Yo lo mato, yo mato al autor, de eso me encargo, dejámelo, me dijo Sergio Di Nucci en una taberna en Corrientes y Riobamba. ¿Conocés una novelita llamada Nada? Qué va, le dije, no la conozco. Entonces escuchá, tengo un plan infalible. Y café de por medio, dijo: reescribiré Nada, de la española Carmen Laforet. Y continuó: como estamos en Argentina, y aquí nadie lee a los gallegos, nadie va a saber quién coño es Laforet y mucho menos se habrán leído Nada. La novela no es gran cosa, habla de la posguerra con ese tono blanquinegro que tienen ellos, con ese gusto por el realismo tan de Fortunata y Jacinta. Pensándolo bien –Di Nucci miró a través de la ventana– creo que le haré un favor a la señora ésa. En fin, como te dije, me he quedado trabado en la página 167 de mi Bolivia, y por más que intento avanzar no puedo. Algo pasó, no sé, me quedé sin nafta, no se me ocurrió nada más. Es horrible ¿sabés? ¿Te ha pasado? Me pasa casi siempre, le dije. Entonces vos me entendés. Llegué a la página 167 y de pronto zas, me quedé pegado como esos insectos que caen en pegamento y mueren por inanición, sin poder moverse. En estos días me he sentido como un bicho de esos. ¿Recuerdas ese cuadro de Goya donde dos tipos se fajan a palos enterrados hasta las rodillas? Pues algo así. No con los pies, sino con la imaginación enterrada. Así estaba. Pero ayer me dije: basta, Sergio, vos sos profesor universitario, vos sos novelista. No te podés quedar trabado, a terminar la novela de los bolivianos, vamos. Además, tenés un compromiso con esa gente. ¿Qué compromiso?, le pregunté. Bueno eso es lo de menos, después te cuento. Avancemos. Como te decía, la idea que tengo es agarrar algunas páginas de la novela de la española, sólo unas treinta y cinco (no pongas esa cara). Lo he estado pensando, no creas, es un laburo de horas. Quitar acá, poner allá, cambiar esto, aquello, suprimir, cortar, pegar, un quilombo. Y lo peor van a ser las españoladas, esas palabras que parecen dichas por un personaje de Bienvenido Míster Marshal. Por suerte la señora escribió algo que también puede ocurrirle a mis bolivianos. Al fin y al cabo, lo que pasa en una novela puede pasar en otra, ¿o no? La vida es así: lo que le ocurre a fulano en Ámsterdam pueden ocurrirle a zutano en Bombay. Ya sabés, Borges y su mambo de lo ubicuo, un hombre es todos los hombres, qué tipo genial… De manera que si un personaje de Nada se mete en un callejón y le caen a trompadas, ¿acaso a mi personaje no le puede ocurrir eso? Y si hay una princesa rusa que en realidad es catalana, ¿en mi Bolivia no puede haber una princesa rusa que en realidad sea boliviana? Y así hasta llegar a las doscientas páginas. ¿Y por qué doscientas?, pregunté. Por las bases, las bases dicen que tienen que ser doscientas como mínimo. Yo hice de todo con mis 167, les cambié la fuente, la puse grandota, interlineado doble, triple, cuádruple, pero nada, no llegaba a las malditas doscientas. Entiendo, le dije. No seré ni el primero ni el último. Shakespeare lo hizo, y Leopoldo Marechal, y seguro que el mismísimo Cervantes nos engañó a todos haciéndonos creer que lo de Cide Hamete Benengeli era puro invento. Ya verás que a la vuelta de la esquina algún catedrático serio va descubrir que sí, que el moro ése es el verdadero autor del Quijote. Eso lo he escuchado en otra parte, pensé. Seamos honestos: me importa una mierda quién escribió El Quijote. Yo lo disfruto igual, y cuando lo leo, soy su propietario. Al leerlo lo hago mío, me pertenece, El Quijote me pertenece. Pero el autor sigue siendo el autor, Sergio. Mirá –arrugó el ceño y me explicó con calma– eso de la autoría es como volar hoy en los avechuchos de los hermanos Wright y no en 747. La autoría es un concepto trucho. No quiero abrumarte con asuntos densos pero, desde Bajtin, pasando por Kristeva, Genette, Barthes y un montón más, la autoría es… una estafa, sí, una estafa. Una estafa al lector. Vos sabés: sin lector no hay autor. La autoría quiere quitarle al lector todos sus derechos. Y yo no lo voy a permitir. Obviamente cuando leemos un libro el autor ya no está, se fue, desaparece, kapput. ¿Acaso vos pensás en el autor cuando estás leyendo? No exactamente, pero… Ahí está, ¿lo ves? Uno no piensa en ese tipo. El texto (esta palabra es importante: texto) se le fue de las manos, ya no es suyo, chao, arrivederci, como decía mi abuela. Ya, ¿y tú crees que tu plan va a funcionar, digo, lo de la novela de la española? Pongo las manos en el fuego, respondió. Nadie se va a dar cuenta. Y si eso ocurre, es decir, en el supuesto negado de que algún ocioso se empeñe en desbaratar mi trabajo de reescritura literaria, le diré eso: ignorante, palurdo, periclitado. ¿Periclitado? Sí, periclitado. ¿Y si te ganas el premio qué vas a hacer con la plata, Sergio? No sé, quizás se la dé a una ong de inmigrantes bolivianos. La plata no importa, acá lo que importa es la literatura. ~
Segio Di Nucci ganó en noviembre del 2006 el premio de novela del diario La Nación de Argentina con su novela Bolivia construcciones. En febrero pasado el mismo jurado conformado por Carlos Fuentes y Tomás Eloy Martínez, entre otros, revocó el premio, pues la novela guardaba “extrañas similitudes” con Nada, de Carmen Laforet.