Las mejores actuaciones infantiles

Desde Jean-Pierre Léaud hasta Henry Thomas: los mejores protagónicos infantiles en la historia del cine. 
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Jean-Pierre Léaud como Antoine Doinel (Los 400 golpes, 1959)

Al planear esta lista nos encontramos en una disyuntiva terrible. Por un lado, elegir la actuación de Jean-Pierre Léaud en su primer papel como Antoine Doinel implicaba repetir cosas que se han dicho durante cincuenta y tantos años: tendríamos que hablar de la sobrenatural sensibilidad que aportó el chico a la primera película de Truffaut, aventurar que acaso intuyó que no estaba retratando la vida de otro sino su propia frustración, su propia ansia de vida, su propio miedo; considerar la francamente inquietante visión retrospectiva que tuvo el director al elegirlo a él y no a otro –un niño que, con el paso de los años, acabaría como una suerte de clon no científico de Truffaut–; ponderar que la última secuencia de la película, que culmina con el rostro fijo de Antoine ante la de pronto borrada imposibilidad del mar, es uno de esos momentos que se roban para siempre el corazón. Por otro lado, no elegir a Léaud podría darle a la lista un brío, una respondona heterodoxia. Ortodoxos contra rebeldes. Ahora ya saben quién ganó. –AR

 

Ana Torrent como Ana (El espíritu de la colmena, 1973)

Ana tiene sólo seis años pero su presencia en El espíritu de la colmena contiene toda la severidad que la jovencísima y crédula España republicana de la guerra civil, poco después de la cual está situado el film, exigía en su representación. (El espíritu es una colección de símbolos del régimen franquista; el director Víctor Erice los traza con tanta delicadeza e inteligencia que las autoridades censoras ni se dieron por enteradas.) La mirada de Ana posee la fijeza y la concentración de quien está aprendiendo el mundo y cada detalle de él significa un pequeño mundo también. En el episodio ‘Country drive’ de Louie, el protagonista le dice a una de sus hijas (la que insiste en que está aburrida): “Vives en un mundo enorme y vasto, y no has visto nada de él. Hasta adentro de tu mente… es infinito. Sigue y sigue para siempre hacia adentro. ¿Me entiendes?” Ana, con su quieto rostro inquisitivo, con sus enormes ojos en constante examen, pareciera comprenderlo. –AR

Raphael Fejtö como Jean Kippelstein alias Jean Bonnet (Adiós a los niños, 1987)

Una verdad bien sabida pero que tendemos a dejar pasar: cualquier actuación está hecha también de las circunstancias imaginadas por su guión –incluso las improvisadas, creadas a partir un guión que va escribiéndose en lo que ahora llamamos ‘tiempo real’–. En el caso de la actuación de Raphael Fejtö como Jean Kippelstein en la tristísima Adiós a los niños de Louis Malle las circunstancias son tan poderosas (un niño judío, torpe socialmente, brillante en matemáticas y música, oculto en un internado durante la ocupación nazi en Francia; una amistad que comienza como bullying; una razia; la captura de ese niño y su envío a Auschwitz) que se vuelve imposible de discernir de la actuación. ¿Qué nos hace llorar: el destino de Jean, ese niño judío francés en 1944, o la maestría mozartiana de Raphael, ese niño judío francés en 1987? Son ambas cosas, enlazadas, en un perfecto vaivén de la mente. –AR

Maxime Collin como Léolo (Léolo, 1992)

Una gran actuación infantil en el borde de la adolescencia debería transmitir, creo, cuando menos una de estas características: asombro ante el mundo que abre por fin sus compuertas de sexo y libertad; repulsión ante el mundo que empieza a demostrarnos nuestro valor último (que es igual a cero) y deja caer sobre nosotros como una lenta lluvia de plomo su horror, su desamor, su soledad, su mierda; inconciencia y atisbos de reflexión; nostalgia precoz de todo lo que empieza a dejarnos atrás y esperanza también precoz por todo lo que está a punto de sucedernos. (El joven sabrá pronto que la infancia perdida no valía su nostalgia y que ese tedio que resultó el futuro no merecía su esperanza. Se habrá entonces convertido en un adulto.) Increíblemente, el niño Maxime Collin, el protagonista de la perversa, lírica, cruel y divertidísima Léolo, las transmite todas. –AR

Morgan Turner como Veda (Mildred pierce, 2010)

¿Saben cómo hay niños sabelotodo, pedantes y abusivos, niños malcriados, manipuladores, inteligentísimos que dan ganas de agarrar a nalgadas? ¿Saben que esos mismos niños son capaces de una ternura secreta, de un miedo muy hondo? Bueno. Pues, hasta donde sé, no existe ninguna niña que haya podido reflejar esos dos rasgos casi contradictorios tan agudamente como Morgan Turner –nacida en 1999– en su papel de Veda Pierce, la escuincla cuya madre, Mildred, echa a perder para siempre con una paciencia, un sacrificio y una abnegación dignos de un melodrama mexicano circa 1941. Que Todd Haynes, director experto en melodrama, haya dotado a la niña un puntito de erotismo eleva el retrato a una altura francamente incómoda. –AR

Henry Thomas como Elliot (E.T., 1982)

¿Han visto a Henry Thomas durante la audición con la que obtuvo el papel principal de la más famosa cinta sobre extraterrestres? Es un espectáculo:

Ahí está, para todos los que crean que la interpretación de Thomas –entrañable al principio, desgarradora al final y siempre verosímil a pesar de tener como compañero de escena a un muñeco de plástico- fue obra de Steven Spielberg, su director. Es sabido que el Rey Midas de Hollywood filmó en orden (algo raro en el cine) para no destantear a sus jóvenes histriones, y es verdad, también, que pocos dirigen niños como él, y para prueba basta ver a Dakota Fanning en War of the Worlds y/o a todos los niños que aparecen en la lamentable Hook. La estrategia debe haber sido en beneficio de Drew Barrymore, porque claramente Thomas no necesitaba truco alguno. Véanlo pasar de la desesperación a la incredulidad y al llanto, haciendo en dos minutos lo que actores adultos no logran en 120. -DK

Anton Glanzelius, Mi vida como un perro (1985).

Tu madre, enferma terminal, te abandona en un pueblucho donde vivirás cont tus más que excéntricos tíos, tu hermano te maltrata, tu única –y andrógina- amiga te gana en una pelea de box y, para acabarla de fregar, eres víctima de una apuesta y metes el pito al cuello de una botella: ahí se atora y no quiere salir. Hay infancias más sencillas que la de Ingemar, el protagónico de la ópera prima de Lasse Hallström, quien desespera y enternece en igual medida (el espectador no sabe si lo quiere abrazar o estrangular). Es fácil para un pequeño histrión recargarse hacia un lado de esa balanza: cargar el material tierno con melodrama o jugar el papel del torbellino infantil que todo lo destruye, como el 95% de los niños que aparecen en las comedias hollywoodenses. Es notable que Glanzelius no se deje atraer por ninguno de estos polos y mantenga una interpretación que encapsula todas las contradicciones de la niñez. -DK

Michel Terrazon, La Infancia Desnuda (1968)

Nadie le daría un premio a Maurice Pialat por escoger el título más sutil. Pero nadie se atrevería a decir que estaba equivocado. La Infancia Desnuda es exactamente eso: un vistazo descarnado a la infancia, sin atisbos de romanticismo. Comparada con esta cinta, Los 400 Golpes es Home Alone. Y tal y como ocurre en la famosa película de Truffaut, La Infancia Desnuda depende por completo de la habilidad de su protagonista infantil. Michel Terrazon podría ser hermano mayor de Christian Bale. No solo es su físico sino su habilidad histriónica la que nos recuerda a la mejor actuación que Bale ha hecho en su carrera, como Jim en El Imperio del Sol, de Steven Spielberg. Su Francois es un delincuente en ciernes que, como muchos grandes protagónicos cinematográficos, dice poco y hace mucho: tira gatos por las escaleras, se defiende de los abusos de mayores y avienta clavos a una avenida ocasionando colisiones masivas. No es gracias a Pialat que lo entendemos y queremos, sino gracias a Terrazon, cuya mirada delata la confusión, la rabia y el azoro que propician una infancia a la deriva. -DK

Quvenzhané Wallis, Beasts of the Southern Wild (2012)

Los ojos de Wallis –el hilo y alma de la hipnótica Beasts of the Southern Wild-son lo opuesto de su nombre indescifrable. A través de ellos transcurre la cinta entera, que por una larga parte de su duración inclusive esconde los rostros de sus adultos. Hushpuppy (Wallis) es similar a Francois, Ingemar y Jim: una chica obligada a hacerse cargo de sí misma porque su circunstancia no le da alternativas. Vive en La Tina, un cenagal al sur de Estados Unidos, cercado por una presa, donde come lo que la tierra le da y lo que su padre decida matar y cocinar ese mismo día (si bien le va). La historia de Beasts of the Southern Wild no es un culebrón seudo magicorealista gracias a la mano precoz de su director Benh Zeitlin, y gracias a Wallis, quien le brinda comedia, fuerza y ligereza a todo el proceso. Después de Henry Thomas, quizás no haya otro niño que haya cargado un final como esta niña, de apenas ocho años, hace en su cinta debut. -DK

 

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Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)


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