C. M. Mayo
Odisea metafísica hacia la Revolución mexicana. Francisco I. Madero y su libro secreto, Manual espírita
Traducción de Agustín Cadena. México, Literal Publishing, 2014, 286 pp.
Hace poco más de quince años, afuera de una biblioteca, trabé una discusión con una historiadora francesa. Le pregunté qué era lo que estaba investigando, me respondió, me dio detalles, metodologías, hipótesis y objetivos. Luego, tal vez por simple cortesía, me preguntó por mi tema de investigación. “El espiritismo en México en el siglo XIX”, le respondí. Un trazo de ira surcó su cara. “¡Eso no es historia!”, aseguró, se dio la media vuelta y se fue poniendo rápido fin a nuestra disertación académica. Al parecer se sintió engañada y, más que historiador, me tomó por un embaucador.
No sé cómo la estará pasando el día de hoy aquella colega, pero supongo que los colores de la rabia han de haber escalado ya varias veces a su cara, si ha atestiguado la variedad de temas de los que la historia se está haciendo cargo hoy. Temas que antes se creían intrascendentes o frívolos. Estudios sobre los affaires que el hombre ha tenido con sus producciones culturales, sus obsesiones sociales, sus rasgos perversos, sus necesidades metafísicas, y que han tomado por asalto varias academias de historia dejando un poco de lado a las ópticas marxistas, las fluctuaciones estrictamente políticas, las gráficas de fanegas. Análisis del pasado que dejaron de ser patrimonio exclusivo de los historiadores y que elevan la importancia de la interpretación y la imaginación histórica, antes aparecida en un segundo o tercer plano. El libro Odisea metafísica hacia la Revolución mexicana que, hay que decirlo, tiene un título muy poco afortunado porque no da cuenta de la dimensión y amplitud de análisis que hay en su interior, se inscribe sin duda en esta nueva corriente, e incluso le exige nuevos alcances.
El volumen es un poderoso híbrido que contiene un amplio estudio sobre la vida y época de Francisco I. Madero, observado con deleite fetiche desde su filiación espiritista. Y tiene, en una segunda parte –o extenso anexo–, el libro Manual espírita, publicado en 1911 y firmado por Bhîma que no es otro más que el mismo Madero. Sin embargo, el análisis de C. M. Mayo es bastante más que eso.
El día de hoy ya son varios los estudios que han analizado al espiritismo como una vigorosa corriente de pensamiento establecida entre la segunda mitad del siglo xix y principios del XX mexicano, heredera de la propuesta espiritista francesa de Allan Kardec, en la misma sintonía que el espiritismo norteamericano de las señoritas Fox, hermanada con las varias decenas de círculos, congresos y revistas espiritistas que había en buena parte de América Latina. Una propuesta nacida con el modernismo, que buscaba dar consuelo moral en momentos de crisis de las iglesias como instituciones, que sumaba a su estructura elementos de la incipiente metodología científica como la homeopatía, la astronomía o el darwinismo, pero que también provocó polémicas en diarios y revistas de la época con enemigos claros como los positivistas o los católicos, e incluso levantamientos sociales como el ocurrido en Tomóchic donde la única autoridad para la mayoría de los habitantes era la médium Teresa Urrea, la Santa de Cabora. El libro de Mayo analiza con detenimiento estos distintos episodios del espiritismo, pero tampoco se queda ahí.
Tal vez C. M. Mayo se dio cuenta de que era necesario un nuevo estilo para abordar temas como el espiritismo de Francisco I. Madero. Abandonar un poco el tono académico más ortodoxo, y acercarse a la literatura para explicar motivos históricos que proceden de orbes personales. Y el efecto es afortunado: la vida cotidiana emerge viva –no disecada–, mientras que la vida de Madero se pinta de un tono intimista que se debe más a esa literatura que a la comprobación de la referencia. El estilo de vez en cuando se convierte en dato con los riesgos que ello implica: a partir de una fotografía de Victoriano Huerta, Mayo nos otorga rasgos de su carácter, asegurando que sus ojos “no están llenos de maldad, sino de confusión y temor”. Esto, queda claro, tiene un gran peso en el discurso histórico que de manera inevitable está construyendo la autora. Pero su texto también es un ensayo personal: nos cuenta –y no solo como introducción– la manera en la que se acercó al tema a partir de su anterior libro El último príncipe del Imperio mexicano, novela sobre Maximiliano de Habsburgo, y nos narra su primer acercamiento a los materiales sobrevivientes de la biblioteca de Francisco I. Madero que estaban dispuestos sobre una mesa en la biblioteca Lerdo de Tejada: documentos personales, los libros leídos por el revolucionario, un ejemplar de su Manual espírita.
Mayo se esfuerza por establecer un punto medio frente al Madero espiritista. Se sorprende ante la irresponsable negación que muchos historiadores han hecho de este rasgo metafísico, sobre todo teniendo en cuenta que el espiritismo, más allá de los prejuicios que hoy sostengamos sobre él, hace cien años era una doctrina filosófica muy respetada. En ese tono nos dice que a pesar de quitarse el sombrero “ante el gran profesor Friedrich Katz”, le sorprende que en su obra La guerra secreta en México solo mencione de pasada que Madero era “espiritualista”, o que otro libro publicado en una “editorial universitaria” –del que no señala autor– asegure que Madero era ateo. Sin embargo, me parece que al menos la primera pifia no es otra cosa más que la contraposición de dos estilos de hacer historia. La manera en que temas antes considerados exóticos han ganado terreno dentro de ciertas academias. Una cuestión de timing.
La autora tampoco evita su opinión sobre la continua burla que la prensa hizo del Madero espiritista, del Madero “inocentón” que supuestamente vivía confiado en la bondad del género humano al punto de no ver la traición que le quitaría la vida y que se estaba cocinando en sus propias narices. De hecho, Mayo deja clara su postura frente a casi todo lo que estudia. Sus filias y fobias. Compara su propia experiencia cercana del poder con lo que Madero podría haber sufrido. Habla de seres complacientes hasta el hartazgo que esperan favores y que por lo mismo callan lo que consideran molesto. Lástima que lo molesto muchas veces se torne peligroso. De esta manera, nos sugiere que el error de Madero corresponde más a los laberintos de la política que a los ideales del espiritismo. De la misma manera que la cascada de burlas contra él se debían más a la libertad de prensa que instauró –y que no existía en el Porfiriato– que al hecho de ser espiritista. Sin duda, si jamás lo hubiera sido, otros rasgos habrían funcionado igual de bien para lograr el descrédito.
En algunas partes, Mayo vuelve a contar episodios que creemos bien conocidos del Porfiriato y la Revolución mexicana: la entrevista Díaz-Creelman, las apreciaciones de John Kenneth Turner en México bárbaro, el estado de sitio de la Decena Trágica. No se debe olvidar que originalmente el libro fue escrito en inglés y lo que en México puede parecer redundante, fronteras afuera no lo es tanto. Pero, a pesar de ello, el paisaje tantas veces visitado resulta nuevo a través de la filiación espírita de Madero. No es que estos episodios sirvan de escenario para ubicar el tema principal, sino que cada uno de esos momentos aparecen distintos, con nuevos recovecos y procesos, a partir del espiritismo de Madero y de toda una época.
Con todo lo anterior, al llegar al libro escrito por Bhîma, se tienen no solo las herramientas necesarias para comprenderlo a cabalidad, sino también para entender que las fronteras de la historia –sus temas, sus tonos– están siempre en constante expansión. ~
Es escritor e investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Es autor, entre otros libros, de El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX (Cal y arena, 2005)