentido, el trabajo y las crónicas de los mexicanos Anabel Hernández, Diego Enrique Osorno o Lydia Cacho son un ejemplo de ese periodismo comprometido. Son personas que con enorme valentía han tocado temas muy incómodos y han arriesgado su vida. Las crónicas del 68 en México nos enseñaron la verdadera historia, la represión, mucho mejor que los periódicos. Y hoy las crónicas están explicándonos la violencia del narco de modo insuperable. Muchas de las cosas que conoceremos en el futuro van a venir de ellos y de gente como ellos. Tomás Eloy Martínez lo dijo: La crónica se centra en el pasado, pero es una intervención para el futuro. ~
(Madrid, 1983) es historiador, narrador y periodista. Ha publicado reportajes en El País y en otros medios de España y Latinoamérica.