La sangre con letra entra

Sangre. Notas para la historia de una idea

Julio Hubard

Cinosargo/Marginalia

Santiago de Chile, , 2022, 186 pp.

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Este libro de Julio Hubard es un ensayo en forma. Un paseo y una conversación. Un diálogo, como quería Julio Torri, de los libros. Una investigación erudita y caprichosa en torno a una idea: la sangre –como el universo– se mueve. Circula por todo nuestro cuerpo llevando oxígeno y nutrientes. “Todo toca por dentro”, dice Mauricio Ortiz, escritor y editor de la primera edición de este libro que ahora una editorial chilena rescata y –como la sangre– pone a circular.

Con ensayo “en forma” me refiero a que, desde el tono, el texto toma el cuerpo de una conversación. En ocasiones se detiene en un punto y se demora en él puntillosamente, como cuando comenta el discurso que san Pablo dirigió a los atenienses en el Areópago, epicentro de la democracia griega y lugar en el que, sin mucha fortuna, Sócrates se dirigió a los jueces que lo acusaban de pervertir a la juventud. Hubard revisa el momento con detalle, coteja las versiones que consignaron el suceso, da cuenta de cómo dieron tratamiento al tema numerosos traductores del Nuevo Testamento. Pasa revista a su enorme colección de Biblias tratando de exprimir el significado de las palabras de san Pablo. Quizá porque la circunstancia lo ameritaba (hay quien afirma que ese día nació Occidente), Hubard revisa con lupa distintas versiones. El tono conversatorio se detiene y da paso a la disquisición bibliófila, ya no es Julio el que conversa sino Hubard el que desde su biblioteca nos ilustra. No tarda, sin embargo, en salir de esa estancia en Atenas y vuelve a emprender la marcha y la conversación amena.

Ensayo “en forma” porque, siguiendo los pasos de Montaigne, el hombre de la torre, Hubard pasa de tema en tema colgado de las lianas de los libros que le sirven de referencia. Como en el poema paciano, su ensayo es “un caminar de río que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre”. ¿Llega siempre adónde? Adonde quiere llegar. Un ensayo no trata de demostrar algo, no trata de convencer, no es ni un tratado ni un panfleto. Un ensayo divaga, escudriña, se detiene en algunos detalles muy interesantes y pasa por encima de siglos sin detenerse ni un segundo. Cómo me habría gustado que Julio Hubard se detuviera en el asunto de la sangre y el honor en la poesía del Siglo de Oro, o que abundara en la sangre que no se lava de las manos de lady Macbeth (a la que despacha en un par de líneas), o que dedicara espacio e inteligencia al pueblo del sol mexica cuyos dioses se alimentaban con sangre, o a un tema más cercano como es el de Drácula, el bebedor de sangre. Este último parece un tema menor y frívolo: no lo es. En las películas (y el cine representó en el siglo XX lo que las novelas en el XIX) Drácula es el personaje que más representaciones y variaciones ha tenido. Hubo incluso representaciones para niños. Esto no tendría importancia si el bebedor de sangre no representara una forma de canibalismo ritual sublimado. Estoy convencido de que Hubard dejó todas estas referencias de lado porque, aunque conversador y divagante, se proponía llegar a un punto: la sangre es algo que se mueve. Solo en movimiento tiene sentido. El ser de las cosas no es estático. No hay un yo fijo. La importancia de Duchamp para las artes plásticas y el pensamiento no fue el famoso urinario ni los vidrios que tanto fascinaron a Octavio Paz, sino su Desnudo bajando una escalera, que muestra al ser en movimiento. La sangre, como todo en el universo, se mueve.

Sangre, tengo que decirlo en algún momento, es un libro fascinante. Un enorme paseo ilustrado. No es una historia de la sangre, que es tarea de médicos. Es un ensayo que revisa las diferentes ideas que se han tenido acerca del jugo vital, de nuestra savia. Para los antiguos la sangre era el alma, es decir, el componente divino de nuestro cuerpo. Habitaban la sangre espíritus y fantasmas (que nada tienen que ver con ensabanados ni arrastracadenas, sino con fuerzas diminutas de la divinidad). En Grecia la sangre entró al universo racional de médicos que la observaron y filósofos que reflexionaron sobre ella. Hubard pasa revista por ese tránsito y lo compara con el otro universo que nos conforma: el del mundo judío. Razón y pasión nos configuran. Religiosa, espiritual y filosóficamente hablando. Del mundo helénico y hebreo Hubard pasa al Renacimiento donde examina las ideas que de la sangre tuvieron Marsilio Ficino y posteriormente Paracelso. El viaje intelectual de Hubard comenta con amplitud a Miguel Servet, dedica un hermoso capítulo a William Harvey (que confirmó la circulación de la sangre), aparca un buen rato en Descartes y culmina su exposición con los románticos y su idea apasionada de la historia, tan nociva en tantos terrenos. Un viaje fantástico, como aquella cinta con Raquel Welch en la que un grupo de científicos circulaba por el torrente sanguíneo en una nave diminuta. ¿Por qué no mencionó Julio Hubard esta cinta tan simpática en su ensayo?

Para ser la materia debe encarnar en una forma y esta tiene contornos y límites. Los límites que Julio impuso a su ensayo fueron que su torrente verbal solo circularía por el ámbito de la historia de las ideas. Al respecto, particularmente atractiva resulta en este libro la forma en que el autor extrae y deduce ideas de las prácticas científicas. El pasaje en el que tiende un puente entre la intuición de la circulación de la sangre en el cuerpo y el movimiento de los planetas por el universo (ya no en órbita fija alrededor de la Tierra) es en verdad notable. Qué pena que Hubard no se extendió otras cien o doscientas páginas.

Julio Hubard es un poeta, ensayista y pensador católico. En México, a diferencia de Francia, señalar el catolicismo de alguien es un ejercicio derogatorio, desde hace más de un siglo. Recuerdo el desdén que mostraba Alfonso Reyes, expuesto en su correspondencia, acerca de ciertos poetas y escritores: “son católicos”, se quejaba, queriendo decir con ello que eran pacatos, doctrinales y limitados. No es el caso. Hubard es cosmopolita, ilustrado y dueño de una inteligencia viva y abierta. Lamento, eso sí, que por ese prurito de no identificarse como católico haya limitado su reflexión sobre el mayor misterio del cristianismo: su creencia de que en la comunión el vino se convierte en la sangre de Cristo, la transubstanciación. Fenómeno mágico y ritual que se repite en todo el mundo todos los días. El libro de Hubard es una historia de las ideas relacionadas con la sangre. Dudo mucho de que del misterio central del cristianismo no pudiera desprenderse una idea. De hecho, a mi juicio, es una de las ideas más poderosas de Occidente. Habrá que esperar otro libro que aborde la búsqueda de ese Grial.

Lo mismo sucede con la sangre como elemento central del reino mexica. Hay extraordinarias reflexiones de Alfonso Caso y de Miguel León-Portilla de las cuales se desprende una muy interesante reflexión sobre la sangre de los sacrificios como combustible para el movimiento del sol.

Quizá, y yo mismo me he dado la respuesta al principio de este texto, Hubard dejó de lado estas cuestiones porque el tema de su libro no era la sangre en sí, cosa inmóvil, sino la sangre en movimiento, que solo así se cumple. Resulta interesantísima la reflexión de Hubard sobre la analogía entre la circulación de la sangre en el cuerpo y la circulación del dinero en el cuerpo social. En cambio, el tema de la decapitación me pareció algo confuso y quizá superfluo.

La sangre en movimiento cobra sentido. El ser no es algo fijo, cambia. El universo –todo– está moviéndose. Ahora mismo viajamos en el espacio a miles de kilómetros por hora. Para algunos es un viaje absurdo y sin sentido. Para otros ese movimiento dice algo. Dice vida, dice Dios. No el primer motor aristotélico, fijo. El Dios de la vida circula dentro del cuerpo, como nosotros viajamos en el universo. Ese Dios es rojo, intenso y poderoso. ~

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