El topo más triste

Este año, Nayib Bukele fue reelegido presidente de El Salvador en unos comicios inconstitucionales. La clave de su éxito ha sido un plan de emergencia para someter a las pandillas, que ha venido acompañado de medidas autoritarias, violaciones a derechos humanos y acoso contra periodistas. A través de la vida de un exdelincuente, este reportaje cuenta la nueva realidad de un país en donde las líneas entre el bien y el mal pueden quedar desdibujadas.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Esta entrevista era ilegal. Que el antiguo miembro de la Mara Salvatrucha (MS13) conversara con los dos periodistas en un cuarto del hotel Best Western de San Salvador era en sí un delito bajo el régimen de excepción. Y que un reportero alemán y un fixer mexicano recogieran su versión también suponía otro ilícito contra la entonces ley mordaza impuesta por el Estado. En esa habitación todos estaban inquietos y sobradamente nerviosos, sabían que podían estar anudándose la soga al cuello con sus propias manos.

Pero la motivación de Dopé era mayor que el riesgo. Estaba ahí no solo para narrar la situación en la que vive un forajido como él; sino que la imperante necesidad humana de hablar, salir y liberarse de la soledad en la que se encierra, lo tenía en ese cuarto venciendo el miedo.

Dopé es hoy un “terrorista” en libertad, según la jerga judicial salvadoreña, muy a pesar de que hace más de una década renegó de su pandilla. En esta entrevista ya no queda nada de ese criminal que un día fue. Está desgastado, casi vencido. La disposición legal que promulgó el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el 27 de marzo de 2022, para borrar del mapa cualquier rastro de las pandillas lo tiene en el ostracismo. El régimen de excepción, como se le nombró al plan de emergencia y mano dura, coloca a El Salvador dentro de los países más seguros de Latinoamérica y del mundo con una tasa de 2.4 homicidios por 100 mil habitantes. Y para que esa paz se convirtiera en la política clave que garantizó la reelección del presidente, se sacrificaron garantías constitucionales como permitir el arresto de cualquier persona sin una orden de aprehensión, negarle un abogado defensor y mantener indefinidamente su detención administrativa, así como la violación de correspondencia sin autorización judicial.

Todo se originó un mes después de que Bukele asumiera la presidencia. En julio de 2019 los homicidios diarios cayeron inexplicablemente un 56%, según un informe policial de Análisis Integrado de Inteligencia filtrado por Guacamaya Leaks. Detrás de ese éxito no había ninguna estrategia de seguridad sino un pacto secreto con las tres pandillas más importantes de El Salvador para reducir la tasa de muertes a cambio de beneficios penitenciarios. Esa negociación duró hasta que los pandilleros hartos de no recibir la prerrogativa de la visita penitenciaria decidieron, entre el 25 y 27 de marzo de 2022, asesinar a 87 civiles a manera de presión. Lleno de ira, Bukele arremetió contra todos los que le habían permitido mantener un país en paz por casi tres años.

La cacería indiscriminada impuesta por Bukele se logró gracias a que encarna todos los poderes. Nuevas Ideas, el partido político que fundó y que es mayoría en la Asamblea Legislativa, le ha consentido todas sus iniciativas. Mismas que han terminado por poner a sus pies a la Corte Suprema de Justicia y a la Fiscalía General, quienes arropan impunemente la aplicación del régimen de excepción.

“Este proceso comenzó en 2021, cuando la Asamblea Legislativa en su sesión inaugural, y violando todos los mandatos constitucionales, removió completa la Sala de lo Constitucional y al fiscal general, sustituyéndolos en esta misma sesión, sin el debido procedimiento, con juristas leales al presidente”, dice desde el exilio Paolo Lüers, columnista alemán-salvadoreño y exguerrillero del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. “Con esto se inició un proceso de erradicar, paso por paso, la independencia tanto de la fiscalía como del sistema judicial. Unos ciento cincuenta jueces fueron mandados al retiro obligado, otros tantos trasladados. El nuevo fiscal general disolvió la unidad especial que estaba investigando casos de corrupción dentro del gabinete de Bukele, los expedientes fueron archivados y los fiscales miembros de esta unidad despedidos o trasladados.”

El régimen de excepción no solo impuso castigos a miembros de pandillas, sino a los periodistas que “reproduzcan o transmitan mensajes o comunicados originados por grupos delincuenciales, que pudieran generar zozobra y pánico en la población”, según la reforma al artículo 345 del Código Penal. Dicha reforma pasó a conocerse como ley mordaza y se estipularon penas de diez a quince años de prisión.

Esa embestida fue una amenaza contra la prensa ante la sospecha de que se pudiera publicar información sobre los acuerdos del gobierno con los líderes pandilleriles. El periodismo es hoy uno de los pocos poderes de contrapeso de la gestión bukelista, pues han sido las investigaciones periodísticas las que han revelado por años los convenios entre estos grupos y las autoridades, tal y como se denunciaron cuando Bukele pactó con la pandilla Barrio 18 durante su gestión en un pequeño municipio llamado Nuevo Cuscatlán, entre 2012 y 2015.

Bukele ya había dejado resabios de intolerancia hacia los medios críticos cuando el 8 de julio de 2021 expulsó al periodista mexicano Daniel Lizárraga, quien para entonces comenzaba como editor general del medio independiente El Faro. “La intención de Bukele era buscar cualquier camino que fuera factible cruzar desde el poder para debilitar a El Faro, a pesar de haber echado a andar las acusaciones por temas fiscales y lavado de dinero, que nunca ha podido comprobar”, sostiene Lizárraga. “Yo iba a reforzar la edición del periódico en San Salvador, eso era un movimiento estratégico de El Faro y Bukele, enemigo acérrimo que no acostumbra jugar limpio, hizo esa maniobra.” Las presiones contra el medio digital lo orillarían más tarde, en abril del año pasado, a mudar su administración a Costa Rica.

Gabriela Cáceres, otra periodista de El Faro, tomó meses después de la expulsión de Lizárraga la decisión de salir de El Salvador tras dar a conocer una filtración de la Fiscalía donde se exhibía cómo Bukele negoció con las pandillas. Al poco tiempo de su publicación comenzó el acoso constante y hasta las amenazas sexuales en redes sociales por troles afines al oficialismo. El gobierno tenía intenciones de acusarla por revelar información confidencial así que, por “salud mental y seguridad física”, como asegura esta periodista desde la capital salvadoreña, tomó la decisión de moverse a México. Los últimos meses, este país se ha convertido en un territorio de acogida temporal para varios periodistas centroamericanos que huyen de la repercusión de sus publicaciones.

Mientras, en El Salvador, la Policía Nacional Civil y el ejército han sido los operadores de una limpia en las calles, de la mano de vecinos y ciudadanos que han denunciado con hartazgo las ubicaciones, zonas de operaciones y escondites de pandilleros. Todo ello ha convertido a El Salvador en un país sumido en una minúscula guerra civil.

Dicho ambiente es la fuente de desconfianza que carcome a Dopé. El golpeteo a la puerta de casa, la mirada del vecino, los pasos que crujen fuera del cuarto o el silbato del policía que suena a más de treinta metros de la ventana del hotel, son circunstancias insignificantes que le roban la paz, que le suponen un estrés agotador. “Es una vida bien difícil, llena de estrés, brother”, suelta con voz quebradiza, “no puedo trabajar para conseguir mi comida, pues. Estoy bien limitado, brother, no puedo ni siquiera atender mi salud, pues. Por temor. Voy al hospital, me quitan la camisa, puta, me denuncian. Mira cómo estoy compadre, casi en estado de desnutrición”.

El 18 de octubre de 2023 a las diez de la mañana, Dopé llegó en un taxi informal, uno de tantos que pululan en la capital salvadoreña, lo conducía uno de sus más allegados amigos. Tenía casi dos meses de no salir de su madriguera y al mismo tiempo se cumplían diecinueve meses desde que el régimen de excepción se tragó casi por completo a las pandillas y a un inmenso puñado de inocentes en El Salvador. Bajó del auto sin aspavientos ni delirio de persecución. Para dar con él, se tejió una cadena de contactos desde México que pasó a mensajes por redes sociales y que terminó esa mañana con el hombre bajando del auto. Dopé no tenía nada que ver con esos flamantes hombres tatuados que el gobierno salvadoreño presume mundialmente sometidos en cárceles. No, nada de eso. Tenía un aspecto indiferente, sin imponencias ni barroquismos. Moreno, de pelo oscuro y sonriente. Rasgos que no lo delatarían como pandillero, ni mucho menos como la antigua máquina de matar que fue.

El nerviosismo mezclado con adrenalina al entrar a la habitación 312 era inocultable. Dopé estaba confiando en dos reporteros desconocidos para hablarles de su situación. Ellos, en cambio, estaban temerosos de que el aparato de espionaje salvadoreño les hubiera seguido la pista y reventara el cuarto. Las experiencias de persecución contra periodistas a través del spyware Pegasus y drones espías quedaban como un antecedente amargo.

En cuanto se sintió seguro y cómodo, Dopé se retiró la playera y mostró los enormes tatuajes de su espalda como evidencia de su antigua filiación a la Mara Salvatrucha. Las letras que escribían el nombre de la pandilla estaban recubiertas con otros tatuajes, pero era posible leerlo por el relieve abultado que se sobreponía y lo traicionaba. Segundos después se acomodó en la silla dispuesta para él y se tranquilizó aún más. Su delgadez y sus ojeras eran más evidentes de cerca. No dormía y lamentaba estar volviéndose loco tras eternas noches en vela.

Está agotado. Este hombre de 47 años se ha transformado en un cuerpo frágil, casi de cristal.

Desde hace más de año y medio la mayor parte del tiempo la ha pasado escondido en la casa de su hermana. Solo, en un cuarto anexo, sin esposa, sin hijos, sin perro. En ocasiones cuida a su sobrino que tiene una discapacidad mental, su única distracción. Estar solo y sin hijos resulta una anomalía en un mundo tan machista como el de las pandillas.

Dopé tiene miedo de salir de casa. Ha pasado meses enteros sin poner un pie fuera de ella. Con las manos puede contar las seis veces que ha rebasado el canto de la puerta para trabajar y tener algo de sustento. La imperante necesidad lo ha llevado a realizar reparaciones eléctricas, de albañilería, tablarroca, pintura o el oficio que sea para los trabajos que un amigo de confianza le consigue. “No es algo fijo, es eventual. Lo he hecho en algunas ocasiones porque la necesidad me ha obligado, brother”, arroja. “Nadie quiere trabajar con personas como nosotros, todos tienen miedo.”

Viaja con ese amigo que lo lleva, lo trae y le cuida las espaldas. Afuera los retenes de la Policía Nacional Civil y del ejército son férreos con la gente de los barrios más marginados de El Salvador. Desde que se impuso esta persecución, la percepción sobre al abuso de autoridad es hasta del 25% para quienes se sienten inseguros dentro del régimen de excepción, según una evaluación de esta política realizada por la Universidad Centroamericana (UCA).

Dopé tampoco tiene competencias profesionales para trabajar desde casa ni estudios técnicos. La cantidad de años que pasó en prisión desde que era menor lo privó de cualquier progreso. Por otro lado, los gastos se lo están comiendo, primero se devoraron los ahorros del taxi que vendió, luego se tragaron las inversiones que hizo en criptomoneda y perdió, y ahora sobrevive con las sobras de todo eso. El ocio le jugó mal y “la cagué”, admite riendo sobre sus especulaciones en moneda digital.

Cuando se encuentra solo y el hambre apremia, tiene que conformarse con la proteína más barata como huevo y queso; no le alcanza para más. Otro motivo que lo ha obligado a pisar las calles es retirar dinero que conocidos ocasionalmente le envían desde Estados Unidos. Todas las veces lo ha hecho a plena luz del día, colocándose una mascarilla para no ser reconocido, como en épocas de la covid.

El encierro es agotador aunque su día a día no exija esfuerzo físico. La soledad lo cansa psicológica y emocionalmente, más aún cuando no tiene medicamentos para contenerla. Las pesadillas se han hecho más frecuentes, así como las regresiones de su vida en la cárcel. Una ansiedad inexplicable lo acecha cuando el sol se esconde y todo queda en silencio, en esos instantes piensa que puede llegar la policía a catear y llevárselo. Así que le cuesta dormir, lo único que lo consuela es la mariguana. Otro hábito que no puede permitirse.

Ha desarrollado una insana paranoia hacia sus vecinos. Ver televisión o navegar por YouTube son actividades que hace de manera autómata y sin exaltarse. Ha tenido que aprender a cortarse el pelo, porque teme que alguien le ponga las manos en la cabeza y se percate de las letras “M” y “S” que lleva ahí tatuadas.

Varios pandilleros han salido huyendo del régimen de excepción, según un estudio realizado por InSight Crime, por eso se le pregunta de manera obvia, pero sin entendimiento de su situación, ¿por qué no ha salido del país? Y responde:

–Porque no tengo las posibilidades económicas, brother. Si yo tuviera cómo, yo ya no estuviera aquí, brother. O sea que voy a estar aquí esperando a que reviente la bomba de tiempo…

–¿Ni para salir a Nicaragua?

–¡A ningún lugar! No tengo nada, ahorita una cora [veinticinco centavos de dólar] es lo que tengo de dinero, me entendés. ¿Apoyo económico? De nadie, me entendés, o sea absolutamente de nadie, me entendés. Sí aquí por pura misericordia o por pura lástima quizás todavía… me entendés.

–¿En tu desesperación no has pensado en entregarte si ya no tienes nada que comer?

–A veces se me ha cruzado por la mente, bueno, para estar viviendo en esta situación de estrés y para ser una carga, pues me entendés, en algún momento se me cruzó por la mente. Pero dije yo, ¡qué estúpido esto! Tanto que me he cuidado para venir a hacer una estupidez como esa.

Dopé es la nueva versión de los “topos” de la Guerra Civil española, esos que sobrevivieron escondidos en sus casas al conflicto armado durante meses y hasta años cuando el régimen franquista terminó.

Dopé es un topo salvadoreño.

Dopé no es su verdadero alias. Por sobradas razones de seguridad decidió apodarse de otra manera y no revelar ni su nombre auténtico ni su apodo dentro de la MS13. Pero Dopé tiene una historia en la Mara Salvatrucha, una de tantas que engrosan las novelas negras no escritas de sus soldados.

Su historia de vida se asemeja a muchas otras biografías de pandilleros. Creció en un ambiente pobre, entre muertos y viendo tronar balas, pues para entonces se desarrollaba la guerra civil entre el gobierno y las guerrillas de izquierda. Era la década de los ochenta y su padre los había abandonado para emigrar a Estados Unidos y olvidarse eternamente de ellos; mientras que su madre tuvo que sobreponerse limpiando casas para sacar a Dopé y a sus hermanos adelante.

Las primeras aproximaciones con la justicia las vivió a través de su hermano mayor, quien se enroló en el ejército para evadir la ley, después desertar y, al volverse otra vez civil, asesinar a un hombre a balazos en un bar. Desde entonces Dopé fue recurrente visitante del penal de Mariona, donde hoy se encuentran encerrados y hacinados miles de hombres capturados durante el régimen de excepción y que desde entonces era un “infierno”. El lugar donde también su hermano terminó sin vida.

Dopé incursionó en la delincuencia antes de ser pandillero, robaba minucias y repartía cadenazos dentro de las barras estudiantiles. Hasta que en 1994 abrazó con emoción su inicio en la Mara Salvatrucha. Habían pasado dos años desde que una horda de jóvenes con antecedentes pandilleriles llegó deportada de Estados Unidos. La consumación de la guerra civil salvadoreña, en 1992, había puesto fin a una política migratoria estadounidense que impedía la deportación de salvadoreños a su tierra mientras palpitara el conflicto. La firma de los Acuerdos de Paz en Chapultepec dio entonces banderazo a una era de expatriaciones masivas a El Salvador y por ende la expansión de las pandillas por Centroamérica. Dopé estuvo ahí con dieciséis años para acoger ese fenómeno violento que cayó de Los Ángeles, California, y que consiste en controlar territorios a base de intimidación; marcarlos con grafiti y declararlos como suyos. Los pandilleros trajeron una estética chola de tatuajes, cabezas a rape y vestimenta “tumbada” que atrajeron sobremanera a los jóvenes de la posguerra y les dieron un sentido de pertenencia.

El entrevistado recibió trece segundos de azotes para “brincarse”, en esos inicios aún no era obligado matar para ser aceptado en la MS13. Pero Dopé pronto manchó su existencia con fierros y sangre, al poco tiempo demostró que tenía la suficiente sangre fría para segar a alguien y así lo hizo cuando perforó el cuello de un pandillero rival de la Barrio 18 en un camión.

La mayor parte de su carrera pandilleril, si así se le puede llamar, la cursó en prisión. Ahí la violencia era intensa y repugnante. Las matanzas y las luchas de poder entre compañeros eran tan constantes que terminaron por despreciarlas. El máximo líder de la MS13, Borromeo Enrique Henríquez Solórzano, alias “Diablito”, le giró orden de muerte y fue entonces cuando Dopé se volteó para darle la espalda a la pandilla por la que tanto había dado su vida y la de otros. Se convirtió en “peseta” o detractor, en uno de los objetivos que la pandilla más disfruta destruir.

Doce años y siete meses pasó en las inmundas prisiones de El Salvador. Al salir degradado como pandillero se enfrentó a un mundo al que no pudo hacerle frente de manera honesta. Los peligros y el repudio eran varios. La MS13 lo quería muerto, la pandilla contraria Barrio 18 lo mismo, la persecución policiaca jamás pararía y, peor aún, la sociedad resentida difícilmente le daría una oportunidad digna. Era Dopé contra el mundo.

“La sociedad no me aceptaba, brother”, lamenta desde su silla. Así que reincidió en la delincuencia. Esta vez, fuera de la MS13. “Me alié a la delincuencia común”, se sincera, “cometí un par de delitos, te soy honesto”. Para expiarse sostiene que lo hizo para sobrevivir. Eso sí, ni asesinaba ni extorsionaba, se excusa.

Con los años y los muertos, Dopé dejó la venta de droga y de portar armas, porque según él “uno va madurando”. Comenzó así a trazar una nueva vida tras el volante de su taxi hasta que la imposición del régimen de excepción se la diluyó.

El ascenso de Bukele a la presidencia en junio de 2019 fue algo que el entrevistado vio con agrado, incluso, por más incoherente que parezca, el propio Dopé vio genuinamente con gusto el inicio del régimen de excepción. Esa felicidad duró nada. La preocupación le sobrevino con los días al ser consciente de que se trataba de una caza indiscriminada contra todo lo que tuviera tufo pandilleril.

El Ministerio de Justicia y Seguridad salvadoreño sostiene que se ha apresado a 80 mil pandilleros en dos años de represión, sin embargo un reporte de inteligencia policial filtrado en agosto de 2023 y titulado Apreciación de las pandillas ante coyuntura del régimen de excepción contabiliza en todo el país 53 mil 199 pandilleros y la captura de 21 mil 301 de ellos; es decir menos de la mitad. Eso significa que casi 60 mil personas que han sido detenidas no son pandilleros, sino una categoría cercana a los pandilleros que clasifican como “colaboradores” y “chequeos”.

En palabras de Dopé, el presidente “se ha cagado en la vida de un vergo de gente”.

Hoy es poco lo que se sabe sobre la MS13. Las fuentes oficiales solo proporcionan cifras de capturas, exhiben cientos de fotos de detenidos o montan videoclips para influencers de hombres sometidos bajo un violento sistema penitenciario. No hay información sobre la situación actual de las pandillas, de lo que sucede al interior de las cárceles o de la condición de todos aquellos que han huido de El Salvador, entre otras razones porque el gobierno de Bukele deshabilitó los órganos de transparencia.

Lo cierto es que el gobierno ha neutralizado a las pandillas al grado de haber vaciado las calles de homeboys que quieran dar su versión sobre lo que les está ocurriendo. Dopé, aunque es un detractor, da algunos atisbos sobre lo que percibe que le está pasando a la MS13.

–¿Ya se desintegró la pandilla? ¿Ya se destruyó o en qué situación de la historia de la pandilla estamos?

–Yo lo que pienso es de que la pandilla está en el exilio prácticamente.

–¿Tú podrías decir que hoy por hoy la pandilla ya está deshecha por lo menos en El Salvador?

–¡Síííí! Aquí, porque no hay operatividad.

–¿No sabes de alguien que esté activo, no escuchas de alguien?

–Nadie que yo conozca, realmente de eso no sé nada. Solo sé que la mayoría se han ido del país.

Tal como varios pandilleros han salido del país para perderse, así ha perdido Dopé ese carácter despiadado que vivía en él. Ya no queda nada de ese viejo sanguinario; las lágrimas que ahora le escurren son exudado de remordimiento, un pesar interno raro de verse en un expandillero. Ahora que está más vulnerable, los miedos florecen. Dice temerle a la muerte y a cosas más superfluas como la cárcel. “Antes jamás había tenido miedo a estar preso, nunca, ni a una condena por grande que fuera. Ahora le tengo miedo.”

Aunque siempre le aterrorizó caer en manos de un enemigo, asegura que hoy preferiría correr ese riesgo que la persecución del Estado. “Me importaba menos vivir en el asedio de las pandillas que vivir en el asedio del régimen.” Del primero podría librarse defendiéndose con sus garras, “pero ¿qué hago contra el ejército?, ¿qué hago contra la policía? Está cabrón”, reflexiona.

Las regresiones de su pasado se han acentuado. Algunos recuerdos irrumpen de golpe en su mente y lo alcanzan, lo sumen en culpa y le roban el sueño. “Te juro que a veces veo una cortadura y siento el olor a sangre, brother, se me vienen a la mente estupideces, recuerdos. Te lo juro. Sí, sentir el olor de la sangre, puta, recuerdo la vida en el penal, como a muerto, va. O sea, yo necesito un psicólogo, la neta. Yo no me puedo abrir con un psicólogo aquí”, voltea de un lado al otro dentro del cuarto y añade: “sueño pendejadas, sueño que me matan o que me quieren matar, sueño que mato gente, sueño a veces pendejadas que yo quiero olvidar, que yo quiero desprenderme de todas esas estupideces. Incluso a veces he visto personas en el bus, antes va, que he visto personas que tienen parecido a alguna víctima, brother. ¡Puta, me traen recuerdos y me da un gran remordimiento, loco! [Solloza.] Puta, loco, me arrepiento”.

–¿Qué sientes?… “¿Por qué lo hice?”, te preguntarás.

–Siento bien culero, man [suspira]. Me siento mal por el daño que le he hecho a la sociedad.

Su futuro es incierto, no cabe duda. Le desespera pensar que puede quedarse sin alimentos, como le desespera esa idea que le ronda por la cabeza: “de qué forma voy a terminar”. Se imagina preso, otras veces no y, aunque parezca una insensatez, asevera que preferiría estar prisionero como antes del régimen que vivir lo que está padeciendo. No sabe si entregarse o seguir resistiendo.

Con esa angustia les reitera una vez más a los periodistas que es una persona diferente. “Yo ya no pienso como ellos, ya no actúo como ellos”, dice.

Durante la entrevista Dopé siempre aseguró que Bukele se reelegiría y no se equivocó. A principios de este año, el pasado 4 de febrero, Bukele arrasó en las elecciones. Se reeligió y ganó con una aplastante diferencia en unos comicios inconstitucionales. Al menos cuatro artículos de la Constitución de El Salvador prohibían que se postulara de nuevo al cargo, pero la mayoría de su partido en el Congreso y un tribunal electoral cooptado le permitieron eludir dicha restricción. Su victoria fue histórica al ganar con el 84% de aprobación; los diputados de su partido arrasaron con 58 de las 60 curules disponibles. Ahora el bukelato es aún más robusto de lo que fue.

La nueva realidad de El Salvador es esa.

Lo que esos resultados dejan ver es que el pueblo salvadoreño prefiere abrazar el autoritarismo que perder la paz y libertad que el régimen de excepción trajo. Vivir en la barbarie que imponían las pandillas fue su realidad por décadas. No morir asesinado es la mayor garantía que pueden tener y la están teniendo.

“Como se ha advertido en las últimas encuestas de la UCA, la población salvadoreña en su mayoría conoce poco sobre los derechos que tiene, pero además conoce poco sobre lo que representa el Estado de derecho. Por lo general, hasta que la gente se ve afectada en uno de sus derechos logra identificar que los tiene y que el Estado se los ha vulnerado”, sostiene Zaira Navas, jefa jurídica de Cristosal, organización no gubernamental en pro de los derechos humanos y la democracia. “Por otra parte, la oferta mediática de Nayib Bukele desde hace muchísimos años ha llevado a una ola de populismo a su favor que provoca que, aunque haya generado muchas promesas y estas no se hayan cumplido, la población vote de manera inconsciente, o consciente quizás, por esa expectativa o esperanza de que va a cumplir esas promesas.”

La resiliencia en El Salvador es lo que mantiene a Bukele con la banda presidencial.

Dopé se retiró del hotel tras casi cinco horas de charla, volvió a montarse en el taxi y se largó por las calles de la capital salvadoreña. Los periodistas salieron a sus países con el material en audio y con la contrariedad de ignorar dónde están el bien y el mal en un contexto como este. Catorce días después, el 1 de noviembre de 2023, el Congreso salvadoreño derogó la ley mordaza, la cual sacó de la clandestinidad esta entrevista.

Después de semanas la comunicación a larga distancia con Dopé se perdió.

El topo salvadoreño no dio señales por más de seis meses. Hasta que a finales de junio reapareció tras la reelección de Bukele. Sin embargo, no está disfrutando de su “libertad”, está completamente desmoralizado. “Tipo algo así como resignado”, escribe desde su celular, “consciente de que en algún momento me puede llevar la lava”. ~

+ posts

es periodista originario de la Ciudad de México y especialista en la pandilla Mara Salvatrucha 13.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: