Existen narradores cuya lectura siempre es un lujo. No importa si lo que leemos de ellos es un cuento, sus memorias o una novela, su universo resulta tan atractivo que internarnos en él produce en nosotros la sensación de estar conversando con un individuo de ésos que capturan nuestra simpatía desde el primer momento. Tampoco importa si no es posible leerlos en su idioma original, pues poseen un lenguaje capaz de atravesar cualquier filtro incluso el de una traducción de otra traducción, sin perder ni su carga poética, ni su poder persuasivo, ni su facultad de trasladarnos íntegramente a culturas distantes y épocas remotas. Uno de los integrantes de este selecto grupo es el judío-polaco-estadounidense Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel 1978, que este 2004 llega al centenario de su nacimiento.
No es usual encontrar en las mesas de novedades un libro de Singer. Fallecido en 1991, acaso esté atravesando ese “purgatorio” de indiferencia referido por José Emilio Pacheco, cuya duración es de veinte o 25 años, al que editores y lectores condenan a los grandes literatos después de su muerte. Quizá, pues a pesar de ser un narrador prolífico, los devotos de Bashevis Singer en español hemos adquirido la mayoría de sus títulos tras minuciosas búsquedas en librerías de viejo, y sabemos que pasará mucho tiempo antes de que la totalidad de su producción sea vertida a nuestra lengua. Por eso se antoja celebrar cada vez que alguien pone a nuestro alcance una nueva obra de este escritor, como ahora que Ediciones B publica la novela El certificado.
Enemigo del dogmatismo que imperó entre judíos y gentiles de la Europa oriental durante los años de su juventud, tanto en sus memorias como en sus ficciones Singer fustiga por medio de la ironía o de la crítica directa toda creencia absoluta, ya sea religiosa, política o cultural. Sus personajes él mismo son seres inmersos en el caos ideológico que fue la primera mitad del siglo xx europeo, que no acaban de hallar su sitio en un mundo extraño, hostil, demasiado distinto al que vivieron sus antepasados. Ésta es la razón por la cual en los relatos de este escritor hay una fuerte tensión entre la estabilidad de la tradición ancestral y la incertidumbre de la vida contemporánea, entre la identidad y el desarraigo, entre el individualismo y el sentido de pertenencia.
En El certificado esta tensión se encarna en el adolescente David Bendinger, quien deambula por la Varsovia de 1922 en busca de algo que le dé sentido a su existencia. Tras una crisis religiosa, se ha refugiado en la filosofía y la literatura. Acaba de abandonar su trabajo como maestro de hebreo en un pueblo de provincia porque desea dedicarse a escribir. Cuando está a punto de regresar al campo, recibe la noticia de que es candidato para obtener un certificado con el que podrá viajar a Palestina con los contingentes que pretenden crear un Estado judío bajo la protección de Inglaterra. A partir de ese momento comienza la educación sentimental y existencial que lo convertirá en adulto: se relaciona con tres mujeres, entra en contacto con sionistas y comunistas, y es aceptado por el gremio de escritores judíos de Varsovia gracias a un hermano mayor que acaba de volver de la Unión Soviética y que también se dedica a la escritura.
Armada con base en rasgos autobiográficos, El certificado es la historia de un aprendiz de escritor, de un artista adolescente, y al mismo tiempo una crónica del gueto de Varsovia en los años de entreguerras. Los personajes en torno a Bendinger representan las ideologías en boga, con lo cual la trama adquiere desde el inicio el ritmo y la intensidad de una discusión intelectual que le otorga peso ensayístico sin que jamás se pierdan las emociones propias de las obras de ficción.
Conforme transcurren los capítulos, David transita de un desarraigo a otro, tanto en lo que se refiere a las ideas como a su relación con las tres mujeres que lo rodean: Sonia, judía tradicional, con la que sostiene una suerte de concubinato platónico; Minna, rica y liberal, con quien se casa para que ella pague el viaje a Palestina, y a quien espera allá su verdadero prometido; y Edusha, la joven comunista que le renta un cuarto en su casa. Salvo Sonia, a quien se ve forzado a respetar sexualmente (tal como respeta, sin compartirlas, las ideas de su padre, un rabino de pueblo), con las otras David vive algunos encuentros carnales hasta que se convence de que ninguna es para él. Así, asimilando el ámbito amoroso al ideológico, Singer empuja a su protagonista de una encrucijada a la siguiente, y con ello introduce al lector en la mentalidad judía en los años previos a Hitler, sin adelantar la catástrofe que habría de venir después, pero exhibiendo las ideas de una atmósfera de desaliento precursora del Holocausto, apenas amortiguada gracias a la ironía y el sentido del humor que aparecen página tras página.
Narrada con la sencillez de estilo característica de las obras de Isaac Bashevis Singer, El certificado desnuda las contradicciones de un pueblo judío fortalecido por sus esperanzas, atormentado por la incertidumbre, paralizado por el egoísmo y sus pequeñas mezquindades, mareado por sus quimeras. Expuesto, en fin, por el talento de uno de sus principales narradores, que con esta novela nos reafirma en la idea de que la narrativa, cuando es profundamente crítica, se convierte en el mejor homenaje a la cultura que la genera. –
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