El ascenso al poder de Mijaíl Gorbachov (1931-2022) es uno de los grandes enigmas de la historia. ¿Cómo un joven reformista fue elegido por una gerontocracia profundamente conservadora para ser el líder de tan gran potencia? Sin duda, la aparición de este “cisne negro” cambió los derroteros del mundo. “La peor catástrofe geopolítica del siglo XX”, ha dicho Putin, pero para los demócratas significó el fin de la Guerra Fría y el colapso de un régimen altamente opresivo. Sobran quienes señalan a Gorbachov como una enorme calamidad y describen a su gobierno como un rotundo fracaso. Para algunos historiadores la Unión Soviética, en realidad, no estaba en un estado de colapso cuando Gorbachov tomó el timón. Vivía política y económicamente estancada, sí, pero no se desmoronaba. Podría haber continuado, menguante e impertérrita, quizá durante décadas, como el Imperio otomano en el siglo XIX, o iniciar, como lo hicieron los chinos, reformas económicas mientras aplazaban la apertura política sine die. Pero estas son falacias.
Para mediados de los años ochenta el deterioro de la sociedad soviética era notable. La economía, anémica. Las estructuras de gobierno, rígidas e ineficientes. Las leyes, ignoradas o, de plano, injustas. Las ciudades industriales contaminaban el aire y el agua mientras producían armamentos y los ciudadanos comunes hacían largas filas para obtener suministros miserables de alimentos y productos de mala calidad. La agricultura colectivizada estropeaba las vidas de los agricultores y los consumidores. Los servicios de salud pública eran pavorosos. Buena parte de la población, especialmente la mayoría eslava, sufría de alcoholismo generalizado, bajas tasas de natalidad y disminución de la esperanza de vida. Además, el grave rezago económico y tecnológico ante Occidente era cada vez más profundo, lo cual se manifestaba en lo militar, y el paranoico politburó estaba obsesionado con la posibilidad de un ataque de Estados Unidos. Necesitaban reanimar la economía para poder seguir el paso de la carrera armamentista.
Gorbachov nunca habría ascendido al poder sin el patrocinio de Yuri Andrópov, jefe de la KGB durante quince años antes de convertirse en líder de la URSS en 1982. Andrópov conoció a Gorbachov cuando este era uno de los jefes provinciales más jóvenes y prometedores del Partido Comunista, con una bien ganada reputación de lealtad y dueño de una mente fértil, pragmática e innovadora. Andrópov mismo tenía intenciones reformadoras, pero su salud era muy precaria. Agonizante, apenas un año después de asumir el poder instó a sus subordinados a elegir a Gorbachov como su sucesor, pero no hicieron caso y optaron por Konstantín Chernenko, un “dinosaurio” del partido de 72 años, quien padecía de enfisema, pleuresía, neumonía y enfermedades cardíacas. Murió apenas trece meses más tarde.
Gorbachov, por fin, fue designado en 1985 líder supremo de la URSS. Venció a media docena de otros aspirantes con edades comprendidas entre los 72 y los ochenta años, todos comunistas ortodoxos y amantes del statu quo. Pero la situación demandaba otros rostros y nuevos estilos. Los primeros eventos públicos de Gorbachov como secretario general fueron refrescantemente informales y atractivos. Irradiaba carisma y confianza, creaba expectativas de saber cómo darle forma a la siguiente etapa de la historia soviética y de cómo reformar el socialismo. Sin embargo, no tenía planes convincentes para abordar los males crónicos y estructurales de la economía soviética. Y, aunque los hubiese tenido, habrían sido una amenaza para los otros miembros del politburó y para la poderosa nomenklatura. Y ellos, en verdad, pesaban.
El gobierno de un solo hombre había muerto con Stalin y fue suplantado por un liderazgo colectivo. Eso es lo primero a tomar en cuenta cuando se hacen las comparaciones entre Gorbachov y Deng Xiaoping. El líder chino aplicó su reforma económica mientras limitaba estrictamente la reforma política. El ruso decidió desplegar ambas a la vez. ¿Fue esto un error de Gorbachov? No, porque no tenía alternativa. Deng tenía una ventaja paradójica: el profundo caos económico y social provocado por la Revolución Cultural sirvió ampliamente para desacreditar el extremismo de Mao y a aquellos asociados con él (la “Pandilla de los Cuatro”). Eso y la inexistencia de una nomenklatura de verdad influyente facilitaron a Deng la tarea de crear una coalición política eficaz. Solo entonces se embarcó con las exitosas reformas económicas. Gorbachov enfrentó una poderosa burocracia partidista que había excluido la posibilidad de una reforma económica de gran alcance durante las dos décadas precedentes por temor a perder privilegios.
Al igual que Deng, Gorbachov debía consolidar su autoridad política antes de poder avanzar de manera definitiva en la reforma económica. Pero, a diferencia de Deng, Gorbachov no pudo hacerlo rápidamente ni de manera decisiva. Según cuenta William Taubman (su principal biógrafo), a Gorbachov lo abrumaba el caso de Nikita Jrushchov, destituido sumariamente por el politburó en 1964 por poseer un perfil demasiado reformista.
El arraigo de la nomenklatura solo podría contrarrestarse con una amplia reforma política. Al no lograr nuevas fuentes de crecimiento a través de la política inicial de “aceleración económica” (1985-86), Gorbachov introdujo la perspectiva de reformas económicas estructurales (la perestroika de 1987) y luego la aceleración de la glásnost con la democratización a partir de 1988. Perseguir las reformas económica y política simultáneamente hubiera sido demasiado incluso para estadistas de mayor envergadura. La cultura política rusa era una desventaja por sus raíces, inmersas en siglos de autocracia. La democratización dio lugar al incipiente regreso de elecciones genuinas en la Unión Soviética, no celebradas desde el establecimiento de la Duma (el Parlamento) tras la Revolución de 1905. Los comicios multipartidistas se introdujeron en 1989 con la idea de establecer un mayor control sobre la vieja guardia y como una forma de legitimar las iniciativas de Gorbachov, pero no fueron estos los resultados. Sirvieron para generar movimientos políticos nuevos no comprometidos necesariamente con las perspectivas de la perestroika, para desatar las fuerzas centrífugas de un enorme y ya inoperante imperio multinacional y para aupar a poderosos caudillos regionales (el principal, Yeltsin).
Gorbachov pronto se vio abrumado por las crisis internas dentro de la Unión Soviética. Como ha sucedido otras veces en la historia, pretendió hacer una “revolución desde arriba” y acabó enfrentando una “revolución desde abajo”, con protestas callejeras y revueltas por todas partes y, por añadidura, la resistencia de los conservadores en el Partido Comunista. El presidente empezó a ser visto como un agente de destrucción. Los alimentos escaseaban, el mercado negro imperaba como nunca y las erráticas y tímidas políticas de liberalización de la perestroika fracasaron. En lo político fue imposible transformar un partido dirigido y organizado como un ejército en algo parecido a un partido socialdemócrata en un esquema de libre competencia electoral. Ya electo presidente de la República Soviética de Rusia, Borís Yeltsin, exaliado de Gorbachov, empezó a cobrar relevancia y fuerza. En lo formal ambos compartían valores y objetivos democráticos, pero sus enfoques diferían marcadamente. Gorbachov estaba decidido a mantener una URSS reformada bajo su propio liderazgo. Para hacerlo, debía encarar una fisura cada vez mayor entre el Partido Comunista desanimado, cismático y ampliamente vilipendiado y un floreciente movimiento democrático antisistema. Yeltsin, por el contrario, trabajó febrilmente para consolidar a la Federación Rusa como una base desde la cual podía aprovechar las fuerzas centrífugas para su propio beneficio. Para 1991 la suerte estaba echada. Vino entonces el fracasado intento de golpe de Estado por parte del ala conservadora del Partido Comunista. Gorbachov regresó a su oficina en el Kremlin en calidad de cadáver político. Era demasiado tarde. Yeltsin y los líderes de otras repúblicas estaban negociando un tratado para crear la Comunidad de Estados Independientes. La URSS se disolvió el 26 de diciembre.
Gorbachov vivió lo suficiente para ver cómo se abandonaba lo mejor de su legado, con la restauración de un régimen autoritario y depredador gobernado por un exoficial de rango medio de la KGB empeñado en promover ante el mundo una sanguinaria ficción imperial. Rusia persiste con una economía disfuncional heredada de las épocas soviética y de Yeltsin, carente aún de sectores modernos y competitivos de cara a los mercados nacionales y extranjeros, dependiente de los recursos naturales extraídos del suelo, atosigada por una corrupción flagrante e institucionalizada y representando la mayor amenaza actual para la paz y la seguridad internacionales. ~
Es escritor. Este año publicó de Winston Churchill a Donald Trump: auge y decadencia de las elecciones.