En México son pocas las colecciones de museos gubernamentales que tienen obras de maestros del arte universal. Estas instituciones no tienen presupuestos asignados para comprar acervos artísticos, y las obras que tienen de artistas mexicanos han sido donadas en su mayoría por los propios artistas, sus familias u otros particulares. Han sido los propios creadores y coleccionistas privados quienes poco a poco han formado colecciones de arte extranjero relevante, y en algunos casos han formado con ellas museos. Pienso por ejemplo en la estupenda colección del Museo Franz Meyer o la del Carrillo Gil; también en la impresionante colección de esculturas de Rodin, Degas y otros artistas del modernismo europeo que ha reunido Carlos Slim en el Museo Soumaya, o bien en la de grabados de Picasso que formó José Luis Cuevas, o en las más de seis mil estampas que ha depositado Francisco Toledo en su casa convertida en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca.
Así también, don Manuel Álvarez Bravo coleccionó gráfica que abarca desde el siglo xvii hasta el siglo xx, y que constituye una de las más importantes revisiones del arte occidental y sobre todo europeo que tenemos en nuestro país, primero porque incluye nombres como Rembrandt, Goya, Delacroix, Picasso, Matisse o Gauguin, y luego porque las piezas fueron elegidas en galerías y subastas por una de las miradas más sensibles que hemos tenido en México.
Pareciera lógico que, para un fotógrafo que trabajó siempre en los terrenos del blanco y negro, fuese profunda la identificación con los claroscuros de xilografías, aguafuertes, litografías y demás técnicas de la estampa, pero, además de esta empatía, hay una inteligencia estratégica para reunir estas obras en una época en que el grabado todavía era muy barato y uno podía adquirir cien grabados al costo de un par de óleos. Ahora las obras gráficas de los grandes maestros empiezan a alcanzar precios descomunales; apenas el primero de diciembre pasado Christies vendió el aguafuerte La comida Frugal de Picasso en 1.8 millones de dólares.
La misma lógica que desarrolló don Manuel operó en Francisco Toledo para reunir una colección que recorre la historia del arte mexicano y que tiene una sección importante de gráficas europeas, asiáticas y estadounidenses, que curiosamente se complementan o dialogan muy bien con las de don Manuel Álvarez Bravo. Por ejemplo, el fotógrafo poseía una litografía de Géricault de un caballo que está siendo devorado por un león, mientras que el Instituto de Artes Gráficas (iago) tiene una estampa del mismo tema debida a la mano de Delacroix, que sin duda es antecedente de la otra, pues el segundo artista fue siempre el modelo para el primero y en general para el romanticismo francés. Así también, en el iago Toledo depositó casi todos los grabados que produjeron James Ensor y Max Klinger, y la colección de Álvarez Bravo incluye un par de trabajos de cada uno de estos artistas, que coincidentemente son de los cinco o seis que no tiene el iago. Así, los creadores mexicanos fueron más inteligentes que el Estado, que pudo haber invertido en crear un acervo de esta naturaleza para el Museo Nacional de la Estampa, como en su momento lo hizo la Academia de San Carlos, por lo que la colección de la misma se cuenta entre lo más relevante de nuestras colecciones públicas, con conjuntos tan notables como Las cárceles de Piranesi, o la carpeta completa con los 86 aguafuertes de Los caprichos de Francisco de Goya, esa crítica implacable a los vicios y complejos de la sociedad de su tiempo y que debe seguir sacando ronchas al conservadurismo intelectual, pues sus críticas son vigentes.
Hasta el treinta de enero del 2005, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca está mostrando las obras pertenecientes al siglo xx de la colección de Álvarez Bravo, y previamente mostró a fines del año pasado las del siglo xix. Entre lo más significativo que incluye este conjunto de obra, que rodeó la intimidad del fotógrafo más importante de México, se cuentan cinco de las nueve estampas que Cézanne produjo en su carrera. Entre estos trabajos es central la litografía titulada Los bañistas, no únicamente porque después daría origen a un cuadro nodal en la trayectoria de Cézanne, sino también porque en el tratamiento de la anatomía humana que hace en este trabajo ya se prefiguran las grandes transformaciones estéticas del siglo xx, cuyo arranque extremo serían las Señoritas de Avignon de Picasso. Para aquilatar esta pieza baste mencionar que el moma la incluye entre las más importantes de su sección gráfica.
En resumen, el acceso a trabajos de corrientes como las vanguardias europeas de principios del siglo xx, así como a sus antecedentes del romanticismo, el impresionismo y el modernismo, es posible gracias a que un puñado de creadores y empresarios mexicanos han tenido el tino de invertir parte de su dinero en bienes culturales, para después compartirlos con el pueblo de México. –
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