Novela para enmarcar

Con 'El abismo de San Sebastián' Haber redobla la apuesta y ahora son dos mejores amigos/enemigos y críticos de arte quienes han (de)construido toda su carrera alrededor de un acaso milagroso pequeño cuadro.
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De vez en cuando sucede de nuevo, de tanto en tanto vuelve a ocurrir lo que alguna vez ocurrió. Alegría, alegría. Me refiero aquí a la extrañeza –a partir de ese radical gesto fundante de Melville & Hawthorne y de Bartleby & Wakefield– de buscar y encontrar ya en los inicios una literatura made in usa que no se conformase con demostrar obediencia a lo que enseguida dictaría los rigores de un pesadillesco sueño americano. Y que –sin desdeñar sus ocurrentes insomnios– hallase algo más que, paródica o trágicamente, la vida en el suburbio o la ciudad, el retrato de matrimonio disfuncional, la vida en el camino, las subidas y bajadas de la carrera profesional, el conflicto entre padres e hijos y las tensiones entre Nueva York y Los Ángeles con escalas intermedias en esas plantaciones sureñas siempre basculando entre lo isabelino y lo gótico o en barrios judíos al borde de un ataque de nervios. Así –periódicamente y amparados por ese revolucionario que llegó desde lejos para revolucionar todo lo cercano que fue Vladimir Nabokov– las reconocibles extrañezas de, por nombrar tan solo algunos, nombres y títulos como los de Donald Barthelme, William H. Gass, Thomas Pynchon, William Gaddis, Stephen Dixon, David Markson, Nicholson Baker, Steven Millhauser, Jonathan Lethem, David Foster Wallace y Ben Lerner, quienes –colonizando colonizados– se arriesgan a mirar hacia fuera y lejos para así poder ser mejores desde dentro. No solo a Europa sino, también, a Latinoamérica y a España y al infinito y más allá. Suerte de turistas mentales (tal vez el ejemplo de Paul Auster haya sido, con sus más y sus menos y más o menos, el más paradigmático y popular) que, de algún modo, acaban siendo más celebrados y mejor comprendidos fuera de casa y donde supieron abrir la puerta para salir a jugar.

Y –dentro de este sanísimo síntoma– el bienvenido y mejor salido caso de Mark Haber ya es algo atendible y festejable. Mark Haber (nacido en Washington D. C. en 1972, profesor y traductor y alguna vez gerente-librero de cabecera en la legendaria Brazos Bookstore de Houston y hoy director de marketing editorial en la muy molona y moledora Coffee House Press) es el mejor ejemplo (im)posible. Alguien que no solo sabe lo que se escribe al lado sino, también, al otro lado (Haber tiene en su haber artículos sobre César Aira o Yuri Herrera o Enrique Vila-Matas o Mila Menéndez Krause). Y –last but not least– Haber también sabe muy bien lo que escribe y quiere escribir él. Así, luego de publicar en 2008 la colección de relatos Deathbed conversations –traducida al español como Las barbas de Melville (Siruela, 2017)–, Haber saltó en 2019 a la novela breve (ese formato perfecto según Henry James, quien saltó hacia uk para enrarecerse) con El jardín de Reinhardt (Siruela), finalista en su momento del premio PEN/Hemingway. Y, claro, fue el tipo de nouvelle tanto/mucho más amplia por dentro que por fuera y cuyas ambiciones no tenían por qué estar reñidas con las de la tan mentada y por lo general obligadamente voluminosa “gran novela americana”. Solo que su melancólico protagonista nada WASP respondía a las señas de un tal Jacov Reinhardt: croata y heredero de un imperio de tabaco dando vueltas por selva argentina-uruguaya a principios del siglo xx y a la caza del filósofo imposible y misántropo Emiliano Gómez Carrasquilla. Y lo que encuentra allí el lector son, además, las encandiladoras sombras de otros aliens literarios como Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Joseph Conrad, Antonio Di Benedetto, el Roberto Bolaño de Estrella distante Nocturno de Chile y, muy especialmente, Thomas Bernhard. Todos como documentados por la cámara de Werner Herzog. Un viaje, un trip, una gran aventura.

Con El abismo de San Sebastián (originalmente de 2022) Haber redobla la apuesta y ahora son dos mejores amigos/enemigos y críticos de arte quienes han (de)construido toda su carrera alrededor de un acaso milagroso pequeño cuadro. Una “joya temblorosa” de apenas 12×14 pulgadas que da título a la novella y está firmada por el apócrifo y más bien indisciplinado y certificado sexópata y cegado por la sífilis conde Hugo Beckenbauer en el siglo XVI (y de quien apenas sobreviven tres obras, las otras dos son horribles y se entera uno de todo esto a partir de la lectura del journal de su atribulada ama de llaves). Un norteamericano y un austríaco que, entre ambos, han dedicado más de veinte libros a la celebración de ese casi secreto que “descubrieron” en su juventud de estudiantes en Oxford y que por estos días anda colgando en un rincón del Museu Nacional d’Art de Catalunya en Barcelona. Y ahora, en los bordes de un lecho de muerte –más deathbed conversation, sí– quieren hacer las paces más o menos raisonné pero, enseguida, nada más que para declarar más guerra académica para seguir compitiendo por quién tiene el síndrome de Stendhal más grande. Y, sí, ecos de Pnin y de Pálido fuego y felicidad y asombro renovados. Y, claro, una de las cuestiones apenas subliminales en su trama es el duelo entre la acaso profundidad europea y la supuesta ligereza norteamericana a la hora de pensar grandes ideas: las ansias de novedad del Viejo Mundo versus la compulsión por el ser clásico del Nuevo Mundo.

Haber –cuyas contrapartes británicas bien pueden ser los igualmente formidables Tom McCarthy o Adam Thirlwell– se divierte divirtiendo, pero, como en El jardín de Reinhardt, lo que aquí acaba floreciendo y creciendo y cubriéndolo todo como una cruza entre hiedra y kudzu es una florida variedad de eufórica tristeza. Algo, por momentos, con destellos de Coen Bros. o de Wes Anderson, pero fulgurantemente fue Mark Haber quien, en una entrevista, explicó así su método: “Siempre empiezo con una premisa muy simple, a veces nada de nada. No sé qué quiero decir ni de qué ‘trata’ la historia. El significado viene después. A medida que avanza la historia, surgen temas, obsesiones e ideas. En cierto modo descubro lo que me importa (o lo que les importa a los personajes) mientras escribo. Soy muy afortunado, porque tengo una imaginación vigorosa, por lo que estas cosas aparecen constantemente y tengo que decidir qué funciona y qué hay que excluir. Mis libros pueden parecer complejos o un número de equilibrista, pero siempre comienzan como una simple línea recta que va recopilando detalles a medida que avanza. Es muy emocionante escribir de esta manera: no tener nada planeado y sorprenderse sobre la marcha… Algo de lo que también me di cuenta hace muy poco es que a mis personajes les aterroriza la mediocridad. Es una constante: mi gente teme ser simple u olvidable. Para ellos es la peor condena posible. Y siguiéndolos hasta dónde llegarán para evitar la mediocridad es cuando me adentro en el reino de lo absurdo… Creo que hay un poco de esto en todos nosotros, ese deseo de sentirnos diferentes y especiales, que es tan humano. Especialmente en los artistas. Ese necesitar creer que eres la primera persona que ha tenido tal o cual idea o que tu trabajo ‘destaca’ y es ‘diferente’. Me parece muy divertido explorar esa debilidad: hasta dónde llegará alguien para y por ser recordado. De ahí esa desesperación en mis personajes que ellos intentan encubrir con posturas intelectuales.”

Y buena nueva renovada, más posturas e imposturas: en noviembre Haber publicará Lesser ruins. Otra inmensidad compacta con doliente profesor viudo obsesionado por hallar algo así como la piedra filosofal y partícula divina y big bang reflexivo-dialéctico que ha permitido la existencia milagrosa de los ensayos de Montaigne mientras es visitado por espectros del holocáustico pasado y padece fantasmas del presente apocalíptico. Y, sí, de nuevo –como en El jardín de Reinhardt y El abismo de San Sebastián– algo que ya puede ser considerado, con su estilo de reiteraciones y variaciones y circunloquios y elipsis y digresiones, como el tema y estética y estilo del Mark Haber Museum: la certeza siempre plagada de dudas de que solo el Gran Arte podrá salvarnos pero, a la vez, la tan inspiradora incertidumbre en cuanto a cómo debemos relacionarnos y reaccionar frente a él. Allí, acordonado y tras los blindados cristales del intelecto apasionado y de la pasión intelectual junto a un pequeño cartel donde se lee un “Se ruega no tocar, pero sí leer.”~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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