Hay un interesante debate entre científicos, más o menos recurrente en los últimos tiempos. Algunos superespecialistas se plantean si les convendría desarrollar ciertos conocimientos generalistas. Lo interesante es que no lo plantean en los términos casi morales con que suelen plantearse estos asuntos. Sólo es que creen que sus investigaciones superespecializadas avanzarían con la apertura generalista. Algo así como si se hubieran quedado huérfanos de analogías y las necesitaran para avanzar en el conocimiento detallado. Un periódico es una obra de la generalización. Algunos creen ahora que los periódicos podrían sustituirse por una colección de blogs detallados en las infinitas materias. Siempre hay alguien que sabe más que un periodista sobre cualquier cosa, argumentan. Siempre hay, no; siempre ha habido. Pero el valor del periódico no está en la profundidad que alcanzan cada una de sus estancias. Está en la intersección de todas ellas. En el sentido que aporta el roce noticioso de la golfería y el honor, lo particular y lo global, el deporte y la muerte.
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Hay una clara coincidencia entre los antecedentes del periódico, las “relaciones particulares” y los blogs. La próxima vez, y será la vez quinientas, que me pregunten qué es un blog diré que es “una relación particular”. Leo el volumen dedicado a la obra de Andrés de Almansa y de Mendoza, andaluz probable que vivió entre Felipe III y Felipe IV. Almansa, como explican sus estudiosos Henry Ettinghausen y Manuel Borrego, está en el nexo entre la relación (de un solo suceso) y la gaceta, que él da a la imprenta en forma epistolar, y que trata de varios sucesos. Entre relación y gaceta hay otras diferencias, y no es la menor que sólo la última sea anónima como The Economist. Las relaciones solían ser un asunto unipersonal, generalmente declarativo e incluso las gentes se podían suscribir a ellas. Après Almansa se instaló la modernidad. Una suerte de weblog colectivo al que llamaron periódico. Hubo que hacer una portada, claro está. Y luego, páginas adentro, continuaron discriminando entre lo importante y lo accesorio hasta completar los impresores el número de páginas que podían permitirse por tiempo y por dinero.
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Almansa me inspira una gran curiosidad. Fue además modelo para el más remoto y preciso retrato que conozco del periodista moderno, el que escribió sobre su pecho (¡o sus anchas espaldas!) Cristóbal Suárez de Figueroa:
Ignora totalmente los primeros rudimentos latinos, mas encomienda a la memoria con tan grande puntualidad las autoridades de Escritura y Evangelios, que deja asombrados la primera vez que le oyen a los más entendidos, juzgándole por estremo erudito en letras humanas […] Aboba con la prontitud del decir […] Válese de exquisitas palabras: condensar, retroceder, equiparar, asunto y otras así […] Opina fácilmente, ni deja cosa indecisa, con la cortapisa a cada paso de “A mi ver” […] Fue sacristán de monjas, y no sólo se esmeró en el cuidado que pide semejante ocupación, sino que pasó de entender el canto llano, al de oficiar una misa, colgar una iglesia y tener con particular aseo sus ornamentos. Tuvo también entrada en palacio, mas perserveró poco en él, naufragio que atribuye al rencor de la envidia. Ha frecuentado cárceles, hasta ser combatido de los miedos que infunde la imputación de una muerte. Sobre todo, tiende a ser tan infeliz que, habiendo tratado entre oro, muere casi de pobreza.
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El periódico moderno gestionó durante muchos años, y casi en régimen de monopolio, la amenidad y el conflicto. El crucigrama y el manifiesto. Ya no lo hace. Las consecuencias para el negocio son evidentes.
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Ahora, el último excremento del posmodernismo se depone sobre los periódicos. El periódico es el último paradigma de la modernidad. Aún se trata de un lugar donde no todo vale lo mismo. Establecer que no cuenta lo mismo el nuevo firmware 3.0 del iPhone que la muerte de los muchachos en el Irán de Ahmadineyad. El posmoderno ya lo había intentado con la literatura y el arte. Con la verdad y la mentira. Es el turno de las noticias. Si cualquier noticia vale lo mismo, ¿a qué periódicos? Y son los propios periódicos (digitales) los que se rinden: toda la sofisticación de su jerarquía informativa está basada en la preeminencia radiofónica, televisiva, puramente eléctrica, del último que llega. Sin embargo, jamás como ahora pudo el periódico ejercer una opa sobre sus competidores audiovisuales. El periódico tiene la oportunidad de convertirse en un auténtico diario hablado y apropiarse con contundencia de la completa espectacularidad de las noticias. Los que aparecen en esta época irremisiblemente manquées son, ¡quién iba a decirlo!, las radios y las televisiones.
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Convengamos que el formato ha desaparecido en internet. En realidad, sólo ha desaparecido a lo hondo, lo que de todos modos no es pequeña desaparición. Pero lo que no ha desaparecido es el tiempo: el tiempo que un hombre puede y quiere dedicarle a las noticias. Algunos creen que siempre es domingo y esto son cien New York Times.
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Hablan de hacer diarios (más o menos sofisticados newletters) a la medida de cada cual. “Con las noticias que le interesan a usted”. Ignoran que en materia de diarios lo que el lector desea son las noticias de los otros. Un terreno común con el que fundirse. O del que alejarse enfurecido.
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Como si la democracia pudiera organizarse con el candidato de cada cual.
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Como si la naturaleza humana pudiera organizarse con el universal de cada cual.
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La portada de los lectores: fijaos: nunca hay coincidencia. ¡Estáis muertos! Es cierto: en la portada de los periodistas aparecen palestinos muertos y en la de los lectores el chochete de Paris, la heroína de nuestra época. Pero los que pinchan en el chochete serían los primeros en protestar si no tuvieran arriba, en la portada del periódico, sus palestinos muertos. Protestarían tanto como si no amaneciera. Dan por hecho el subtexto. Asegurado el alimento pueden dedicase a los versos. Pero, ay si les faltara el alimento. Nadie pincha sobre los palestinos muertos, sobre las pateras naufragadas o sobre el señor Mariano Rajoy, que es un líder político gallego. La razón es simple: saben ya muchas cosas sobre todo eso. Todos esos textos avanzan muy lentamente desde el punto de vista de la novedad. Son perros que muerden.
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En el informe de API (American Press Institute) de junio de 2009 había una explicación sucinta y definitiva del fracaso del negocio. Que es el fracaso de una vieja predicción: el tráfico generado desde los agregadores gratuitos (Google News, digamos) hacia las páginas de los creadores de contenidos compensará la pérdida de ingresos, por dejar de cobrar, de las empresas periodísticas. No ha compensado.
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Aquí, http://humanismoyconectividad.wordpress.com/2008
/05/28/generalistas-especialistas/, hay algo interesante. Más que interesante. Una descripción prácticamente perfecta de las características y el trabajo de un periodista. Incluso una actualización de su nombre: hub. Sí, el periodista es un hub. Más perfecta aún la descripción cuando es absolutamente inadvertida y no aparece por ningún lado la palabra periodismo o sus derivados.
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Ciertamente los agregadores son un paso importante: otro más y llegarán al periódico.
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El caso de Nigth Jack, el policía bloguero que acababa de recibir el premio Orwell por su trabajo cuando The Times descubrió su identidad y el desvelamiento supuso la clausura del blog. Asunto interesante. Enfurecido el bloguerío pregunta a The Times por qué hizo eso y encajan una muesca (y una cuenta pendiente) en la ferocísima cruzada que llevan contra los medios. The Times declara, con una cierta imperturbabilidad cínica, que lo primero que debe asumir Nigth Jack es que la libertad de expresión debe ser capaz de asumir el riesgo de la identidad. En otro tiempo Nigth Jack habría sido fuente de The Times. Y éste habría preservado su identidad. Hasta aquí el cinismo. Pero la conducta del periódico habría tenido una clara línea de defensa: la mediación. El periódico mediaba entre Nigth Jack y los lectores. Verificaba. Si la fuente actúa por su cuenta y riesgo ya no goza de la protección del periódico. ¿Mafia? Ajajá: ¡Fact-cheking!
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Hay algunos propietarios de blogs a los que no importa la precisión de sus informaciones. En realidad, la principal razón es que la inmensa mayoría de blogs se dedican a la exhibición de opiniones, obviamente infalsables. Pero en relación con los hechos confían en sus comentaristas: ellos harán las pertinentes correcciones. Es decir, mediarán como un periodista ante su fuente.
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No confían en el periódico, sujeto colectivo donde las noticias y su forma suelen ser objeto de debate. Advierten en el periódico la manipulación y la acción de los hombres malos. Y se dan al yo prístino de un blog, naturalmente virgen.
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Lo irreductible del periódico no son las historias veraces que cuenta: historias pueden contarse en libros, blogs, revistas. Lo irreductible es la representación del mundo: la selección, el orden y la jerarquía que establece entre la masa informe de los hechos. Hay algo más: el periódico traduce las palabras de los otros a las palabras de todos.
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Irán. Se le ha llamado la tweet revolution. Como al 13 de marzo español se le llamó el día de los mensajes cortos. Pero lo extraordinario no es que una forma concreta de comunicación quede adherida a un instante. ¡Quiá! Se trata de que de pronto han reparado en el valor de la mediación, es decir el del periodismo. Esta primavera se descubrió en Irán, oh, oh, que el enemigo también puede utilizar el tweet. Y llamaron a los periodistas para que desenmascararan a los intoxicadores. La proeza intelectual es del tipo que alguien, cuando el tiempo viejo, hubiese distinguido el periodismo del linotipismo.
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El lector… ¿quién es el lector? Sin resolver ese interrogante después de algunas centurias hemos de afrontar ahora una indagación sobre el usuario. Veinte millones de usuarios, presumen los usados. Se sabe poco. Por lo pronto es un tipo que se deja ir dulcemente por el scroll de las páginas y que en la abrumadora mayoría de los casos no pincha jamás en el desarrollo de las noticias y mucho menos en los links asociados. El misterio dramático es qué negocio en tierra firme puede hacerse con tal navegante, tablas de surf aparte. Se lo preguntaba retóricamente el director del periódico digital más leído en español: “¿Cómo es posible que 21 millones de usuarios [que son los que tiene elmundo.es] no nos den para vivir bien?” Un usuario [único] es una dirección IP desde la que en un determinado momento se accede a la dirección elmundo.es o alguna dirección asociada. Sobre lo que sea, además, esa IP, si detrás de ella hay un ser viviente o dos o doce, y en especial sobre lo que haga, las averiguaciones, ya digo, son mucho más imprecisas. Frente al usuario está el millón y medio de usuarios de la edición impresa. ¡Usuarios! Nadie debería insultarlos de este modo. Se trata de un millón y medio de lectores. En español tenemos un azar ortográfico que permite distinguirlos. No es lo mismo ojear que hojear. No es sólo una distinción física. El usuario resbala durante segundos por la home. El lector necesita algunos minutos, aunque sólo sea para pasar las páginas del periódico. Si en España hubiese 21 millones de hojeadores ni habría necesidad de cambiar de modelo productivo ni de presidente del Gobierno.
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Sobre el periodismo y el consumo de noticias, hoy considerados. Nunca hubo tanta hambre. Nunca se tiró tanta comida. ~