A diez años de la huelga, y de su libro Allá en el campus grande (Tusquets, 2000), sigue usted siendo muy crítico de la UNAM. ¿Nada ha cambiado?
Bueno, soy crítico en general, supongo. Hace treinta años que la UNAM, en su superior sabiduría, me contrató para escribir libros sobre la historia de la poesía mexicana, así que es como mi otro país. Me he pasado la vida en ella y es mi patrona y la quiero y está llena de actividades y personas que admiro y respeto, e, inevitablemente, también reparo en sus vicisitudes y las platico, o me las platico. Lo hago desinteresadamente y sin provecho. Hay quienes creen que lo hago con mala fe o, peor aún, por consigna. Yo me alzo de hombros. Esto de que la UNAM es un país quizás no sea exageración: tiene territorio, himno, leyes, policía, sistema de gobierno, clases sociales, rituales, política. Vamos, tiene hasta territorio en rebeldía. Y además es de primer mundo: un país welfare, sin desempleo y sin cárceles. Su problema, claro, es que no acuña moneda y genera sólo el 10% de lo que cuesta. Ahora, a diferencia de otras instituciones, sí me parece que en una universidad la crítica es obligatoria y necesaria, y más en México, y más en estos tiempos. Una universidad que critica sin criticarse se devalúa.
La impresión es que no hay mucha crítica sobre las universidades en general.
Bueno, sí, y más ahora que la crítica se ejerce sin cortapisas y que todas las instituciones políticas, económicas y sociales son objeto de crítica, de la baladronada editorial a la crítica serena e inteligente. Y sí, parecería que las universidades tienen una dispensa. Pero me llama la atención más todavía que la universidad misma no se critique, o que no lo haga con tenacidad y enjundia similares a las que algunos que viven en ella ponen en su crítica, digámosle, extramuros. El tonante iracundo que zarandea al gobierno federal en su artículo semanal, escrito en su cubículo de la UNAM, ¿no tiene nada que criticarle a la UNAM? El denuedo con que critica al sistema educativo ¿por qué se detiene ante las universidades? Es curioso que cierta UNAM sea tan conventual y conservadora hacia adentro como “progresista” hacia afuera; PRI de su casa y PT de la calle.
Se diría que quien es buen juez por su casa empieza.
Pues sí, pero en México se entiende que el que se mete con la familia no es buen juez: o tiene intereses o es un suicida. “Hay que atrevernos a decir las cosas”, dijo el rector José Narro hace unos días ante el presidente. ¿Podría ser de otro modo? La crítica al interior de la UNAM no se podría ejercer sin irritar a colegas o grupos, sin arriesgar recompensas o afectar intereses muy entretejidos. Cierta idea de la lealtad que parece incluir la reserva. Y las universidades son instituciones piramidadas, donde se hacen carreras largas que conviene llevar sin sobresaltos. Por otro lado, cuando algún politólogo o economista aplica su ciencia a los problemas de la UNAM y los hace públicos, no se leen como crítica, sino como política, por ejemplo, porque hay un cargo en disputa. Sólo parece surgir la crítica cuando se ha acumulado un exceso de presión y hay una huelga. Bueno, a veces la crítica “progresista” dice la verdad sobre el sindicato, que tiene todos los vicios tradicionales del sindicalismo mexicano, pero no lo critica por eso, sino por pugnas al interior del PRD. Las denuncias son atroces y, luego, el silencio. Por otro lado, habrá muchos universitarios con intereses políticos para los que la UNAM ya sirve muy bien para lo que debe servir.
¿Ha cambiado la UNAM en esta década que coincide con la llegada al poder del PAN?
Bueno, entre sus ideólogos, si se habla de la transición democrática es para decir que la democracia no sirve, o que la transición fue hacia el lado equivocado, o bien para ponerla de ejemplo y revivir la vieja fantasía de someter los cargos directivos universitarios al voto “popular”, que incluye el de estudiantes y trabajadores. Ya lo dijimos: es un país. Si bien la denuncia del presunto afán privatizador del gobierno se remonta a 1991, 1992, se presume que el gobierno panista aumenta la presión. Ahora, que al hablar de la UNAM se piense sobre todo en su protagonismo político es ya un signo de que no ha cambiado mucho, y que si la UNAM sirve para educar e investigar, que es lo mejor que tiene, conserva una plusvalía política, que no es lo mejor que tiene. Estos años han agudizado la disputa sobre si debe ser política o no. Una disputa que viene desde 1933, por lo menos, cuando la agresión de Bassols y la famosa polémica entre Caso y Lombardo, sobre si debe generar y difundir conocimiento sin meterse en política o si es una institución social, un ente político, una cosa pública. Bueno, parecería que esa pugna se ha resuelto en este último sentido y que se cerró el periodo en el que se pensó en el otro.
¿Qué periodo es ese?
El que va, por lo menos, del rectorado de Jorge Carpizo al de Francisco Barnés, aunque tiene algunos antecedentes en 1966, en el de Ignacio Chávez. En 1986 Carpizo publicó un diagnóstico inclemente, Fortaleza y debilidad de la UNAM. Decía que era “una universidad gigantesca y mal organizada” y que era necesario “lograr que los estudiantes estudien, que los profesores enseñen y que los investigadores investiguen”. La frase me sigue dejando atónito. Propuso un primer paquete de iniciativas: dar de baja a los aviadores (en esto no estoy de acuerdo: hay que meterlos a la cárcel), evaluar con verdad y rigor los informes de labores, limitar el derecho a reprobar y el número de exámenes extraordinarios, condicionar el pase automático a un promedio de 8, etc. Puro sentido común, pues. Y, claro, aumentar las colegiaturas. No tardó en aparecer el piquete activista que cerró la UNAM en nombre del pueblo, reforzó el derecho a la mediocridad y el status quo y logró el reconocimiento de que los movimientos estudiantiles tienen derecho de veto y son más autónomos que la UNAM. Carpizo advirtió sobre el riesgo de que acabara en manos de un partido político, decidió no reelegirse (porque en mi país sí hay reelección) y claudicó. La UNAM aceptó organizar un congreso de reforma para el que se registraron 5 mil ponencias. El congreso tardó años en organizarse y luego se quedó a medio camino, como la revolución. El rector José Sarukhán decía otra frase asombrosa: la necesidad de “academizar” a la universidad. Se reconocía que en los hechos conviven el conocimiento y sus reglas con el poder político y las suyas, y que esa pugna desacademiza. Y bueno, una universidad puede seguirlo siendo sin política, pero no sin academia. Los políticos nunca se quejarán, lamentablemente, de que la UNAM los “despolitice”.
Y la huelga de 1999 cerró ese periodo.
Eso creo. Confiscó durante diez meses la función académica de la UNAM y privilegió sus usos políticos. Un carnaval estrepitoso y costosísimo, con boina. Poco antes, durante la campaña presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas sentenció que el PRD se pronunciaba contra las reformas que la UNAM, en uso de su libertad y su autonomía, proponía discutir. Pues la huelga acabó con esa libertad. Un rector sabe que si dice “vamos a reformarnos” tiene una huelga en una semana. Y bueno, los temores de Carpizo sobre que un partido pudiera pesar tanto en la UNAM parecen haberse cumplido. Hay quienes dicen ya abiertamente que esa huelga fue causada por las tribus perredistas, como Fernando Belaunzarán, no sólo miembro del PRD sino de su directiva. Nadie lo negó. Ahora bien, estos diez años no han erradicado esas tensiones políticas, pero las han controlado. Los rectorados de Juan Ramón de la Fuente y de Narro suman diez años sin conflictos serios…
No ha habido huelgas…
Creo que sólo se ha cerrado una vez, hace poco, cuando el perpetuo líder de su sindicato, senador y diputado también perpetuo, la cerró en solidaridad con el SME. Otro que también es más autónomo que la UNAM. Calculé que cerrar la UNAM un día le cuesta al pueblo 170 millones, pues labora 137 días al año y tiene 24 mil millones de presupuesto. Esto cuando la UNAM denunciaba que el gobierno se lo había disminuido en 200 millones. Por otro lado, esta pax unamita no ha anulado las presiones políticas, las ha amaestrado quizás. No hace mucho el Dr. Ángel Díaz Barriga sostuvo que luego de la huelga la UNAM decidió compartir el poder con el PRD. Esto lo dice un universitario serio, que se dedica a estudiar a la UNAM y que la representó ante los huelguistas. Dice que a raíz de la huelga se decidió (no dice quién) entregar varias direcciones de la UNAM a personas (no dice quiénes) cuyos méritos no son tanto académicos como derivados de su militancia en el PRD. Se pensaría que fue la compra de un seguro multimodal antihuelgas.
¿Cuál es el beneficio para el PRD?
Bueno, se fortalece en una instancia con poder político, fácilmente movilizable; tiene un palacio de invierno para sus cuadros, un enorme sindicato a modo. Y una trinchera con resonancia para golpetear al gobierno: el derecho a la educación, que es la reivindicación más consensada de la revolución mexicana. Lo que dijo Díaz Barriga es grave y uno diría que los defensores de la autonomía y los adversarios de la privatización habrían exigido aclarar el asunto. Pero el PRD tiene el monopolio de “lo público”…
Y también sería una violación a la autonomía…
Yo creo que sí. Lo grave es que un director cuyo mérito es su militancia partidista puede trasladarla a su dependencia en forma de proyectos, líneas académicas, mecanismos de ingreso y promoción y sellarla para siempre. Por otro lado, hay que subrayar que Díaz Barriga habló de algunas direcciones. Hay muchos otros directores que hacen bien su trabajo, con eficiencia y desinterés. Por otro lado, en su Estatuto General la UNAM se ordena a sí misma acoger en su seno “con propósitos exclusivos de docencia e investigación todas las corrientes del pensamiento” y, por lo mismo, ordena tajantemente, que en ella no haya cabida para “las actividades de grupos de política militante”.
En teoría, porque los partidos políticos siempre han estado ahí.
Sí pero, en teoría, en una universidad los reglamentos no se aplican en teoría ni son optativos. Se supone que somos la vanguardia civilizatoria. Y sí, los partidos han estado ahí siempre, pero no limitaron la congruencia universitaria de rectores como Roberto Medellín Ostos, Gómez Morín, Ignacio Chávez, Barros Sierra…
No está usted diciendo que…
No estoy diciendo eso. El papel del rector es difícil; la institución está plagada de tiranteces e intereses. Sobre la presencia de los partidos no hace mucho leí en Proceso una entrevista con el “líder estudiantil, activista político y académico” Imanol Ordorika. Esos epítetos no los pongo yo, mira, así dice la semblanza que puso en Wikipedia. Fue uno de los “líderes históricos” –así les gusta llamarse– de la huelga contra las iniciativas de Carpizo. Luego trabajó para Cuauhtémoc Cárdenas, cuando era poderoso, y luego, cuando ya no lo fue, volvió a la UNAM. Bueno, en esa entrevista el activista académico denuncia a los “grupos de poder” y los califica de grandes electores; dice que, mientras no haya “democracia”, el poder en la UNAM seguirá en manos de los ingenieros de ICA; los abogados, que serían del PRI; los científicos, los médicos, etcétera. Luego hace un relato entreverado sobre cómo todos esos grupos eligieron al Dr. Narro. ¿Eso le complica las cosas o se las facilita? En fin, en cada párrafo se menciona una violación a la autonomía como la cosa más natural (un año después de esas declaraciones el rector le dio a Ordorika un cargo de director). Pero volvamos al tema. Quizás el cambio importante de estos años sea que hasta la huelga del 2000 la UNAM activista todavía fantaseaba con engendrar una revolución social. Claro, todavía hospeda ideólogos que consideran a las universidades públicas arietes revolucionarios, algo que viene desde el legendario congreso de 1918 en Argentina; ideólogos en el sentido de convertir la revuelta en doctrina, para usar la breve definición de Octavio Paz: simpatizantes de Chávez, los hermanos Castro y hasta de Marcos. Y tienen clientela. Bueno, pero, a partir de 2000, quizás ya no se trate de usar a la UNAM como ariete, sino como un activo en la lucha de lo que, para no meternos en líos, podemos llamar “las izquierdas”.
¿En qué consiste ese “activo”?
El fin último es alzarse con el poder político (espero que de manera pacífica y democrática) y cambiar el rumbo económico. Su discurso es que la universidad pública es un derecho popular, gratuito y científico que debe producir mexicanos críticos opuestos a la globalización, al capitalismo y a las plagas que impiden que otro mundo sea posible. Ahora bien, rechazar al capitalismo como plataforma de partido es más que legítimo, pero no sé si sea competencia universitaria.
No sé si sea muy universitario oponerse a la realidad, por desagradable que sea, y expulsarla… de la realidad. Eso es una fe, no una decisión racional crítica. ¿El modelo económico es injusto? Pues a analizarlo con razonamientos universitarios. Pero el asunto pesa en la UNAM porque se parte de que el neoliberalismo desea impedir el acceso a la educación superior para despojar a México de su futuro sometiéndolo a la dependencia tecnológica. Ergo, hay que aislar a la educación superior de “la ideología del mercado”. Y como el gobierno no puede privatizar a las universidades públicas, se le acusa de apoyar a las privadas que, como su nombre lo indica, son parte del complot. La idea es que el gobierno procura infectar a las públicas con virus empresariales: evaluaciones, desempeño, competencias. Y la respuesta de los ideólogos no es competir, sino politizar: la UNAM “requiere de perspectivas teóricas y analíticas que pongan énfasis en la centralidad de la política y lo político”, como dice Ordorika. El rector dijo hace poco que las universidades deben luchar contra la desesperanza, pero una universidad no es el águila del imss que cubre bajo sus alas a la sociedad. La UNAM tiene tareas, no misiones. Por otro lado, esa postura afecta a la UNAM en el sentido académico, pues rechaza las evaluaciones que identifica con el discurso de la eficiencia, el desempeño y la productividad.
Se diría que es un lujo que puede darse a diferencia del pueblo.
Sí, sobre todo de los contribuyentes cautivos, a quienes la realidad exige eficiencia diaria.
El rector tiene esa misma postura, ¿o no?
Hacia afuera, como actor político. Lo interesante es que hacia adentro hay otros elementos. La autocrítica que realizó en su segundo informe fue importante. Dijo que “falta mucho por hacer”, frase ritual pero necesaria, por elemental realismo y por la tendencia obsesiva de la UNAM a vanagloriarse. Esta ocurrencia de que la UNAM es “la conciencia de México”, verdaderamente… En todo caso, celebré que el rector hiciera críticas públicas y pronunciara palabras tabú en el mundo de mi raza y del espíritu.
¿Como cuáles?
Bueno, dijo que es necesario aumentar los recursos propios y habló de crear becas-crédito, es decir, rozó el tema de los pagos, aunque sea a posteriori, lo que raspa el dogma de la gratuidad. Y luego habló de dos temas que en cualquier universidad deberían ser naturales: vincular la investigación con el sector productivo y propiciar entre los estudiantes una actitud emprendedora. Pues “crédito”, “financiamiento”, “emprendedor”, “sector productivo”, “eficiencia” son palabras irritantes en cierta UNAM. Llamó la atención sobre la titulación, que debería ser más alta: sólo 600 doctorados en 2008. El deseo de aumentar la matrícula exige tenacidad para aumentar la titulación, que es más importante. Luego dijo que la UNAM registró apenas el 2% de las patentes en México en 2008. Bueno, busqué información sobre eso. El Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (impi) dice que en 2008 se presentaron unas 20 mil “solicitudes de invenciones”. El 89% fueron de extranjeros: patentes farmacéuticas, tecnología, etc. Ahora, de las 2 mil 200 solicitudes mexicanas, sólo 100 fueron de universidades: la UNAM logró 17 patentes y la Universidad de Nuevo León 12. Pero el itesm logró 31 y subió a 37 en 2009. Ahora, la UNAM tiene mil 500 científicos “duros” en el sni y el Tec tiene 110. Claro está que, por otro lado, la UNAM produce la tercera parte de la investigación científica y humanística de México, parte de ella es de calidad según las mediciones internacionales en vigor, y, claro, buena parte no es patentable. Es curioso que en la UNAM hay ultras que le niegan al itesm carácter de universidad. Curioso y tonto: el itesm patenta, tiene 100 mil alumnos, la mitad tiene becas o crédito, es nacional, su movilidad internacional es elevada, tiene programas de educación continua, otorga 11 mil títulos al año y el 67% de sus maestros son de carrera, porcentaje muy superior al de la UNAM. Y por favor, no estoy poniendo al itesm como ejemplo neoliberal contra la UNAM. Pero negarlo es negarse. Esta otra idea de que sólo el egresado de las públicas es consciente y crítico es poco seria. Imposible evaluarlo, medirlo y ver sus resultados. La cosa es que con el dato de las patentes el rector reconoce que hay un problema de vinculación entre academia y sector productivo. Asunto delicado porque el discurso oficial de la UNAM es que la educación superior es garante de la futura independencia tecnológica del país y, por tanto, debe tener más presupuesto. Pues hasta donde sé nadie comentó este tema de las patentes. Habrían dicho que son cosa del mercado, o habrían viciado el círculo: hay pocas patentes porque hay poco presupuesto. Y si presupuesto equivale a objetivos, pues la UNAM está en un problema. Lo bueno es que el rector ya habla de que el problema es la calidad de los alumnos, no la cantidad, y ha tocado el tema de la eficiencia.
¿Usted cree que la UNAM es garante del desarrollo tecnológico?
Es absurdo pasarle esa responsabilidad a las universidades públicas, tan absurdo como que ellas lo asuman. Se le exige al gobierno el financiamiento para desarrollo tecnológico cuando corresponde más al sector privado: en Japón es casi el 75%, el 60% en Alemania y en Estados Unidos. Pero nuestro sector privado, o buena parte de él, pues… digamos que es parte del problema. Otro círculo vicioso. ¿Quién no querría que México fuese capaz de aumentar su competencia tecnológica y que el 90% de esas patentes costosísimas no fueran foráneas? Además las patentes no sólo generan empleos, sino que le dejan dinero a las universidades. Si uno se asoma a la oficina de desarrollo tecnológico de la Universidad de Harvard se encuentra con una enorme tienda de patentes e inventos. No nos podemos resignar a ser un país consumidor de patentes foráneas. Tampoco a que las universidades privadas se limiten a educar administradores locales de esas patentes, ni a que las públicas produzcan sólo mexicanos conscientes que lo denuncien a perpetuidad. Pero cambiar eso implicaría optimizar todo el sistema.
Y arreglar esos problemas que vienen desde los niveles básicos…
Pues sí, porque la educación básica es mala y no se reforma por estar politizada y el desastre en matemáticas y español se antoja irreversible. Ahora, el rector suele decir que sin tecnología propia estamos condenados a la mediocridad y a un futuro hipotecado. Gulp. Quizás sería interesante establecer la relación entre el costo de la UNAM y su capacidad para generar futuro hoy, porque en el pasado lo hizo muy bien. Un futuro que depende también de los individuos. Es dramático el dato del rector en el sentido de que si la UNAM ofrece 85 carreras, las solicitudes de ingreso se concentran en una docena. El 70% de los 170 mil estudiantes de la UNAM quieren ser médicos, dentistas, abogados e ingenieros, punto. Hay 22 mil en leyes, 10 mil en medicina y 10 mil en contaduría. Y 85 mil en ciencias sociales y humanidades. Pero sólo el 20% estudia física y matemáticas, incluyendo a las ingenierías. Es decir, no todo depende de las buenas intenciones de la UNAM. Supongo que muchos de esos 170 mil estudiantes estarán contagiados por la mentalidad del mercado. Son miles de jóvenes que aspiran a ser eficientes y desean ser evaluados con un rigor que les permita competir en un mercado laboral casi colapsado. Pero la UNAM no puede acusarlos de ser ambiciosos o mercantiles. Así que no sé. Lo que sí sé es que salir de la dependencia tecnológica sólo se conseguirá creando tecnología, y crear tecnología supone procesos educativos competitivos y rigurosamente evaluados. Politizar la universidad no sirve para lograr soberanía tecnológica, ni menos patentarse.
Entonces ¿qué cree que se deba hacer?
En fin, lo que siempre se dice: aprovechar mejor el presupuesto, adelgazar la burocracia, ahorrar, aumentar los índices de eficiencia, el número y la calidad de los científicos, generar más recursos, acabar con lo fácil y exigir lo difícil. Es muy irritante que un joven abandone la carrera por falta de dinero cuando sus compañeros llegan en autos de lujo, hay funcionarios que ganan fortunas, sindicalistas con becas vitalicias.
Que son muchos…
Pues sí. Axel Didriksson dice que entre 1980 y 1985 el personal administrativo creció en 55% y el académico en 31%. Es decir, que por cada 10 profesores contratados entraron 16.5 administrativos. Y la cifra es engañosa porque sólo uno de esos 10 profesores era de tiempo completo. Es absurdo. Ya hay por lo menos un instituto de la UNAM en el que hay más empleados administrativos que académicos.
Más los funcionarios onerosos, como los llamó usted.
En una sociedad tan llena de compromisos y grupos y cotos de poder, los altos cuadros administrativos venden y compran seguros laborales: el resultado es un organigrama en eterna expansión. Ahora la moda es, por ejemplo, crear oficinas encargadas de la difusión cultural. Es decir, que difunden la cultura de cada dependencia. Pero hay 200 dependencias… Supongo que la Coordinación de Difusión Cultural no tardará en tener una dirección de difusión cultural. Pero el verdadero problema no es ese. El rector, una vez más, ha hecho un gesto: ordenó que se suspendiesen los gastos de representación, los choferes, los autos de los funcionarios. Qué bueno. Son lujos profundamente ofensivos…
Y que contradicen la demanda de aumento al presupuesto…
Pues sí. Fue una vergüenza que en plena discusión sobre el presupuesto saliera esto de los lujos, pero en fin. Aunque más que un gesto, positivo y todo, lo importante sería quitarle atractivo a la carrera del funcionario y agregárselo a la del académico. Ser funcionario académico debe ser obligatorio, transitorio y carecer de beneficios. Mientras ser funcionario suponga poder y dinero seguirá siendo un obstáculo para mejorar. El rector deplora a menudo la tendencia a la acumulación de bienes y de capital. Pero esa mentalidad no es ajena a la UNAM, donde hay quienes ganan más que el presidente. Insisto en que hay muchos funcionarios formidables, pero basta con que haya uno abusivo, nepotista, corrupto, para que el sistema sea cuestionable. ¿Para qué quemarse las pestañas si un cargo administrativo es más provechoso? En los sistemas de estímulos internos los directores tienen un apartado especial. Es pasmoso. En fin, esto ya lo he escrito y me fastidia repetirlo. Hace poco escribí un comentario sobre esto en El Universal, al que puedes remitir a los lectores.* Una probadita: el académico mejor pagado (en el nivel 9 de los 9 que hay) tiene un sueldo menor al de 41 de los 44 niveles en el catálogo de funcionarios.
¿Qué hacer?
¿Cambiar de tema? Me acuerdo de un ensayo interesante del ingeniero, y universitario, Antonio Concheiro sobre la UNAM que salió en la revista Este País hará quince años. Concheiro se contestó diciendo que, como Alicia, la del país de las maravillas, la UNAM necesitaría correr al doble de su máxima velocidad para siquiera quedarse en su lugar. La otra opción, más esperanzadora, es buscar a Andrés y a Marisol.
¿…?
Marisol Mendoza es una niña que en 2007 tuvo la mayor cantidad de aciertos en la prueba ENLACE de español en el país. Casi perfecta. Y Andrés Ocampo Montero hizo lo propio en matemáticas. Los dos estaban, por cierto, en primarias públicas, y del interior. Supongo que este mes Marisol y Andrés saldrán de la secundaria. Pues habría que buscarlos y becarlos y cuidarlos y prepararlos para la universidad, cualquier universidad. Sí, hay que luchar contra la desesperanza. ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.