Anecdotario personal

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Estimado Enrique:
     Por leer Letras Libres de este diciembre de 2000 comparto dos vivencias en obsequio o secuela de tu trabajo sobre José Vasconcelos y el de Carlos Monsiváis sobre Gonzalo N. Santos. Ambas ocurrieron en 1959.
     Oficina del secretario particular ("el Sr. Sosa") del secretario de Hacienda y Crédito Público, Antonio Mena. Después de empaparnos con zalamerías y pedir que esperemos un tiempo más al inefable funcionario crónico, le informan que está afuera Gonzalo N. Santos, acompañado de su hijo Gastón. Vuela el "particular" a recibir al megacacique. Le hace saber que es un honor recibirle, que es un hombre histórico, que la Historia Mexicana no se entendería sin él, que su regocijo es cabal, que es un señor magnífico.
     "Párale, párale —replica el desde-ñosamente perverso ser humano—, yo sólo soy una víbora, párale, párale".
     Fundador con otros compañeros de un "membrete" u organización estudiantil llamado "José Vasconcelos", ocurrí a verle en la biblioteca ahora con su nombre. Le dije que fundamos un centro cultural, que pensábamos estudiar la historia de México y a sus creadores, que el lema de la agrupación era "México, espíritu y cultura". "Me parecen bien sus intenciones", consintió. Sin enojo, suspirando, me dijo: "Olvídense de México, concéntrense en el espíritu, en la cultura". Él tampoco olvidó.

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