Los aniversarios acostumbran a dejarnos una buena cosecha de libros de historia. El pasado año 2023 no fue, en España, una excepción. Coincidían el centenario de 1923, con el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, y el 150 aniversario de la proclamación de la Primera República, en 1873. En este último caso, el de esa república de 1873-1874 que “vino a deshora”, como afirmara a posteriori Francisco Pi y Margall, no han faltado estudios. Destacan sobre todo la interesante síntesis de Florencia Peyrou, La Primera República. Auge y destrucción de una experiencia democrática (Akal), y el volumen La Federal. La Primera República española (Sílex ediciones), coordinado por Manuel Suárez Cortina. Resulta una decepción, por el contrario, el ambicioso, pero fallido y tendencioso, trabajo de Jorge Vilches, La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos (Espasa). El centenario del golpe de 1923 llegó precedido por un intento no del todo exitoso de biografía de su protagonista, que vio la luz en 2022, a cargo de Alejandro Quiroga Fernández de Soto, Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación (Crítica). Y, ya en 1923, le siguieron libros como La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Paradojas y contradicciones del nuevo régimen (Los Libros de la Catarata), de Francisco Alía Miranda, una solvente propuesta de análisis global del primorriverismo; el sobresaliente El rey patriota. Alfonso XIII y la nación (Galaxia Gutenberg), de Javier Moreno Luzón, que, aunque no sea una obra sobre Primo de Rivera y su régimen, les dedica sugerentes páginas; o bien, publicado con precisión en el mes de septiembre del año pasado, el sorprendente 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España, de Roberto Villa.
En este último caso, aparece de forma clara desde el mismo título que su objeto no es la dictadura de Primo de Rivera, sino las razones de los hechos de 1923. Un año supone más que un periodo de doce meses, como marcan los diccionarios; puede evocar, en el terreno de la historia, un momento excepcional, tanto en lo real como en lo simbólico, de cambios colmados de esperanzas o de frustraciones. En la Europa contemporánea ello acaece, por ejemplo, con fechas de significado tan variado, pero en cualquier caso trascendente, como 1789, 1848, 1914, 1917, 1945 o 1989. En España, específicamente, ocurre lo mismo con 1808, 1898, 1923, 1936, 1939 o 1975. La relevancia de 1923 en la historia de España no genera duda alguna en Roberto Villa, que, reforzando el subtítulo elegido para su libro, concluye, en la frase final, que el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera constituyó “el viraje más radical de la historia de España en el siglo XX”. Avalan esta constatación las más de setecientas páginas previas de un libro que se me antoja tan revisionista –utilizo la palabra en positivo, entendiendo que revisar y criticar lo supuestamente evidente se encuentra entre las principales funciones de todo historiador– como todos los que ha dado hasta ahora a la imprenta el autor, desde España en las urnas. Una historia electoral (1810-2015) (Libros de la Catarata, 2016) hasta 1917. El Estado catalán y el Soviet español (Espasa, 2021), sin olvidar 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular (Espasa, 1917), escrito con Manuel Álvarez Tardío.
En la introducción de 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España se nos ofrecen tres buenas pistas para leer adecuadamente la obra. Primeramente, en el terreno metodológico, Villa se declara un convencido del individualismo, otorgando “al liderazgo y sus decisiones una relevancia central en la gestión de las crisis en los sistemas políticos”. Quizá la cuestión mereciera algo más de desarrollo, pero, sea como fuere, la primera de sus consecuencias nos conduce a una valoración menos negativa de Primo de Rivera que la ofrecida en otros libros recientes. Sostiene el autor que “el golpe y la dictadura son indisociables de la ejecutoria personal de Miguel Primo de Rivera, dotado de un conjunto de cualidades nada vulgares que explican su advenimiento al poder y que lo retuviera por casi un septenio”. Aquí la palabra clave es “vulgares”. Las aproximaciones a Alba, García Prieto, Sánchez-Guerra, Alcalá-Zamora o Alfonso XIII resultan muy sugestivas. La opinión pública fue muy claramente favorable al golpe en 1923, como muestran las imágenes de “calles abarrotadas de gentes”, que recuerdan mucho las de 1931. En segundo lugar, el modelo, que no es otro que el trabajo de Stanley G. Payne, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (2005), que Villa considera el que más “inteligible” ha hecho el final de la Segunda República. Desea él, asimismo, reconstruir detalladamente el proceso que llevó a septiembre de 1923.
Finalmente, Villa recupera a un referente en la interpretación del golpe de Primo de Rivera y la implicación o no de Alfonso XIII, una de las cuestiones más discutidas de ayer y hoy. Se trata de la obra del añorado Javier Tusell, Radiografía de un golpe de Estado, de 1987, que entre otras cosas demostraba, a partir de una minuciosa recomposición, agotando las fuentes disponibles, que el rey Alfonso XIII no participó ni en la preparación ni en la ejecución del golpe de 1923. Roberto Villa considera que sus conclusiones están plenamente vigentes, al tiempo que lamenta que se “insista en mantener viva la teoría indemostrada de que el movimiento militar culminara una sempiterna conspiración regia contra el régimen constitucional, a base de insinuaciones y sobreentendidos ‘quizá’ que se salpimientan con citas descontextualizadas”. Esa teoría enlaza, en su opinión, con la pergeñada y convertida en “relato oficial” por los políticos republicanos, en 1931, con el socialista Ángel Galarza al frente, para justificar el nuevo régimen.
En la búsqueda de respuestas a la pregunta fundamental del libro que estoy reseñando, esto es, ¿por qué la crisis de la Restauración terminó en quiebra y por qué ello tuvo lugar en septiembre de 1923?, resulta inevitable tener en cuenta como punto de referencia 1917. Aquella crisis, en un momento revolucionario, analizada en un libro anterior por Villa, abrió una etapa de la historia que cierra 1923. El pronunciamiento militar de 1917 desencadenó una crisis del sistema político. Los últimos años de este relativamente corto periodo estuvieron marcados por el desastre de Annual de julio-agosto de 1921. Aunque no tanto el hecho en sí, por importante que fuera, que lo fue –según un cronista del momento, “no conoce la historia contemporánea de nuestra Patria ningún desastre militar que pueda equipararse a este”–, sino más bien por el trauma que generó y la gestión de las derivaciones varias de aquel acontecimiento. Después del verano de 1921, Marruecos, que con África había sido hasta entonces una preocupación secundaria, se convirtió en punto fundamental de la política española. Las controversias sobre el desastre y los prisioneros dejaron paso con fuerza a la cuestión de las responsabilidades. El informe Picasso causó un gran revuelo entre gobernantes, políticos, militares, periodistas y opinión pública en general. Cada uno lo interpretó, como seguramente no podía ser de otra manera en aquellas circunstancias, según sus intereses.
Cuatro elementos agravaron la situación, abriendo caminos que concluyeron en septiembre de 1923: las debilidades del Gobierno liberal de García Prieto, que en diciembre de 1922 heredó los problemas mal cerrados del conservador Sánchez-Guerra tras su renuncia, y que las elecciones de abril de 1923 no reforzaron suficientemente; las continuadas tensiones entre políticos restauracionistas y Ejército, que alimentaban, entre otros, juntistas, africanistas y abandonistas; el “virus anarquista” en Cataluña y los atentados, que hicieron, entre otras cosas más, que la patronal y los sindicatos pusieran sus esperanzas en los militares, y, asimismo, el fortalecimiento de un nacionalismo abiertamente separatista en Cataluña y su extensión a Vizcaya y a la región gallega –a pesar de su admiración personal hacia Cambó, Primo de Rivera consideraba este problema como muy preocupante y se encuentra entre los detonantes centrales del movimiento militar de 1923–. Roberto Villa analiza las piezas anteriores con meticulosidad, en especial por lo que a los últimos meses antes del golpe se refiere. El tema de las responsabilidades llegó a un punto álgido en verano de 1923. Entre la Barcelona del capitán general de Cataluña, Primo de Rivera, y Madrid se acabaron decidiendo las evoluciones hacia el definitivo golpe.
¿Cuál fue el papel del monarca en estos procesos conducentes al golpe de Primo de Rivera? Alfonso XIII mostró claramente su desconfianza hacia su Gobierno en verano de 1923, especialmente a causa de las vacilaciones sobre Marruecos y el aumento de la violencia política y sindical. De todas maneras, escribe Villa, contradiciendo a muchos historiadores, “en agosto de 1923 seguía sin entrar en escena ese rey-dictador ‘regeneracionista’ que conspiraba desde sus años mozos para desbaratar cualquier limitación a su poder personal”. Y, acto seguido, añade que “lo que aparece es un hombre desesperado y ansioso por acabar con la crisis de la función de gobierno que atenazaba al régimen constitucional”. Antes de la dictadura de Primo de Rivera, sostiene, resulta difícil encontrar rastros de deriva autoritaria de las ideas del monarca. No hubo, por tanto, concluye Villa, impugnando el relato predominante y “oficial”, un golpe de Alfonso XIII en 1923 valiéndose de generales interpuestos para afianzar su poder personal por encima de los límites constitucionales. Fue, de hecho, el golpe de Primo de Rivera, “al vaciarla de contenido y privarla de su significado”, el que provocó la quiebra de la monarquía constitucional. Plantea Roberto Villa en 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España, en definitiva, cuestiones que no pueden despacharse ni con simples exabruptos ni con silencios condescendientes. Propone una interpretación renovadora de temas falsamente cerrados. La historiografía española necesita hoy más que nunca un verdadero diálogo y debate, alejándose del ruido polarizado de la política y de sus derivas populistas y evitando lecturas demasiado presentistas del pasado. ~
Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrático de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París. Su libro más reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Taurus, 2021).