Arcadi y Arcadio

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Querido Arcadi:

Solo unas notas sobre tu Vida de Arcadio. Unas impresiones, muy placenteras, por cierto, que intentaré resumir lo más posible sin extenderme demasiado.

Más que una autobiografía me ha parecido una carta al joven que fuiste, como si, en efecto, fueras “su padre amantísimo e irritado, vinculado y distinto”, una buena estrategia para lograr la máxima distancia del personaje al que juzgas y regañas, atribuyéndole tus propias confesiones disimuladas como si no fueran tuyas. Le recriminas ante todo su minoría de edad. Consideras que la juventud es la confluencia de estupidez y arrogancia, aunque al final te delata un tono melancólico: “En cualquier caso, me habría gustado tenerte aquí conmigo y explorar juntos la expansión de los universos, fiados a tu fuerza, a tu alegría vigilante, a tu curiosidad adictiva.” Es fascinante ese juego temporal entre Arcadio y Arcadi, que, como dices, rebasa el límite de la flecha del tiempo: él viene del futuro y tú, del pasado. Lleva razón Andrés cuando dice que te has inventado un género. No es una autobiografía al uso y hay un esfuerzo explícito por escapar de la autorreferencialidad: Arcadio aparece retratado como un sujeto sin voluntad desde una “cámara subjetiva ontológicamente incapacitada para volverse sobre sí misma”.

Otro elemento significativo, a mi juicio, es la reflexión sobre la escritura y la memoria y la tensión entre realidad y ficción. Insuperables las páginas sobre el oficio del periodismo que es claridad, precisión y economía según el modelo darwiniano de la escritura de hechos, meramente descriptiva y sin la tentación de sentido, así como tu crítica del lenguaje contaminado que asumió durante aquellos años el marco moral del terrorismo. No menos contundente es la crítica a la literatura que oculta o rechaza la verdad al imponer un sentido, ni tu juicio despiadado de la visión literaria del mundo cuyo paradigma es Faulkner. La cita que incluyes, ese largo párrafo oscuro y confuso de “ménage à trois entre memoria, conocimiento y recuerdo”, es concluyente. Cuando señalas al pensamiento literario que tiene “apego a la trama”, se piensa en algunos escritores de renombre que nos han dado ejemplos mayúsculos recientemente. En efecto, no hay trama y aún menos en la Historia como la pensaba Arcadio: “Apego a la trama fue también tu paso por el comunismo militante.” Impecable el relato de lo que se mascaba en el ambiente a partir de la muerte de Franco con la razonable conclusión de que la Transición fue donación y no conquista. Resulta demoledor leer hoy la carta de Carlos Barral publicada en El País contra los firmantes charnegos del famoso Manifiesto de los 2.300 por la igualdad de los derechos lingüísticos en Cataluña, síntoma y demostración del blindaje moral de la izquierda en general y de los nacionalistas en particular que pretenden equiparar catalanismo con antifascismo. En definitiva, una lectura que ilumina y clarifica la historia reciente.

Solo un apunte sobre la trama. En efecto, en lo real no hay una relación de consecuencia ni de causalidad como ocurre en los grandes relatos en los que todo está “conectado”, tal como sucede en los sistemas filosóficos del idealismo alemán. En la vida y en la historia hay discontinuidad y sinsentido, el tiempo no es lineal. Si estamos de acuerdo en que la pretensión de atribuir un sentido a la historia se sustenta en la secularización de la promesa religiosa del paraíso, me parece exagerada, en cambio, la postura de Albiac, que considera que toda atribución de finalidad es medir lo real en función del deseo, lo cual, según él aseguraba en sus clases, es un mecanismo de engaño que priva a los sujetos de su capacidad de actuar en la realidad. Esta proyección del deseo sobre la realidad se materializa en la conjunción “para”, que, según él, alude al presupuesto teleológico que imposibilita el uso serio del lenguaje y presupone que la finalidad es un dato descriptivo y explicativo. ¿Consideras entonces que medir los “paras” sería un modo de blindarse y estar alerta contra el “pensamiento literario” que nos invade? No sé si me equivoco al creer que cuando dices “por qué y para qué son preguntas que me resultan indiferentes” es porque estás de acuerdo con Albiac en esto. A mí me daría cierta pereza la idea de someter a más restricciones y censuras de las que ya de por sí tiene el lenguaje natural.

Hay unas cuantas cosas que no quiero dejar de comentar, como tus reflexiones sobre el tiempo y el sentido. Argumentas que “cualquier tiempo pasado fue peor” en base a tu convicción de que la vida evoluciona y se ensancha cada vez más. Llama la atención tu idea particular de progreso: “La historia de la humanidad puede explicarse por el perfeccionamiento paulatino del registro de la vida”, que contrasta con algunos pasajes desoladores como la muerte de Mar de Marchis. Por otra parte, la expresión É pericoloso sporgersi,metáfora de la nostalgia del que ha vivido y perdido para siempre la utopía, textualmente: “asomarse a la ventana del tren era saber que aquella delicia, utópica pero vivida, se alejaba para siempre”, me ha parecido además una alusión al vértigo inconsciente del que, como todos los jóvenes, se cree inmortal y, precisamente por eso, juega con la atracción del abismo y las fantasías suicidas.

Ahora bien, cuando declaras en primera persona que tu carácter es propenso al dogmatismo, sospecho que lo dices por algunas afirmaciones tuyas que das por demostradas, invocando a Jerry Coyne: “Somos marionetas que representan guiones escritos por las leyes de la física”, como si la vida fuera una tragedia griega. Esta es la doctrina que atraviesa todo el libro, más propia de una fe inquebrantable que de un talante escéptico, porque es notorio tu empeño en insistir en que la libertad es una superstición y que hay que asumir la evidencia de una vida sin libertad. Si te refieres a una libertad absoluta, estoy de acuerdo. En efecto, no hay libertad absoluta, entre otras cosas, porque ningún ser humano ha pedido venir a este mundo. No nacemos libres, pero sí podemos llegar a serlo si buscamos la verdad y el conocimiento. Al menos, esto es lo que dice Spinoza. La libertad es relativa. Se puede estar más o menos condicionado por las circunstancias, se pueden tener más o menos opciones y oportunidades en la vida. Ya lo hemos hablado otras veces y no te voy a dar más la turra. Muy brevemente: se puede ser más o menos afortunado, nacer mujer en Escandinavia o nacer mujer en Afganistán. Se puede tener buena o mala suerte. Depende del azar y la necesidad, ya que la vida no tiene un sentido dado, pero aspiramos a orientar la nuestra, en vez de a una condena de por vida, hacia una vida buena. Buscamos la felicidad aquí y ahora y no lo fiamos todo al “más allá” cuando estemos criando malvas. Sostienes que la ilusión de la voluntad es la principal entre las ficciones, y que la responsabilidad individual es el mayor mito de la sociedad religiosa. Según esta premisa el negrero Antonio López sería inocente en contra de lo que dices en la página 216. Por otra parte, tú mismo reconoces que “sin la voluntad se diluye la responsabilidad y, por lo tanto, la moral y la justicia. Es sabido. Pero también la literatura, al menos como la concebimos”. En cuanto a la voluntad y las leyes de la física, la cuestión es que la especie pasó de la evolución biológica a la evolución cultural a partir de la aparición de la Historia. Lo cual no implica necesariamente que el modelo darwinista esté superado. Una característica de los fenómenos psicológicos es la intencionalidad que dirige a un sujeto determinado hacia un objeto o meta situada en el mundo. De este modo los humanos nos inclinamos hacia un lado o hacia otro. Nuestras inclinaciones son más o menos saludables, mejores o peores. Tú mismo lo dices: “Unas manos que manosean unas tetas. Bien, sabemos que está mal hecho, que es vejatorio, que el que lo haga debe tener sanción.” En cambio, la naturaleza no tiene intencionalidad y es indiferente a la moral. El telos de la physis no es intencional, no es ni más ni menos que esa potencia o forma sustancial que contiene cada semilla de la cual crece un vegetal del que nace un fruto determinado y no una gallina.

Por otra parte, cuando te preguntas en qué momento dejaste de ser Arcadio, lo más probable es que fuera en el momento en el que pasaste de la heteronomía de la adolescencia a la autonomía del hombre adulto, porque la responsabilidad es algo que suele caracterizar el paso a la mayoría de edad. Por lo tanto, mi único reparo es que desde esta cosmovisión tuya no resultan tan verosímiles los reproches de irresponsabilidad al gamberro, fanfarrón y aprendiz de comunista Arcadio al que le recriminas tantas insensateces. En cambio, cuando reconoces que negar tajantemente la libertad es la voladura de la autoridad para juzgar, da la impresión de que en el fondo hay una grieta en tu fe, ya que en Vida de Arcadio se percibe el afán de verdad, la libertad de espíritu y la autoridad suficientes como para juzgar a la juventud, al periodismo y a los literatos. Una autoridad más propia del que se sabe maduro y responsable.

Finalmente está el clima que evocas con Aute, María del Mar Bonet, Rosa León, Serrat, Sisa y las enseñanzas de Wilhelm Reich como esas fuentes de la vida que te limitas a nombrar: el amor, el trabajo y el saber, y que a mí me han parecido de mano maestra, como lo es el libro.

Un fuerte abrazo y mucha salud.

Miriam ~

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