Siempre juntos y otros cuentos y El material humano, de Rodrigo Rey Rosa

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Hay pocas cosas más inquietantes que una llamada telefónica en la narrativa del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. El teléfono suena, y a veces ni siquiera es necesario escuchar una voz al otro lado de la línea: la llamada es portadora de malas noticias, el símbolo de una amenaza exterior, y muestra lo precaria que es la vida en el mundo de este escritor. Todo puede remitir a la deteriorada situación de la Guatemala contemporánea, o ir más allá del contexto social y exponer la fragilidad de la condición humana. Esta sensación de inquietud y amenaza recorre casi todas las páginas de Siempre juntos y otros cuentos, antología de relatos y nouvelles, y de la novela El material humano.

En Siempre juntos y otros cuentos se encuentra el Rey Rosa (Guatemala, 1958) más conocido: el narrador lacónico y austero pero no por ello minimalista; el escritor que sabe que a veces el realismo no es suficiente para narrar el misterio de la realidad. La evolución de Rey Rosa se puede seguir aquí: desde los breves y despojados relatos de El cuchillo del mendigo / El agua quieta (1985), que encontraron en Paul Bowles a un ferviente defensor, hasta los de Ningún lugar sagrado (1998) y Otro zoo (2006), algo más extensos y complejos. Algunos de estos textos son verdaderas obras maestras: “Otro zoo”, “La niña que no tuve”, “La prueba”, “El pagano”. La crueldad y la violencia siempre están narradas sin grandes aspavientos, como si fueran parte inherente de la vida cotidiana y hubiera, más que protegerse, que lidiar con ellas de frente. En “La prueba” Miguel decide matar a un canario para comprobar si Dios existe: “‘Si existes, Dios mío, haz que este pájaro reviva.’ Mientras lo decía, fue apretando poco a poco el puño, hasta que sintió en los dedos la ligera fractura de los huesos, la curiosa inmovilidad del cuerpecito.” En “La niña que no tuve” un padre pasea por Manhattan con su hija enferma de ocho años, a la que le quedan cuatro meses de vida. Los pensamientos fúnebres del narrador transforman la realidad. De pronto, en el subterráneo, “el carro dio un bandazo, y los pasajeros que estaban de pie fueron lanzados unos contra otros, pero los cuerpos con caras grises se mantuvieron de pie, con un movimiento pendular, como si colgaran de sus ganchos en un matadero prolongado. Cadáveres de todas las edades”.

Hay textos en los que Rey Rosa se pronuncia directamente sobre la violencia en Guatemala. En la antología, por ejemplo, “Ningún lugar sagrado” y “Hasta cierto punto”. En “Ningún lugar sagrado” un cineasta se somete a una suerte de psicoanálisis. Su relato ocurre poco después del fin de la guerra civil, y narra las dificultades para construir una nueva sociedad a partir de los escombros de la guerra (tema que también aparece en la obra de Horacio Castellanos Moya). Cuando es asesinado el monseñor a cargo del documento que investiga las atrocidades de la guerra, la hermana del cineasta, junto a unas amigas, protesta contra el crimen y menciona los nombres de los responsables, explicitando aquello que todos saben pero pocos se atreven a sacar de las sombras.

Comienzan las amenazas, las llamadas telefónicas. El asesinato del monseñor es una “advertencia, para que nadie vaya a creerse eso de que las cosas han cambiado en Guatemala, como para decir, todavía estamos aquí y todavía mandamos”. No hay ningún lugar sagrado: en la posguerra, la guerra todavía sigue pesando en la conciencia y en el inconsciente de los guatemaltecos, y, por más que uno se vaya del país, “es imposible huir”. El psicoanálisis ayuda a verbalizar el trauma, pero tiene sus límites.

El material humano puede leerse como una versión extendida de “Ningún lugar sagrado”. Esta novela, que toma la forma de un diario, comienza de forma excepcional: con el hallazgo de un Archivo de la Policía Nacional que posee documentos que se remontan hasta finales del siglo XIX. El narrador, el escritor Rey Rosa, recibe permiso para revisar los documentos que se encuentran en el Gabinete de Identificación. Las conclusiones de la lectura son contundentes: en el Gabinete, donde se ve cómo a lo largo del siglo XX la gente ha sido detenida en Guatemala por razones arbitrarias –por ejercer sin título, por ser “impertinente”, por dañar los árboles, por “insubordinarse contra su patrón”–, la justicia es culpable de haber sentado “las bases para la violencia generalizada que se desencadenó en el país en los años ochenta y cuyas secuelas vivimos todavía”. Hay una línea recta que va desde un sistema de justicia kafkiano hasta una violencia goyesca: los sueños de la sinrazón producen monstruos.

Del Archivo emerge un gran personaje, Benedicto Tun, jefe del Gabinete de Identificación durante cincuenta años. Benedicto es el Gabinete, el Archivo, y Rey Rosa le sigue la pista; a través de sus hijos, trata de saber más de él. Es una tarea vana: el retrato no se concreta del todo, apenas tenemos trazos parciales. Mientras tanto, el escritor quiere seguir con su vida familiar y literaria, pero no es fácil: un clima de amenaza se cierne sobre él (llamadas telefónicas de una funeraria) y sobre el país (asesinatos de diputados salvadoreños, muertes extrajudiciales de agentes de la policía). Aquí tampoco hay lugar seguro: los policías que vigilan el Archivo son “integrantes de las mismas fuerzas represivas cuyos crímenes los archivistas investigan”.

Rey Rosa ha concebido intencionalmente El material humano de forma suelta: citas de libros, elementos de una historia, fragmentos de una vida. Se trata de una apuesta arriesgada: si en los hechos de la vida real no hay tensión ni cierre, Rey Rosa intenta respetar esa falta. Si la novela es un género artificial que le da coherencia a lo incoherente, el escritor guatemalteco se niega a jugar el juego. Pero lo que hace, en el fondo, no es más que responder al artificio del orden narrativo con otro artificio. Así, lo que comienza con fuerza notable termina abruptamente, desarmado por el mismo proyecto. Aquí había una gran novela. Pero esa novela está más sugerida que mostrada. ~

 

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(Cochabamba, 1967) es escritor. Su libro más reciente es Los días de la peste (2017).


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