Recientemente circuló en internet una galería de imágenes titulada “Los treinta mejores lugares para el amante de libros”, o algo así, una moda que consiste en vestir y maquillar la relación del ser humano con los libros de manera que se cubra o disimule lo mejor posible el acto de la lectura: no es lo mismo amar los libros que gozar del acto de leer. Esta manía subyace también en los discursos publicitarios/políticos que confunden la promoción de la lectura con la venta de libros.
La mayoría de estos lugares de ensueño que no son bibliotecas públicas están en la lista porque hay un elemento que desvirtúa el lugar de los libros: una bañera, la laguna en Venecia, enormes paredes de cristal, una cama mínima, un mural, orden, limpieza, pulcritud, lo que hace pensar que al amor por los libros lo define cierto modo de vida relacionado el dispendio y lujo al que únicamente la clase alta tiene acceso. Las revistas cuya vocación es la mezcla de arte y lifestyle, como le llaman, están basadas en esto.
La inclusión de la fotografía de la biblioteca privada del profesor Richard A. Macksey (número 24 en la galería) es un ejemplo de cómo este artificial amor por los libros es una propuesta que incluye en sí misma la contradicción.
No hay duda de que la erudición del profesor de la Johns Hopkins University es equivalente al número de libros almacenado en su biblioteca. Lo que sí hay en esta imagen que no hay en las otras es el caos y el avejentamiento que produce no el amor por los libros, sino por la lectura. Desde hace siglos, los tópicos de la lectura oscilan entre los polos de la lectura como vicio y la lectura como virtud. Dos de los lectores más famosos de la historia encarnan el polo del vicio: Don Quijote y Emma Bovary. No hace falta recordar que el primero terminó loco en una jaula o muerto -según la parte del Quijote que se elija- y la segunda envenenada por arsénico. El polo de la virtud es una reacción conservadora a los problemas de estos héroes.
El paradigma está cambiando. Hoy, la imagen del bibliotecario en decadencia, condenado a la petrificación y al polvo que pintó Arcimboldo es poco redituable comercialmente:
Lo poco que queda de la relación entre decadencia y literatura está contenida en la figura del escritor maldito de Hollywood, lugar común que seguirá siendo explotado hasta que la figura del escritor socialité tome su lugar. Lo que hay detrás de esta galería de imágenes es la intención de reemplazar la imagen de Arcimboldo por esta otra:
Esto explica que la biblioteca del profesor Macksey aparezca en esta otra lista que esconde menos su vocación clasista: Bibliotecas de los ricos y famosos. El amante de los libros no lee, tan sólo visita lugares que le recuerdan la lectura. La manía de Cervantes por leer hasta los papeles que se encontraba por la calle -para seguir con lugares comunes- implica una relación más personal con la palabra escrita que la posible presencia de cualquier amante de libros cualquiera de los lugares de la galería.
El caso de la apariencia de las bibliotecas es diferente. Una biblioteca pública ostentosa celebra el patrimonio de la comunidad y lo comparte. Una librería lujosa y estos lugares de ensueño, por el contrario, celebran el patrimonio de quien puede comprar ese lujo. Estas imágenes recuerdan otra serie de imágenes que al grito de "Leer es sexy" presentan a hombres y mujeres posando en poca ropa con el pretexto de un libro. Muy pocos son los modelos que fingen estar leyendo realmente porque eso no es lo que importa. Al final, se exalta algo que ya nada tiene que ver con la lectura y resalta una de las cualidades del discurso publicitario y político: hablar siempre de otra cosa.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.