Lo que callan los acordes

Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles

Eduardo Huchín Sosa

Turner

Ciudad de México, 2022, 240 pp.

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Eso suena mal. Bueno… tal vez no.

De pronto, un trovador callejero toca un acorde erróneo a media canción. Esto no escapa de los oídos de un músico, quien ahora dudará si darle una moneda al intérprete. Esa es una duda que ha asaltado alguna vez a Eduardo Huchín, quien en su libro Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles confiesa ser el tipo de persona “enfermiza” a la que le importan demasiado los acordes.

Más allá de la anécdota, esta confesión de Huchín encierra una de las ideas clave del libro: el conflicto y la ruptura en la música. Hace casi quince años platiqué con el músico bosnio Goran Bregović semanas antes de su participación en el Festival de México. Estaba particularmente emocionado porque iría a Garibaldi a escuchar mariachis callejeros. No le importaba si estaban desafinados, pues eso le parecía parte del encanto. Recuerdo esa plática porque, aunque la desafinación no es lo mismo que tocar un acorde equivocado, la concepción de Bregović respecto al “encanto” de la música tiene mucho que ver con la práctica “enfermiza” de Huchín y la manera en que logra trascenderla en su libro. Al hacerlo, rompe las “correas” que atan a muchos músicos y presenta una visión integral de la música como causa y efecto de su contexto histórico y cultural.

Calla y escucha rastrea diversos momentos en que se han roto barreras y tradiciones dentro y fuera de la música. Al hacer esto, el texto funciona como una ventana que nos permite mirar a la música y su contexto de otra forma, tender puentes e, incluso, terminar de derribar algunas de esas barreras con el simple hecho de notar su artificialidad. La experiencia de Huchín, quien además de ser escritor y editor es músico y forma parte del dueto Doble Vida, le permite tener un pie dentro de la música y otro fuera de ella. Así se logra liberar de las mencionadas correas que, irónicamente, impiden a muchos músicos entender su profesión como parte de un todo cultural y social.

Cuando el autor menciona en las primeras páginas del libro que le es más fácil entender una obra de Bach al ver las manos y dedos de un guitarrista que la interpreta que al leer el torbellino de notas sobre un pentagrama, está rompiendo una de las correas más fuertes. Es consciente de que hay yugos musicales de los que no puede liberarse, como ese tormento que siente al escuchar acordes fuera de lugar, pero, gracias a que entiende que esa es una manía propia, no cierra los ojos –ni los oídos– a esa experiencia.

Así, el autor inicia un recorrido que pasa por los personajes más divertidos de Les Luthiers, narra el extraño caso de los fake books –partituras resumidas que se distribuían por contrabando– o cuestiona a aquellos melómanos que parecen salidos de Alta fidelidad de Nick Hornby, cuyo saber enciclopédico sobre un nicho musical como “el punk de Ecatepec de la década de los ochenta” en muchos casos resulta estéril. En su repaso musical “de Bach a los Beatles”, Huchín también evoca cómo el obrero Bennie Lydell Glover contribuyó a destrozar la industria discográfica, analiza el lado oscuro –y muy brillante a la vez– de Cri-Cri y describe las dificultades del día a día de un músico, algo que posiblemente ha padecido Huchín en carne propia con Doble Vida.

Todo ello nutre y al mismo tiempo es fruto de dos capítulos que son los pilares conceptuales del libro, dos ensayos que por sí solos resumen y analizan las transformaciones de la música, la cultura y la sociedad a lo largo del siglo XX: “Abre los ojos bien: la experiencia visual de la música” y “Lo que hace un beatle por las noches”. El contenido del primero se explica por su título, mientras que el segundo aborda los cruces telúricos de esa frontera borrascosa entre la música clásica y la popular.

“Abre los ojos bien…” da inicio con un ejemplo que resultará familiar a los lectores: la irrupción de MTV (Music Television) en 1981 y la revolución que implicó al consolidar a los videoclips como un modelo de difusión de la música. Pero Huchín rastrea esa “experiencia visual” hasta tiempos anteriores a la televisión, cuando la alianza entre música e imagen se consolidó con el cine. Con los pianistas que tocaban en vivo durante las cintas silentes se descubrió que la música podía proveer de intensidad dramática o, en algunos casos, arruinar la historia, de acuerdo con las crónicas que rescata Huchín de algunas ocasiones en que la gente pedía a gritos que se callara el pianista. En todo caso, la música regía la historia.

Después, las cintas incluirían su banda sonora, y de ellas Huchín destaca La tierra de la música (1935) de Disney, una película animada que ilustra el cisma entre música popular y clásica, con elementos sonoros y visuales clarísimos para distinguir a ambos universos o “tierras” musicales. En la narrativa del cine de la época florecían el racismo y la discriminación y la música ayudaba a reforzar ello por medio de la instrumentación y melodías. Algo positivo que Huchín rescata de ese contexto fue que la gran industria del cine animado abrió un espacio de experimentación e innovación musical. Composiciones que jamás habrían sido aceptadas en el gremio de la música culta hallaban una válvula de escape en ese medio. Esa experimentación musical de la banda sonora de las caricaturas eventualmente se extendería a todo el cine. Vendría el avant garde y los extremos de John Cage y su obra 4’33’’, que algunos podrían considerar como la única composición que suena completamente diferente cada vez que se escucha.

En “Lo que hace un beatle por las noches”, Huchín tiende el puente entre la música clásica del siglo XX y la música popular. Entre Schönberg y Cage y Lennon, Harrison, McCartney y Starr halla vasos comunicantes: una vocación innovadora que ha arrojado grandes misterios estudiados por décadas, como la naturaleza del primer acorde de “A hard day’s night”. Huchín aborda en ese ensayo el que quizá resulte ser uno de los momentos más importantes en la historia de la música, un punto de inflexión a partir del cual se ha dado un éxodo: las ideas innovadoras, los grandes instrumentistas y compositores han comenzado a migrar del mundo de la música clásica al de la música popular. Es un proceso que aún se está dando y quizá pasen algunas décadas para que se complete la migración. Pero ya hay algunas personas que han decidido prestar atención a los acordes “erróneos” o levantar la oreja –y la mirada– cuando se escucha algo “desafinado”, pues, aunque en muchas ocasiones puede ser un error en la progresión de acordes o una cuerda mal afinada, en otras ocasiones puede tener que ver con el contexto. Quizá la cuerda se ha contraído por el clima, o el trovador tropezó al tocar el acorde. O quizás ha sido intencional, con un sustento cultural detrás. Pese a los escalofríos que pueda causar un acorde erróneo, Huchín ha decidido abrir los oídos, la mente, y escribir Calla y escucha, que revela parte de ese encanto de la música. ~

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Sociólogo, etnomusicólogo, periodista y DJ.


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