Me miró con rabia cuando oprimí el botón del elevador de un piso anterior a aquel en que ella iba a desembarcar, estando sin duda apretada por esa prisa irritante que magnifica el rencor a todo obstáculo que se alza en el camino.
■ Se volvió a verme con instantánea y violenta enemistad cuando me sorprendió valorando el cuadril de la dama que lo acompañaba.
■ El obeso mórbido me enfocó con aborrecimiento sin motivo aparente alguno.
■ “Me aburres”, me dijo ella con voz indolente, pero en sus ojos capté destellos de ira.
■ Un condiscípulo mío de secundaría dice a otro en un corrillo entre clases: “Toda comparación es odiosa, lo sé, pero tú pareces hijo de mi perro.” Y esta observación artera, tan inesperada como gratuita, desató un relampagueante brillo de furia en los ojos del ofendido.
■ Enedina Falcón, la Hiena Falcón, me fulminó con los ojos cuando entregué el pozo en el juego de canasta uruguaya en que ella era mi compañera.
■ El Pelón Urdapilleta, ya con copas, expresó con energía algo grosera su repulsión por el cantante Luis Miguel que entona, con orquesta y afectado, los íntimos y perfeccionistas boleros de trío, pero en su peroración sus ojos fueron más allá de sus razones y repiqueteó en ellos odio acérrimo y criminal hacia el cantante.
■ No hago más que ingresar a la oficina y me encuentro con la ojeriza tenaz que llena la mirada de Vélez, mal sujeto, que por desgracia es mi jefe inmediato.
■ Salí temprano de la junta de consejo en la que el Pato Velázquez me culpabilizó del desplome de las acciones y la amenaza de bancarrota. Sentí al retirarme que los ojos de los consejeros taladraban con hostilidad mi espalda y dirigí mis pasos más solo que un leproso al bar cercano donde el cantinero, negro, veracruzano, de Alvarado, es bullicioso, alegre, alburero y me conoce.
■ Cuando Villavicencio protestaba el cargo, inflado de vanagloria, me bullía por dentro el aborrecimiento, pero no manifesté ninguna emoción y creo que hasta, a la vista de todos, sonreía complacido.
■ “Miraba Miguel (de Cervantes) a su amo el griego Dali Mamí (el corsario a servicio musulmán que lo capturó y redujo a esclavitud), y aun odiándole, como odia por ley natural todo esclavo a su señor, encontraba en él no sabemos qué rasgos del prudente Ulises, su paisano, maestro de andanzas y marítimas caballerías.”
■ Con mirada de glaciación, neutro e inescrutablemente el rostro y nula la gesticulación, el pistolero abrió fuego.
■ Desvié la mirada cuando lo sorprendí haciendo el ridículo, pero él alcanzó a captar que había registrado lo sucedido y, como resultado, me miró con rencor y deseo de venganza, pese a que, entiéndase bien, yo no había hecho lo que se llama nada. Toda mi desgracia deriva de ese instante vertiginoso en que el tirano cometía el error tan inexplicable como ridículo y costoso a la nación. Soy como Acteón, el cazador, que topó con Diana bañándose en un claro del bosque y fue transformado en ciervo por la diosa enfurecida y perseguido por su propia jauría cazadora, sólo que yo no vislumbré el blanco deslumbrante de la diosa desnuda, sino el horrendo perfil de las infortunadas maquinaciones del dictador vociferante.
■ Virtud y terror van juntos: la virtud sin el terror es desastrosa, el terror sin la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que pronta, severa, inflexible justicia, y es por tanto emanación de la virtud.
Maximiliano Robespierre
■ Mi máquina despegará la cabeza en un parpadeo, y la víctima no sentirá nada más que en el pescuezo un cierto frescor refrescante. No podemos apresurarnos demasiado, señores, en permitir que nuestro país disfrute este adelanto.
J.I. Guillotin, 1789
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.