Lo bueno, lo malo y lo feo del segundo debate presidencial

En el segundo debate presidencial sobresalieron el regreso de Xóchitl Gálvez, los preocupantes rasgos de personalidad de Claudia Sheinbaum y el rol de Álvarez Máynez.
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Lo bueno: el regreso de Xóchitl Gálvez. Luego de un primer debate que se le complicó más de la cuenta, Xóchitl Gálvez se reencontró con sus votantes. Coincido con quienes afirman que se le vio mucho más suelta y desenvuelta que en el primer ejercicio. En vez de buscar múltiples ataques por diversos flancos, ahora concentró el fuego en un solo mensaje –Claudia miente–  y un solo objetivo – demostrar que Sheinbaum no es una persona íntegra ni confiable. La candidata opositora pudo conectar varios golpes importantes a Sheinbaum a lo largo del debate, quien tuvo que salir de su escondite para defenderse con dientes apretados y manos temblorosas. Destaca en lo técnico el impecable manejo de cronómetros que realizó la candidata, quien siempre quedó con suficiente tiempo en cada bloque para tener la última palabra. También agradó a sus seguidores verla desafiante con su estilo desenfadado. Por el tono y contenido con el que fue preparada, puede verse que la estrategia del debate era lograr que el votante opositor recuperara su fe en la capacidad y fuerza de la candidata. Planteado en esos términos, el debate fue un rotundo éxito para Xóchitl Gálvez. El reto para la campaña sigue siendo difundir con claridad y eficacia el mensaje que esperan los votantes indecisos y decepcionados de Morena, quienes todavía no encuentran en las mentiras de Sheinbaum suficientes argumentos para votar por Xóchitl.

Lo malo: Claudia Sheinbaum nos está gritando quién es en realidad, pero parece que a la gente no le importa. En una democracia funcional, donde se espera integridad pública de quienes aspiran a ocupar cargos de elevada responsabilidad, los debates no solo sirven para informar sobre las propuestas. Son también escaparates donde se exhiben los rasgos positivos y negativos de la personalidad de los candidatos. En este segundo debate, quedó de manifiesto una vez más que Claudia Sheinbaum tiene una personalidad con tres rasgos preocupantes. Uno, está dispuesta a todo, incluso a mentir sistemáticamente, con tal de llegar al poder. Dos, no tiene el menor rasgo de empatía o solidaridad con las víctimas de sus acciones y omisiones como gobernante, tal como lo demostró con su seca respuesta –“¡Eso ya se aclaró!” – ante los cuestionamientos por las tragedias del Colegio Rébsamen y la Línea 12 del Metro. Y tres, su personalidad y talante abiertamente autoritarios, exhibidos a lo largo del debate con rictus de disgusto y ademanes de desprecio al tener que compartir escenario con quienes ella considera inferiores, nos hablan de lo que sería el trato a la oposición y a la crítica en caso de que gane. Claudia Sheinbaum no nos está diciendo quién es, nos lo está gritando, pero la sociedad mexicana –empezando por nuestras sonámbulas élites de opinión– parece más interesada en comentar sobre el vestuario de Xóchitl o la mueca permanente de Máynez.

Lo feo: el rol de Jorge Álvarez Máynez y Movimiento Ciudadano en una elección histórica. Fue muy evidente el rol personal y político que Maynez jugó en el debate en contra de Xóchitl Gálvez y, por consecuencia, a favor de Claudia Sheinbaum. Solo vale la pena comentar dos cosas para que no parezca que nadie se está dando cuenta de lo que ese partido está haciendo con los recursos públicos. Uno, si tu discurso es contra la “vieja política”, entonces tienes que demostrar que no actúas como la “vieja política”, y Máynez no lo hizo en el debate. Siguiendo el antiguo manual de demagogia, el candidato naranja lamentaba la intensidad de los ataques para después ayudar a Sheinbaum a atacar a Xóchitl, por poner solo un ejemplo de incongruencia flagrante. Y dos, si tu discurso es que tú eres “lo nuevo”, entonces estás obligado a poner sobre la mesa temas, ideas, propuestas realmente novedosas, que generen polémica, que sean recordables, que le hablen a tu público y que den de qué hablar en los siguientes días. Máynez no lo ha hecho en dos debates y dudo que lo haga en toda la campaña, pues su objetivo real no es ganarse el respeto y el voto de los ciudadanos mediante la argumentación y la persuasión política, sino generar espacios de poder para su partido a través de la mercadotecnia y de una alianza tácita con la coalición populista gobernante. Todos los pecados de los viejos partidos no justifican que el partido naranja deje ir la oportunidad de ser algo nuevo y prefiera convertirse en el nuevo Partido Verde, con el daño que ello implica para la democracia. ~

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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