Fernando Botero, La pica (1984)

La (gorda) comedia de Botero

¿Son gordas o no son gordas esas criaturas que parecen mirarnos desde las obras de Botero como miran los peces tras el cristal de las peceras?
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Mientras por el mundo llaman pintor y escultor de gordos a Fernando Botero, él infatigablemente alega que sus personajes en tela o en metal no son gordos, sino seres realizados en modo volumétrico. Y si se entiende que la volumetría es la medida de los volúmenes, resultaría que el hoy más afamado artista colombiano sería un pintor/escultor volumetrista, no un retratista de gordos. Pero uno se pregunta: ¿son gordas o no son gordas esas criaturas que parecen mirarnos desde las obras de Botero como miran los peces tras el cristal de las peceras? [Abro unparéntesis de corchetes para una confesión. De niño y de adolescente me atraían eróticamente, aunque no de modo exclusivo, las mujeres “llenas” del arte pictórico. ¿Cuántas veces mi mirada habrá acariciado la espalda suntuosa de un desnudo femenino de Rubens en la reproducción de un libro o una revista? Evoco principalmente una tabla de circa 1613, vista primero en reproducciones y muchos años después en un museo europeo: el esplendente cuadro titulado La toilette de Venus, en el que la susodicha luce la suntuosa espalda de oro y rosa bajo el áureo y ondulante cabello suelto: un torso que me invitaba a una cariciosa mirada inacabable, como aquel, cenital, por el que resbalaban las manos del agonizante protagonista de Un chien andalou, la película inicial de Luis Buñuel. Y confieso que en mi adolescencia las hermosas gordas del arte han sido intensidades carnales que exigían la mirada golosa del joven ordeñador de sus propios deseos, es decir yo.. o tú, ¡hipócrita lector, mi semejante, mi hermano!]

Por carnales, por voluminosos o volumétricos que sean los personajes de esa vasta humanidad que Botero ha ido erigiendo en la tela o en el metal, son gordos pintados, es decir pensados, pues “la pintura es cosa mental” (Da Vinci, Tratado de la Pintura). Y ahora que en la explanada del Palacio de las Bellas Artes están felizmente expandiéndose esos hombres, mujeres y animales obesos, ejercemos una sonrisa al observar a tales seres no-sonrientes, como si la gordura metálica les confiriese “la majestuosidad de la Esfera, que es la única concebible forma de Dios” (Jakob Bodmer, Tratado de Geometría del Espíritu, 1765).

Todos esos personajes (gordos) de Botero, y no sólo los esqueletos (gordos) que hay en alguno de sus cuadros, están muertos, o mejor dicho, están no-vivos, pues parecen no tener latido ni respiración. Aplastados contra paisajes o ámbitos que son como fondos de escenario pintados en deliberada manera naïf,sin ilusión de perspectiva, los hombres y mujeres (gordos) de Botero son meras figuras de carne inflada, sin esqueleto, sin nervadura y, desde luego, sin alma, pues el artista los ha pintado o modelado como meras formas. Prisioneros del estricto espacio de la volumetría, nos miran con ojos impasibles de grandes muñecos como globos, esperando que nuestra sonrisa les dé vida.

Botero ha creado con humor un personajerío. No hay alegría, no hay sonrisas en esa gran familia plástica. A veces un torero (gordo) se retuerce en una suerte arriesgada y teóricamente gallarda ante el toro (gordo) que está como pegado a su figura, y ese escorzo de ballet taurómaco tiene algo de comedia (gorda). El espectador puede encontrar divertida y simpática a esta (gorda) humanidad, pero ello se debe a la ilusión de que un gordo sólo puede ser cómico. Y no siempre es así: que lo diga, si no, el gordo Falstaff en el final de su saga shakespeariana, donde, traicionado y abandonado por un rey que era su gran amigo y compañero de juergas, deja de ser cómico y se torna en personaje trágico.


Los personajes de Botero nos parecen cómicos pero son trágicos en un modo latente. Inconscientes de la tragedia que viven como en estado zombi, pueden celebrar fiestas y adoptar posturas sublimes o gozosas, y hasta insinuar una biografía, una historia, pero no son, sólo están. Allí, en las pinturas y las esculturas del gran artífice colombiano, delatan su presencia sin vida, muertos pero inmortales en su densidad de presencia y en su asombrosa capacidad, no de ser,sino (nada más pero nada menos) de estar. Y eso, aun entre los seres de carne y hueso (y un pedazo de pescuezo) es una pequeña pero indudable victoria: la de la permanencia.

 

-Publicado anteriormente en Milenio Diario.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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