Edgardo Scott: instrucciones para no convertirse en un escritor profesional

Este año, el argentino Edgardo Scott publicó Escritor profesional, un conjunto de ensayos en los que disecciona la curiosa figura de los escritores a los que les gusta menos escribir que exhibirse en las redes sociales. Y no quiere ser uno de ellos.
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Existe en nuestros días un tipo de escritor al que no le gusta mucho escribir. Le cuesta. Publica mucho en las redes sociales, eso sí. “Prefiere una foto en Instagram a un texto para manifestar su opinión; o un eslogan en vez de un ensayo, una crónica o un artículo”. Es relativamente joven y es progresista, aunque sus posiciones políticas nunca le representan un verdadero riesgo: nada de ser incorrecto. Tampoco asume riesgos ni desvíos en su escritura. A ese tipo de escritor tampoco le importa demasiado que lo lean: le interesa más ser mencionado (y etiquetado). Lee poco y mal, y nunca lee poesía. Y –dato clave– ese escritor tiene agente. Es un escritor profesional.

Así describe a esa figura de nuestro tiempo el argentino Edgardo Scott en su último libro, titulado precisamente Escritor profesional y publicado hace unos meses en Buenos Aires por Ediciones Godot. En los ensayos que integran el volumen, Scott (quien nació en 1978 en Lanús, un municipio en la periferia de la capital argentina) pone el dedo en una de las llagas de la actualidad editorial: el predominio del marketing, el autobombo y la “visibilidad” –una suerte de evolución de la publicidad– en desmedro de las tres características que, según Elías Canetti, definen a un gran escritor: ser original, resumir su época, criticar su época. “De algún modo, el escritor que firma un pacto con la visibilidad –con su época– es un remedo de Fausto, compra visibilidad pero vende su alma”, afirma Scott en su libro.

¿Cómo fue recibido Escritor profesional en un mundillo dominado en buena medida por esos mismos “escritores profesionales” y por aspirantes a serlo? El libro salió a la venta en agosto; tres meses después, no había sido reseñado ni por La Nación ni por Clarín, los dos diarios más tradicionales de Buenos Aires. “Sería ‘tilingo’ de mi parte destacarlo si no fuera porque todos mis libros anteriores sí los han reseñado”, me dice Scott por videollamada desde su casa en París, mientras sonríe con la sonrisa de quien entiende las reglas del juego. “Hay evidentemente algún tipo de sanción –añade–. Incluso tengo amigos en los dos diarios que podrían haber escrito algo, quizás hasta dijeron que iban a escribir y al final no lo hicieron. Hay algo que fue incómodo para todos, digamos”.

Hace un par de décadas, en una Buenos Aires que poco a poco se recuperaba de la brutal crisis y el estallido social de diciembre de 2001, comenzó a gestarse una gran movida cultural. Distintos grupos de jóvenes escritores organizaron ciclos de lectura de narrativa en bares y otros espacios públicos, en los cuales dieron a conocer sus textos, se conocieron, conversaron, tramaron proyectos nuevos. Uno de los ciclos más representativos de aquella época fue el llevado adelante por el Grupo Alejandría, creado por Edgardo Scott, Juan José Burzi y Clara Anich.

Esos años de entre 2005 y 2010 “fueron nuestra primavera”, recuerda Scott unas palabras que le dijo hace no mucho Juan Diego Incardona, otro de los escritores surgidos en aquel entonces. “Para nosotros los ciclos de lecturas fueron como el café La Paz en los años sesenta y setenta, lugares donde nos encontrábamos y donde nos pasábamos lecturas, textos… Fue un modo de circulación. Empezaba a haber revistas virtuales, los blogs, pero todavía había un anclaje: ¡después tenías que verte!”

Y entre risas agrega: “Creo que vamos a pasar a la historia como la última generación que formó su lazo social de modo corpóreo. Me parece que fuimos los últimos que nos vimos las caras y nos juntamos en un bar a fumar y a leer y a charlar de lo que leímos, y que vamos a ser los últimos de ese modo de circulación grupal, tribal, comunitaria y presencial de la literatura”.

Durante aquel período fundacional Scott comenzó a publicar. Su primer libro fue una nouvelle titulada No basta que mires, no basta que creas, de 2008. Luego llegó la colección de cuentos Los refugios (2010) y más tarde dos novelas: El exceso (2012) y Luto (2017). En los últimos años, si bien apareció un nuevo libro de relatos (Casette virgen, 2021), sus publicaciones fueron sobre todo ensayos: Caminantes (2017), Por qué escuchamos a Stevie Wonder (2020), Contacto. Un collage de los gestos perdidos (2021) y el reciente Escritor profesional.

Esta especie de “vuelco” hacia lo ensayístico coincide con importantes cambios vitales: a comienzos de 2017 se fue a vivir a Francia y no mucho después tuvo un hijo (su pareja es la también escritora argentina Ariana Harwicz). Entre la adaptación a un nuevo país –al que llegó sin siquiera hablar el idioma– y la paternidad, “los últimos cinco años fueron bravos”, grafica Scott. “Algo de la brevedad y la intensidad del ensayo hace que me resulte más fácil que ciertos escrúpulos que me genera escribir ficción. Para escribir cuentos o una novela necesito un poco más de tiempo, otra velocidad. Estos años fueron un poco vertiginosos, y paradójicamente es como si el ensayo hubiera calzado mejor en esos tiempos de escritura”.

Pero ahora Scott se propone “balancear” un poco ese recorrido de títulos. “Porque por supuesto –enfatiza– yo me siento un escritor de ficción”. Sus actuales proyectos son una novela (“más grande y más larga que las anteriores, he necesitado más tiempo para poder llegar a encontrarle la forma”) y un libro de cuentos, en los que ahora concentra sus esfuerzos para “que se acomoden un poco los estantes”.

Escritor profesional no es, desde luego, la primera intervención de Scott en las discusiones literarias de la época. Es un escritor muy interesado por la dimensión política de la literatura y por el rol de los intelectuales en el debate público. Suele expresar sus opiniones en Facebook, un foro ya bastante abandonado por las multitudes pero que cada tanto aloja discusiones y polémicas relacionadas con el campo editorial. De hecho, dos de los textos incluidos en este libro nacieron como publicaciones en esa red social en mayo de 2020, durante la controversia originada cuando –en pleno confinamiento por la pandemia de covid-19– mucha gente compartió y permitió el acceso libre y gratuito a las versiones digitales de decenas de libros.

Más allá de eso, ¿cómo surge Escritor profesional? “Creo que si hay algo que verdaderamente te interesa y te gusta –me dice Scott– y si estás atrapado en la literatura y en lo que hacés, y si además no sos profesional, no vivís ni querés vivir de eso, lo cual también te da un poquito de libertad, si no sentís que perdés nada o por lo menos no perdés algo que necesitás verdaderamente a nivel material, si se da todo eso, se supone que uno escribe lo que tiene que escribir. No solo lo que quiere sino lo que de algún modo se le impone. Evidentemente era necesario para mí decir esto que dije, pero por otro lado creo que era necesario que alguien lo dijera. Incluso para que otro piense distinto, lo matice, lo contradiga. En el origen mismo del libro hay una voluntad política. No pensar solo en mí, pero también pensar en mí en tanto agente del campo literario”.

Por otra parte, continúa Scott, “los problemas de la literatura son los problemas de la industria”. Cuando aparece un libro nuevo, “antes de poder entrar o llegar a lo que sería la literatura como la entendíamos antes, el objeto estético o artístico, se presentan millones de filtros que tienen que ver con la época y con la industria y que condicionan o afectan totalmente a ese objeto estético o artístico. Le quitan toda su inocencia”. ¿Cuáles son esos filtros? Los “elementos de enunciación –dice Scott–: quién lo publicó, cuándo, cómo, con qué estrategia, de dónde conozco al autor, si salió de un concurso, si salió de la nada, si es amigo de Fulano…” Una lectura no naíf hoy por hoy tiene que evaluar todo eso antes de entrar en el texto, para ver luego “cómo juega todo ese contrapeso con lo finalmente escrito”.

“Antes nos topábamos con la tradición: sobre esto ya escribió antes tal autor”, dice Scott. Pero ahora la lectura “se vuelve algo industrial”, antes de la cual aparecen las distintas ideologías o posturas o comportamientos que se asumen en función del mercado. “El libro tiene un poco esa idea –concluye el autor–: ya que no puedo leer sin todos esos obstáculos, hagamos al revés: digamos todo lo que nos está estorbando para poder por fin llegar a lo que queremos encontrar, a lo que nos gusta”.

En las ficciones de Scott, como no podría ser de otro modo, también ocupan un lugar primordial la política y, sobre todo, lo político. En El exceso, su primera novela (reeditada hace unos meses por Emecé), la trama gira en torno a un ministro argentino en los tumultuosos años noventa. En Luto, el protagonista es un comerciante de suburbio con ideas violentas, racistas y fascistas, de tanta lamentable actualidad en este país. En los ensayos, no obstante, esa voluntad política aparece de modo manifiesto.

El primer texto de Escritor profesional, en el que Scott detalla y amplía los rasgos mencionados en el primer párrafo de este artículo, termina con un conjuro que –como el de la película Candyman– el autor repite cinco veces: “No quiero ser un escritor profesional argentino”. Le pregunto si siente o ha sentido esa tentación, si hace falta repetir ese conjuro para no caer en ella y empezar a comportarse como un escritor profesional, a ventilar asuntos de su vida privada en las redes sociales o a incluir en las solapas de sus libros “cosas simpáticas o terribles sobre su vida: si es vegetariano, si nació en un orfelinato, si tiene dos amantes, si es cocainómano o cayó en la desesperanza, si no quiere tener hijos o si es padre o madre de veinte”. Esto me responde:

La tentación me parece que se nos presenta a todos en determinados momentos, como rotondas donde podés cambiar la dirección e ir para otro lado. La tentación no la pone uno sino el sistema, que está armado para que ese sea el proceso normal, en tanto y en cuanto es un campo cultural que se ha vuelto profesional. La lógica, entonces, es que a medida que pase el tiempo vos tiendas a profesionalizarte. Está todo dado para que vos vayas hacia ahí. ¿Hacia dónde más vas a ir?

Existe, entonces, la posibilidad de advertir que uno se encuentra ante esa disyuntiva y elegir no convertirse en un escritor profesional. Habrá a quienes les cueste más y a quienes menos. “Yo he llegado a comprender que no quiero ser un escritor profesional porque además no me sale –agrega Scott–. Cierta cosa de la relación con el poder me repele bastante… Después tengo un sentimiento ambiguo: por un lado me digo ‘qué boludo’, porque quizá podría hacer otro juego ahí, pero por el otro me cuesta mucho no ponerme un poco en una posición más belicosa cuando veo que tengo enfrente ciertos gestos o tics del poder. Creo que el libro da testimonio de eso. Hasta este libro no había terminado de asumir esta posición pública. Entonces ahora me levanto: acá estoy, quiero decirles que todo esto me jode. En el libro un poco hice las paces con eso”.

–¿Es una manera de terminar de asumir una posición ante vos mismo?

–Supongo que hay algo de eso. Terminar de cerrar algunas cosas. Algo que estaba un poco mal formulado, tratar de darle la mejor forma. Bueno, para eso son los libros, ¿no? ~

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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