Más de cinco mil disidentes han sido fusilados por su régimen. Mientras, el dictador cubano se pregunta y se responde largamente, interminablemente, por qué numerosísimos países le manifiestan su recelo cuando no su rechazo franco. Alerta a sus oyentes al tiempo en que tiende una red con la que trata de impedir inútilmente el brote de nuevas o sostenidas disidencias.
En diciembre de 2003 encarceló a 75 inconformes, acusándolos de colaborar con Estados Unidos para desestabilizar su gobierno. En su mayoría aquellos disidentes eran cercanos al Proyecto Varela, impulsado por el activista católico Oswaldo Payá (a quien el régimen se cuidó de no encarcelar, para evitar las necesarias repercusiones internacionales). Las acusaciones eran absurdas: a uno lo condenan veinticinco años por haber aceptado un mimeógrafo del encargado de asuntos estadounidenses en La Habana, a otro por haber recibido una grabadora. Entre los prisioneros estaba Raúl Rivero, poeta y periodista de renombre internacional. La prensa hizo circular la noticia por el mundo. Pronto se supo que en la cárcel aquellos hombres eran tratados con violencia y sometidos a fuertes presiones emocionales. Ante el escándalo, la clara violación a los derechos humanos, la Unión Europea no tuvo más que suspender el apoyo que daba a la isla.
Mientras tanto, con sorpresiva ingenuidad, el presidente español Rodríguez Zapatero expresó que, en vista de que el rechazo al régimen castrista no había rendido los frutos esperados, lo conveniente era tender puentes de acercamiento con aquel gobierno. Astuta, intuitiva y pronta, la diplomacia cubana aceleró sus movimientos. Invitó al embajador español a platicar informalmente. Aprovechó, y dio un madruguete: al salir de aquella conversación el representante ibérico se encontró con que la prensa ya “sabía” que las relaciones entre España y Cuba se habían descongelado, y lo había difundido. Sorprendido, el diplomático reaccionó con un encogimiento de hombros y en silencio. El que calla… ha caído en una trampa.
La Unión Europea, tan celosa en su papel de guardián de la democracia en el caso de otros países (como México, cuando se discutió un probable acuerdo económico entre las partes), vio abierto el camino al anunciarse la liberación de cinco de los 75 prisioneros: volvería a apoyar al régimen de Castro, enemigo de los estadounidenses. El dictador aprovechó la hipocresía europea para salirse con la suya. ¿Por cuánto tiempo? –
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