Rosa Elena Ramírez Pizano desconoce el significado de “antropoceno”. A sus 53 años, jamás había escuchado la palabra. No está al tanto de que el biólogo Eugene F. Stoermer acuñó el término en la década de 1980 ni de que fue Paul J. Crutzen –Premio Nobel de Química 1995– quien lo popularizó a principios de 2000 para referirse a una nueva edad geológica. Sin embargo, Ramírez Pizano sí es consciente de que nuestra especie está dejando un rastro imborrable en el planeta.
Cuenta que en Cuzalapa, la comunidad indígena de Jalisco donde lidera un grupo de productores de café orgánico bajo sombra, “hace más calor que antes, llueve cuando no debe llover… las plantas silvestres, sobre todo las comestibles, han disminuido y la basura se ha acumulado hasta incendiarse”. Es un testimonio de primera mano que refleja los efectos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación, los cuales constituyen la marca más visible del Antropoceno.
Esta triple crisis es resultado directo de la actividad humana. Según Helmuth Trischler, el Antropoceno –de las raíces griegas “anthropo”, que significa hombre, y “cene”, reciente– no es solo una edad geológica, sino también un fenómeno cultural. Trischler lo describe como un reflejo de los drásticos cambios en la relación entre el Homo sapiens y la Tierra a lo largo de la historia. Es decir, no solo hemos modificado los ecosistemas y el clima, sino también la forma en que concebimos nuestro papel dentro del planeta.
Para María Cecilia Roa García, el Antropoceno tiene además una dimensión política. La académica, interesada en la justicia ambiental, sostiene que “el abordaje del Antropoceno desde la política es cada vez más necesario, puesto que es desde la política como se han creado, construido y afianzado los modelos económicos responsables de las crisis sociales y ecológicas”. Esto implica que las decisiones humanas han impactado la geología y perpetuado las desigualdades.
En Cuzalapa, Rosa Elena Ramírez Pizano vive esa dimensión política del Antropoceno en carne propia. La falta de mercado para los cafetales bajo sombra, la desvalorización de los productos locales, la pérdida de conocimientos tradicionales sobre los servicios ecosistémicos y la dependencia de recursos externos son evidencias palpables de un sistema que ha desatendido a las comunidades rurales e indígenas. Estas problemáticas afectan de manera desproporcionada a las mujeres, quienes a menudo son las más vulnerables frente a los desafíos ambientales y económicos.
Ecofeministas como Itziar Mujica Chao argumentan que esta situación tiene raíces profundas en el sistema patriarcal, donde se anclan la opresión de las mujeres y la explotación de la naturaleza. Una muestra clara es que las mujeres suelen estar infrarrepresentadas en los espacios de toma de decisiones sobre cómo enfrentar el Antropoceno. Esta exclusión limita su capacidad para influir en políticas que podrían mitigar el cambio climático, proteger la biodiversidad y reducir la contaminación.
Sin embargo, el panorama no es completamente sombrío. Cada vez es más evidente que las mujeres son agentes de cambio esenciales en la construcción de un desarrollo económico sostenible que supere la pobreza sin sacrificar el medio ambiente. Lo que hace falta, según diversas voces, es transformar esta idea en política efectiva. Para Rosa Elena Ramírez Pizano, la política se define como “las acciones sobre la forma de organizarse y de sentar reglas para que las cosas funcionen a favor de la sociedad”.
En este sentido, su labor como líder del grupo Color de la tierra es un ejemplo de cómo las mujeres pueden generar transformaciones significativas en sus comunidades. El grupo surgió en 2001 por iniciativa de 15 mujeres que coincidieron en talleres de bordado, cerámica y conservación de alimentos. Según Rosa Elena Ramírez Pizano, el origen del grupo no fue casualidad: “Culturalmente, en la comunidad, las que bordan son mujeres, y dentro de esos talleres de bordado se empiezan a platicar las problemáticas que estaban sucediendo en ese entonces”.
Durante esas conversaciones identificaron el cultivo de café y la producción de alimentos locales como una solución a sus problemas. Sin embargo, la implementación de esta visión no fue sencilla. Rosa recuerda los desafíos iniciales: la falta de experiencia para trabajar en equipo, la poca tolerancia y el desconocimiento sobre cómo llegar a acuerdos. Además, se enfrentaron a barreras culturales.
“En un principio, otra de las situaciones difíciles a las que nos enfrentamos fue el papel de la mujer dentro de la comunidad. La mujer solo se dedicaba al trabajo interno del hogar, mandar o llevar comida al campo, apoyar al esposo, pero no nos involucrábamos en la aportación económica. Entonces los esposos no aceptaban que la mujer faltara a sus deberes del hogar”, admite Ramírez Pizano.
Con el tiempo, estas resistencias fueron superadas. Hoy en día, los varones también forman parte de las actividades de Color de la tierra, aunque las mujeres siguen liderando el proyecto. Rosa describe cómo dividen el trabajo: “La cosecha de café principalmente la hacen las mujeres y los hijos, pero el acarreo de café, lo más pesado físicamente, lo hace el hombre”.
Cuando se le pregunta si las mujeres toman decisiones de manera diferente a los hombres, Ramírez Pizano reflexiona antes de responder: “A lo mejor las mujeres tenemos más paciencia y somos más sensibles en cuanto a lo que nos rodea, en cuanto al medio ambiente o la situación económica. Y tal vez el hombre quiere resultados muy concretos, pero en realidad hacemos un equilibrio entre estos pensamientos”.
El avance del Antropoceno presenta nuevos desafíos para el grupo. Ramírez Pizano menciona preocupaciones como el control de plagas, la disminución de cafetales y el cambio climático. Sin embargo, también confía en la resiliencia que han desarrollado a lo largo de los años para superar estas dificultades.
“Yo diría que éxito es el paso que como mujeres hemos logrado y que, sin duda, es en beneficio de las que vienen, de las futuras generaciones; el mercado que se ha logrado conquistar con la diversificación de los productos que elaboramos; el intercambio de conocimiento con otras comunidades; la conciencia de elaborar alimentos saludables, y la satisfacción de que nuestro trabajo ha contribuido con beneficios ambientales, económicos y sociales”, concluye Rosa Elena Ramírez Pizano.
es divulgadora y periodista de ciencia con formación en biología. Ha publicado en El Universal, Pie de Página y SciDev.Net, entre otros. En 2020 fue nominada al Fetisov Journalism Award for Best Investigative Reporting.