Hundir las manos temblorosas (fragmentos)

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V

Esperábamos el cambio de andén y vimos a la niña correr como si la estampida viniera. Levantó el polvo y antes de alejarse demasiado me miró con sus ojos azulísimos. Corrió entre los autos y su vestido tinto y su pamela antigua me recordaron los dialectos extraños con los que solemos nombrar la soledad. El sombrero se redujo entre las luces y caminó despacio por el borde en el que nosotras habíamos dejado el silencio del exilio.

Me aprietas una mano para cruzar porque sabes lo fuerte que golpea la niebla, porque sabes que de una orilla a otra se va el aliento; pero he quedado allá, donde la niña, porque ella sabe bailar con gracia entre el hambre y las mañanas semejantes, porque sabe llevar el queso en la mano poderosa. Donde está la niña está la verdad del paisaje que nos transfigura en pequeñas moneditas de maíz. 

XVII

En el centro de la viña –como si regresáramos, con un gesto leve, de la acumulación de nuestros pesares– vi caer las sábanas desde la altura de tus ojos. El almagre, alrededor, acentuaba y contraía los tonos de la tarde. Los caminos paralelos, y verdes, se bifurcaban después del último recinto al anochecer; mientras, despojados de lo humano, cedíamos a la fruición del lenguaje y de la carne, del viento y del silencio y de la visión demasiado exquisita, demasiado solemne, del puente, macizo, antojo rectangular.

Tu voluntad sobre la piedra sobre el río, tan alejada de mí. La noche era Besalú, la estepa de Besalú, la caricia de los Pirineos. Recostados estábamos sobre una cepa ¿o desandábamos callejuelas medievales, atravesando escudos y verjas?

El placer, corazón, no es una grafía sensorial. No desciende. No es Gerona. Ni las puertas que golpeamos persiguiendo a Carlos, a César, a Alejandro. El placer es la vida que se consume sin que alcancemos la Gracia del saber. Son los peldaños destrozados por el sonido de la huella. O eso nos dijo el monje. Miraba el óleo Jesús entre los doctores.

El placer es tu palabra contra la figuración del templo románico que divide la comarca. Es el choque imperceptible de los parvos guijarros que se amontonan en los pies del Fluviá y que confunden los gansos con el reflejo de tu rostro en el agua. Se agita el cauce, salpica, tiembla. ~

Los poemas aquí publicados pertenecen a Hundir las manos temblorosas, que recientemente obtuvo el Premio Nacional de Literatura Joven Raúl Padilla López 2023.

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(Cienfuegos 1987) es poeta y doctorante en ciencias sociales en la Universidad de Guadalajara.


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