Cada mañana regresa al escritorio. Se sienta, relee lo que ha escrito en voz alta. Borra, cambia palabras, reordena el enunciado. Sorbe un poco de mate, se llena los pulmones y regresa al texto. Agustina Bazterrica es una paisajista del lenguaje. En un lienzo va creando universos, personajes que poco a poco va delineando con el pincel. Capa tras capa agrega tintes de complejidad, matices a sus historias. A veces hay manchones, contornos difusos, carencia de un color en la paleta. Hay que recular, mirar el lienzo, quizá dar un paseo antes de atacar de nuevo. La labor del artista.
Ya en su novela Cadáver exquisito, premio Clarín de Novela 2021, Bazterrica mostró su habilidad para posar la mirada donde incomoda, en los resquicios que gran parte de la sociedad prefiere ignorar: el consumo de carne y la industria que la provee. Cadáver exquisito presenta un mundo en el que un virus letal ha infectado a los animales de cría; es inevitable, deben ser sacrificados. La sociedad, adicta al consumo de carne, construye criaderos de seres humanos. Quizás haciendo un guiño al “Matadero de cristal” de Coetzee, la autora busca problematizar una forma de vida que se asume como normal: ¿qué debería pasar para que el ser humano cuestione sus hábitos alimenticios, el impacto de esas decisiones en el planeta? En un país donde el asado y la cría de ganado son parte de la cultura nacional, no es menor que la autora, desde hace años vegetariana, haya decidido encarar el tema.
En su más reciente libro, Las indignas (Alfaguara, 2023), la historia acontece en un entorno recluido: un convento donde una Hermana Superiora ejerce un poder absoluto sobre el resto de las hermanas. Afuera, el mundo está en ruinas, infectado por la contaminación. Delante del lector se muestra la vida de esas mujeres que han logrado sobrevivir a pesar de la catástrofe ecológica. Desde el arranque del libro se sienten las patas de insecto en la nuca: algo siniestro se asoma entre las reclusas. Conversé con Bazterrica durante la Feria del Libro de Buenos Aires.
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¿Cómo se te ocurrió el argumento para Las indignas?
En 2018 me invitaron a la feria de Cusco en Perú y fui como turista al Monasterio de Santa Catalina. Tiene un patrimonio grande de arte cusqueño, y además tienen estos ángeles, los ángeles arcabuceros, que estaban hechos por artistas anónimos, en general indígenas. En Perú está lleno y el norte de Argentina también. Con una amiga de la facultad viajamos a Jujuy y a Salta a visitar distintas iglesias solamente para ver esos ángeles. Este monasterio tenía, aparte de otro tipo de arte cusqueño, estos ángeles, y por eso lo fui a visitar. Pero era súper siniestro porque estaba ambientado como si las monjas vivieran ahí. Casi no había turistas. En un momento entré una sala y vi una monja rezando y casi me muero de un infarto, hasta que me di cuenta que era un maniquí. Me fui al hotel y quedé como en un estado cuando se te ocurren ideas, que es como un estado de cierta lucidez.
Para mí la literatura es una reescritura; los temas ya están todos escritos, pero es el cómo abordar ese tema lo que más me cuesta encontrar.
Pasaron varios años hasta que se me ocurrió cómo encarar la novela. La primera pieza del rompecabezas era esa visita al monasterio. La otra pieza fue mi propia experiencia en un colegio de monjas alemanas, donde no la pase bien. La otra pieza fue que en el 2020 leímos en los talleres de lectura el Quijote y ahí hablan de la Santa Hermandad: esas dos palabritas. También dos libros sumamente importantes: Calibán y la bruja, de Silvia Federicci, que trata de pensar la hipótesis de por qué a lo largo de los hilos quemaron mujeres acusando las de brujas, y Primavera silenciosa, de Rachel Carson, una estadounidense que publicó en los años 60 hablando de cómo se crearon los pesticidas y las consecuencias que tienen. Con esas herramientas me senté a escribir y tardé más o menos tres años entre la escritura y la corrección después.
¿Hay un diálogo entre Las indignas y Matar a la niña, tu primera novela?
Es evidente que sí, que dialoga con ese libro. Creo que Las indignas es una versión mucho más madura de Matar a la niña. Tomo un tema tan universal como es el patriarcado y las sectas o la religión, que es material de Matar a la niña. Era mi primera novela, entonces tenía muchas menos herramientas que las que tengo ahora y muchas menos lecturas. Y creo que es una novela que tiene algo muy desconcertante para mí. Yo quise escribir una novela de humor, que es uno de los géneros más difíciles. En ese momento me causaba gracia todo lo que escribía y ahora me parece una imbecilidad. No reniego de esa novela, porque gracias a ella después escribí Cadáver exquisito. Pero quizá no tendría que haberla publicado; de hecho, no la reedité. Quizás es una novela que hubiese estado bueno dejar en un cajón.
Creo que tienen en común mi obsesión con las religiones, y con la gran pregunta que atraviesa toda mi obra, que es: ¿por qué creemos en las cosas que creemos? ¿Y por qué muchas veces no las cuestionamos? Por ciertas creencias se cometen atrocidades. Solamente hay que estudiar la historia del cristianismo.
¿Cómo se creó el cristianismo? Si vas a estudiar las distintas catedrales góticas, tienes que saber de dónde surgió eso: por qué el altar está donde está, qué simbolizan las naves.
El arranque de Las indignas es impresionante. ¿Cómo llegaste a él?
Tiene que ver con el trabajo editorial. La novela empezaba con la escena en la capilla de la ascensión, que viene un poco después del comienzo y donde a las santas menores les cae la sangre y se desmayan.
Con Las indignas no tenía una fecha de entrega, como sí la tenía con Cadáver exquisito, y entonces se le di a Sarah Moses, que es la traductora de mis libros al inglés y que es una gran lectora. También se la di a mis agentes y con todas esas correcciones la empecé a trabajar con Magalí Etchebarne, que es una de las editoras. La novela estaba bastante cerrada. Magali logró que yo encontrara uniones que no había visto. Logró que las partes que estaban más abstractas las narrara más.
Voy a ejemplos concretos. Al principio hay una parte donde la narradora habla de una niebla pegajosa. Eso no estaba. Ella hablaba de las distintas categorías, las luminosas, las santas menores y no sé qué, pero lo hacía de manera más poética y abstracta, y ahí Magali me dijo: “por qué esto no lo tratas de narrar para que veamos a estas mujeres en alguna situación”. Ahí fue cuando se me ocurrió lo de la niebla, que lo leí en Twitter: alguien había puesto un tweet: si crees que estás viviendo el peor día de tu vida, el peor año de tu vida, en el año 534 hubo una niebla que duró como un año en Europa. Algo así, un tweet genial.
Otra cosa. La narradora le dice ciervo a Lucía. Magali me decía, ¿pero por qué le dice ciervo? Yo le decía: porque no sé. Y fui pensando, claro, los vitrales de la capilla de la ascensión antes tenían un unicornio porque el unicornio para los cristianos simboliza algo importante. Ahí está la conexión, no es evidente. Y el ciervo también, pero no había hecho la conexión. Todo eso lo trabajé con ella. Ahí fue cuando probé varios comienzos y se me ocurrió lo de las cucarachas. Yo fui con la novela súper cerrada y Magali la llevó a otro nivel. Magalí es una gran editora y creo que no es menor que sea escritora.
Algo que pasó con Liliana, una de mis maestras, es que empecé a tachar la palabra bosque y ella me decía, pero por qué tachas esta palabra. Le digo, no sé, pero la tengo que tachar. Y claro, no sé si fue por eso que después se me ocurrió la escena que sucede en el bosque de los árboles metálicos, que es fundamental, o fue que la escena ya la tenía en el inconsciente, entonces por eso taché la palabra bosque. Son esos los misterios de la creación.
Hay escritores y escritoras que no les gusta recibir comentarios críticos. Para mí es fundamental. En algún lugar me tengo que correr de mi obra y entender que hay algo de un punto ciego, que yo no veo la historia, que no veo el error.
Para ti el amor y el miedo son las fuerzas más potentes. ¿Dirías que lo que predomina en nuestra sociedad actual es el miedo?
En líneas generales, diría que sí. El miedo es un sentimiento primario, lo necesitamos para sobrevivir. Hoy en la ciudad no tenés un felino que te vaya a comer, pero somos animales, nos olvidamos de eso. Sin el miedo te come el felino, entonces eso lo tenés ya incorporado como algo básico para sobrevivir. Eso tiene que ver con lo que lo que investigué sobre las sectas o los grupos coercitivos, que también es básico, la necesidad que tiene el ser humano de pertenecer a una tribu. Y por eso se dan las cosas que se dan, desde la pavada de la tendencia en redes sociales. Si la tribu lo hace, está bien.
Hay un ejemplo que doy para entender cómo un paradigma puede cambiar generando miedo. En China, cuando empezó el covid –esto me lo contó el traductor al chino de Cadáver exquisito–, salió una noticia falsa diciendo que las mascotas contagiaban el virus y la gente las empezó a matar. Y era mentira. Con el miedo puedes manipular a la gente. Hoy en día ese tipo de manipulación es mucho más sutil.
También yo creo en la humanidad y hay mucha gente que trabaja con el amor, ayudando, y lo hacen todos los días de su vida. Gente que rescata gatos y dedica todo su tiempo libre y sus energías y su dinero a rescatar animales que después dan en adopción. Gente que hace de todo por otros.
Lo que pasa mucho en Argentina, que es una manera de dar amor y generar amor al conocimiento y a la literatura, es que muchos particulares dan su tiempo y su dinero y su energía para difundir la literatura. Me invitaron a Pergamino, que queda como a cuatro horas de Buenos Aires. Me invitaron de una escuela. Todo lo había organizado la comunidad. No el Estado, no el gobierno; desde el panadero que puso plata para el hotel. Los que lo organizan son una pareja, uno era director de una escuela y ya está jubilado, y ella ahora es la directora. Él ponía parte de su jubilación para invitar a escritores. Eso es dar amor también.
La literatura como instrumento de denuncia. ¿Cuál es tu postura al respecto?
A mí lo que me interesa es que la literatura genera reflexión. El tema con la denuncia es que la frontera con lo panfletario es muy borrosa. A mí no me interesa ni leer ni escribir eventualmente libros que sean panfleto. Es colonizar la mente del lector.
Sí creo que la literatura puede generar otra perspectiva con respecto a una manera de pensar, puede abrir puertas en el pensamiento. Puede generar cambios concretos en la realidad. Con Cadáver exquisito, hubo gente que dejó de comer carne cuando yo no lo escribí para que eso sucediera, y no soy fanática y no me interesé por ese lado. Pero es algo que sucedió, como también hubo gente que lo leyó y después se comió un asado.
Está el debate de si la literatura sirve para algo o no sirve para nada. Para mí, en términos capitalistas de producción no sirve, pero sí en términos de que nos hace reflexionar como especie. Amplía el vocabulario, la imaginación. Necesitamos la imaginación para todo. Sin el arte, el ser humano pierde lo más vital: la esencia. ~
es periodista y narrador. Ha vivido en Bélgica, Estados Unidos y Noruega. Es autor de las colecciones de cuento Y sin querer te olvido (Felou, 2014) y Silencios al sur (Felou, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al francés y al neerlandés.