No todas las plegarias son humildes alabanzas a Dios: las víctimas de sus injusticias también pueden alzarle la voz y sentarlo en el banquillo de los acusados. Las oraciones de ese tipo no figuran en los devocionarios sino en las antologías poéticas. El fervor traicionado da sus mejores frutos en culturas con un fuerte sentimiento religioso, donde los dictados adversos de la providencia no matan del todo la fe, pero despiertan la rebeldía de los hijos inocentes golpeados por el padre tiránico. El Libro de Job sería el primer brote conocido de este hongo venenoso y atemporal que renace en distintas épocas y bajo distintos credos. Nezahualcóyotl lo introdujo en la poesía mexicana y cinco siglos después renació con un filo más crítico en la obra de José Gorostiza. Ambos se rebelaron contra la mezquindad del creador en poemas de tono amargo, en los que la paradoja de amar sobre todas las cosas a un numen distante y sordo engendra un sentimiento de orfandad, a medio camino entre la melancolía filosófica y el despecho de un amante mal correspondido.
En su ejemplar edición de las obras de Nezahualcóyotl, que incluye una estupenda biografía (Nezahualcóyotl, vida y obra, fce), José Luis Martínez fue el primero en advertir el parentesco entre los dos poetas, en quienes advertía “el mismo helado sarcasmo ante Dios”. Yo agregaría que el blanco predilecto de su sarcasmo fue la patológica soledad del ser supremo, que nunca se cansa de contemplar su grandeza en el teatro vacío de la eternidad. El panteón mexica estaba más sobrepoblado que el Olimpo, de modo que dioses como Huitzilopochtli, Tezcatlipoca o Tláloc tenían amigos y enemigos de sobra. Pero Nezahualcóyotl era monoteísta y el dios a quien adoraba en secreto, Ometéotl, el dios de la dualidad (considerado “el dios verdadero” por los sabios y los nobles del Anáhuac), reinaba sin compañía en el doceavo cielo, fuera del alcance de la voz humana. Ni siquiera se le podía sobornar con sacrificios: era una inconmovible deidad abstracta, situada muy por encima del dolor terrenal. En varios cantos a Ometéotl, Nezahualcóyotl le reprochó su altivo desdén por el destino del hombre: “Nadie en verdad / es tu amigo, / ¡oh dador de la vida! / […] Se hastiará tu corazón, / solo por poco tiempo / estaremos aquí a tu lado.”
Si Ometéotl era un tirano avinagrado y huraño, el dios a quien Gorostiza invoca es un anacoreta sádico y engreído: “¡Oh inteligencia, soledad en llamas / que todo lo concibe sin crearlo!” Al deplorar el aislamiento divino, Nezahualcóyotl quizá tuvo en mente la omnipotencia esquiva de los tlatoanis mexicas o su propia experiencia como rey de Texcoco. El poder engendra una desconfianza en los demás que puede conducir a un encierro psicológico parecido al autismo. El dador de la vida no necesita amigos ni tampoco el amor filial que todo padre anhela. Su “páramo de espejos” da la espalda al vulnerable ser humano, en un alarde de poderío que nos deja indefensos ante la enfermedad y la muerte. Aunque la soledad divina, tal y como la pintan Nezahualcóyotl y Gorostiza, denote un feroz egoísmo, en la Edad Media fue un modelo a seguir para los ermitaños que huían al desierto en busca de la pureza. Creían ingenuamente que Dios los amaba y quizá lograron, como san Antonio, vencer todas las tentaciones y alcanzar la perfección moral. Pero dar la espalda a los demás para ensimismarse diez o veinte años en una larga orgía de amor propio, hasta que Dios se dignara a enviarles una señal, ¿no significaba imitar la soberbia de Satanás? Prevenida contra ese peligro, santa Teresa trató de conjurarlo con la caridad activa. Lo que no advirtió fue la enorme similitud entre la soledad satánica y la de su idolatrado esposo.
Por lo general, una plegaria aspira a ser escuchada y atendida, pero los creyentes desencantados renuncian a esa esperanza. Se quejan ante sus hermanos de la indiferencia paterna que los condena a rezar frente a una pared, pero eso les permite comparar ventajosamente su capacidad afectiva con la imperturbable majestad del patriarca. Al proclamar que el desamor es una imperfección de Dios, al acusarlo de ser una fuerza ciega y obtusa, elevan al hombre por encima de su augusto poder. ~
(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio.