“El guante del tiempo”, de Edward Hopper

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Cierto no soy más que la sombra de un pasajero en este planeta
     pero a mi alma le gusta vestirse con elegancia
     a pesar de las manchas.
     Ella atraviesa la puerta.
     Se quita su guante.
     Acaso gira la cabeza.
     Acaso cruza la pierna.
     Ésa es una pregunta.
     Quién está hablando.
     También una pregunta.
     Lo único que puedo decir
     es que no veo ninguna prueba de otro guante.
     Las palabras no son una frase, no te demores en ello.
     Demórate en esto.
     No es un tiempo vacío, es el momento
     en que las cortinas revolotean dentro del cuarto.
     Cuando se prepara la lámpara.
     Cuando la luz da contra la pared justo ahí.
     ¿Y el guante?
     Entonces se elevó: la vida que ella pudo haber vivido (par les soirs bleus d’été).
     Da la casualidad
     de que la pintura es inmóvil.
     Pero si acercas la oreja al lienzo oirás
     los sonidos de un gran estribillo que va avanzando.
     En algún lugar alguien viaja hacia ti,
     viaja día y noche.
     Pasan abedules sin hojas.
     El camino rojo se desvanece.
     Toma, agarra esto:
     una prueba.
     Da la casualidad
     de que un buen guante de etiqueta
     mide 22 centímetros del dobladillo a la punta de los dedos.
     A este guante lo “tomaron por la espalda”
     (como dijo Godard de su King Lear).
     Mientras escuchaba a sus hijas Lear
     deseó ver sus cuerpos enteros
     estirados a lo largo de sus voces
     como cabritilla blanca.
     ¿Pues en qué difiere el tiempo de la eternidad salvo en que lo medimos? –
     — Traducción de Tedi López Mills

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