Poco más de treinta años después de haber trabajado en nuestro país durante un periodo breve, como corresponsal de la Agencia Polaca de Noticias, en septiembre del año pasado Ryszard Kapuscinski visitó la ciudad de México para promover su libro Los cínicos no sirven para este oficio, labor fatigosa en la que apenas si tuvo el respiro de una tarde libre para visitar el viejo edificio que habitó en la Colonia Juárez, recorrer el vecindario y quizá, en extraordinario golpe de suerte, toparse con viejos conocidos.
Los guías del periodista polaco éramos tres jóvenes que no desaprovechamos la oportunidad de sacarle opiniones acerca de todo lo que se nos ocurría; pero esto cambió rápidamente cuando Kapuscinski comenzó a plantear sus propias preguntas. La escopeta, pues, comenzó a hacer su trabajo contra los patos: los guías nos convertimos en entrevistados, en los informantes de nuestro invitado, reportero de tiempo completo que en Lapidarium IV, libro recién traducido al español, exhibe pruebas irrefutables de su vocación, casi un apostolado, por si quedaba alguna duda.
Kapuscinski explica al inicio de este libro que el lapidárium es el lugar “donde se depositan piedras encontradas, restos de estatuas y fragmentos de edificaciones […], en una palabra, cosas que forman parte de un todo inexistente (ya, todavía, nunca) y con las que no se sabe qué hacer”. Así, su Lapidarium es una miscelánea tanto de sentimientos como de reflexiones expresados a modo de fragmentos que por sí mismos son unidades (aforismos, relatos y ensayos breves, etcétera), y en conjunto forman un “tejido de relaciones” (sea un libro o un texto) como describió Octavio Paz, a quien el autor cita en uno de los epígrafes para explicar las intenciones de Lapidarium.
Desde 1982 Kapuscinski ha publicado en Polonia cinco volúmenes de estos cuadernos de apuntes no incluidos en sus extraordinarios reportajes de largo aliento (El emperador, El Sha o El Imperio, por ejemplo), que componen la serie que él designa en plural como Lapidaria. Ahora, según un comentario de la editorial, el mismo Kapuscinski fue quien decidió que se comenzara a traducir la serie a partir de la cuarta entrega, y la razón se deja ver desde las primeras páginas. El autor pensó ante todo en la actualidad periodística de las reflexiones de esta obra publicada en polaco en 2000.
Los espejismos de la globalización, el peso de la televisión en la cultura de masas, el desorden mundial tras la extinción de la Unión Soviética, la omnipotencia del dinero y los demonios del nacionalismo son sólo algunos de los asuntos acerca de los que Kapuscinski medita como periodista sabueso, ensayista lúcido y, sobre todo, buen hombre. Siguiendo la consigna de Terencio, a él tampoco le es ajeno nada de lo que sea humano, por eso su interés primordial hacia las personas sencillas y los pequeños detalles de la vida cotidiana. En Lapidarium IV queda claro que, a través de su contacto personal con gente de distintas latitudes, Kapuscinski ha buscado las verdades periodística que en su momento le exigía su misión como corresponsal de diarios, revistas y agencias de noticias, que después aprovechó para escribir cada uno de sus libros, obras meditadas que trascienden lo periodístico y que son, más bien, apreciables relaciones históricas de primera mano.
En los fragmentos de Lapidarium IV se advierten las inquietudes evidentes del autor, su sistema de trabajo reporteril y las rutas de su pensamiento. Así, por ejemplo, Kapuscinski relata el encuentro con un joven estudiante en Kolo, pequeña ciudad polaca, quien le preguntó su opinión acerca de la sociedad planetaria. Y el periodista recuerda que, para responderle al muchacho, tuvo este diálogo con él: “¿Cuál es, para una persona que vive en Kolo, el sueño más acariciado?” “Su sueño es la ciudad de Konin”. “¿Y cuál su supersueño?” “Su supersueño, Poznan”. Entonces Kapuscinski comenta para sí mismo al terminar el apunte: “Poznan, la capital de provincia. Allí se acaba el mundo.” Lo que haya que agregar a la conclusión sobre la idea de la sociedad planetaria y la realidad a partir de la parábola del polaco, corre a cuenta del lector, como en muchos otros apuntes incluidos en este libro.
En Lapidarium IV hay asuntos sobre los que Kapuscinski escribe numerosos apuntes breves y no tanto que, reunidos, casi forman ensayos largos. Es el caso de sus reflexiones a propósito del periodismo y de los medios de comunicación masiva, en las que, como maestro de maestros, es particularmente severo. Para muestra, algunos comentarios sobre la televisión: “Cuanto más miras, menos sabes”, “con el tiempo, el hombre medio sólo conocerá la historia ficticia”, “el mundo rebosa información; una información inútil, no deseada”. Y sus críticas a la industria de la información, ahora más que nunca, con la guerra en Medio Oriente en vivo y a todo color hasta nuestros hogares las veinticuatro horas del día, son de vigencia indiscutible. Por ejemplo, Kapuscinski sostiene que la industria de la información con mucha frecuencia no se interesa en lo importante sino en el circo, y para demostrarlo recuerda que, mientras sucedía la primera guerra del Golfo, donde los medios, mantenidos a raya por el ejército estadounidense, poco podían informar, en Mozambique y Sudán ocurrían matanzas de las que la opinión pública mundial apenas si se enteró. ¿Que los hombres, y en este caso los periodistas, aprenden de sus errores? Nada de eso. Mientas el pasado 4 de abril el mundo seguía el reality show de la segunda guerra del Golfo, las Naciones Unidas informaron que cuatrocientas personas fueron asesinadas a machetazos, por conflictos interétnicos, en el Congo. Kapuscinski tiene toda la razón cuando escribe en uno de sus aforismos: “La humanidad está en manos peligrosas: las propias.” ~
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