La indulgencia asimétrica

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Para la mayoría de sus críticos, Koba The Dread, del novelista Martin Amis, es la bitácora de un señorito inglés que una mañana, al tomarse el té, descubrió horrorizado que entre 1917 y 1953 el partido bolchevique cometió contra el pueblo ruso un genocidio que supera, al menos en número de víctimas, al Holocausto, y peor aún, que su padre, el también novelista Kingsley Amis, fue cómplice, como miles y miles de intelectuales en el mundo, de esos crímenes, en cuanto militante que fue del Partido Comunista británico. En su resumen del año, el Times Literary Supplement despacha el libro como un nuevo capítulo de la autobiografía de Amis, titulándolo “Kingsley The Dread”.
     A quienes han arremetido contra Amis no les falta cierta razón. El libro es un fichero de las obras más significativas que se han escrito sobre la tragedia soviética, desde el Archipiélago Gulag, de Solzhenitzin, hasta las recientes biografías de Dmitri Volkogonov sobre los grandes tiranos bolcheviques, pasando por The Great Terror, de Robert Conquest. Pero Amis estuvo lejos de pretender usurpar el puesto de historiador o sovietólogo. Koba The Dread es el panfleto de un indignado, y esa indignación le pareció, a la opinión inglesa, obsolescente y oportunista, fuera de lugar, como si a alguien como Martin Amis no le correspondiese esa alta tarea de la memoria. Quizá sea saludable esa reticencia de la crítica inglesa frente a la generalmente nefasta intrusión, tan propia de la tradición latina, de los escritores en la discusión política. Pero el tono de quienes reconvinieron a Amis resultó un tanto sospechoso, al tenor de “eso que dices es cierto, pero no lo digas de esa manera. Y tú, un niño rico que ni siquiera fue comunista, no deberías meterte en eso. Es una cosa muy seria”.
     En 1935 el crítico literario ruso D.S. Mirsky, quien pagó con su vida su conversión al estalinismo, se burló de la ingenuidad de los marxistas ingleses en un libelo titulado The intelligentsia of Great Britain, descalificando a esos entusiastas compañeros de viaje, tan impregnados de humanitarismo fabiano. Y es curioso que los numerosos defectos del libro de Amis tengan su origen en la debilidad y en la insularidad de esa izquierda británica contra la que Amis arremete y de la que es un buen contraejemplo. El comunismo de papá Kingsley sería irrelevante para un intelectual francés, de la misma forma que la discusión de Martin Amis con su amigo Christopher Hitchens, antiguo trotskista, es un elemental ajuste de cuentas que hará bostezar de tedio a cualquier ex marxista latinoamericano, una pelea escolar propia de un país —la Gran Bretaña— que tan sólo fue un observador en la ilusión lírica, como la llamó François Furet, del comunismo. Más naïve que frívolo, Amis se puso a “desenmascarar” a Trotski, descubriendo en el año 2001 que el jefe del Ejército Rojo fue un desafortunado cómplice de Lenin, como lo supieron sus víctimas entre 1918 y 1923. Amis concluye, dos guerras después, que el trotskismo ortodoxo, sin olvidar la ordalía de sus sectarios, retrasó, paradójicamente, el desvelamiento de la naturaleza totalitaria de la URSS, diseñada por Lenin y Trotski, y desarrollada a escala monstruosa por Stalin. A ese ánimo fervoroso un tanto tierno se suman prácticas deshonestas como investigador: en la página 38 Amis dice que la trilogía de Isaac Deutscher sobre Trotski es “mitopoética” para confesar después, inadvertente, que no leyó esos libros (página 251).
     Pero asiduo como soy de la historia rusa, debo decir que leí Koba The Dread con fruición, corroborando mis lecturas con las de Amis, y quedé bien impresionado por una capacidad de síntesis que reaviva, aun en los lectores más encallecidos, las brasas de la indignación. Nada falta de lo esencial en el fichero de Amis: el origen de la hambruna como forma de represión colectiva en Lenin, las denuncias desoídas del terror concentracionario en la URSS aparecidas desde 1931 en la prensa occidental, la soledad de Bujarin como el único bolchevique que dudó moralmente del régimen, el montaje expiatorio que fue el asesinato de Kírov, las biografías paralelas de Stalin y Hitler (tema desarrollado magistralmente por Allan Bullock), la criminal irresponsabilidad de Stalin ante las advertencias del ataque alemán de 1941, las purgas de la posguerra en Europa del Este, el antisemitismo terminal del estalinismo, y un devastador etcétera.
     Todo eso yo ya lo sé, como muchísimos otros lectores, pero aun asumiendo que el libro de Amis sea malo, no sé si deba ser calificado de inútil. En manos de una persona reticente o desinformada sobre la Stalinschchina, Koba The Dread debería ser una introducción persuasiva y una alocución moral. Me temo que la reacción adversa contra Amis tiene mucho que ver con la llamada “indulgencia asimétrica” con la que se mide al nacionalsocialismo alemán y al comunismo soviético. Timothy Garton Ash comentaba hace poco que en Berlín o Moscú hay bares de moda cuya meseras reciben al cliente disfrazadas de agentes de la KGB; sería inconcebible encontrar un antro similar con uniformes de la ss. De igual forma, Vladimir Putin no tiene empacho en confesar su admiración por Stalin; y en muchas democracias, pequeños partidos de devoción leninista, trotskista o maoísta disfrutan de todas las libertades, para no hablar de la sobrevivencia de regímenes postestalinistas como el chino o el cubano. Las razones de esa inequidad crítica han sido exploradas minuciosamente por muchos historiadores, desde el conservador alemán Erich Nolte hasta el liberal francés Furet, pero el fenómeno persiste, y dado que persiste, Koba The Dread causó escándalo.
     El argumento central de Amis —y es allí donde la errática historia de Kingsley vino a cuento— repone al comunismo como el asunto de familia más vergonzoso en la historia de Occidente, un trauma detectado hace tiempo pero cuya curación parece lejana. Mientras que el nazismo nunca ocultó su vulgaridad criminal, sierpe originada en el bajo mundo de Baviera, el bolchevismo (que no el resto del socialismo moderno, su primera víctima) fue el Frankenstein de la tradición humanista. Los datos fríos que Amis repite indican que, por su duración en el tiempo, sus dimensiones en el espacio y su influencia sobre millones de hombres en el planeta, el estalinismo carece de paralelo histórico. Pero, pese a ello, la “indulgencia asimétrica” está condenada a imperar como una tragedia intelectual que ni Hegel ni Nietzsche ni Dostoievski alcanzaron a columbrar. Koba The Dread es la enésima, inevitable y, por fuerza, balbuceante meditación de un escritor sobre el colapso absoluto del valor de la vida humana que significó el comunismo. Pero esa inmensa falla moral reinó en todo Occidente, y en una familia de tantas, la de Martin Amis, y al asumir operáticamente esa porción del drama, el escritor inglés quiso ofrecer una reparación. La forma retórica elegida por Amis, un texto agresivo y panfletario, casi comercial, pleno en recursos literarios de dudoso gusto, tuvo el efecto deseado: el esqueleto, una vez más, está fuera de nuestros armarios.
     Nunca estará de más insistir en el Holocausto. Cada año aparecen cientos de libros, de todo tipo, sobre la Solución Final, sin que a casi nadie le moleste la repetición de esa pregunta sin respuesta. En cambio, el panfleto de Amis sobre los millones sacrificados en el Gulag vuelve a suscitar esa sonrisa sarcástica tan propia del reino de Stalin, pues por algunas generaciones cierta indulgencia lo seguirá favoreciendo: victoria póstuma de esa grotesca y obscena maquinaria cultural del bolchevismo que Martin Amis retrata con eficacia en Koba The Dread. ~

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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